jueves, agosto 18, 2011

¿Éste será el futuro?

Estoy esperando escuchar a personas que apoyaron o dijeron ser el 15M, deslindando sus responsabilidades del miserable espectáculo de intransigentes anticlericales y ateos visto ayer:  agrediendo e insultando de la peor manera a cientos de miles de peregrinos católicos manifestando su fe y su convencimiento. He presenciado algo que no hubiera imaginado: una tropa de soberbios seguros de su flaca doctrina sin futuro, burlándose de jóvenes que debieran recibir respeto. Algunos comentaristas han querido asemejar esta confrontación a las vividas por España en la época de preguerra y guerra civil. Sin embargo, creo que hay un abismo entre ambas épocas: estos intolerantes tan seguros de sí mismos, no esperan iniciar una guerra, salvo que la haga otro y la miren por televisión: sólo desean "estar a gustito", repatingarse en su concepto epicúreo de la vida, y acallar a cualquier otra persona que ejemplifique con su vida otro camino. Sólo se trata de acallar una voz de dos mil años. Espero que no lo consigan.

Quisiera reproducir la nota de Francisco Quevedo de hoy:

Cientos de miles de peregrinos invaden ya las calles de Madrid a la espera de que hoy llegue a la capital de España su líder espiritual, el Papa Benedicto XVI. Si todos los seres humanos fuéramos capaces de manifestar una actitud comprometida con la tolerancia y el respeto a las ideas y creencias de los demás, esta visita del Papa y este encuentro mundial de la juventud entorno al 'jefe' de los católicos no tendría por qué tener ninguna clase de contratiempo y se limitaría a ser una multitudinaria manifestación de fe que no tiene por qué hacer daño a nadie ni molestar. Pero no es así. La tolerancia y el respeto no funcionan igual para todos, no tienen el mismo recorrido dependiendo de la dirección de partida y la de llegada. Hacia la izquierda, la exigencia de tolerancia y respeto es absoluta. Hacia todo lo demás, depende.
Es la izquierda la que marca las reglas del juego, la que otorga certificados de demócratas, la que expande su determinada moral fundamentada en el peor de los relativismos, la que etiqueta en función de los parámetros que ellos mismos marcan: si se produce un determinado porcentaje de casos de pederastia entre educadores escolares, no todos los profesores son pederastas y por supuesto nadie dice que el Ministerio de Educación sea permisivo con ellos. Pero si aun siendo menor el porcentaje éste se da entre curas, la Iglesia es inmediatamente acusada de permisividad y se acaba acusando a todos los curas de un delito gravísimo que debe ser penado con la cárcel.
Y en comunión con su idea de la tolerancia y el respeto, ahora la izquierda la ha tomado con la visita del Papa a España, un Papa al que se le ha acusado de todo, pero que en realidad es probablemente uno de los pontífices de mayor altura intelectual que se haya sentado en la silla de Pedro y uno de los herederos de ese trono que con mayor rigor y firmeza han exteriorizado la doctrina de la Iglesia.
Y quizá sea precisamente eso lo que a la izquierda le solivianta. Esa misma izquierda que sin haber superado nunca sus fantasmas del pasado, sin haber renunciado nunca a sus excesos, sin haber pedido nunca perdón por sus abusos, sin haber sabido adaptarse a los tiempos le pide con una total ausencia de tolerancia y de respeto a la Iglesia que se modernice; que se modernice ¿de qué?
La Iglesia no es una ONG, por más que cumpla una amplísima labor social, ni es un partido político aunque dé apellido a algunos de ellos, la Iglesia es la casa de Dios y aunque es verdad que a lo largo de la Historia ha ido adaptando sus formas a los cambios que se han producido en la sociedad, también lo es que lo que no ha cambiado nunca es su doctrina, y es ahí donde la izquierda exige algo imposible: que la Iglesia deje de ser Iglesia.
¿Por qué esa inquina? Si uno lo piensa razonablemente, no tiene sentido alguno: ni la Iglesia ni los Papas imponen nada a nadie, la Iglesia -al contrario de lo que sí hacen otras religiones- no obliga a los gobiernos a legislar en una determinada dirección aunque hace uso de su derecho a dar su opinión sobre algunas de las leyes que le afectan.
Y, sin embargo, a la izquierda le molesta que la doctrina de la Iglesia, que la enseñanza del Papa, se posicione en contra del aborto o de considerar matrimonio lo que ella considera que no lo es. ¿Ha impedido la Iglesia que se aprueben los matrimonios gays o el aborto? No, no lo ha hecho. Lo ha criticado, y ha hecho pedagogía entre sus fieles, pero no condiciona la tarea del Gobierno. Lo que ocurre es que la Iglesia es apostólica, y eso es lo que le molesta a la progresía que se considera con el único derecho a buscar 'fieles'.
Lejos de ir a menos, el mensaje de Cristo se extiende de nuevo con mayor fuerza, y en tiempos difíciles como los actuales la mirada hacia la fe se vuelve de nuevo muy intensa, y la izquierda teme perder su hegemonía entre una juventud que empieza a abonar las actitudes complacientes y acomodaticias y se identifica con el mensaje del esfuerzo y el sacrificio para conseguir algo bueno y positivo, y además quiere que otros también se sientan mejor dentro de la fe.
Pero esto, para la izquierda, es intolerable lo cual, por otra parte, dice mucho de su verdadero talante y de su capacidad -nula- para asumir el pluralismo como esencia misma de la convivencia humana. Hoy llega el Papa a España y, en realidad, lo que teme la izquierda es que esa visita sirva para encender la llama de una revolución silenciosa -o no tanto- contra la doctrina del relativismo de la que tanto se ha aprovechado nuestra progresía patria.
 

lunes, agosto 08, 2011

La tradición chaco-santiagueña

Cerámica Sunchituyoj. Tomada de Pueblos Originarios.




La historia arqueológica de Santiago del Estero en Argentina parece ser mucho más modesta que la desarrollada más al noroestoeste, a lo largo de los cordones montañosos de cordillera y precordillera. Sin embargo, un elemento que le pertenece me ha resultado intrigante desde siempre: la persistencia contínua de dos o tres elementos de representación, particularmente el buho, que parece ser propio de la región, heredado por las sucesivas generaciones de santiagueños y chaqueños hasta nuestros días en trabajos artesanales.
Trabajos hechos por una corriente pobladora con puntos de contacto, pero separada, de las corrientes extendidas a través de los Andes, de orígen y existencia oscura, muda para nosotros, excepto por el rastro de sus cerámicas y el más volátil de sus aldeas de llanura y bosque apenas conservadas. Rastreando trabajos arqueológicos sobre estos pueblos, lo que queda es el interrogante de sus motivos dibujados. No hubo en Santiago una guerra similar a la de los valles calchaquíes, sólo la referencia indirecta que ofrecen las encomiendas y reducciones, y la "campaña al desierto" en la frontera norte, que ocupó toda la vida colonial y todo el siglo XIX. ¿se replegaron los descendientes de esas poblaciones hacia la selva chaqueña, se extinguieron hacia la época de la entrada de los adelantados españoles, o se diluyeron en la población criolla crecida en el período colonial? Hoy en Santiago se habla el quechua, ¿pero fue ésta la lengua común durante dos mil años, o fue el resultado de la dispersión de las poblaciones del noroeste, a través de las migraciones forzadas por las encomiendas y las guerras calchaquíes? La vida originaria santiagueña permanece silenciosa para nosotros, excepto por la persistencia potente de sus cerámicas, los trabajos textiles heredados y sus todavía escasos y sencillos restos de población.
De entre quienes dedicaron tiempo y estudio a la región, quizá los más importantes trabajos sean los de Ana María Lorandi, quien se ocupó tanto de la historia precolombina, como de la época colonial, sin que sea posible de sus notas asegurar que los pueblos históricos fueran los mismos que los precolombinos. No fue Lorandi quien se ocupó primero de la región, pero su trabajo de ordenación y clasificación parece ser el fundamento de cualquier estudio posterior.
En un papel de 1978, Lorandi, resumiendo el estado de las investigaciones previas (de los hermanos Wagner, Henry Reichlen, Jorge von Hauenschild, Roque Gómez, Rex Gonzalez), plantea estos interrogantes, luego mejor respondidos:
La problematica quedó planteada en los siguientes términos : ¿qué son en realidad Sunchituyoj y Averias? ; ¿por que ambos grupos cerámicos están asociados a una misma alfareria ordinaria? ; ¿por que esta misma alfareria ordinaria acompaňa también las cerámicas decoradas de Las Mercedes? ; y роr fin las preguntas de fondo : ¿Las Mercedes, Sunchituyoj y Averias eran « culturas independientes » о tan solo entidades cerámicas de una misma cultura? ¿Qué sucedió en realidad en Santiago del Estero, cuáles fueron los procesos de su poblamiento y desarrollo?
Cerámica Averías, tomada de Folklore y tradiciones

A lo largo de sus investigaciones, Lorandi esboza un esquema que abarca los últimos dos mil años: primeros habitantes, pueblos recolectores y cazadores registrados sobre las sierras de Guasayán al oeste y entrada de pueblos chaqueños o amazónicos (tonocotés), seguidos de los primeros rastros de agricultores a partir de las primeras centurias de la era cristiana (pueblos estables de cultivo por inundación).
Ana María Llamazares y Carlos Martínez Sarasola (en Vigencia Indígena en el Arte Textil de Santiago del Estero), por su parte, resumen así el sustrato humano que permitió el desarrollo de la tradición chaco-Santiagueña:
Su población se fue nutriendo con migraciones de pueblos de distinto origen, fundamentalmente andino (diaguitas) y amazónico (tonocotés), y en épocas más tardías con la presencia de pueblos provenientes de la región chaqueña (guaikurúes y lules) y de las Sierras Centrales (sanavirones). Todas estas etnias encontraron aquí una tierra propicia para asentarse, y con el tiempo, se fue produciendo una integración de elementos culturales que a primera vista, genera un cuadro confuso y difícil de comprender, pero que en realidad nos habla de un ambiente de gran riqueza cultural: por ejemplo, los antiguos restos humanos que se han encontrado dentro de las grandes urnas funerarias de cerámica, son de tipo andino, aunque estaban enterrados siguiendo la costumbre amazónica. También la construcción de aldeas con empalizadas, el uso de flechas envenenadas y vestimentas con plumas -todos elementos de origen selvático- nos hablan de una notable convivencia cultural en pueblos que estaban en proceso de "andinización". Pero pese a ese carácter tan heterogéneo, las culturas de Santiago del Estero llegaron a configuran una entidad con características propias. Y esta también es su particularidad.
Sobre esta base, se desarrolla a partir del siglo VII aproximadamente, la que Lorandi llama "tradición Chaco-Santiagueña". Siguiendo las investigaciones previas y las dataciones que en la década de los 70 se comenzaron a hacer, Lorandi y otros establecen estas etapas, con un sistema de clasificación basado en los nombres de los sitios donde se hicieran descubrimientos típicos de cada etapa o fase:  Las Mercedes (alrededor del 800) , Las Lomas, comienzo de la fase Sunchituyoj, (entre 900 y 1200) , Quimili Paso (1200 al 1350), coexistencia, de aquí en más, de las tradiciones alfareras de Sunchituyoj y Averías, Oloma Bajada-Icaño (1350-1600). Las Mercedes, Sunchituyoj (desde 1200 hasta 1600), Averías (desde 1300 o más, hasta 1600), son consideradas como grandes divisorias de tradiciones alfareras. La Aguada, Ambato, Condorhuasi, como puntos de contacto e influencia desde las corrientes precordilleranas del noroeste.

Llamazares y Martínez Sarasola, en el papel indicado, describen así las características culturales de esta tradición:

La cerámica y los textiles son las artes tradicionales más antiguas de la provincia. Se conocen piezas de
cerámica desde el siglo V de la era cristiana, pero sólo unos mil años más tarde (durante un período que va de 1350 a 1600 dC.) algunas piezas arqueológicas nos permiten estimar la antiguedad del arte textil en Santiago. Se trata de los torteros o muyunas, que son pequeños discos de dos a tres cm de diámetro, hechos en cerámica o piedra, generalmente decorados, que se utilizan como contrapeso del huso de hilar.


También aparecen en las excavaciones unos instrumentos de hueso cuya función era ajustar la trama del
tejido. Los arqueólogos suponen que durante esa época se produjo un auge de la industria textil, y que el tejido era popular no sólo en el área del Dulce sino también más al este, en las poblaciones del Salado. Alberto Rex González nos dice que a los torteros "se los encuentra por centenares y son una buena prueba de la intensa actividad desplegada en las tareas textiles pese al uso de vestiduras de plumas que mencionan los cronistas"



En la cerámica Averías, la decoración parece derivar o estar inspirada en los diseños textiles. Los motivos
decorativos son en su mayoría geométricos, aunque también aparecen temas naturalistas -aves, serpientes y felinos- de resolución muy abstracta y esquemática. Las complicadas combinaciones de líneas formando espirales, zig-zags y escalonados se unen a otras figuras, como triángulos, rombos, enrejados y círculos concéntricos, entre otros. La composición es cuidada y armónica, respetando la simetría y cubriendo la pieza casi en su totalidad. Esta tendencia a llenar todo el espacio decorativo disponible termina generando un efecto reversible, por el cual se confunden la figura y el fondo, adquiriendo este último muchas veces la misma forma que las figuras decorativas. Este efecto se conoce técnicamente como "decoración en negativo", característica que también aparece en los textiles actuales.


A la llegada de los conquistadores españoles, el arte textil estaba en pleno auge en Santiago, aunque los
primeros cronistas relatan que los indios que encontraron iban prácticamente desnudos o cubiertos por plumas de avestruz, y sólo las mujeres y algunos hombres se cubrían con mantos tejidos. La ausencia de oro y plata en la región los obligó a utilizar los recursos que ella ofrecía y, los textiles fueron uno de los principales, habida cuenta de las grandes explotaciones que de ellos hicieron. Ya en 1585, las crónicas informan que Hernando de Lerma hacía trabajar a los indios en la confección de "ropa y lienzo (...) y otras telas que todo se hace de algodón, demás de esto se hacían de un hilado que llaman cabuya..."
Llamazares y Martínez Sarasola, estudiando los motivos representados en las cerámicas y textiles, describen así la evolución de la tradición:
Las primeras influencias de las culturas selváticas en Santiago del Estero se registran hacia el año 800 de
la era cristiana, con la cerámica Sunchituyoc, que lleva sobre sus urnas el omnipresente motivo del Búho,
convertido ya casi en un emblema de lo que se conoce como "civilización chaco-santiagueña". Ingresan otros elementos, como la costumbre de instalar las casas sobre montículos que funcionan a su vez como represas de las crecidas de los ríos y el tipo de vida mesopotámico.
El tema decorativo por excelencia es la imagen estilizada del ave. En la cerámica es posible seguir su
derrotero evolutivo a través de sucesivas etapas. Si bien el grado de estilización varía y en líneas generales, tiende a una creciente geometrización, es notable que el patrón fundamental se mantiene, representando al ave siempre de frente con sus ojos redondos muy abiertos, como es típica de la mirada nocturna del ave con su pupila dilatada; sus alas abiertas y desplegadas que forman dos arcos y se van integrando con motivos geométricos rayados y escalonados, que parecen simular el plumaje. También aparecen bien marcadas la cola abierta en actitud de vuelo y las patitas esquematizadas por un signo tripartito.
En la fase más antigua de la cerámica Sunchituyoc (del 800 d.C. aproximadamente al 1200 d.C), llamada
Las Lomas, el búho toma formas felínicas o "draconianas", con la cara achatada y los dientes aserrados,
seguramente por influencia de las últimas fases de la cultura de La Aguada del noroeste, cuyo motivo principal es el felino de fauces abiertas y dientes expuestos. En la fase siguiente, llamada Quimili Paso (1200 d.C. al 1400 d.C.) parecen afirmarse los rasgos culturales propios de la cultura chaco-santiagueña. La imagen del búho es insistente en las grandes urnas. Su realización es más naturalista y curvilínea. También comienza a asociarse a elementos geométricos que completan el diseño, como rayas, enrejados, espirales, series de triángulos y escalonados. Sus trazos se hacen cada vez más rectilíneos y rígidos.
Durante la cerámica Averías el búho continúa representándose, aunque menos y completamente
geometrizado. Aparecen otros temas zoomorfos típicamente andinos como el sapo y la serpiente. En las últimas fases del proceso se produce la desintegración del motivo. Según Rex González -quien estudió este mismo fenómeno con la imagen del felino en la cultura de La Aguada- : "este es el proceso, tan común en la evolución artística, por el cual una figura naturalista se descompone en sus distintos elementos, para ser éstos utilizados como unidades decorativas separadas".( 1977:393). En la cerámica más tardía del estilo Averías, así como en la Yocavil y la Famabalasto, que tienen marcadas influencias del noroeste, se aprecia este fenómeno al aparecer ciertos elementos aislados que pueden claramente interpretarse como partes del diseño original completo; por ejemplo: los ojos del búho, sus patitas o sus alas convertidas ya en triángulos aserrados o escalonados invertidos.
Desde este punto nos basamos para suponer que este proceso tuvo su continuidad, aunque sea difícil registrarlo a lo largo de los siglos que sucedieron a la conquista.

Este es un pequeño resúmen de un aspecto de la historia santiagueña: el silencioso recuerdo de los orígenes, subsistente en las leyendas, las canciones, los tejidos, la cestería...La memoria que no recuerda su nacimiento, pero transmite sus prácticas.

sábado, agosto 06, 2011

Un día histórico

Independientemente de que en la próxima semana esto tenga cambios, el cambio de calificación de la deuda de Estados Unidos por Standard & Poor's puede marcarse como un hito histórico de larga duración. Ni se llega aquí fácilmente, ni se sale de aquí en dos días. La Noticia en New York Times de hoy, 6 de agosto de 2011.

El Lorraine y su época, II

Pablo De Vita, en el blog del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, recuerda al Lorraine y su época. Vale la pena reproducirlo (nunca se sabe cuánto durará un escrito en Internet):
“La década del ‘60 fue el momento más lindo que tuvimos en el cine. De una juventud envidiable e inquieta, preocupada por los valores humanos y artísticos.  No sólo fue en el cine, sino también en la pintura, literatura… fue un movimiento general. Me acuerdo del  Di Tella,  que era muy famoso, un centro de reunión.  La calle Corrientes era una calle “culturosa”,  con mucho esplendor en los comienzos del Lorraine y las otras salas… entonces tenía un público muy específico. Era llamada “la calle que nunca duerme”,  porque daban las tres de la madrugada  y la gente todavía estaba discutiendo la problemática del cine y del teatro. El teatro independiente estaba en su esplendor. Todo era maravilloso,  yo siempre evoco ésa época con mucha nostalgia…pero… lamentablemente el tiempo se lleva las cosas y estas jamás vuelven ni se repiten”.


Palabras de antiguo boletero,  posterior exhibidor y, sobre todo, amante incondicional del  cine arte. De esa forma de hacer arte que encuentra su definición exacta en aquel recordado “Manifiesto de las 7 Artes”,  de Ricciotto Canudo, donde es jerarquizado (por vez primera) como el séptimo pero no por ser el menos importante sino el más reciente. Un proceder para hacer cine y ver cine. Una forma que – según Alberto Kipnis – jamás volverá, pero que dejó su sello (el séptimo, quizás) indeleble en toda una generación.              .
Un “séptimo sello” que proyecta a un realizador sueco muy poco conocido (siendo generoso con ese gigante ya intemporal llamado Ingmar Bergman), en el primer ciclo de revisión a su obra realizado en el mundo. Uno entre tantos otros como los que programaba Alberto Kipnis.
“Fue una etapa que había empezado en el ’55, con el Lorraine. En el ‘58 realizamos la primera revisión del ciclo de (Ingmar) Bergman, ya que había una juventud ávida por conocer todo el nuevo movimiento que se estaba produciendo, con directores que más que directores eran autores de las películas. Era la época de Godard, Truffaut, Alain Jessua… estaban apareciendo Antonioni, Fellini… Creo que son todos grandes maestros, de una estatura que nunca más se  va a repetir  y, sobre todo,  por la temática que ellos utilizaban y que era tan afín a lo que nosotros estabamos viviendo.”
Y las vivencias son distintas, pero todas unidas a ese extraño amor que se proyecta en 35mm y permitía ver, por ejemplo, el desnudo legendario de Heddy Lamarr en la película checoslovaca “Extasis” (Extase, de Gustav Machaty -1933-), o descubrir y redescubrir hasta el hartazgo o la fascinación – según las cualidades intelectuales del espectador de turno- “El Acorazado Potemkim”, dentro de una retrospectiva integral a la obra de Sergei Eisenstein (o Sergio según los programas de época).  Se incluía “como yapa”  “Sergio Eisenstein, vida y obra de un genio” (Sergei Eisenstein, de V. Katanian – 1958-) , junto a cortos basados en la obra de Anton Chejov de realizadores como Irina Poplavskaia y Mark Kovaliov.
El destino hizo que Kipnis, a los 23 años,  desembocara en la boletería de un cine que ostentaba el nombre –casi pomposo- de Lorraine y se encontraba muy lejos de la programación que lo convertiría en leyenda.
Yo entré de casualidad al cine…  por esa época estaba trabajando en un banco y del banco pasé a trabajar en un hotel como recepcionista. Como yo no estaba afiliado al “partido” (en referencia al peronismo) me despidieron, y daba la casualidad de que el dueño del Lorraine quería dejar la exhibición y abrir una pizzería. Después, cuando yo empecé a trabajar en el cine,  estaban dando el Campeonato Sudamericano que se jugaba en Montevideo, y la pelea de Dogomar Martinez contra Kid Gavilán,  junto a “El trueno entre las hojas”. Y bueno… uno sentía mucha vergüenza de estar sentado ahí,  trabajando con ese tipo de material,  hasta que  surgió la idea de programar otro tipo de películas que pasaban sin pena ni gloria por las salas de estreno  y volverlas a exhibir.”
Junto al cine Lorraine, allá por 1956,  estaba la pizzería Tropicana  y el aroma de las  “grandes de muzzarella” era un éxito seguro frente a las películas abominables que se proyectaban en la sala. Sin embargo, Kipnis olía algo distinto y fue así como programó, siempre en su función de boletero y con autorización del dueño, un par de películas rusas que funcionaron y  enseguida un ciclo de cine francés que anduvo aún mejor.
Para ser precisos, el ámbito del Lorraine fue erigido en los años treinta con el objetivo de proyectar películas de calidad. En la empresa, se encontraban León Klimovsky, Elías Lapszenson (el dueño) y el recientemente desaparecido Rolando Fustiñana (Roland), definiéndola como “Cine Arte” -sin relación con el cine que tiempo después se inauguró en la tradicional galería, que conecta Corrientes con Diagonal Norte-.
Suele decirse que las cosas buenas duran poco. ¿Las buenas empresas acaso son una excepción?. Quién sabe, pero por suerte a veces tienen continuadores como Alberto Kipnis, quien con el Lorraine desarrolló un criterio absolutamente propio e innovador.     
“Las películas, tanto de Bergman como Antonioni o Godard, pasaban desapercibidas en las carteleras y nadie llegaba a verlas, hasta que se me ocurrió cubrir ese vacío con el Lorraine. Es decir, fui acumulando ese material, que se estrenaba y pasaba sin que el público se enterara. Así se fue creando una nueva corriente de público que las seguían y discutían.”
Contribuían a esa formación, casi académica, los programas del viejo Lorraine”; que nada tenían que ver con los que actualmente se reparten en  prácticamente todos los cines  que  “se toman la molestia” de imprimir programas. La novedad fílmica venía junto a otra de papel y consistía en las fichas técnicas de cada película, un lugar destacado para el realizador ( no tanto para los intérpretes), junto a su filmografía en orden cronológico, las frases más importantes de los críticos del momento (Ernesto Schoo, Manuel Martínez Carril, Mabel Itzcovich, Agustín Mahieu, entre otros), un intervalo musical y las próximas novedades, que  remitían a films de Bergman, Wajda, Antonioni, Comencini, Monicelli, Fellini, Visconti… ¡ uno por día, todos los días !
Poco despúes comenzaron las recordadas “Ediciones El Lorraine”, que seguían una línea editorial sencilla y profunda. Rústica rigurosa, pequeño formato pensado quizás para los “lectores del sobaco”, que gustaban pasear con libros bajo el brazo. Nombres muy puntuales para que el espectador pudiese tener una referencia global del director o del tema que se estrenaba. Los ya nombrados y  vueltos a invocar Bergman, Antonioni, etc.; ensayos sobre  cine polaco o los   Diálogos de Hiroshima Mon Amour (Alain Resnais -1958-), película exhibida tantas veces con enorme éxito, llegando éste a ser un suceso propio con  veinticinco ediciones.
En sus comienzos “cultos”  la sala era una coqueta, en esa etapa de la   decadencia que  remitía a los climas de Beatriz Guido: lindas butacas y murales con la firma de Leónidas Gambartes y López Claro,  mezclados con  paraguas que se abrían en la mitad de la función y no porque hubiera llegado el veinticinco de mayo, sino porque una tormenta porteña, que se colaba implacable por las grietas del techo, amenazaba cambiar radicalmente la programación. Todo esto se sumaba a las proyecciones que se realizaban con películas de nitrato,  material conocido -y temido- por su naturaleza altamente inflamable, y a proyectores que funcionaban  con el sistema de arco voltaico (o sea carbones que  generaban la luz por medio de un salto de chispa muy intenso).
Era peligroso, pero otorgaba otra nitidez y otro ‘calor’ a la película. Daba una sensación mucho más hermosa a la fotografía, porque la luz de la lámpara es fría y, en cambio, la luz de carbón era fuego que estaba dentro del proyector y que se producía cuando dos carbones se unían y provocaban la llama. Entonces la imagen tenía más densidad y más belleza, con la desventaja de que el carbón producía chispas provocando una  distorsión”.
Para quienes deseen saber un poco más sobre esto, valga como filmografía recomendada  Cinema Paradiso; allí el entrañable operador que anima Phillipe Noiret resulta quemado y cegado al incendiarse la cabina de proyección.
En 1954, arribó a la sala un cine-club llamado simplemente Núcleo. El prolegómeno  fue el suceso de la muestra de Bergman.  Kipnis señala:
“El público respondió fabulosamente y no dábamos abasto con la capacidad de la sala. Con Bergman, por ejemplo, si la función empezaba a las  trece, la gente ya estaba a las once. Cuando dábamos sala, ya estaba vendida la segunda sección. Llenábamos todas las vueltas ¡Era una barbaridad como respondía el público!  Y  siguió respondiendo durante muchos años, tal es así que quienes ahora peinan canas ¡cómo yo! (ríe), todavía recuerdan aquella época y recuerdan que significaba  el Lorraine.”
Volviendo a la historia del joven boletero, las mil personas por día, junto con las programaciones de cine independiente,  brindan a Kipnis la oportunidad  de dejar para siempre la boletería y hacerse cargo de la sala. Devenido empresario, recibe –por ejemplo- al embajador de  Checoslovaquia, que asiste orgulloso al estreno de una película de su país.
La  autodenominada “Revolución Argentina” -otra de tantas que no re- evolucionó nada – del General Onganía (La Morsa, según Landrú en  Tía Vicenta-) pasa por la vereda sin asomarse demasiado a la platea. Sin embargo, los avatares de un país que se convulsiona y degrada no dejan de “colarse sin pagar entrada” en el mítico reducto, con algo (por entonces) de isla de la fantasía versión psicobolche o quizás lugar de ensueño. Un lugar, a fin de cuentas, donde se podía soñar un mundo mejor.
“Hubo ráfagas de gobiernos civiles, como el de Illia, pero la regla era la represión. A mí, cada vez que iba a dar un ciclo de cine polaco o checoslovaco, venían y me pedían el nombre para ver quien era el responsable… como si uno fuera a hacer algo malo. Decían que habían puesto “gente” en la sala para que no ocurriera nada malo, y nadie tenía la menor intención de cometer actos subversivos. Era simplemente persecución  ideológica. Hacia fines de la década del sesenta coletazos de los hechos que se estaban produciendo en el país finalmente me alcanzaron: pusieran una bomba en el baño del Lorraine,  mientras se proyectaba ¡nada menos que “Roma Ciudad Abierta”!.  Nadie resultó herido, pero el baño quedó hecho añicos.”
Pero, Kipnis no se dejó ganar por la adversidad, y en 1966, adquirió un antiguo local bailable, el “Picadilly”. Ese lugar – que hoy ha vuelto a recuperar su nombre y rubro- es donde se creó el cine Loire.
“Lo hago con un criterio similar al Lorraine, pero  la diferencia radicaba en que era una sala de estreno. Bueno ahí se estrenaron películas que ya son clásicos indiscutidos como “Masculino-Femenino” de Godard o “Mouchette” de Bresson. Hoy día. ¿quien sabe quien era Bresson?, en este  fin de siglo al que estamos llegando. Bresson era un director ascético, difícil.  Lamentablemente filmaba   poco, hacía un cine para adictos sin protagónicos estelares, como eran también el de Jessuá  o el de Passolini con “Pajarracos y  pajaritos”, “El Evangelio según San Mateo y tantas otras películas maravillosas”.
Antonioni filmó  esa trilogía sobre la incomunicación: “La Aventura” – “La Noche” – “El Eclipse”, con la que teníamos un éxito constante de público y ahora volvió, viejo y casi inválido con “Mas Allá de las Nubes”; quedan todavía del viejo maestro todas las reflexiones sobre la problemática de la comunicación en la pareja.
Volviendo al tema de las “L”,  es muy claro… el sentido era el siguiente: cuando se crea el Loire, el nombre fue elegido por sorteo entre el público y el que ganó obtuvo como premio un carnet para ir gratis al cine durante un año. En esa sala batimos el récord de público con “El Romance del Aniceto y la Francisca” (Leonardo Favio -1967-)   - que convocó a 1922 personas para llenar apenas 270 localidades, se llenaron todas las vueltas y permaneció alrededor de diez semanas en cartel después de pasar muy pocos días en la sala de estreno -.   La sala tenía que tener “LO” para que en las carteleras de cine una  promoviera a la otra.  El Lorraine estaba en pleno auge, entonces  promocionaba o presentaba al Loire; después  promociona al Losuar y así seguimos “juntando las salas con LO”. En realidad, el Losuar es un invento porque no remite a ningún lugar de Francia  como muchos creían, significaba simplemente “Lo Supremo en Arte” expresado por medio de una sigla.”
Corrientes era testigo obligado del reciclaje cultural de la década del ‘60:  una  vieja sala llamada Lorraine cambió “El Trueno Entre Las Hojas” por “Lady Macbeth en Siberia” (Andrzej Wajda) y el viejo Cinelandia deja de exhibir ese género prohibido, sólo para mayores  – abuelo casi cándido del actual  prono -,  para entregar programas con una portada donde los nombres de Francois Truffaut junto a Jean-Luc Godard, Marcello Mastroianni o Julie Christie transmitían un mensaje en clave, mucho más sintonizable entonces que el posterior “Marikena canta a Brel”.
Entre los espectadores del Losuar en particular del Loire,  se encontraba el censor de turno… de un turno tan largo dentro de la historia vernácula como para tener un nombre tan identificado con la censura como el de Judas con la traición: Miguel Paulino Tato.
Con Tato la relación era muy particular, porque él sabía bien quién era Kipnis  y  yo –claro está-  tenía claro con quién trataba. Entonces las reglas del juego estaban bastante claras. Recuerdo que, a veces, venía un ratito al Loire en su función de crítico de cine y me decía: “Che, que porquería que estás dando hoy, acá que te dejo a mi hijo para que haga la crítica, porque si no yo tengo que quemártela… chau” (ríe) Nos llevábamos bien dentro de todo este “maremágnum” de problemas que había, porque el trato que existía entre nosotros era casi normal. Había una relación que llamaría de caballeros, de respeto: cada uno en su lugar. Pero por eso ninguno de nosotros dejaba de decir lo que pensaba respecto a lo que estabamos haciendo”.
El Lorange fue el último cine de la serie, con Kipnis como titular. En el medio nació el Lorca, que era y es  de  otro propietario,   y que siempre fue visto como el “entrometido” en la cartelera  de Corrientes  (ver aparte).
El Lorange es simplemente “Orange” con la “L” adelante para  agruparse  casi temáticamente con sus gemelos. Abrió con “Pasión” de Ingmar Bergman  el carisma de Max von Sydow (antes de cientos de coproducciones donde hizo de nazi o de hechicero) brilló junto a la resplandeciente belleza de Liv Ullman, subiendo la escalerita de la entonces flamante galería Apolo. Los comienzos de 1970 lentamente transformaron el sueño en pesadilla y las ganas de fomentar un determinado tipo de cine se terminó a causa de una realidad nada amable.
“Todo empieza a descomponerse, empieza el Proceso y ahí es cuando se produce esa pérdida de generaciones que no se  recuperarán jamás. Entramos en crisis en el cine porque, entre otros factores, la censura se pone aún mucho más dura. Ya todo estaba absolutamente politizado, entonces existía la censura por problemas políticos, sexuales, etc…”
El Lorraine cerró sus puertas en 1972, antes de la página más negra de la historia argentina contemporánea; se transformó en Lorena y empezó a proyectar estrenos comerciales “en simultáneo”.
Al cerrar, el cine  entra en obra para transformarse en el Lorena. Sobre el cerco que cubría a la construcción, alguien pega un poema dedicado al Lorraine y algunos espectadores  lo sacan y me lo entregan en el Loire. Me pareció un hermoso homenaje al Lorraine y  hoy para mí es un recuerdo bastante nostálgico” (ver aparte).
Aquellos programas prolijos y detallados se resistieron a morir, hasta el último año del siglo,  en el Lorange. Más austeros pero siempre al amparo de revistas de importancia como Cahiers du Cinema y Films and Filming o de las críticas actuales de los principales medios, siguieron instruyendo a los nuevos espectadores como parte de un viejo anhelo del veterano maestro de la exhibición Alberto Kipnis.
Como bien se dice  el cine es un arte – aparte de la parte industrial -;  separemos entonces la parte industrial y quedémonos con el arte.  Tenemos pocas  obras maestras pero también en la literatura, por ejemplo, ocurre lo mismo: hay muchos, muchos, muchos libros, pero los buenos son pocos y el cine es exactamente igual, ya que se filman  películas que son para el montón y existen aquellas que deben quedar como ejemplo de etapas y cosas insuperables.  Que debieran ser materia  obligatoria en las escuelas para que se conozca quienes fueron, cuánto hicieron por nosotros como espectadores.
Hace un par de horas dejé a Alberto Kipnis en el cine Lorange. Como cumpliendo un rito caminé hasta el solar del viejo Lorraine.  Decido ahogar la melancolía en cafeína.  Desde donde estoy sentado veo el cartelito que dice: “Homenaje permanente al cine Lorraine” y que está pegado debajo del tablero de la que fuera mítica sala. Los murales de Gambartes y López Claro permanecen distantes,  indiferentes. Mientras tanto, el librero de turno empieza a tapar la mesa de saldos, tratando de salvarla de una posible inundación. El techo conserva las mismas mañas. ¿Hay algún paraguas abierto? Quiero escuchar los gritos de la platea al sonar los discursos de Mastroianni en “Los Compañeros”, pero no. Me voy caminando lentamente hacia el bajo, y (cosa curiosa) evoco la imagen de la escuela primaria y sus láminas del Cabildo,  con esos paraguas abiertos y las manitos alzadas saludando a la patria.
Tengo la convicción de que, en algún lugar que no figura en los mapas celestes, ahí donde van todas las cosas que ya no están,  flota el viejo Lorraine sustentado por un cacho de vereda de la calle Corrientes. El mismo cacho que pisaron aquellos espectadores, que creían que la imaginación terminaría tomando el poder.
NOTAS:
- En 1972 el Lorraine se transformó en el cine Lorena. El cine Lorena brindó su última función con “Rain-Man, cuando los hermanos se encuentran” en Abril de 1989. Actualmente lo ocupa la librería Gandhi (Corrientes 1551).
- En los primeros meses de 1998 cerró definitivamente el Losuar, que había sido transformado en dos salas, su última función fue “El Oro de Ulises”. actualmente se ha trasladado allí la nueva Librería Gandhi.
- El Loire cerró en 198… luego de dedicarse como sala exclusiva a la exhibición de cine español. Esta fue la despedida de Alberto Kipnis de la sala, ahora transformada en teatro y que ha vuelto a su viejo nombre: Picadilly.
- El Lorca nunca integró el complejo de Kipnis. Fue creado como homenaje a Federico García Lorca en 1968 por un consorcio liderado por Alvarez e hijos.
- El Lorange, luego de ser teatro, volvió a su actividad cinematográfica en 1995 con “Sol Ardiente” del ruso Nikita Mijalkov y permaneció liderada por la empresa de Alberto Kipnis hasta febrero de 1999. Luego la sala fue alquilada por Bula y Condito como se detalla en la nota.
- El Lorange junto al Lorca “1 y 2” y al renacido Cosmos “1 y 2” son los únicos referentes actuales de la exhibición cinematográfica de películas de “cine de autor” que existen sobre la Avenida Corrientes.
- Ricciotto Canudo nació en Bari (Italia) en 1879, emigró a Italia en 1902, frecuentó ambientes intelectuales, se conectó con artistas de diversas tendencias y se sintió influido en particular por las obras y teorías de Wagner, Marinetti y D’Annunzio. Su interés por el recién nacido arte del cine le llevó a escribir en 1911 el Manifiesto de las siete Artes, texto que se publicó oficialmente en enero de 1914. (…) Canudo falleció en París en 1923. (extr. de Marino, Alfredo “La Mirada Crítica”)
- * Los programas del Lorraine fueron imitados conceptualmente para el resto de las salas, diferían en formato y diagramación pero fueron realizados a conciencia hasta el último día para cada sala. De esta forma, tomando un programa de la primera temporada del cine Loire, uno se encuentra con pormenorizada información sobre “The Troublemaker” “El Buscador de Líos” de Theodore Flicker (realización que acercó a las pantallas argentinas al New American Cinema). Asímismo el programa anuncia los próximos estrenos a proyectarse, donde figuran: Oveja Negra (Milos Forman), Vidas Secas (Nelson Pereira Dos Santos), Vivir al revés (Alain Jessua), y La Trampa del Diablo (Frantisek Vlacil)

viernes, agosto 05, 2011

El ocaso del Lorraine

Un recuerdo a las décadas del 50 y 60 del siglo anterior, en Buenos Aires. Años en que Argentina todavía tenía otras expectativas. La sociedad que pintaba Mafalda todavía tenía futuro...Todo estaba en ciernes, pero quizá nadie imaginaba qué monstruos se desatarían pocos años adelante...No estuve en el Lorraine más que un par de veces. Pero el cine de autor se veía  en otras ciudades, en cinematecas y otros cines que no seguían el circuito comercial. Luego, se tomaron otros rumbos, con menos interés intelectual. Las preocupaciones actuales lo recuerdan...
Hugo Caligaris conversa con Alberto Kipnis, "padre" del cine Lorraine, en Buenos Aires.

"Yo entré de casualidad al cine. Llegué a estudiar abogacía, pero dejé porque tenía una gran vocación por el canto. Estudiaba muy severamente. Si no hubiera aparecido el Lorraine en mi vida, me habría ido a Europa a desarrollar una carrera como tenor. Era una cuestión de familila: mi padre era primo del gran bajo ucraniano Alexander Kipnis, que triunfó en Estados Unidos", dice Alberto Kipnis, el héroe del Lorraine, que hoy tiene 78 y que concierta esta entrevista "para bien entrada la tarde" porque antes tiene que ver las tres películas que componen su dieta básica de todos los días.
Un libro impresionaba mucho a Kipnis cuando tenía 20 años: El hombre mediocre, de José Ingenieros. Él no quería ser un tipo del montón: por eso había renunciado a su puestito en la gran tienda Gath&Chaves. "Me preguntaba qué porvenir tendría allí. Llegar a jefe hubiera sido lo máximo. Al año me fui porque no soportaba ser uno más de la máquina." La trituradora lo amenazó otra vez, después del servicio militar: había que comer, y entró a trabajar en un banco. Tampoco le gustó, y de allí pasó a la recepción del hotel Monumental. De su destino de hotelero lo salvó el peronismo: lo denunciaron en aquellas tensiones sociales del 55 por no estar afiliado ni al sindicato ni al partido. Obligaron al dueño a despedirlo. Para no dejarlo en la calle, aquel buen hombre se lo llevó de boletero suplente a su cine: el viejo Lorraine. Era un salvavidas de plomo, porque el viejo Lorraine estaba arruinado y cerca de cambiar de rubro.
"La programación daba vergüenza. Cuando yo entré, daban El trueno entre las hojas, con Isabel Sarli, películas con peleas de Kid Gavilán y del campeonato sudamericano de fútbol. El cine no caminaba y el dueño había decidido transformarlo en pizzería. Le dije que me dejara intentar algo diferente y que si no andaba hiciera nomás la pizzería", cuenta Kipnis, que a partir de ese momento fue herido por el rayo de las películas. La prueba que intentó fue un miniciclo Eisenstein: El acorazado Potemkin, Alejandro Nevsky, Iván el Terrible. "Esas películas las distribuía Argentino Vainikoff. Entonces lo llamábamos Lamas, para protegerlo, porque era del Partido Comunista. Me hice muy amigo de él. Todos los días iba a verlo para conversar. Era un placer: uno de mis personajes inolvidables." Las obras de Eisenstein ya se habían pasado en Buenos Aires, "en un cine de la calle Esmeralda", pero la gente no había ido a verlas. Cuando las proyectó Kipnis, "comenzaron a andar como un bombazo". Y así el Lorraine se salvó de vender fugazzeta.
Enseguida Kipnis introdujo otros cambios, cosméticos algunos, otros de fondo. Reemplazó acomodadores por acomodadoras, transformó en estrellas a los directores y diagramó en persona los programas, que tenían una frase destacada sobre la película, la ficha técnica completa y fragmentos de críticas que ayudaban a desentrañar el secreto de films tan impenetrables como los de la trilogía de Michelangelo Antonioni: La noche, La aventura, El eclipse.
"En 1957 preparé el primer ciclo de Bergman. Fue un éxito descomunal. El Lorraine tenía capacidad para 345 personas en cada función, y metíamos 1800 personas todos los días. Trabajábamos a sala llena desde la matiné hasta la segunda de la noche. Desde la mañana había gente en la calle haciendo cola, y eran jóvenes, en un 80 por ciento. Hoy son todos viejos, como yo, que ya llevo 56 años en este gremio."
Pronto el Lorraine, con lo modesto que era, pasó a ser la columna vertebral de la avenida Corrientes de los años 60. Ir al Lorraine era una cuestión de resistencia intelectual... y física, porque el confort estaba, de raíz, proscripto. En verano la sala se refrigeraba con ventiladores y en invierno se calentaba con sobretodos y bufandas. "Si hubiera sido moderno y lujoso, la gente no habría ido. Los cuadros de Castagnino en las paredes, el ambiente, fueron parte del éxito de ese cine. Era una cuestión de militancia. Pasábamos Los compañeros, de Monicelli, y la gente aplaudía cuando Marcello Mastroianni daba su discurso. Una tarde llovía y aparecieron goteras en el techo. La gente abrió los paraguas y siguió viendo la película como si nada. Calculo que si hoy pasara algo así incendiarían la boletería con el boletero adentro..."
Después del Lorraine vino el Loire. Hubo un concurso para bautizar el nuevo cine, con la condición de que el nombre empezara con la sílaba "lo", para que las dos salas quedaran agrupadas en las carteleras de los diarios. El ganador obtuvo pase gratis por un año. Kipnis quería inaugurar el Loire, que era muchísimo más elegante, con El romance del Aniceto y la Francisca, de Leonardo Favio. "Los distribuidores no quisieron dármela. La estrenaron en el Paramount y en el Libertador, pero como pusieron sólo 4000 personas en la semana del estreno, salió de cartel rápidamente. Después me vino a ver el distribuidor, Bernardo Zupnik, y me pidió por favor que pasara la película. En la primera semana, llevé 8000 personas a mi pequeña sala. Fue una locura. Duró meses en cartel y Favio estaba contentísimo."
Kipnis ya había dejado de ser un empleado. Con sus socios, construyó un pequeño imperio. Después del Loire apareció el Losuar, casi en la esquina de Corrientes y Callao. "La gente creía que Losuar era el nombre de una abadía francesa, pero era un nombre inventado por mí, con las primeras sílabas de la frase 'lo supremo en arte'. Arrancamos con La danza de los vampiros, de Roman Polansky. Ya la habían dado en el Metro y sólo habían ido a verla 200 personas. Ganó la fama de la que todavía goza entre los cinéfilos porteños en el Losuar, donde se agotaban las entradas."
El último "lo" fue el Lorange, en la galería de Corrientes y Uruguay. El Lorca se les coló en las carteleras, pero era de otro propietario. En los años 60 y 70, el Cine Arte, de Diagonal y Corrientes, le presentó batalla a Kipnis. "Apuntábamos a un público parecido. Hubo una guerra y yo comencé a poner en mis programas una cosa antipática: 'El Lorraine crea, no imita'", recuerda.
El ocaso del Lorraine llegó con el proceso militar, pero de un modo u otro Kipnis siguió adelante. Desde hace diez años es director artístico y programador de los cines Plex, del productor y amigo Marcelo Morales. Kipnis elige las películas y sigue, como siempre, diseñando a mano los programas. Lamentablemente, el primer cine de esta cadena, el Dúplex, de Caballito, está cerrado por un problema de alquileres. "Los vecinos se han movido mucho para reabrirlo. Juntaron miles de firmas. Ojalá lo podamos reabrir", dice. Quedan otros tres: el Arteplex de Villa del Parque, el de Belgrano y el del Centro, que ocupa el predio que en los días de la guerra de los cines pertenecía al Cine Arte, sin "plex".
"¿No vio Le quattro volte, de Michelangelo Frammantino? Es una maravilla, sin palabras. La gente venía y pedía 'una entrada para la muda'. ¿Quién se hubiera animado a estrenar esa película si no hubiéramos estado nosotros? En las funciones privadas en las que vi Las alas del deseo, El baile y la reciente Katyn, de Wajda, los exhibidores se iban. Quedaba yo solito, un solo interesado. Hoy en día hay un montón de grandes películas que no llegan. Es muy difícil encontrar salas. Pero yo sigo siendo optimista. Como decía André Malraux, todos los días se vaticina la desaparición del cine artístico, pero el cine, lo mismo que el sol, siempre vuelve a salir al día siguiente."

En la cubierta del Titanic

Semana de extremo sobresalto. Por dos veces, la prima de riesgo española rompió sus límites máximos, en el preciso momento en que el estado salía a vender bonos. Bolsas en caída libre, y gobierno de vacaciones. Escena clave: el Presidente de gobierno, el primer día de vacaciones se ve obligado a volver a discutir con su gabinete. toman alguna resolución, el mercado se calma brevemente...y el presidente vuelve a sus vacaciones. Al día siguiente, la explosión de nuevo. Adiós descanso. ¿Y el candidato vigente, el autodenominado "lider virtual"? Ni una palabra registrada sobre el trance en curso...¿no es su problema?
Segunda escena: Radio 1, la radio estatal, y las televisiones de aire (RTV1 o TV3, por ejemplo), como siempre, hablan de los sucesos del viernes dando por hecho que todo se ha calmado porque "el BCE estaría comprando deuda española e italiana". Y entretanto, el gobernador del Banco Nacional de Bélgica (BNB) y consejero del BCE, Luc Coene, declara a una emisora belga (en palabras de El Economista):
"El BCE está listo para hacer los esfuerzos necesarios para ayudar en esta situación, pero es necesario que los países adopten medidas, si no sería como echar agua en un cubo con un agujero", explicó Coene en una entrevista con la emisora belga La Premiere.
"En el caso de España e Italia, estas compras no tienen sentido si las políticas adoptadas no van en la buena dirección", señaló el banquero, quien aseguró que, antes de que Europa se involucre, debe producirse un "esfuerzo a nivel interno", ya que, en su opinión, "lo primero es convencer a los mercados de que se aplican las medidas adecuadas".
De hecho, el gobernador del banco central belga reconoció que el BCE reactivó su programa de compra de bonos en el día de ayer, aunque ceñido a la deuda de Irlanda y Grecia, un movimiento que, fijándose en la reacción de los mercados "es evidente que no funcionó".
"Ante la falta de credibilidad, los mercados piensan que lo peor está por venir y toman la iniciativa en un intento de desprenderse de sus carteras de bonos, pero el problema es que no encuentran compradores y se produce un efecto de bola de nieve", explicó.
Coenen podría ser uno de los cuatro miembros del consejo del BCE que votó en contra de volver a poner en funcionamiento dicho programa de recompra, a tenor de la información recogida por Reuters.
Según han informado a la agencia fuentes oficiales, entre los cuatro reacios se encontraban dos representantes de países del Benelux -Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo-. Además, votaron en contra el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, y el economista jefe del banco central, el alemán Juergen Stark.
¿Esto no es bailar en la cubierta del Titanic, a la vista del iceberg?