sábado, noviembre 22, 2025

Traduttore traditore

 


Dice David Bowman, en Zenda (El crimen del doblaje)

“Para muchos españoles, Ramón Langa (reconocido actor, doblador y locutor español) es el sonido de Bruce Willis o Kevin Costner”, se comentaba recientemente en Zenda. El comentario atribuía al fenómeno valores positivos… para disgusto de servidor, que tiene el doblaje por fraude.

El doblaje nunca es bueno: no existe un buen doblaje. El doblaje es un pegote, y su existencia misma un desastre. Se trata de una técnica de último recurso, concebida para maquillar desaguisados, y que en España se impuso por ley después de la guerra para cualquier película extranjera. Una censura disimulada: en la versión española de la película Casablanca, por ejemplo, se hurtaba que Rick, el personaje de Bogart, había luchado por la República Española. La manipulación criminal de los diálogos, cada vez más audaz, dio lugar a equívocos legendarios. Hoy hace hablar “macarra” a los jóvenes afroamericanos y, en resumen, convierte a los actores en monigotes de guiñol. Por su culpa, actores con tanto arte como Patrick Stewart, Kate Winslet, Sophia Loren, Isabelle Hupert o Meryl Streep son perfectos desconocidos en España: el doblaje los ha convertido en marionetas.

 El arma de los actores es su voz. Y su voz su marca al agua, su insignia y su bandera. Una bandera que el doblaje les arrebata. ¿Alguien concibe a Alfredo Landa, José Sacristán o Marisol sin sus respectivas voces? No: sin su voz propia (y sonando, encima, como un anuncio de seguros) son inimaginables. ¿Y a los desaparecidos Paco Rabal, Pepe Orjas o Ismael Merlo? ¿Y a Fernán Gómez, Gracita Morales o Mari Carmen Prendes? Pues no: sin su voz son irreconocibles. Pues exactamente igual en el panorama internacional. ¿Qué decir de leyendas como Gregory Peck, Lauren Bacall o Richard Burton, cuyo prestigio profesional, al margen de su condición de estrellas, pivota en el uso brillantísimo que hicieron de su voz? Una voz no pocas veces corriente y moliente, de andar por casa y jamás de locutor de anuncio… hasta que ellos la convirtieron en arte.

No es casualidad que Richard Burton, con una voz vulgar que él llevaba siempre al nivel exacto de sus personajes, hiciera un Hamlet memorable en teatro antes de ser consagrado como dios por el cine, los dólares y Hollywood. Tampoco es extraño que Lauren Bacall cimentara su aura de femme fatale en una voz que aún hoy suena como cuando arrugas el papel de estraza; debidamente modulada por una actriz llena de recursos, conmovió al cabrón de Howard Hawks, que ya es conmover, y hasta al mismísimo Humphrey Bogart. Y a mí, que heredé de mi padre el culto a La Flaca.

 Gregory Peck, que tenía un físico impactante (y que manejaba con elegante soltura), se beneficiaba también de una voz impactante que gobernaba con similar elegancia. No es extraño que el Destino le reservara personajes que él hizo carismáticos, como Atticus Finch, el Hombre de Boston o los literarios capitanes Horace Hornblower y Acab.

El doblaje, señores, es un delito. Exactamente igual que el robo o la falsificación de moneda. El doblaje es, literalmente, el timo de la estampita. Un escamoteo. Una tomadura de pelo.

No faltará aquí el listo de turno que quiere “entender lo que dicen” sin mirar “cartelitos”. No me parece mal. Tampoco me parece mal que haya quien coma gato.

Pero, por Dios, que no me ofenda afirmando que es liebre.

 Más claro que el agua...El doblaje es hermano de la traducción litararia. Particularmente, si comienzo a ver una película o serie en HBO, Netflix, Prime o cualquier otro servicio similar, tan pronto como comienzo a oirlo doblado, paso a otra cosa. Resulta impasable oír un doblaje, que pierde el dramatismo del sonido original, y oir una voz que trabaja por catálogo: la voz para Dark Vader, la voz para Bruce Willis, para Stallone, que luego oimos pasando un aviso publicitario o doblando otro actor americano. ¿Oir doblada una película italiana con Anna Magnani, una francesa con Pierre Arditi, André Dussolier y Sabine Azéma o una japonesa con Toshiro Mifune o Chishū Ryū? es un crimen sin duda. ¿Oir a Samuel L. Jackson en sus monólogos de Pulp Fiction en otra voz? ¿Oir en castellano a Richard Burton y Elisabeth Taylor en Quien le teme a Virginia Wolf?

La fotografía , en Blog The End

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