viernes, abril 17, 2009

La inmigración tecnológica en Estados Unidos


Una característica de Estados Unidos fue, desde sus orígenes, la apertura a la inmigración. Como otros países americanos, y quizá Australia, esto ha marcado profundamente su cultura, su modo de vida, y sus logros. Este signo propio del país fue puesto en duda fuertemente a partir del 11M, y su cuestionamiento aumenta ahora con la crisis económica: a la paranoia frente al Islam, se le ha sumado la falta de trabajo, que pone en juicio la ocupación de puestos por extranjeros, y más aún el recorte de actividades para desarrollar tareas en el exterior, es decir, la combinación de outsourcing con offshoring.
Una de las promesas electorales de Barak Obama es la de normalizar la situación legal de muchos inmigrantes, algo que está pendiente desde ya algunos años. New York Times escribe sobre el problema en el área de tecnología, y presenta un cuadro de la presencia inmigrante (legalizada) en Estados Unidos, interesante para analizar su composición por actividades y orígen.
Una corriente contraria a la inmigración se puede entender, pero se trata de una tendencia que va contra los puntos fuertes de Estados Unidos, que fuera siempre capaz de obtener lo mejor de quienes entraban al país, y de integrarlos. Justamente el nuevo presidente es una demostración de que Estados Unidos siempre ha crecido a partir de los aportes recibidos. Por qué fuera posible la integración y no la disgregación, es un fenómeno cultural que seguramente tiene que ver con las raíces democráticas y multiculturales forjadas desde las mismas colonias.
Una revisión de la opinión común americana muestra que esta hoy va en contra de la inmigración. Atendible en el caso del offshoring, errónea en el caso de quienes ingresan al país.
NYTimes enfoca el especialmente importante caso de los inmigrantes tecnológicos:

Immigrants like Mr. Mavinkurve [Se refiere a un caso en particular de dificultades de obtención de visa dentro de Google] are the lifeblood of Google and Silicon Valley, where half the engineers were born overseas, up from 10 percent in 1970. Google and other big companies say the Chinese, Indian, Russian and other immigrant technologists have transformed the industry, creating wealth and jobs.

Just over half the companies founded in Silicon Valley from the mid-1990s to the mid-2000s had founders born abroad, according to Vivek Wadhwa, an immigration scholar working at Duke and Harvard.

The foreign-born elite dating back even further includes Andrew S. Grove, the Hungarian-born co-founder of Intel; Jerry Yang, the Taiwanese-born co-founder of Yahoo; Vinod Khosla of India and Andreas von Bechtolsheim of Germany, the co-founders of Sun Microsystems; and Google’s Russian-born co-founder, Sergey Brin.

But technology executives say that byzantine and increasingly restrictive visa and immigration rules have imperiled their ability to hire more of the world’s best engineers.

While it could be said that Mr. Mavinkurve’s case is one of a self-entitled immigrant refusing to live in the United States because his wife would not be able to work, he exemplifies how immigration policies can chase away a potential entrepreneur who aspires to create wealth and jobs here.

His case highlights the technology industry’s argument that the United States will struggle to compete if it cannot more easily hire foreign-born engineers.

“We are watching the decline and fall of the United States as an economic power — not hypothetically, but as we speak,” said Craig R. Barrett, the chairman of Intel.

Mr. Barrett blames a slouching education system that cannot be easily fixed, but he says a stopgap measure would be to let companies hire more foreign engineers.
Sin duda, puede argumentarse, como sugiere Barrett, que esta necesidad apunta a un problema en el sistema de educación, que comparativamente se ha degradado respecto a otros sistemas del mundo desarrollado. Sin embargo, no puede simplificarse la importancia del aporte extranjero, que seguiría siendo muy positivo aún con un mejorado sistema educativo. Frente a una tradición de continuo ingreso de inmigrantes, crecen las resistencias. Si la historia cambiara, las consecuencias serían de largo alcance, y no sólo internas.

La fotografía, del archivo de Life: Refugees arriving under the Refugee Relief Program, await customs at pier 86. Location: New York, NY, US. Date taken: July 1955. Photographer: Michael Rougier.

Nota: La Nación tradujo el artículo del NYT el día 19-04-2009.

viernes, abril 10, 2009

Una visión pesimista de Europa


Santiago Kovadloff comenta a George Steiner sobre su visión de Europa bajo el engañoso título de "Steiner y la crisis de Europa". Engañoso porque ni uno ni otro piensan en la crisis económica (no sólo económica) sino en otra más profunda, una que toca a cada persona, y que carga tras de sí miles de años de historia colectiva. Esa crisis que se hizo presente en el paso de la Belle Epoque a la primera guerra mundial, que revivió en la barbarie de la segunda guerra, y que no hace más de diez años volvimos a ver en la guerra de los Balcanes.

Es extremadamente urgente que detengamos, hasta donde sea posible, la fuga de nuestros mejores jóvenes talentos de la ciencia (pero también del humanismo), que se marchan atraídos por las edénicas ofertas de los Estados Unidos. Si no se salva el abismo entre ellos y nosotros en salarios, en oportunidades de hacer carrera, en recursos para la investigación y en descubrimiento cooperativo, estaremos, en efecto, condenados a la esterilidad o a la segunda mano."

Esta sombría advertencia no la formula un latinoamericano, sino un europeo. Es la voz de George Steiner la que así se deja oír. A su juicio, lo mejor del Viejo Mundo agoniza bajo la arremetida incontenible de un doble proceso disolvente. Por un lado, la propia ineptitud europea para superar, más allá de las apariencias, sus divisiones internas, su "locura política", como él la llama. "Los odios étnicos, los nacionalismos chauvinistas, las reivindicaciones regionalistas, la limpieza étnica y el intento de genocidio en los Balcanes no son sino ejemplo reciente de una peste que llega hasta Irlanda del Norte, hasta el País Vasco, hasta las divisiones entre flamencos y valones." Por el otro, "la detergente marea de lo anglonorteamericano", cuyo incontenible avance redunda en la implantación de valores uniformes, homogéneos.

¿Quién ignora hoy que su envergadura gana proyección a expensas de la personalidad colmada de espléndidos matices y fecundas diversidades de la cultura europea?

La incapacidad del Viejo Mundo para superar la contradicción interna entre riqueza espiritual y barbarie política, afirma Steiner, no está asegurada por la flamante Unión Europea. Esa profunda escisión constituye el desvelo fundamental de este célebre pensador francés que, ya cerca de los ochenta años (los cumplirá el próximo día 23) sigue ocupando un lugar determinante en la escena intelectual contemporánea. Nacido en París en 1929, su familia se trasladó a Nueva York en 1940. Allí transcurrió su adolescencia. A Europa regresó para cursar estudios universitarios y convertirse, con los años, en "el más grande francés de Cambridge", como lo caracterizó Pierre Emmanuel Dauzat.

Figura magistral en el campo de las literaturas comparadas, no basta decir de él que se ubica entre los profesores más prestigiosos del mundo académico europeo. Excepcional escritor, su prosa de ideas, dotada de una intensa belleza, ha hecho de él uno de los ensayistas ineludibles de las últimas tres décadas. Se diría que no hay asunto que exceda su interés. Dotado de un infrecuente poder articulador (¿qué otra cosa es la inteligencia?), ha sabido tender puentes entre las regiones aparentemente más dispares del saber. Esta misma visión transversal y abierta a múltiples perspectivas es la que le ha permitido captar, con infrecuente hondura, la crisis que abruma a Europa.

George Steiner está persuadido de que el horror sembrado por dos guerras mundiales, a las que él llama civiles, no le ha bastado a Europa para aprender a reconocer su trágica dualidad. La memoria cabal de lo irreparable se extravía, desde hace tiempo, en un consumismo febril. La adquisición desenfrenada de cosas ha ganado el estatuto de una auténtica liturgia. Pero detrás de ella, impermeable al estruendo en que se intenta ahogarla, palpita una realidad que Steiner no olvida: "Europa occidental y el occidente de Rusia se convirtieron en la casa de la muerte, en el escenario de una brutalidad sin precedente, ya sea la de Auschwitz, ya la del Gulag. Más recientemente, el genocidio y la tortura han vuelto a los Balcanes". Y ello por no hablar de las políticas discriminatorias mediante las cuales se administra la presencia de inmigrantes en cuyo padecimiento los europeos no están dispuestos a reconocerse. "A la luz de estos hechos, la creencia en el final de la idea de Europa y sus moradas es casi una obligación moral. ¿Con qué derecho -se pregunta Steiner- hablaríamos de sobrevivir a nuestra inhumanidad suicida?"

De modo que, a su entender, Europa ha perdido ejemplaridad. La cultura no ha logrado promover el retroceso (y mucho menos, la extinción) de la barbarie. Por el contrario, ellas se entrelazan, complementan y coexisten en una simultaneidad escalofriante.

"Europa es el lugar donde el jardín de Goethe es casi colindante con Buchenwald, donde la casa de Corneille es contigua a la plaza en la que Juana de Arco fue horriblemente ejecutada." Las más altas realizaciones intelectuales son, pues, compatibles con la siembra, no menos europea, de una criminalidad sin mengua. "Para mí, la función humanizante de las ciencias humanas -escribe el pensador- debe ponerse seriamente en duda. [?] Al final de mi vida, ésa es mi pesadilla."

Si hay, para George Steiner, una figura emblemática que prueba la intensidad de esa pesadilla es la de Martín Heidegger. El más grande creador de ideas que en el siglo XX produjo la filosofía occidental fue, al unísono, adherente convicto al nacionalsocialismo y su más alta expresión universitaria. ¿A quién, sino a él, cabe aplicar esta sentencia lapidaria del autor de Antígonas : "La cultura no nos vuelve más humanos. Incluso puede insensibilizarnos ante la miseria humana"?

¿Por qué Kovadloff decidió recodar a Steiner?

La fotografía, del archivo de Life: Mr. and Mrs. Michele Mikhailoff, artists from Russia and Jewish refugees rescued from wartime Nazi-occupied Europe who were among almost 1,000 refugees given safe haven by Pres. Roosevelt at Fort Ontario, strolling grounds of the former army post.
Tomada por Alfred Eisenstaedt, en Oswego, NY, US, 1944

viernes, abril 03, 2009

La crisis americana (y más) en fotografías


The New York Times abrió una página dedicada a reflejar la recesión mundial, con gran mayoría de fotografías de Estados Unidos, aunque diga que está abierta a sus lectores "from around the world". La proporción de respuesta de sus lectores americanos es mucho mayor que la proveniente de otros sitios (Buena respuesta desde China, considerando las limitaciones de censura). La página está abierta, con dos sencillas directivas: una fotografía relacionada, y un comentario que la explique. Estimo que alcanzará un tamaño monumental. Recorrer fotos y comentarios da una dimensión profunda del costo humano de la crisis.
Picturing the Recession NYTimes.com readers are sending in their photos from around the world. How do you see the recession playing out in your community? What signs of hardship or resilience stand out? How are you or your family personally affected? Creative ways of documenting the changes around you are encouraged.

jueves, abril 02, 2009

Pensando las raíces de la crisis

Así como la crisis en curso pone de manifiesto graves fallos de control o de manejo de los negocios, así también está despertando y haciendo florecer el pensamiento crítico a sus causas. Tanto en el área de finanzas como en el de la industria automotriz, se ha desatado un amplio debate acerca de causas, consecuencias, y estrategias de recuperación. En Canadá, Henry Mintzberg critica en general el estilo de gerenciamiento americano (America's monumental failure of management), como una de las razones básicas que condujeron al desastre actual. Mintzberg tiene opinion formada sobre este tema, y sobre las escuelas de negocios americanas y su influencia en el mundo empresario. Por lo tanto, aunque su posición está tomada, vale la pena leerlo en este nuevo escenario:

"If you always do as you always did, you will always get what you always got." So goes an old saying. And so goes the American economy.

The problem has become the solution. Americans are now getting from their government what they got from their corporations. The automobile companies are collapsing because of their short-term perspectives and so the government has provided one bailout projected to last a few weeks, and here comes another.

We call this a financial crisis or an economic one, but, at the core, it is a crisis of management. To understand this, consider the mortgage debacle.

How could these mortgages have come to exist in the first place and, worse, how could they have spread to so many of the bluest of blue-chip financial institutions? The answers seem readily apparent. Those who promoted these mortgages were intent on driving up sales as quickly as possible for the benefit of their own bonuses, the ultimate consequences be damned. In fact, they sold off these mortgages as quickly possible.

But how could any serious financial institution have bought this junk - or, more to the point, tolerated a culture of people too lazy or disinterested to realize it was junk? That, too, is simple: These companies were not being managed. They were being "led" - heroically, no doubt - for short-term spectacular performance. The executives didn't know, and the employees didn't care.

What we have here is a monumental failure of management. American management is still revered across much of the globe for what it used to be. Now, a great deal of it is just plain rotten - detached and hubristic. Instead of rolling up their sleeves and getting engaged, too many CEOs sit in their offices and deem: They pronounce targets for others to meet, or else get fired.

'CASH FOR TRASH'

And the new U.S. administration? It rushes in with dramatic actions, paying out "cash for trash," deeming the movement of massive amounts of money around the economy, much of it to prop up dying businesses in the short run. More quick fixes for an economy brought down by quick fixes.

The problem has been evident for a long time. Executive compensation, the most evident manifestation of this legal corruption of management, was labelled scandalous by Fortune magazine more than 20 years ago, and repeatedly ever since, to no avail. While America escalated its love affair with leadership, its corporate leaders singled themselves out for increasingly obscene pay packages, all the while extolling the virtues of teamwork and sustainable enterprise.

Alongside this came all that "downsizing": Fail to make the targets, no matter how profitable the company remained, and out the door went thousands of employees, those "human resources." So conveniently called, in fact, because while managers have to be careful about human beings, they can dispose of human resources like any other resources.

But at what cost? Rather high, because these people carried out much of the critical knowledge of their companies, as well as those companies' hearts and souls. A robust enterprise is a community of human beings, not a collection of human resources.

We have been told how productive the American economy has been. Well, check the way productively is calculated: Firing great numbers of people, and expecting those left behind to carry the load before they burn out, is productive, indeed - until the longer-term consequences show up. They have been partly showing up in the massive U.S. trade deficits. The U.S. economy is collapsing because the American enterprises - and worse still, the country's legendary sense of enterprise - have been collapsing.

To get bailed out yet again, the auto companies have to offer plans. No problem: American companies specialize in making plans. It's the execution that's been the problem. (Remember those grand auto shows, with all their exotic cars that never made it to market? That was "planned obsolescence.") These companies couldn't succeed by doing, so how are they supposed to succeed by planning? The only thing we know for certain is that these plans will result in many more layoffs. That's some way to fix an economy.

What we have is a government that palliates: It provides geriatric medicine to its oldest, sickest enterprises in a country that requires pediatric and obstetric medicine for its young and vibrant enterprises, the ones that create the jobs, not eliminate them.

We hear now about "too big to fail." "Too big to succeed" is more like it. General Motors has been going slowly and painfully bankrupt for decades, managerially as well as financially. The new money will only put off its demise. Americans will have to face this reality sooner or later.

From where I sit, management education appears to be a significant part of this problem. For years, the business schools have been promoting an excessively analytical, detached style of management that has been dragging down organizations.

Every decade, American business schools have been graduating more than a million MBAs, most of whom believe that, because they sat still for a couple of years, they are ready to manage anything. In fact, they have been prepared to manage nothing.

HUBRIS ON A MASSIVE SCALE

Management is a practice, learned in context. No manager, let alone leader, has ever been created in a classroom. Programs that claim to do so promote hubris instead. And that has been carried from the business schools into corporate America on a massive scale.

Harvard Business School, according to its MBA website, is "focused on one purpose - developing leaders." At Harvard, you become such a leader by reading hundreds of brief case studies, each the day before you or your colleagues are called on to pronounce on what that company should do. Yesterday, you knew nothing about Acme Inc.; today, you're pretending to decide its future. What kind of leader does that create?

Harvard prides itself on how many of its graduates make it to the executive suites. Learning how to present arguments in a classroom certainly helps. But how do these people perform once they get to those suites? Harvard does not ask. So we took a look.

Joseph Lampel and I found a list of Harvard Business School superstars, published in a 1990 book by a long-term insider. We tracked the performance of the 19 corporate chief executives on that list, many of them famous, across more than a decade. Ten were outright failures (the company went bankrupt, the CEO was fired, a major merger backfired etc.); another four had questionable records at best. Five out of the 19 seemed to do fine. These figures, limited as they were, sounded pretty damning. (When we published our results, there was nary a peep. No one really cared.)

How much discussion has there been at Harvard about the role it might have played in forming the management styles of graduates who, over the past eight years, have been running America and what used to be its largest company? The school is now reviewing its MBA program, but the dean has made it clear that questioning the case-study method will not be on the agenda.

In this, we have America's problem in a nutshell: the utter absence of collective introspection, whether it be the current crisis, the relationship between the Vietnam and Iraq debacles, even what might have contributed to 9/11, as well as the way it has been compensating and educating its corporate "leaders." The country seems incapable of learning from its own mistakes.

Put differently, the U.S. appears to be in social gridlock. Thanks to vested interests and their powerful lobbyists, as well as an economic, individualistic dogma that has been embraced so thoughtlessly, it is business as usual in America. And beyond: Our planet is becoming as sick as many of these corporations, yet we are being implored to get back to consumption. Fix the problem now; continue to forget about the future. Except this time, we may be consuming ourselves.

No country in the world has been more admired for its capacity to change, to learn with the times. This remains true of technological change; but, on the social front, America seems incapable of changing.

Will Barack Obama be able to change that? I hope so. I fear not. A huge infusion of money may merely stave off the financial crisis while the management crisis continues to fester, masked by this very money. The dean at Harvard said recently that "we must be involved ... in fixing the problem." The U.S. government thinks likewise. How are the perpetrators of this mess supposed to get us out of it? Maybe the rest of the world will have to wake up, finally, to the realization that continuing to follow America's lead may be the worst possible strategy. Do we really need to continue to get what we already have?

Esta visión en un plano general, se hace más aguda cuando los críticos bajan a los detalles. Por ejemplo, en la crítica de la industria automotríz americana. Será en otro momento.