lunes, diciembre 25, 2006

Marcelino Cereijido, la ciencia, y la Argentina

Marcelino Cereijido, investigador argentino viviendo en México, cuestiona los reales progresos de muchos países emergentes, comenzando por el suyo propio, a partir de observaciones sobre la aplicación del pensamiento científico en ellos. Con un libro sobre el tema, van a continuación algunas ideas suyas (leídas por primera vez en el grupo yahoo de Rodolfo Quispe Otazu:
Publicado en Clarin, el 21-11-1999.
Si bien la Argentina tuvo y tiene investigación excelente (porque eso depende de unos pocos miles de personas inteligentes y entrenadas), no tiene ni jamás tuvo ciencia, porque nunca pudo desarrollar la visión del mundo, sin la cual no hay ciencia. El Primer Mundo puso cinco o seis siglos en forjar esa visión del mundo y obtuvo tantas ventajas que ya no esperó a que sus sabios recogieran información espontáneamente mientras se bañaban u observaban las oscilaciones de un candelabro en la iglesia, sino que creó un descomunal aparato, la investigación científica, para proveerse de información en grandes cantidades. Hoy ese aparato está integrado por millones de investigadores, laboratorios, estaciones marinas, computadoras, sondas espaciales, academias, sistemas de becas, congresos. Mientras que ellos atravesaban las etapas de Reforma, Renacimiento, revolución científica, Iluminismo, Ilustración, Enciclopedismo, Revolución Industrial, lo que hoy es Tercer Mundo se atrapaba en otras muy distintas de Contrarreforma y oscurantismo. Pero de pronto... íalbricias! La Argentina pareció captar las palabras de John Kenneth Galbraith: "Antiguamente, lo que distinguía al rico del pobre era cuánto dinero tenían en el bolsillo. Ahora los distinguen las ideas que tienen en la cabeza". La desgracia fue que cuando la Argentina quiso desarrollar su ciencia fue víctima de lo que señalaba Piaget: "Uno no sabe lo que ve si no ve lo que sabe". Cuando un tercermundista mira la ciencia que tiene el Primer Mundo ve, por supuesto, los investigadores, laboratorios y toda la parafernalia de la investigación. Lo que en cambio no puede advertir es que la investigación sólo cobra sentido cuando también se posee un aparato científico para convertir la información en conocimiento y a éste en aplicaciones.

(...) Me regalaron un libro en el que dos encumbrados funcionarios economicistas discuten los grandes proyectos nacionales, pero yo, en una especie de judo argumental, lo usé para ilustrar mi punto: lo único que debaten dichos "líderes" son medidas económicas; en cambio, el conocimiento científico (y la reforma hacia una estructura social sin la cual es imposible desarrollarlo y utilizarlo) brilla por su ausencia. En ese paneconomicismo también el problema de la educación se plantea en términos de tironeos salariales con los maestros. Tuve oportunidad de sugerir algunas alternativas en las que el dinero, si bien es necesario, es de una prioridad secundaria, pero aún los auditorios que me escucharon se mostraron escépticos y enfocaron sus lamentos sobre la corrupción imperante. No menos alarmante fue constatar que decoraban sus planteos con las habituales patrañas posmodernistas. A pesar de que no sabría qué demonios hacer con el saber científico, la Argentina se diferencia de la mayoría de los países del Tercer Mundo en que algunas de sus universidades mantienen la capacidad de producir investigadores de altísima calidad, muchos de los cuales acaban marchándose a la Provincia Argentina de Ultramar (como la llamé en La nuca de Houssay). Los "líderes" bolicheros proponen resolver primero los problemas nacionales y luego, con el dinero que sobre, desarrollar el conocimiento científico moderno. Situación insólita si las hay, porque posponer el conocimiento para cuando se resuelvan los problemas es aceptar que hay problemas para cuya solución es preferible contar con la ignorancia.

(...) Hasta hubo quien, sabiéndome investigador de ultramar, reconoció por cortesía que se hablaba de repatriarnos. Llegué a temer que lo hicieran, pues se trataría de un conmovedor pero inservible acto de justicia, dado que la Argentina no tiene un uso para ellos. Es como si me regalaran una pieza clave, "high tech", de un submarino atómico: sólo la podría usar de pisapapeles o lucirla en la mesita de la sala. El día que el país necesite investigadores, porque tiene un lugar para ellos y para la ciencia, los investigadores de ultramar van a ser los primeros en advertirlo y volverán volando sin que se los llame.
Otro artículo suyo en el mismo sentido: "Países con investigadores pero sin ciencia".
Breve reseña de vida de Cereijido en Divulgón:
Marcelino Cereijido es Doctor en Medicina de la UBA, fue investigador del CONICET y trabajó con Bernardo Houssay y Braun Menéndez. Su especialidad es la biofísica. Trabajó en un comienzo en membranas biológicas. Publicó en EUDEBA un clásico libro utilizado como texto en la docencia y en la investigación que se denomina Membranas Biológicas. En 1973 fue elegido Decano de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA. Debió exilarse en México por el golpe militar de 1976 donde continuó su brillante carrera científica, llegando a ser Premio Nacional de Ciencia de México. Además de sus trabajos científicos en las revistas especializadas tiene varios libros relacionados con la historia y la política científica en Argentina y en Améica Latina: La nuca de Houssay; Ciencia sin seso; ¿Porqué no tenemos Ciencia? y otros.

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