viernes, agosto 29, 2025

Mar del Plata


 Nos mudamos a Mar del Plata en 1963. Entonces era una ciudad de alrededor de trescientos mil habitantes, expandida  en los años de guerra y posguerra. Una ciudad de nuevos vecinos, provenientes de todo el país y del exterior, recién llegados para trabajar en la construcción, que crecía día por día, en el turismo, en la industria textil, en la actividad agrícola, en la pesca, que tuvo un momento excepcional durante la segunda guerra. Entonces probablemente era la ciudad que más y más rápido crecía en Argentina.

La vida social era la de una ciudad de provincias: un reducido grupo de notables locales ocupándose de los asuntos oficiales, y un buen número de pequeños comerciantes, agricultores, gente de pesca, hoteleros, y gente vinculada al turismo, participando en las cámaras profesionales, construyéndose en esos años como influyentes. Y una tercera categoría, que ya

entonces era más bien una sombra: los  terratenientes fundadores, llegados desde 1870, ilustres visitantes de los veranos, cuando abrían sus casonas frente a las playas, o en el campo próximo, aquellos que fueran el centro de las notas de sociedad de La Capital, el diario dueño de las noticias y los rumores. Es que Mar del Plata era (y es) una ciudad muy joven, fundada hoy hace solo 150 años, inventada para lugar de veraneo por los ganaderos y operadores de las finanzas que tenían sus campos allí frente al Atlántico. Diseñada primero en los planos y proyectos, y luego en la construcción de su núcleo originario, en el sitio donde años antes Francisco Ramos Mejía tenía sus campos y desarrollaron su experimento de comunidad religiosa con los indios pampas; donde Gregorio Lezama y Juan Nepomuceno Terrero tenían su ganado y luego José Coelho de Meyrelles su saladero y su puerto, un pequeño almacén de campo. De esa factoría nacieron los planes de urbanizar y crear un centro turístico, con el barón de Mauá, Coelho de Meyrelles, y luego Peralta Ramos y Luro, como impulsores. El nacimiento de Mar del Plata es un reflejo del modo en que creció la pampa después de la caída de Rosas, especialmente la provincia de Buenos Aires: oportunos financistas y ganaderos envueltos en negocios de compras de tierras, expropiaciones, ferrocarriles, ganadería, y acciones de proyectos financieros y urbanísticos. Sin embargo, el patrón de planificación de la ciudad sólo tiene semejanzas con el de la ciudad de La Plata: diseñada antes siquiera de fraccionar las tierras, con un objetivo bien planeado. No se trató de una ciudad creada para adelantar las fronteras, ni alrededor de las estaciones de ferrocarril, ni vinculada a colonias de inmigrantes.

Para el comienzo del siglo XX, ese plan inmobiliario era ya una ciudad de veraneo de la sociedad porteña, ideada al modo de los centros de Europa ("La Biarritz argentina"), y la ciudad fue creciendo en población por la multiplicación de servicios. Sólo veinte años después, su intendente comenzó a ser un socialista.

Conocía la ciudad desde niño, ya que mi abuela se mudó allí alrededor de 1950, así como tres de mis tíos. Muchos de nuestros veranos pasaron en su casa,  que probablemente conserve mis mejores recuerdos de niñez: los cientos de revistas de comics heredadas de mis tíos, los pinos de la entrada a la casa de madera, las peonías en el jardín, la música de los Strauss.

Allí hice prácticamente toda mi escuela secundaria y parte de la Universidad, estudiando en la Universidad Católica. Ésta  y la Provincial, por años, fueron la modesta opción local: o la Católica o la Provincial, o emigrar a La Plata o Buenos Aires; los estudios mejor estructurados eran los de Abogacía, Arquitectura, Ingeniería y Agronomía. Había también una facultad de Humanidades, donde se podían estudiar licenciaturas de literatura, historia, filosofía, matemáticas. Un cuadro de profesores local, sin una tradición de Universidad, y un universo de estudiantes sin tradición anterior. Recuerdo notar gran diferencia en el enfoque de estudios comparando con los pocos casos de estudiantes y profesores con experiencia forjada en otras universidades nacionales y extranjeras.

La vida cultural era limitada; un foco provenía de la Universidad, donde crecía con los años una complicidad entre egresados, profesores y alumnos; la biblioteca municipal, donde podías conseguir a Carnap, Russell, Whitehead; la librería Erasmo (Piglia también pasó por Erasmo), la Alianza Francesa. Otro antiguo foco estaba en las visitas de verano, que motivaban encuentros entre amigos de Buenos Aires y unos pocos privilegiados a quienes se abrían sus puertas. Pienso en la casa de Victoria Ocampo, el lugar más antiguo donde esos encuentros se daban, pero también alrededor del teatro de temporada, época de teatro liviano para turismo, pero también de reuniones y encuentros. Pasado el verano, todo ese chisporroteo desaparecía, y quedaba la vida de todos los días; volver al trabajo, a atender la cátedra, a los alumnos particulares, a planear la obra que ocuparía todo el invierno, a encontrarse en el cine club. La ciudad de Aurora Simonazzi, de Cleto Ciocchini, de Flores Kaperoxipi (¿dónde está su pintura marplatense?)

Los años de militares fueron un corte: sea por el ambiente endurecido, o sea por la pérdida de posibilidades económicas, la ciudad, por años, se apagó.  Desde entonces, Mar del Plata fue una ciudad de emigrantes. Primero Buenos Aires, a veces el sur, alguno al extranjero: respirar, olvidar. Con el cambio de siglo y el desastre económico, vino la diáspora: familias enteras a Estados Unidos, a España, a Italia, a Brasil. Todos pagamos un precio.

Para mí, es todo ya muy lejano...después de algunos años en Buenos Aires, nuevo mundo en Chile, en España. Mar del Plata es un recuerdo de la juventud, una vieja luz. Los años 50 y 60 pasaron irremediablemente, y esa ciudad sólo existe en la memoria.

Las fotos: la primera, el puerto de pesca próxima, alrededor de 1980. La segunda, la casa de Victoria Ocampo, convertida en museo, alrededor de 2012.

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