sábado, noviembre 01, 2008

La campaña al desierto, II

El Comandante Manuel Prado ha merecido un pequeño recuerdo en estos días. Prado pertenece a aquellas generaciones que contribuyeron a delinear la Argentina final, la que tuvo una oportunidad y la desaprovechó, la que sentó las bases de este presente que aún sigue por el mismo camino, y que quizá todavía alguna vez se proponga algo mejor.
Como Mansilla, vieron el dominio del indio en el sur, hubieran esperado otro futuro, y advirtieron cómo acababa aquello:
¡Pobres y buenos milicos!
Habían conquistado veinte mil leguas de territorio, y más tarde, cuando esa inmensa riqueza hubo pasado a manos del especulador que la adquirió sin mayor esfuerzo ni trabajo, muchos de ellos no hallaron -siquiera en el estercolero del hospital- rincón mezquino en qué exhalar el último aliento de una vida de heroísmo, de abnegación y de verdadero patriotismo.
Al verse después despilfarrada, en muchos casos, la tierra pública, marchantada en concesiones fabulosas de treinta y más leguas; al ver la garra de favoritos audaces clavada hasta las entrañas del país, y al ver como la codicia les dilataba las fauces y les provocaba babeos innobles de lujurioso apetito, daban ganas de maldecir la gloriosa conquista, lamentando que todo aquel desierto no se hallase aún en manos de Reuque o de Sayhueque.
Pero así es el mundo, "los tontos amasan la torta y los vivos se la comen".
Del capítulo XXII, La Guerra al Malón

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