miércoles, enero 22, 2025

El Diccionario de autores de Cesar Aira

 


Publicado este lunes 19 en Seul: "Un acto de anticipación", firmado por Quintín. Un detallado artículo sobre la reedición del Diccionario de autores latinoamericanos escrito por Cesar Aira en 1984. Sabía que existía ese libro, pero no le había prestado mucha atención, en parte porque todavía no entiendo qué es lo importante de Aira. No leí mucho suyo, y lo que conozco no me entusiasma. Pero este artículo de Quintín me da otra perspectiva, con Aira como crítico: el que puede analizar y desarmar, seguramente también estará capacitado para rehacer. El artículo mezcla la redacción de Aira y las preferencias de Quintín, por lo que hay momentos en que estamos ante el libro que le gustaría leer a Quintín, no el que se hizo.

Puntos que me resultaron interesantes:

A propósito de Elena Garro, a quien elogia y pone por encima de Paz, su visión de la literatura mexicana no muestra mucha simpatía. Aparte de los elogios a Garro, críticas a quien fue su marido, Octavio Paz, así como a Carlos Fuentes, Literatura machista.

Sobre el boom de la "nueva novela latinoamericana":

ésas [1984] eran épocas en las que aún no se había disipado el humo del boom latinoamericano, y los escritores que en su momento tuvieron lugar en esa operación editorial tenían el estatuto de próceres y seguían vendiendo. García Márquez venía de ganar el Nobel en 1982, Vargas Llosa lo ganaría en 2010 y en el mundo todavía se hablaba con reverencia del realismo mágico como producto exótico. En las entradas respectivas, Aira trata al elenco del boom con un tono más cercano al desdén que a la admiración, aunque no deja de señalar méritos cuando los encuentra. Pero en pasajes casi dichos al pasar emite sus opiniones más contundentes. Por ejemplo, cuando elogia calurosamente Yo, el supremo de Roa Bastos y la califica como “una de las pocas novelas realmente buenas de las incluidas en el boom de la literatura latinoamericana”. 

Sobre la industria editorial, mucho que decir:

Su diccionario... se puede leer entero siguiendo el orden alfabético, pero es ante todo la gran obra de consulta para esquivar las trampas que a cada paso construye la industria editorial y académica

(...) no se había disipado el humo del boom latinoamericano, y los escritores que en su momento tuvieron lugar en esa operación editorial tenían el estatuto de próceres y seguían vendiendo

A propósito de Lugones (y de la opinión de Borges sobre él:

Aira interviene en la demolición del viejo canon argentino, especialmente contra la valorización que hizo Borges de Lugones, a quien prácticamente maldice cada vez que lo nombra. Al comentar La guerra gaucha dice: “La insensibilidad literaria de Lugones se manifiesta definitiva e irremediable en este libro”.

...y de Sábato, Cortázar, Mujica Láinez, Silvina Bullrich:

... es contundente en sus reproches a los autores más vendidos de la época, especialmente a Ernesto Sabato y Julio Cortázar, cuyos personajes públicos se toma en broma. Tampoco es muy entusiasta con otros best-sellers de la época, como Mujica Láinez o Silvina Bullrich, de quien, con su habitual ojo clínico, rescata Teléfono ocupado, “deliciosa intriga sentimental que podría haber filmado Lubitsch”.

 Sobre los autores que aprecia:

La literatura argentina que rescata Aira contiene algunos de los grandes nombres del pasado como Sarmiento, Borges, Arlt (“el mejor novelista argentino”), Silvina Ocampo (“de las mejores y más originales cuentistas de Hispanoamérica, en cuya literatura no es fácil encontrarle antecedentes”) y Hernández (aunque cuestiona su canonización por Rojas y Lugones), pero no se entusiasma con la gauchesca ni con el “pensamiento verboso, fatalista y vago” de Martínez Estrada, ni “con la combinación de género fantástico y costumbrismo plebeyo dominada por la ironía paternalista y el desdén” que le atribuye a Bioy Casares.

Autores excluidos:

...excluye expresamente a los que surgieron alrededor de 1965, aunque hace excepciones. En particular las de Manuel Puig y Juan José Saer, quienes empezaron a publicar después de esa fecha y a quienes elogia con cierto entusiasmo, aunque luego cambiaría de opinión con respecto al segundo, como seguramente le ocurrió con otros autores recogidos en el Diccionario. Por otra parte, se la ha reprochado a Aira que excluyera a una serie de escritores algo anteriores a él que alcanzaron estatuto de culto en ciertas capillas: entre otros Ricardo Zelarayán, Osvaldo Lamborghini y su hermano Leónidas, Copi, Juan Rodolfo Wilcock, Néstor Perlongher, Néstor Sánchez, aunque Aira sería el gran divulgador de Lamborghini y después escribiría favorablemente sobre Copi.

La referencia a los que faltan en el recuento argentino sobra, tal como la que en otro momento hace de Bolaños. Simplemente no los tomó en cuenta y es su posición, no las preferencias de Quintin. En realidad Bolaños trasciende después de la redacción del diccionario.

Gombrowicz y Hudson:

Personalmente, me habría gustado que Witold Gombrowicz, de quien Aira escribió favorablemente en esa época, hubiera figurado en el Diccionario. Es cierto que Gombrowicz escribió en polaco, pero fue tan argentino como Guillermo Enrique Hudson, al que Aira le dedica una entrada merecidamente elogiosa, que nació en Quilmes pero escribió toda su obra en inglés. Por otro lado, tengo la sospecha de que Aira no se quería meter en la lucha en el barro que implicaban algunas obras que en ese momento empezaban a discutirse con fervor. O tal vez no tuviera una opinión definitiva. Me gustaría preguntárselo si alguna vez conversamos, así como sobre sus intenciones al proponerse el Diccionario, más allá de que la redacción deja traslucir que le resultó una tarea grata.

Vale lo mismo que otros excluídos: por lo que fuera, Gombrowicz no obtiene una entrada.

Sobre la literatura brasilera:

Como si intentara refundar el Mercosur por otros medios, Aira intentó siempre que se le prestara más atención a la literatura brasileña. La presencia de un segundo idioma en el Diccionario es parte de ese proyecto. Pero la xenofobia argentina con la región se agudiza en el caso de Brasil, a pesar de todos los esfuerzos de la diplomacia cultural en ese sentido. Aira siempre pensó que la literatura brasileña merecía otro tratamiento y en un artículo de 1986, la época del diccionario, se quejó de “la desdeñosa ignorancia que sufre entre nosotros la más rica de las literaturas latinoamericanas”. Tal vez por eso los artículos dedicados a algunos escritores brasileños destilan una contagiosa admiración.

Si un efecto general del Diccionario es el deseo imperioso de leer a ciertos escritores, es imposible no sentirse en falta si uno no ha leído a Machado de Assis, de quien Aira empieza diciendo: “De todos los buenos novelistas que hubo en Latinoamérica en el siglo XIX, ninguno puede ponerse a la altura de Machado de Assis. Su lugar está entre los más grandes. Habría que pensar en Henry James o en Flaubert para incluirlo en la compañía que más le conviene”. La entrada correspondiente habla del autor de las Memorias de Bras Cubas, Quincas Borba y Don Casmurro con el cariño que despierta un pariente que hizo algo importante en la vida. Algo parecido puede decirse de dos autores cuyos libros más importantes (Os Sertoes y Grande sertão: veredas) comparten en el título la geografía y a quienes Aira declara imprescindibles, aunque corresponden a dos siglos y dos posiciones en el mundo literario. Mientras Euclides da Cunha fue un periodista militante que se convirtió en clásico por un único libro fundamental, João Guimarães Rosa fue médico, diplomático y, durante la última parte de su vida, un mago secreto de las letras que alcanzó “la culminación de la novela moderna”. Aira encuentra un particular deleite al narrar la vida de este escritor tan modesto que no se decidía a aceptar su silla en la Academia por miedo a la emoción que podía provocarle (de hecho, cuando lo hizo, murió de un infarto).

En ese artículo, Aira le reprocha a Borges no haber disfrutado de ningún autor brasileño y declara a Brasil como “el país de la nacionalidad triunfante y feliz”, en el que triunfaron “todas las escuelas literarias europeas mientras que fracasaban en los países hispanoamericanos”. Esas escuelas, sostiene Aira, dieron escritores que, en muchos casos, fueron superiores a sus influencias. El artículo termina afirmando que la riqueza literaria brasileña se cortó hacia la segunda mitad del siglo XX y apenas dio escritores útiles para el turismo como Jorge Amado. Aira destaca que Susana Zanetti fue de las pocas estudiosas que trató de incluir las letras brasileñas en el currículum universitario argentino y termina declarando que no cree que la situación pueda revertirse.

 Sobre la literatura chilena

En primer lugar, Joaquín Edwards Bello: Las letras chilenas ocupan una parte importante del Diccionario y Aira hizo con ellas lo mismo que con el resto: separar la paja del trigo valorando a los escritores exclusivamente por su mérito literario. Gracias al diccionario, descubrí a Joaquín Edwards Bello, oveja negra de la familia dueña de El Mercurio, que tras una juventud disipada en París, vivió modestamente del periodismo, no fue funcionario ni diplomático y escribió no sólo El roto, una de las novelas chilenas más notables, sino una colección de extraordinarias crónicas, parientes de las Aguafuertes de Arlt, que abarcan varias décadas. Aira nunca distinguió entre izquierda y derecha a la hora de elogiar y castigar.

Elogia a Manuel Rojas, que no conozco, y critica duramente a  Pablo de Rokha y Carlos Droguett: El problema con De Rokha y Droguett, como bien observa Aira, no es que sean de izquierda, es que son ilegibles: basta hacer la prueba con sus libros tremendos, groseros en un caso, amaneradamente virtuosos en el otro. Aira dice que a De Rokha solo se le daban bien las injurias, aunque “la megalomanía no siempre cumple su función de hacer entretenida la lectura […] en su exceso constitutivo, la poesía de Rokha hoy solo puede apreciarse leyendo salteado aquí y allá”

Como se ha dicho, Bolaños queda fuera del diccionario, sea por horizonte temporal o por preferencias personales.

 La foto, en Wikipedia: De Alfashop22 - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=19580031

viernes, enero 17, 2025

Argentina virreinal: Francisco Hermógenes Ramos Mejía

 


Cuando comenzaron las guerras de independencia (a partir de 1810), España llevaba más de trescientos años en América, y alrededor de 274 en Argentina, si contamos como inicio la primera fundación de Buenos Aires (en 1536), y un poco menos si la cuenta la hacemos por la ocupación estable, con la fundación de Asunción en 1537, y la de  Santiago del Estero en 1553 por la corriente colonizadora del norte. En esos doscientos setenta años corrió mucha historia, en América y en España. Para 1776, año en que se creó el virreinato del Rio de la Plata, su territorio constituía un espacio común e intercomunicado, dependiente del virreinato del Perú, cuyas grandes distancias de hasta dos mil kilómetros hacían de Buenos Aires, Asunción o Santiago de Chile, regiones casi autónomas.Se trataba de una sociedad cerrada, con escaso o nulo contacto con la cultura e ideas de otras potencias europeas, con monopolio económico, que cuidaba celosamente de la injerencia política,  económica o cultural de los rivales europeos, particularmente Portugal, Inglaterra, Holanda, Francia. Para esa época, Lima, Cochabamba, Oruro, La Plata, Buenos Aires, eran ciudades atractivas para la llegada de familias españolas a establecer sus negocios con España desde allí, o a iniciar emprendimientos de comercio, mineros  o agrarios, además de funcionarios destinados a América desde España. Una sociedad criolla basada en españoles afincados en América, emparentados con nativos guaraníes, aymarás, quechuas, se movía entre estas ciudades por sus negocios y creaba una clase acomodada, con acceso a puestos de la administración virreinal. Las nuevas generaciones desarrollaban sus estudios en las Universidades americanas (Cordoba, Lima, Santiago de Chile, Cuzco, Chuquisaca, Concepción), o , si sus posibilidades lo permitían, viajaban a estudiar a la metrópoli. A la vez, familias españolas, como los Álzaga, movieron su residencia a América, especialmente a Buenos Aires a partir de la mayor flexibilidad comercial abierta coincidiendo con la creación del virreinato. Durante el siglo XVIII se produce un ingreso reducido pero contínuo de extranjeros europeos, especialmente italianos, franceses, portugueses, ingleses, irlandeses, como el caso de los jesuitas Falkner (inglés), Cardiel y Strobel (austríaco), Santiago de Liniers (francés), la familia Périchon de Vandeuil (franceses), el médico irlandés Thomas O'Gorman, Guillermo Pablo Thompson, padre de Martín Jacobo, primer marido de Mariquita Sanchez, Domingo Belgrano, italiano, padre de Manuel, por nombrar algunos conocidos. 

Cuba y Brasil eran fuertes centros agrarios, donde se desarrollaron grandes plantaciones de caña de azúcar y algodón con mano de obra esclava, que consumía la carne salada de las pampas, sea legalmente llevada o mediante contrabando. La ganadería en la pampa obtuvo volumen e independencia en el comercio con estos centros. Buenos Aires era puerto de llegada de barcos negreros ingleses (en uno de los cuales Thomas Falkner llegó a la ciudad como médico de abordo). El comercio de esclavos existía desde el siglo XVII por lo menos, fuera autorizado o no: era una buena excusa la llegada de un barco con carga que estuviera averiado, o con una plaga, o cualquier razón que obligara a dejar amarrar en el puerto de Buenos Aires, y que se liquidara la carga mientras se reparaba al barco. Este movimiento comercial fue uno de los principales causantes del interés por Buenos Aires y Montevideo de negociantes españoles y de toda clase de orígenes. Hay mucho más para hablar sobre el contrabando, la decisión de crear el Virreinato del Rio de La Plata, y la aparición de nombres portugueses, ingleses y franceses rondando las puertas de Buenos Aires, que requieren foco aparte.

Estando brevemente puesto en contexto, quería recordar el caso de uno de estos pobladores, que permite medir aquella sociedad: se trata de Francisco Hermógenes Ramos Mejía, que coincide con Falkner, Cardiel y Strobel en su interés por las tierras del sur de Buenos Aires, y en su acercamiento a los indios pampas de la zona de la futura Mar del Plata y las sierras de Tandil. Nunca dispuse de demasiada documentación sobre su vida, pero lo conocido es particularmente interesante. Para peor, una parte de la información que conocía está a miles de kilómetros y décadas atrás. Miro Wikipedia, y hay que hacerlo con cuidado, porque la información parece parcial y a veces, mal respaldada.

Francisco Ramos Mejía nació en Buenos Ares en 1773, hijo de Gregorio Pedro Joseph de Santa Gertrudis Ramos Mejía y Márquez De Velasco, sevillano, y de María Cristina Ross y del Pozo Silva, su madre, hija de escoceses protestantes. Estudió en Real Colegio Seminario de la Purísima Concepción de la Virgen y en el Real Colegio de San Carlos, donde estudiaba toda la sociedad porteña. En 1797 partió al  Alto Perú, a estudiar en la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier de Chuquisaca, y ese mismo año comenzó a trabajar en un cargo en una población cercana, Tomina. En 1801 fue nombrado Juez subdelegado en la Provincia de Pacajes, del departamento de La Paz. por el Virrey Arredondo.

 En 1804 Francisco se casa en La Paz con María Antonia de Segurola y Roxas, de 15 años de edad, hija de Sebastián de Segurola Çelayarán y Oliden y María Josefa Úrsula de Rojas y Foronda. María Antonia aporta al matrimonio una cuantiosa dote en moneda, joyas y propiedades. Es que este Sebastián de Segurola, nacido en 1740, natural de Azpeytia en Guipúzcoa, muerto en 1789 siendo para entonces gobernador intendente de La Paz, había sido en 1780 uno de los principales represores del movimiento de Túpac Amaru con instrucciones directas del Virrey de Perú. De toda la confianza de las autoridades virreinales, llegó a ser tercer suplente del virrey Nicolás Antonio de Arredondo, en el nuevo Virreinato del Rio de La Plata. Visto lo que luego sucede en Buenos Aires, es muy probable que la experiencia de la represión de la terrible sublevación de Tupac Amaru, así como la visión diaria de la vida de los nativos haya hecho reflexionar a Francisco.  

En 1806 muere el primer hijo del matrimonio, y deciden partir a Buenos Aires, vendiendo todas sus propiedades, emprendiendo un largo viaje con personal de sus haciendas y doscientos esclavos desde La Paz en Alto Perú a Buenos Aires. Estos dos años son muy convulsos en la ciudad, debido a los dos serios intentos formales de los ejércitos ingleses de tomar el control de la ciudad. No se puede descartar el peso que sobre su actividad hubiera tenido la resistencia local a la invasión. Sin duda, estos dos años forjaron las instituciones que en 1810 hicieran caer al virreinato. El hecho es que en octubre de 1808, hay registro de su presencia en Buenos Aires, al comprar una gran extensión de campo en cercanías a la ciudad: seis mil hectáreas compradas al hacendado, Comisario de Guerra y Juez Real Martín José de Altolaguirre. La estancia Los Tapiales está en pleno estado de explotación, como lo describe la escritura de la compra. En ella trabaja tres años, asumiendo en 1810 tareas en el Cabildo rebelde (primero Regidor, luego juez de menores, luego alférez real y finalmente alcalde provincial), hasta que en 1816 abandona toda participación en actividad pública.

A partir de 1811 se inician los acontecimientos que marcan la divisoria entre Francisco Ramos Mejía,  y muchos otros hacendados de la pampa: el trato a los indios. En este año, Francisco se interna en el desierto con una partida de personal de su estancia encabezada por su capataz, José Luis Molina, intérprete de lenguas indígenas y soldado de muchas batallas en el sur. Cruzan el río Salado, frontera de los dos mundos, y se dirigen a negociar a  la laguna Kaquel Huincul. Allí compran a los indios pampas   64 leguas cuadradas de tierras en 10000 pesos fuertes: si una legua eran aproximadamente 5,5 kilómetros, una legua cuadrada serían unos 30 kilómetros cuadrados, y 64 leguas, 1920 kilómetros cuadrados, es decir 192000 hectáreas. Es la primera vez que alguien compra tierra a los indios, reconociéndoles su propiedad, al menos su usufructo. El acuerdo no acaba aquí: Ramos Mejía invita a todos los pampas que quisieran a fijar sus tolderías en estas tierras, y los alienta a cultivar: Allí aprendieron a sembrar utilizando el caballo para arar, cosecharon trigo, cebada y maíz, y plantaron árboles (cedros, robles, castaños y frutales). El excedente de lo que producían se vendía en Buenos Aires y su producto les pertenecía. Los aborígenes podían abandonar la hacienda en cualquier momento, ninguna servidumbre los ataba a la tierra o a su dueño. Por otro lado, aquellos que prefirieron no asentarse tenían garantizado el libre y pacífico tránsito [En wikipedia]

A la disposición de Ramos Mejía hacia los indios, se le debe agregar su posición religiosa, una visión personal de la vida cristiana lejana a la doctrina católica, y más próxima al protestantismo, influenciada por el jesuita chileno Manuel Lacunza. Ramos Mejía puso en práctica sus ideas, aplicándolas en la vida de las tribus en sus campos. La distancia a la vida religiosa ordinaria de Buenos Aires, el acercamiento a las tribus pampas, y la molestia de los ganaderos por la amenaza a sus negocios, no sólo generaron rumores, sino que fueron creando las condiciones para darle un golpe a su influencia.

Ramos Mejía llamó a la nueva estancia creada "Miraflores", como otra que la familia Segurola poseyera en Alto Perú. En 1815 recibió la autorización de la compra de las tierras, pero otorgadas "en merced"; sólo en 1819 recibe la propiedad de la tierra. Al formalizarse la compra, encuentra la oposición de Juan Manuel de Rosas, preocupado por la influencia de Ramos Mejía en las tribus indias. Andando los años, la política de Rosas se acercó a estos criterios; pero en 1819 Ramos Mejía era una excepción que contravenía la actividad de los ganaderos. 

1820 fue un año de graves problemas políticos en Buenos Aires, y el gobierno bonaerense trató de liberarse de compromisos en el sur para atender los que sí afectaban entre caudillos provinciales. Así, el gobernador Martín Rodríguez se propuso, contando con Ramos Mejía, alcanzar un acuerdo de paz con los indios. Las conversaciones se realizaron en la estancia de Miraflores. El 7 de marzo de 1820, en representación de 16 jefes indígenas pampas, Ramos Mejía firmó con el gobierno de Buenos Aires el Tratado de Paz de Miraflores, que si bien reconocía la situación existente planteaba una relativa reciprocidad en las concesiones. Así, el artículo 4° del texto del tratado reconocía como nueva línea de frontera las tierras ocupadas por los estancieros, pero estos debían permitir a los indígenas el libre paso por sus tierras. El artículo 5° obligaba a los indios a devolver la hacienda robada, pero los blancos debía respetar los bienes de aquellos. Ramos Mejía se negó a suscribir un par de puntos, como el de que el indio debía ajusticiar a los blancos huidos a su territorio.

Fue firmado por Martín Rodríguez con los caciques Ancafilú, Tacumán y Tricnín, quienes había sido autorizados en las tolderías del Arroyo Chapaleufú a representar también a los caciques Carrunaquel, Aunquepán, Saun, Trintri Loncó, Albumé, Lincón, Huletru, Chañas, Calfuyllán, Tretruc, Pichilongo, Cachul y Limay, y por los caciques firmó Francisco Ramos Mejía.
[En Wikipedia]

Pero hacia finales de año, la montonera del chileno José Miguel Carreras (Carreras merece un trato aparte) efectuó malones en algunas poblaciones de la provincia, Lobos y luego Salto, y esto fue la excusa del gobernador  Martín Rodriguez para destruír Miraflores. Armó una partida de represalia, y en lugar de dirigirse contra la montonera de José Miguel Carrera, que se retiraba hacia San Luis, realizó un ataque contra las tribus amparadas en Miraflores: cuando Rodríguez destacó una fuerza con objeto de capturar a los indios de Miraflores; “éstos trataron de defenderse, pero el Sr. Ramos los disuadió de ello asegurándoles que él conseguiría su libertad. Los indios se rindieron y fueron conducidos prisioneros. Al día siguiente D. Francisco Ramos se dirigió en busca del general con el objeto de obtener la libertad de los indios, y en el tránsito encontró en el campo los cadáveres de más de 80 de ellos. Cuando llegó al campamento se le dijo que habían intentado resistir durante la marcha y había sido necesario usar de las armas [Alvaro Barros, en su libro Fronteras y Territorios Federales en las Pampas del Sur]. Ramos Mejía y su familia son intimados a volver a su estancia de Tapiales, apartándolos de Miraflores. Dice Gabriel Muscillo: Agustín de Elía asegura tener vivo en su memoria el relato de Magdalena Ramos Mexía, hija de Ramos Mejía y abuela suya. Según éste, al enterarse de que el
heresiarca y su familia debían abandonar la estancia por orden del Gobierno, algunos grupos de indios, que representaban a los caciques de las tolderías de Ailla Mahuida y Marí Huincul, se presentaron espontáneamente en Miraflores, disgustados y apenados. FH “los recibió en su casa y los tranquilizó, asegurándoles que nada grave le pasaría, dando de inmediato las órdenes para emprender el viaje. Como muchas tribus querían seguirlo hasta Los Tapiales, se convino en que sólo un pequeño número lo acompañaría, algunas tribus a guisa de escolta únicamente hasta las cercanías de Ranchos; y desde allí, muy pocos indios llegarían al punto final"
. [Gabriel Muscillo, Francisco Hermógenes Ramos Mexía, El Hereje de las Pampas]

Aquí se termina la historia de Ramos: aunque siguió administrando sus estancias, ya no salió de Tapiales, donde continuaron conviviendo con tribus amigas hasta su muerte durante una plaga en 1828. Un último hecho, quizá legendario, sucede con su muerte. Este es el relato de Gabriel Muscillo:

“El mismo día de la muerte de Ramos Mexía su familia inició trámites para darle descanso en un sepulcro edificado en el parque de su chacra. [Como hereje, la Iglesia prohibía estrictamente su inhumación en tierra consagrada, en camposanto]. Dos días con sus noches pasaron sin lograrse el consentimiento para la inhumación. Transcurría ya la tercera noche y Ramos Mexía continuaba entre cuatro hachones en una de las estancias de su casa. Imprevistamente, cuando ya clareaba, ocho indios pampas, de los que llegaron con él desde el desierto y acampaban desde entonces en ‘Los Tapiales’, entraron silenciosamente en el cuarto del túmulo, tomaron la caja en la que Ramos Mexía yacía y marcharon con ella hasta el portalón. Allí la posaron en una carreta y detrás de ella formaron cortejo con toda la indiada que estaba de guardia. El indio boyero movió su picana, chillaron los ejes y la lerda carreta inició su marcha, entre cercos de tunas y plantas esbeltas, con rumbo al desierto. Los indios amigos montados en pelo, con el sol ya alto, cruzaron el río Matanzas y en señal de honra y a sones de duelo siguieron al carro que escoltado entonces por cañas tacuaras y gritos de teros, se perdió a lo lejos.” Mucho nos gustaría suscribir esta poética noticia sobre el destino de los restos de FH. Sin duda, se merecía un funeral indio como el descrito. Sin embargo, Enrique Ramos Mejia cita una libreta con apuntes domésticos, que FH llevaba escrupulosamente, y en la que alguien anotó: “Falleció Francisco Ramos Mejía, 25 años y 10 meses después de su casamiento, alcanzado por la misma fiebre que llevó a sus hijos. Sus restos fueron llevados a su última morada con la modestia y serenidad que él había deseado.” Dicho autor, descendiente directo del Profeta de las Pampas, y que se basa en documentación familiar hasta entonces inédita o poco consultada, nada más agrega sobre el sitio de sepultura.
Que documentación usé:

Wikipedia, en este caso poco fundamentada.

El artículo recopilado por Carlos F. Bunge en Geni, una web de estudios genealógicos

El articulo de Gabriel Muscillo, Francisco Hermógenes Ramos Mexía, El Hereje de las Pampas, y sus referencias a Alvaro Barros, Enrique Ramos Mejía , José María Pico, José María Bustillo, Clemente Ricci

El artíclo de Miguel Ángel Scenna, Un Fraile de Combate: Francisco de Paula Castañeda, en Todo es historia, Año XI, Nº 121, BA, junio de 1977, un poco recordado y otro poco en Muscillo

La base de datos DB~e, de la Real Academia de la Historia.


sábado, enero 04, 2025

El árbol y el bosque

Encarni Bao Aguirre, en su boletín semanal de Las Provincias, este pasado lunes 30 de diciembre:

«Hay que castigar a Europa por todos los medios a nuestro alcance: políticos, económicos e híbridos. Y por eso es necesario ayudar a cualquier proceso destructivo. ¡Vivan las multitudes de inmigrantes que cometen atrocidades y destruyen con odio los valores europeos del arcoíris». La arenga es de Dmitri Medvedev, ex primer ministro ruso y ahora número dos del Consejo de Seguridad Nacional. A falta de hordas de inmigrantes, Rusia hace lo que está en su mano para perturbar la seguridad europea. Cargueros propios o asociados llevan meses arrastrando las anclas por el Báltico y destrozando cables submarinos eléctricos o de telecomunicaciones.

Fuerzas finlandesas abordaron el viernes el petrolero ‘Eagle S’ y comprobaron su capacidad de sabotaje y también su equipo de espionaje de alta tecnología, anormal en un mercante. Es el primer barco de la ‘flota fantasma’ con la que Putin va eludiendo las sanciones occidentales. Y se atrevió con él Finlandia, uno de los últimos en incorporarse a la OTAN. Visto lo visto, la Alianza reforzará su presencia en el Báltico, el mayor punto de salida de petróleo ruso por mar.

La OTAN se mueve despacio y la UE afronta con preocupante calma el próximo episodio de guerra energética. Ucrania interrumpirá el tránsito de gas ruso en cuanto comience el nuevo año, para inquietud de Hungría y Eslovaquia, ambos socios comunitarios. El primer ministro eslovaco, Robert Fico, que visitó recientemente Moscú, amenaza a Kiev con negarle electricidad de emergencia para complementar los daños que causan al sistema ucraniano los ataques rusos. Un servicio por el que Ucrania paga 200 millones al año. Polonia garantiza el suministro si la bravuconada de Fico va adelante pero desde Bruselas, silencio.

O Europa tiene mucha confianza en sus fuerzas, o el árbol le tapa el bosque. 
Este invierno será muy frío.