Un artículo de Julio Orione sobre la ciencia en Argentina, hace una breve historia que da una visión algo desoladora. Muchas veces se ha elogiado la posición relativa del país en el desarrollo de ciencia y cultura, pero realmente, visto en una reseña, no son muchos los hitos que se pueden defender. La usual reivindicación de Sarmiento como impulsor de ciencia y educación, no rinde un gran número de logros, ni muestra continuidad.
En pocos años, siguiendo la obra visionaria realizada décadas antes por Bernardino Rivadavia, no sólo trajo al país a investigadores de la talla del naturalista Germán Burmeister y el astrónomo Benjamin Gould. También creó la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba con un nutrido conjunto de sabios europeos, celebró los trabajos científicos de Francisco J. Muñiz y auspició la carrera arqueológica y paleontológica de Florentino Ameghino, a quien identificó como el campeón de las nuevas ideas evolucionistas que se expandían por el mundo a partir de la obra revolucionaria de Charles Darwin.Le faltaría acotar a esa enumeración sobre la obra de Sarmiento en una época tan tardía como la que va de 1860 a 1880, que ésta empalidece frente a la iniciativa científica y tecnológica de Estados Unidos, que para entonces todavía era un país emergente, y al estado coetáneo de las sociedades europeas. Es el esfuerzo en educación, y la promoción de la entrada de la innovación técnica a través de concesiones ferroviarias y apertura a la industria europea su logro más importante. Sin embargo, éste es un aspecto que igualmente ha sido cuestionado abundantemente con razón, ya sólo sentó bases para el desarrollo condicionado de los siguientes cincuenta años. Si se sigue el estado de la sociedad argentina de las décadas de 1860 a 1900, no se observa desarrollo tecnológico y científico, sino entrada de capitales y enriquecimiento de nuevas capas de la sociedad. El destacado esfuerzo sarmientino está sobredimensionado, sin dejar de reconocer su mérito: alrededor suyo las cosas no son iguales, y basta leer ejemplos de la literatura de la época para reconocerlo: Payró, el Comandante Prado, Mansilla, Martel, D'Amico no encuentran muchos vestigios de estos esfuerzos en la sociedad que retratan.
Sarmiento desplegó en la Argentina lo que Gerald Holton llamó "el programa de investigación jeffersoniano", una actitud que busca desarrollar investigaciones científicas en consonancia con el contexto de una sociedad dada en un momento dado. El ánimo arrollador del sanjuanino y su visión de futuro le permitieron identificar algunas de esas áreas: el conocimiento del territorio, su historia y sus riquezas, a través de la obra geológica y paleontológica de Burmeister, Muñiz, Ameghino y los investigadores de Córdoba, y la mirada hacia los cielos por medio del observatorio comandado por Gould. Al mismo tiempo, Sarmiento impulsaba a los ganaderos a leer a Darwin para que hallaran en su obra la explicación científica de la selección de especies que ellos hacían de manera empírica.
Hacia finales del siglo XIX, la Argentina vivió un período de extraordinario crecimiento económico que, sin embargo, no tuvo paralelo en la actividad científica. El historiador José Babini llamó a ese período "la crisis científica del 90", cuando el empuje inicial de Sarmiento se enlenteció al no tener continuadores con su misma visión estratégica del desarrollo del país. En un viaje a Estados Unidos, el sanjuanino había advertido que era imperioso diversificar la producción. Pero la explosión de las exportaciones de materias primas ocurrida en el fin de siglo oscureció esas propuestas: las mieses y el ganado parecían la única respuesta a las necesidades de una nación que recibía al mismo tiempo millones de nuevos pobladores provenientes del Viejo Mundo.No es distinto el panorama al entrar al siglo XX. En todo caso es peor; recordar que la Universidad sólo en 1918, con la Reforma "había dado un fuerte golpe al quietismo tradicionalista" y que " la actividad científica no escapaba de marcados enfrentamientos en el seno de las instituciones académicas", revela que las generaciones de educadores e investigadores que hasta entonces hubiera, no brillarían por su innovación y audacia investigativa. No se trata de que existan destellos, sino de que generaciones de educadores e investigadores se acumularan sobre el país.
Probablemente llevado por prejuicios políticos e ideológicos, Orione desvalora y descalifica por "filofascistas" los desarrollos tecnológicos producidos a partir de iniciativas del ejército. Es cierto que los sucesivos gobiernos militares expulsaron generaciones completas de egresados universitarios, especialmente a cualquiera que fuera brillante y opositor, pero también es cierto que en la estructura militar se construyeron una buena parte de los pocos proyectos con continuidad y desarrollo autónomo de la investigación, sea en el acero, en la producción de material de guerra, (aviación, comunicaciones satelitales, proyectiles y cohetes), o en la investigación de la energía atómica, que Orione en este caso reconoce.
¿Qué queda de trabajo cientifico en esta revisión del siglo XX? Algunos esfuerzos de investigación en el ámbito privado, algunos proyectos cuestionados en el ejército, algunos proyectos materializados en la Universidad, y muchos, muchos emigrados. Orione debe tener en cuenta que no sólo se emigró por persecusión política: se emigró mucho más por ahogo de objetivos, por falta de interés en el Estado y en la industria por la investigación, salvo excepciones. Y sí, sin duda, para conducirnos a un presente y un futuro crecientemente ramplón y embrutecido, como lo demuestra cualquier repaso a la actividad nacional. Existen excepciones, y el desarrollo de la industria de software o la investigación en energía atómica son casos destacados, pero lo normal es que las iniciativas sean de particulares, sin un plan orgánico y continuado. Algo nada nuevo. Las clases dirigentes argentinas no ven la necesidad de tener objetivos nacionales, superiores a los intereses de sector o partido. En un mundo tecnológico, comunicado, educado, cada vez más pequeñitos...
La fotografía: construyendo un reactor en el INVAP, en Bariloche.
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