lunes, octubre 31, 2022

Cuarenta años de democracia

 Vargas Llosa, en Conversaciones en La Catedral, comienza su libro preguntándose "¿cuándo se jodió todo en Perú?", remontándose a épocas de Odría, como principio de sucesivos empeoramientos de la vida social y política. Su reflexión es una que podemos hacer para cualquier sitio de América, y el resultado es variable, pero no demasiado.

No recuerdo por donde comenzó a tirarse del hilo; quizá fue al encontrar alguna referencia de Jorge Edwards a propósito de García Márquez y Prensa Latina, quizá a propósito de un reportaje a Vaca Narvaja, o por un artículo en Wikipedia sobre Jorge Masetti. Más probablemente ha sido por la fuerte crítica de Edwards al gobierno cubano en su libro Persona non grata, apuntando a sus rasgos más negativos cuando muchos consideraban un honor aparecer en una foto con Fidel o con el Che. 

Remontando causas y antecedentes, probablemente todo confluye en la irrupción de la revolución cubana en América. Hasta ese punto, la evolución política americana había sido regularmente lineal, con la única interferencia de Italia y Alemania a partir de los años 30 del siglo pasado, su introducción de ideas nazifascistas, la fugaz influencia de sus años de gobierno, y su posterior influencia ideológica en la diáspora de la posguerra, al menos en Argentina, Chile, Paraguay, Brasil. (Roberto Bolaño ha hecho un buen trabajo sobre esta presencia, 1,2).

La gran diferencia entre la influencia nazifascista y la cubano-comunista es que éstos surgieron con el apoyo de los ganadores de la segunda guerra mundial, y los otros, de los perdedores; y sus representantes de peso estaban en fuga. Cuba apareció como otra más de las revueltas de África, Asia, Medio Oriente, y contó con la ciega simpatía de toda clase de intelectuales en toda América, incluído Estados Unidos; y si me guío por lo que aún se puede ver en España, su fama cruzó el Atlántico. Hubo un momento en que fue determinante ("cuando se jodió todo"), y las consecuencias hecharon a rodar y aún persisten, como eco remoto e indeterminado, como el eco del Big Bang.

Los años 60 del siglo pasado vieron aparecer los émulos sudamericanos de Cuba, especialmente a partir del momento en que el Che inició su aventura en Bolivia, con puñados de seguidores en otros países próximos, entre ellos Argentina. A los intentos iniciales (1,2) les siguió una segunda ola de formaciones terroristas, y la simpatía por Cuba y las soluciones violentas pasaron a empapar el pensamiento y las actividades de una parte importante de los intelectuales y las organizaciones políticas de izquierda. La posterior llegada de las dictaduras en casi toda América del Sur completaron un círculo vicioso de falta de respeto por la ley, la convivencia social y la vida. Grados de violencia no vistos antes, cruzando todas las fronteras de la ética; corrupción a cara descubierta y con orgullo, y convencimiento de que sólo por la fuerza, la coherción y el engaño, se logran los objetivos. Y el primer objetivo, enriquecerse. Mirando hacia atrás, permanecen las imágenes de una pesadilla. Argentina, Chile, Brasil...diferentes matices, un campo arrasado.

¿Cuándo comenzó todo? ¿cuándo terminará? Illia y Frondizi, Frei, Quadros, comenzando un ciclo que lleva sesenta años, donde una capa de escándalos y desvíos es cubierta por una nueva diferente pero similar. Cuarenta años de democracia, cuarenta años sin golpes de estado, que se degradan cuando se acerca la vista y se ven las cicatrices: hay quienes se han desacreditado para siempre, voces que no engañan más, y hay quienes no cesan, aunque su cuento suene a muy viejo.



Ciencia y ética

 


Un breve artículo de George Orwell de octubre de 1945, a dos meses del horror de Hiroshima y Nagasaki. Un par de hojas sobre el concepto de ciencia (¿Qué es la ciencia?, en Ensayos, primera edición en castellano de 2015)

Orwell rechaza considerar "ciencia" sólo a las ciencias exactas: su punto de vista es que la ciencia es <<una forma de mirar al mundo y no simplemente un cuerpo doctrinal>> <<un método intelectual que llega a resultados verificables razonando en modo lógico a partir de hechos observados>>. Lo que sigue son sus afirmaciones:

(...) quienes nos dicen que se debe educar a los jóvenes científicamente se refieren, casi invariablemente, a que habría que enseñarles más sobre la radiactividad, las estrellas o la fisiología de sus cuerpos, no a que habría que enseñarles a pensar con más rigor.

Esta confusión semántica, que en parte es deliberada, entraña un grave peligro. Implícita en la exigencia de una mayor educación científica va la tesis de que alguien a quien se haya formado científicamente, abordará cualquier tema de un modo más inteligente que alguien que no hubiera tenido dicha formación. Se da por hecho que las opiniones políticas de un científico, sus opiniones sobre asuntos sociológicos, sobre moral, sobre filosofía, quizá incluso sobre disciplinas artísticas, tendrán más valor que las de un lego.

Esta creencia la refuta Orwell con sucesos todavía más que recientes entonces: 

La comunidad científica alemana en su conjunto no opuso resistencia a Hitler. Puede que Hitler arruinase las perspectivas a largo plazo de la ciencia alemana, pero seguía habiendo los suficientes hombres dotados que llevasen a cabo las investigaciones necesarias en campos como el de los combustibles sintéticos, los aviones de reacción, los cohetes y la bomba atómica. Sin ellos, la maquinaria de guerra alemana jamás podría haber sido puesta en marcha. (...) Más siniestro todavía es que entre los científicos alemanes hubiese quienes se tragaran esa monstruosidad de la <<ciencia racial>>.

La referencia no la limita a los científicos alemanes, sino en general a los científicos durante la guerra (o fuera de ella), incluyendo a los ingleses:

El hecho es que la mera instrucción en una o varias ciencias exactas, aún si va acompañada de grandísimas dotes, no es garantía de una actitud humana o crítica. Buena prueba de ello son los físicos de media docena de grandes países, todos trabajando febrilmente -y en secreto- en la bomba atómica.

(...) Justo antes de escribir esto, he leído en una revista estadounidense que algunos físicos británicos y norteamericanos se negaron desde el principio a investigar sobre la bomba atómica, en vista de lo evidente del uso que se le daría. He aquí un grupo de hombres cuerdos en medio de un mundo de lunáticos. Y aunque no se publicaban nombres, creo que no me equivocaría al suponer que todos debian de ser personas con algún tipo de formación cultural general, con algún conocimiento de la historia, la literatura o las artes; gente, en resumen, cuyos intereses no eran, en el sentido actual de la palabra, puramente científicos.

Extrapolemos estas reflexiones a nuestra época, en el área que se desee: investigación genética, inteligencia artificial, física, desarrollo tecnológico, comunicaciones, sociología. ¿Qué podríamos decir?

La foto, Robert Oppenheimer, primer director del laboratorio Nacional de Los Alamos, en Wikipedia.

De Department of Energy, Office of Public Affairs - Taken from a Los Alamos publication (Los Alamos: Beginning of an era, 1943-1945, Los Alamos Scientific Laboratory, 1986.)., Attribution, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=63668

lunes, octubre 17, 2022

El pensamiento uniforme


Reiteradamente, doy vueltas a comentarios que apuntan a Argentina. Es natural, habiendo nacido y crecido allí: Argentina, Chile y España son parte de mi historia personal. Además, existen hilos que conectan y anudan ideas y escenarios, y este tráfico es un camino de ida y vuelta entre América y España (España y Portugal), hoy tan vivo como lo ha sido en quinientos años. La pobreza o riqueza de la evolución cultural y social es algo que nos afecta a los dos lados. Los fallos y aciertos americanos, pueden llegar a repetirse aquí. Por eso es importante leer, releer, y sacar conclusiones. Sea una explicación de lo que sigue.

Se trata de un artículo de Andrea Calamari para Seul. En los suyos que he visto, hay un esfuerzo reflexivo, de pensamiento original, que rescatan el oficio del trabajo crítico allí donde no abunda. En este caso, conversa a partir de Borges: Se trata de una nota que habla del abismo social y cultural entre la Argentina del siglo pasado, hasta los ochenta o poco más, y la actual. Calamari introduce el problema a través de los reportajes a Borges en distintos medios, abundantes a medida que su fama crecía. De los distintos reportajes, Calamari rescata uno, muy particular, que le hace un estudiante de tercer año de la secundaria, a propósito de una tarea escolar pedida por su profesora (entrevistar a una personalidad). Lo primero que nota es que Claudio Pérez Míguez, el estudiante, elige preguntar a Borges. Luego transcribe el reportaje, cuyas preguntas no desmerecen, y las respuestas son ...Borges. El reportaje merece leerse, y hubiera deseado escucharlo.

Y ahora, las conclusiones de Andrea:

Hay tres cosas que me gustan de esta historia. [el reportaje del estudiante Claudio Pérez]
La primera es todo lo que pasó después y la relación que los unió hasta el ’86, muy larga para contar ahora. La segunda tiene que ver con la estatura personal de Borges. Ya es leyenda que recibía a todo el mundo, aunque Ricardo Piglia insiste en que lo hacía por soledad. Claudio, que lo visitó hasta su muerte y hoy vive en Madrid, no está de acuerdo: “Es verdad que estaba solo, pero conozco un montón de viejos en esa situación que no reciben a nadie”. Y la tercera es la dimensión de la popularidad de Borges por aquellos años. ¿Por qué llamó la atención de un estudiante secundario? Porque era parte del debate nacional cotidiano y no hacía falta haberlo leído para conocerlo. No puedo imaginar algo semejante con ningún escritor en la actualidad.
A medida que su estatura se iba acrecentando en el mundo, en nuestro país se fue convirtiendo en fuente de polémicas; ese era el personaje que conocía cualquier estudiante secundario. A Borges le ponían un micrófono enfrente, le preguntaban sobre cualquier tema, a veces contestaba y al otro día había un titular.

Calamari recuerda a un periodista, Matías Bauso que menciona el ambiente que todavía se vivía en los 70.. 

[Bauso] No es sólo un aficionado a las revistas, hizo una investigación para su libro 78. Historia oral del mundial, leyó todas las publicaciones que encontró y repasó el testimonio de una época: los escritores como figuras de alcance masivo. “Todas las semanas, entre el ’70 y el ’78, en las revistas de actualidad había una entrevista a un escritor”, cuenta. Eran tapa, salían en la tele, los buscaban para hablar de literatura pero también del país, del mundo, de la actualidad. Hermes Villordo, Abelardo Castillo, Beatriz Guido, Silvina Bullrich, Martha Lynch, Dalmiro Sáenz, Mujica Láinez, Bioy Casares, Ernesto Sabato y, el más solicitado, Jorge Luis Borges. “¿Qué autor es hoy una figura pública importante? Alguien que pueda hablar de cualquier tema. Ni siquiera los más consagrados. ¿Qué escritor podría hoy ir a comer a lo de Mirtha?” La pregunta de Bauso es pertinente porque pone la lupa sobre el lugar de los escritores en la sociedad. Eso ha cambiado. Sabemos cuánto pero no cómo.

En la actualidad hay más personas que escriben, infinitos libros publicados, lecturas endogámicas y comentarios condescendientes. No hay debates literarios, diatribas, columnas filosas en los diarios. No hay lugar para burlas. Se está perdiendo el arte de injuriar y debatir. En su lugar asistimos a un intercambio soso de elogios, un discurso demasiado uniforme, a la postulación de identidades y alineamientos antes de empezar a hablar: causas, colectivos, repudios, subsidios y hashtags.

Calamari centra todavía más su crítica recordando palabras de Ricardo Piglia. Ví las clases que recuerda Andrea, y debo darle la razón:

 Las clases que Piglia dio en 2013 en La TV Pública son ilustrativas. Sobre todo la cuarta. En su última clase, Piglia –gran lector de su obra, un especialista– aborda las relaciones entre política y literatura. Lo dice varias veces con distintas palabras: Borges es un problema, un obstáculo, un inconveniente.

Dice Piglia: “Vamos a trabajar sobre historia y política en Borges. Vamos a tratar de ver si podemos encarar esa especie de obstáculo que siempre ha sido Borges. Es un hombre de derecha, sobre todo el Borges que conocemos después de los años ’50. Yo diría que es el último intelectual de derecha. Yo creo que eso lo hemos dicho alguna vez. Es el único que dice las cosas que la derecha no se anima a decir. Por eso lo citan tanto, porque él dice cosas que son muchas veces irritantes y también tienen que ver con su manera de encarar una posición ética, ser capaz de estar en posiciones, digamos, no tan populares.” En un país con una cultura de izquierda, dice, Borges se animó a ser de derecha.

Todos los implícitos que hay en esa afirmación son los que me llevan a extrañar a Borges: la izquierda está bien, la derecha está mal, el peronismo es izquierda, si en Argentina no pertenecés a la cultura mayoritaria y hegemónica, para hablar tenés que “animarte”.

Y contesta Calamari:

Borges no “se animó a ser de derecha”: se animó a señalar el autoritarismo, la verticalidad, el culto al líder, la censura, las persecuciones. Miraba a Europa y no estaba dispuesto a consentir o proponer una complicidad. Como Borges es un obstáculo para la narrativa nacional y popular de buenos y malos, la intelectualidad que consiente prefiere quedarse con las anécdotas, buscar las declaraciones ocurrentes y el humor, para dejar cristalizado el antiperonismo de Borges como una nota de color (“el viejo era un poco gorila, gracias a Perón que lo dejó sin trabajo se hizo conferencista, lo mandaron a trabajar como inspector de aves, qué borgeano todo, jajaja”).
Volviendo a la diferencia de época,

(...) No logro imaginar a Borges en estos tiempos. No acierto a ubicarlo en escena. ¿Qué estudiante secundario lo entrevistaría? ¿Con quién debatiría? ¿De quiénes se burlaría? ¿Cuáles serían sus amigos? No encuentro nada a su altura y, definitivamente, no habría un Bioy con el que pudiera juntarse a comer cada día.

Finalmente, Calamari ironiza con lo que sería la narrativa periodística de unas declaraciones de Borges hoy:

Ahora que repaso en la web recortes y compendios de sus frases para esta nota, caigo en la cuenta de que no puedo imaginarlo a él en el presente pero sí a los titulares. Eso sí, en tiempos de periodismo de declaraciones, nos costaría encontrar sus textuales sin el juicio previo de un egresado de comunicación, un pasante de periodismo, un editorialista compulsivo.

Polémicas declaraciones de Jorge Luis Borges: ‘Estoy contra el fascismo, el marxismo y el peronismo porque esos movimientos son formas del fanatismo y la estupidez’. La CGT prepara un documento de desagravio.

Insólito posicionamiento de Jorge Luis Borges sobre la política: ‘El gobierno es un mal necesario, pero lamentablemente en todas partes el Estado cada vez se torna más molesto’. Intelectuales y dirigentes salieron al cruce.

Repudiable afirmación de Jorge Luis Borges sobre la guerra de Malvinas, a la que comparó con la pelea de dos calvos por un peine. Incluso propuso ceder las islas a Bolivia para que tenga una salida al mar. Se alzan las voces en rechazo.



sábado, octubre 01, 2022

El tiempo (y el ser)

 


Esto lo escribió Gustavo Noriega, el 29 de septiembre, en Seul, con un pequeño homenaje lateral a Godard, y otro probablemente no calculado a Heidegger (Dasein):

(...) Borges es inusualmente honesto. Luego de pasearse a lo largo de diez páginas por la historia de la filosofía occidental y jugar con la idea de que el tiempo es tan ilusorio como el yo o la realidad exterior, le dedica el último párrafo a reconocer que todo lo que está hablando es un juego que nos distrae de nuestra condición efímera, es decir, a estar a merced de ese río impetuoso, unidireccional y puntual que es el tiempo:

And yet, and yet… Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.

Probablemente, este párrafo final es lo más extraordinario que escribió JLB, lo más personal y expuesto. Desde la música de la aliteración insólitamente persistente (irreal, irreversible, hierro, río, arrebata) hasta las citas eruditas pasando por el comienzo en inglés, directo y misterioso: todo suena simple y complejo al mismo tiempo. Lejos de refugiarse en sus bibliotecas, esas líneas exhiben descarnadamente su conciencia de la fragilidad de ser. El vértigo de un cuarentón que comienza a entender que lo que queda por delante es declive y final. Es tan humano ese momento que Godard, el rey de las paradojas, lo utilizó literalmente en el final de Alphaville, en la voz de una computadora (“El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Alpha 60.”).