domingo, marzo 23, 2025

Sarlo en sus memorias


En diciembre pasado, a los ochenta y dos años, murió Beatríz Sarlo , y en estos pocos meses mucho se ha escrito sobre ella, en algún caso con un poco de veneno. Quiero citar el mejor recordatorio que leí sobre ella, escrito por Gustavo Noriega en Seúl. Son comentarios escritos a propósito de la publicación de su último libro, "No entender. Memorias de una intelectual".

Sarlo hizo un camino extraordinario, con dos senderos muy distintos, que pueden dar la sensación de que se iban alejando. Políticamente, como dijimos, abandonó junto a sus compañeros las posiciones más radicales, más extremas, en favor de una moderación y reconocimiento de la democracia que mantenía, cómo síntomas de una formación de izquierda, la desconfianza automática ante cualquier movimiento que no respondiera a la misma tradición y una permisividad natural ante el peronismo. Muy tempranamente descubrió la impostación revolucionaria del kirchnerismo y le hizo frente con elegancia y desdén. La radicalización quedó reservada al mundo del arte, al mundo de las experiencias “que no se entienden”.

Hay mucho más en No entender que este manifiesto en favor del arte “difícil”. La primera persona, la idea de verse en perspectiva, con distancia, en una vida increíblemente rica que va cerrándose, le permite hablar con soltura y dejar ideas muy buenas, pensamientos sueltos, recuerdos. La niña Sarlo que pasaba tardes junto al tablero de su prima que estudiaba arquitectura, la relación natural con la muerte de los animales en el campo, las amistades con David Viñas y Juana Bignozzi, la defensa de la agresividad al discutir y, por extensión, al modo de las redes sociales (“Construyo frases agresivas incluso cuando estoy elogiando […] Por eso no creo en los elogios y creo en las agresiones, que me parecen un signo más confiable de reconocimiento y, sobre todo, de sinceridad”), las fotos, las fotos de niñas, los juegos en la nieve con Rafael Filippelli, el reconocimiento de su sabiduría jazzera, observaciones filosas como cuando recuerda los almuerzos luego de trabajar en Centro Editor de América Latina: “Aprendí a hablar en esas mesas, en las que se tomaban algunos vasos de un tinto oscuro, característico de aquellos años anteriores al refinamiento de los boliches y la conversión de sus parroquianos en enólogos”. Tengo el libro todo subrayado, con muchas frases que me hicieron reír, otras pensar y en algún caso, que Beatriz me perdone, emocionar hasta la lágrimas.

Con Sarlo se va toda una época. Los ’60 están terminando, cerrando su ciclo en la vida de las personas, hasta formar un lejano recuerdo sostenido por otros. A mí me resulta increíble que ya no esté. Confieso que algunas frases las escribí con el temor que ella generaba por sus juicios y su aparente severidad. “¿Le molestará que ponga esto?”, pensé más de una vez. Ya no hay Beatriz, no hay Rafael, ni muchos de los mencionados en este libro más luminoso que crepuscular. Que su lectura sostenga el recuerdo de una personalidad única.

 En su comentario, Noriega señala un límite del libro de Sarlo, que seguramente merece un tratamiento separado:

(...) en la introducción, Sarlo dice que en el libro va a desechar algo que evidentemente fue central para ella: la política. Luego de hacer un resumen de sus posiciones a lo largo de su vida (fue simpatizante del peronismo, militante del marxismo leninismo pro-chino y socialdemócrata sin partido), dice: “No voy a contar esa historia en este libro. (…) No escribí este libro para repetir ideas de libros anteriores y que han aparecido en centenares de notas y entrevistas. No escribí este libro para repetirme, sino para conocer algo”. En otro momento, comentamos aquí sobre las derivas de este grupo de intelectuales de izquierda, nucleados alrededor de la revista Punto de vista, de su aproximación al maoísmo y su reconversión, en el fin de la dictadura, a posiciones liberales, valorizando la democracia burguesa. Señalamos su rechazo a la violencia, incluso en los momentos más álgidos de la historia argentina, y su gran deuda: el analfabetismo y el desdén por el conocimiento económico, un seguidismo del populismo peronista que los diferenció de sus pares latinoamericanos
La foto, en perfil.com

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