sábado, noviembre 24, 2012

Vivienda: Todavía esperando

Juan Fernandez Robles, colaborador de El Economista y especialista en bancos, escribe algunas reflexiones sobre el interminable problema de las hipotecas en España, que tienen la virtud de balancear responsabilidades, repartiendo cargas entre deudor y acreedor, pero, inversamente a lo que parece predominar entre las primeras figuras políticas españolas, poniendo el acento en la responsabilidad que le cabe al banco. En momentos en que continuamos viendo aspirinas frente a un cáncer, no está de más transcribir sus afirmaciones:
En España, la división es nuestro estado natural, de tal suerte que ya tenemos un nuevo motivo para estar divididos: la legislación hipotecaria. Hay quien defiende que modificar esta legislación tan antigua incorporando la dación en pago sería como volver a cortarle la cabeza a Cicerón: secaría el crédito hipotecario para siempre y los costes de las hipotecas serían, por ello, insoportables.
Creen que hemos alcanzado el cenit de la perfección legislativa y que cualquier modernización supondría un desastre. Por otro lado, tenemos el buenismo que piensa que está justificado que alguien adquiera una vivienda endeudándose y, si no la puede pagar, el banco debe más o menos regalársela para evitar que se quede en la calle, pues se confunde el derecho a la vivienda con el derecho a la vivienda en propiedad.
Es evidente que no puede incentivarse el impago de hipotecas, pero también lo es que la normativa ha fomentado que los bancos no valoren prudentemente las garantías. Al superponer la garantía personal a la real, los bancos no atendían ninguna de las dos. En la valoración de la garantía personal podrían ser poco estrictos, ya que había garantía real; pero en la valoración de ésta lo eran también al confiar en la garantía personal.
Así, nos hemos encontrado en la situación de que hay un conjunto de clientes cuya garantía personal no da para pagar la hipoteca realizada sobre un inmueble que no vale lo que se dijo que valía. Pero la ley española de este desfase no hace responsable al banco, sino al deudor.
Los bancos son profesionales de dar créditos y manejar fondos ajenos, de tal suerte que son corresponsables del resultado de los mismos, sobre los que tienen que realizar provisiones renunciando a sus beneficios para no perder los recursos ajenos que manejan. Se olvida que una de las normas que ha de cumplir un banco que da crédito es tener en cuenta la capacidad de pago del cliente, y, si un prestatario resulta sobrendeudado, el banco que colaboró a ello ha incumplido la normativa legal y profesional. Esto no libera al prestatario de su obligación de pagar, pero sí puede matizarla en tanto en cuanto el banco debería haberle asesorado, como experto, de la inconveniencia de realizar tal operación y no autorizarla.

Buscando culpables

Dicen que la actual situación del sistema financiero es culpa de los bancos, pero muchos piensan que también es culpa de los clientes que tomaron esos préstamos impagables. Jamás la culpa puede ser del cliente por la sencilla razón de que cada uno pudo pretender hacer un acto individual irresponsable, pero quien tenía que evitarlo y no entregarle fondos que no eran mayoritariamente suyos, sino de sus depositantes, era el banco.
Porque se habla de los clientes sobrendeudados y se les tilda de irresponsables cuando su situación deviene de un dinero que se les entregaba barato, fácil y casi sin mirar a costa del endeudamiento del banco en los mercados mayoristas, realizado barato, fácil y sin mirar. Resulta que los bancos no miraban ni a un lado ni a otro de su balance y su único objetivo era que engordara. Vemos que ha habido, pues, muchos irresponsables, pero sin la irresponsabilidad de los bancos jamás nadie más podría haberlo sido.
Así las cosas, algunos clientes han llegado al suicidio, sin que sepamos que se haya suicidado ningún banquero o directivo bancario por la vergüenza de haber hecho las cosas tan mal. Tampoco ha ocurrido semejante desgracia entre los miembros del anterior Gobierno, que veían y amparaban estas malas prácticas y sus consecuencias macroeconómicas, ni entre los responsables del Banco de España, que sabiéndolas las consentían. Pero, claro, el culpable único es, obviamente, el deudor, y debe quedarse no sólo sin vivienda, sino con una deuda de por vida.
Las entidades llamadas sanas, que tan bien dicen que hicieron las cosas, quizás no deberían haber consentido una explosión del mercado de esa naturaleza, hablando en los foros adecuados y convenciendo al Gobierno y al supervisor de los riesgos sistémicos que se les venían encima. Encogerse de hombros o retirarse a tiempo no es una opción digna para quien dice saber lo que hacía. Ahora es un momento idóneo para modificar de una vez por todas el mercado hipotecario y los créditos con garantía real, para que jamás vuelvan a producirse los hechos que lamentamos.

¿Y la dación en pago?

Comprometer al banco con el valor del bien evita la sobrevaloración de la vivienda, y eso conviene a la sociedad, pues todos necesitan una. Si la vivienda es más barata, su alquiler lo será, y quizás llegue a producirse el milagro de los alquileres en Madrid dejen de duplicar a los de Berlín.
Si se aplica la dación en pago a los nuevos contratos que se firmen y se eleva el valor de liberación de deuda en caso de adjudicación por subasta desierta para los contratos en curso, desde el 60% actual a un 100 por ciento del valor de tasación, nos vamos a encontrar menos situaciones injustas en las que personas que se han quedado sin su vivienda además cargan con unas deudas enormes a cambio de nada. Eso es una barbaridad, la superposición de garantías lo es, y el Gobierno y la sociedad no pueden permanecer impasibles ante ello.
El mercado está paralizado, poco afectarán los cambios legislativos a su mayor deterioro, y además en los países donde el marco normativo es del tipo que se ha expuesto, ni el mercado se bloquea ni se encarecen los créditos hipotecarios, pues resulta una operación de vinculación del cliente que ofrece beneficios adicionales a las entidades durante toda la vida del préstamo, como la domiciliación de la nómina, las oportunidades de venta cruzada, el uso de medios de pago, etc. La hipoteca es un medio, no un fin. El verdadero negocio está en financiar la promoción y en la relación establecida con el hipotecado.
Si el Gobierno tuviera el valor de hacer una ley justa, limitaría los intereses de demora, las costas judiciales y daría la oportunidad al hipotecado de ser tratado con equidad, sin que su vida se vea destrozada sólo por no poder pagar una hipoteca, arrastrando deudas y sin disponer del bien por el cual las adquirió. Y no hablamos sólo de desempleados de larga duración y personas sin recursos que han tocado fondo, sino de muchos autónomos y ciudadanos de clase media con otros ingresos susceptibles también de ser embargados, convirtiendo la compra de casa en un error carísimo.

Un parche inservible

El decreto aprobado no es sino un parche para salvar la cara, pero ni aborda la cuestión de fondo ni piensa en el conjunto de los ciudadanos. Mantiene la injusticia del sistema con una nueva patada hacia adelante. ¿Tiene algo que ver ser maltratado con no pagar la hipoteca? En qué falta de seriedad caen y recaen nuestros Gobiernos que, incapaces de diseñar sistemas equitativos, fragmentan la sociedad incentivando a pertenecer a los colectivos más desfavorecidos más que a valerse por uno mismo sin ser estafado por el sistema.
Otra oportunidad perdida para liberar a los esclavos hipotecarios, incluida la clase media a la que todo se le pide y nada se le da, ni tan siquiera un procedimiento ejecutivo justo que limite los intereses de demora y con unas costas razonables. El Gobierno no quiere viviendas más baratas, y una adecuada reforma de la financiación hipotecaria con dación en pago abarataría el inmobiliario. Parece que lo que prefieren es que, cuando todo se recupere, se vuelva al disparate especulativo con la vivienda, y si por el camino se queda parte de la clase media no importa, porque lo que hay que ser es un indigente para que el Gobierno se acuerde de que existes.
Juan Fernando Robles

martes, noviembre 20, 2012

Mafalda hoy?

Ana Gerschenson se pregunta, en los blogs del Banco Mundial, y reproducido en America Economía, si las oportunidades de Mafalda eran mayores cuando fue escrita que ahora, y concluye que, en general, sí, sus oportunidades eran mayores. Además, contradictoriamente, el deterioro de las calidad de vida de la sociedad argentina que se reflejan de la comparación, sucede en una época en la que en el conjunto de Latinoamérica la clase media mejora.
Mafalda era una nena que vivía en un barrio de la ciudad de Buenos Aires. Iba a un colegio estatal, su papá era un empleado de oficina, su mamá ama de casa. Tenían un citroen 3CV y ahorraban durante el año para irse de vacaciones a Mar del Plata en el verano.

Protagonista de la célebre historieta de Quino, Mafalda simbolizó durante décadas a la clase media argentina, única en América Latina. Las cosas han cambiado mucho en el país particularmente y en la región en general.

Queda claro al leer un reciente estudio del Banco Mundial en el que se sostiene que la clase media en América Latina creció un 50 por ciento, de 103 millones a 152 millones de personas desde el 2003 al 2009.

La movilidad social, el acceso a la educación y a la salud de calidad eran parte de la vida de la clase media argentina, que llegó a representar al 60 por ciento de la población en los años 60 y fue bajando progresivamente –crisis económicas mediante- hasta su punto mínimo en los 90, cuando sólo representaban el 35 por ciento de los argentinos.

En su estudio se toma como parámetro de definición de clase media a la seguridad económica pautada a partir de un ingreso de por lo menos 10 dólares diarios. En la Argentina las diferencias surgen cuando se compara a la clase media actual con la de la familia de Mafalda, ya que en los 70 la escuela pública era de excelencia y los hospitales decentes.

Hoy los padres de clase media hacen enormes esfuerzos para pagar un colegio privado y consideran obligatorio el gasto de una prepaga médica mensual. Por eso también escasean las amas de casa.

El dato positivo, más allá del caso argentino, es que en América Latina esa brecha tajante entre ricos y pobres se achica por la inclusión que genera el progreso social, que según el estudio del Banco Mundial es el resultado del crecimiento económico, la bajada del desempleo y la caída de la inequidad en los salarios.

Igualmente, aunque la clase media de la región ha agrandado sus filas considerablemente en los últimos diez años, aun queda mucho por incluir, ya que todavía representa el 30% de la población latinoamericana, curiosamente el mismo porcentaje que ocupan las clases más pobres.
En época de Mafalda, su padre tenía un empleo estable, como lo tenían los padres de sus amigos, con todo lo que eso diferencia su época de la nuestra, porque "empleo estable" implicaba una cobertura social hoy  más restringida. La escuela era algo mejor, sin experimentos cada tres o cuatro años, y con mayor continuidad. Por eso, Mafalda no había huído a una escuela privada. Argentina todavía recibía inmigrantes, como lo era Manolito, y no expulsaba a su clase media. Quizá hoy Mafalda hubiera estado en otro país, como tantos otros casos.

domingo, noviembre 04, 2012

De Mansilla a Zeballos

En Relics and Selves, Estanislao S. Zeballos: un desierto para la nación,
Fermín Rodríguez, Princeton University
Lo que va de "Una excursión a los indios ranqueles" de Lucio Mansilla a "La conquista de 15.000 leguas" de Estanislao Zeballos: ocho años , tan cerca en el tiempo y tan distantes en sus concepciones.
En cierto modo, ambos autores fueron hombres de la Generación del 80, aunque mucho mejor dicho, coetáneos. Hay cerca de veinte años entre ellos, y para cuando Zeballos cobró importancia en la vida política argentina, Mansilla ya era un veterano excéptico e irónico, cargando a su espalda el recuerdo de una Argentina que terminó junto con la Confederación. Los pasos iniciales de Estanislao Zeballos los encontraron en bandos opuestos: mientras la familia Zeballos se unió a los pronunciamientos contra Rosas desde el comienzo, Mansilla debió salir de Argentina a su caída, antes de volver a encontrar un lugar en la Confederación. Durante el levantamiento de 1874, mientras Zeballos era encarcelado por su actividad junto a Mitre,  Mansilla formaba parte del Estado Mayor que lo batiera. Zeballos aprendió, acercándose a los vencedores: ambos estuvieron con Roca, ambos concluyeron sus actividades públicas en la diplomacia, y, fundamentalmente, ambos se ocuparon de la frontera con el indio en la  década anterior a la asunción de Roca. Pero sus puntos de vista sobre los indios estuvieron a un mundo de distancia: Mansilla claramente quiso integrarlos, acercándose a sus costumbres, sus pensamientos, su visión. La obra de Estanislao Zeballos fue elaborada bajo la urgencia de los preparativos de la campaña militar final, solicitada por Roca como soporte intelectual de sus planes de batalla, al modo en que los ingenieros militares planean el avance sobre el enemigo. Zeballos piensa en términos políticos, diplomáticos (en realidad ambos escritores compartieron la misma preocupación por las fronteras con Chile), y económicos, planeando los futuros negocios de tierras y bonos, un plan en el que la población debia ser reemplazada por la nueva inmigración. También Mansilla elaboró su obra como fundamento de su estrategia para atacar la frontera sur, pero en esos planes los indios formaban parte de una sociedad integrable, en tanto Zeballos los trató como un problema militar y diplomático, y como un trabajo antropológico de recolector de huesos. Así fue cuando su obra comparaba a la de Lucio Mansilla. Pasando el tiempo, la puesta en práctica de los proyectos de su generación fue cambiando sus ideas, acercándose parcialmente al punto de vista de Mansilla: ya la inmigración no marchaba en el rumbo que los ideólogos del 80 esperaban, y un nuevo nacionalismo le acercaba a las razas indígenas.
A través de sus vidas, existió entre ambos otro punto de contacto: la Guerra del Paraguay. No hay duda que la guerra marcó a todos los que participaron en ella, y su recuerdo pervivió décadas después, como lo muestran Mansilla, con sus recuerdos de campaña, Cándido López con sus pinturas, y particularmente, Estanislao Zeballos. Zeballos, siendo muy joven, quiso visitar el campo de batalla durante la guerra misma, y luego retornó a Paraguay en otras ocasiones, obsesionado con entrevistar a los viejos combatientes del lado vencido. Su trabajo de reconstrucción de la guerra le llevó a confeccionar un archivo de antecedentes monumental, sin llegar a publicarlo nunca.Sobre los motivos de este trabajo obsesivo, dice Liliana Brezzo, invocando memorias del mismo Zeballos en 1907:
Sobre esos años y en relación con tal acontecimiento, Zeballos escribiría tiempo después: “batallones y divisiones formadas en las diversas regiones y provincias que marchaban, el brillo de las armas, la vibración de las músicas marciales, conmoverían hondamente mi espíritu y determinarían sentimientos que no se desvanecerían jamás”. En el año 1869 Zeballos conoció el Paraguay. El ejército argentino acababa de ocupar Asunción y fue a visitarla a parientes y amigos: me hospedé, relataría también años más tarde, "en una ciudad solitaria, donde no vivían sino soldados. Faltaban los habitantes y las familias! En cada uno de esos hogares, abiertos de par en par, con el mobiliario tradicional de la aristocracia paraguaya a la disposición de cualquiera, flotaba un celaje infinito de desolación, de angustia, de muerte… que impresionó hondamente mi alma infantil, Sentí entonces piedad y amor por este pueblo mártir que cuando el ejército argentino acampaba en la Trinidad, peregrinaba y se batía aún por su patria, en la cruzada homérica que terminó en las selvas de Amambay! [...] allí comencé a amar al Paraguay y reclamo para mí el honor de haberme mantenido siempre fiel a mis impresiones de niño. Desde ese momento, cuando contaba apenas 14 años y me era extraña la razón de la guerra, me propuse estudiarla, conocer sus causas, averiguar sus resultados y ponderar sus responsabilidades para los dos pueblos”
Muchos escritos desprecian la trayectoria de Zeballos, fundamentalmente por sus escritos sobre Calfucurá y  los indios de la pampa, o por su actividad de antropólogo en la retaguardia del ejército de línea, tanto más como evoluciona la visión de la campaña del desierto entre los nuevos historiadores, sociólogos o antropólogos argentinos o latinoamericanos. Pero Zeballos es un intelectual sorprendente, por su capacidad de acción, por sus intereses múltiples e inagotables, por su voluntad organizativa. Su posición sobre los indios no era única: era compartida por toda una fracción política, casi por toda una generación. Argentina estaba madura para el gran cambio que arrancó en 1878, y Zeballos sólo expresaba lo que era un plan común. Harían falta más de veinte años de desarrollo para que los dirigentes de su generación encontraran sus límites.