Valiente Noailles habla desde el presente, demasiado preocupado por la historia de unos políticos e instituciones de opereta, pero lo que hoy se observa tienen largos antecedentes. Seguramente va demasiado lejos, pero cuando unos síntomas de desapego, intolerancia, desintegración, degradación cultural, se prolongan por décadas, es hora de preocuparse por el futuro...Hace cuarenta años, Perón pronosticaba que "el año 2000 nos encontrará unidos o dominados". El segundo bicentenario encuentra a Argentina desunida, cruzada por la intolerancia, y dependiente...Ser una nación sigue siendo un desafío. Si indudablemente mucho debería cuestionarse de los fundamentos contruídos en los cincuenta, qué decir de los epígonos, que han desembocado en un presente de circo.¿Qué habremos de festejar en el Bicentenario, si es que ese es el término adecuado? ¿Habremos de seguir aplaudiendo la ruptura de cadenas? Habría alguna razón para festejar si el país, a sus doscientos años, pudiera exhibir, no una ruptura con su origen, sino una adhesión colectiva a un fin. Y eso es lo que no existe, y lo que convierte nuestra independencia en un mero acto formal, porque la ausencia de un fin torna irrelevante la idea de libertad, y el merodeo alrededor del propio destino genera una fertilidad para los experimentos autoritarios intermedios. En una palabra, si a la ruptura de cadenas no se le agrega una finalidad colectiva, una estrategia de futuro, una voluntad común de llegar a algún sitio, lo más probable es que terminemos inventando cadenas nuevas. Lo que de hecho viene ocurriendo, porque lo que está mostrando el país es una sucesiva mutación del autoritarismo. Si en otras épocas de nuestra historia éste estaba concentrado, ahora el autoritarismo es intersticial, y se lo rocía todos los días como un defoliante sobre nuestra democracia.
Si Kirchner no existiera, los argentinos lo habríamos inventado, para parafrasear al historiador inglés A. J. P. Taylor. Es que, en un contexto de ausencia de destino, de falta de políticas de Estado y de ausencia de acuerdos sobre las prioridades de nuestro país, seguiremos expuestos a la emergencia de cualquier experimento político que quiera cernirse sobre nosotros. Tal como inventamos previamente al menemismo y su simpática máquina de triturar la ley. Aunque, a la larga, un solo corazón con el kirchnerismo. Gobiernos que carecen de escrúpulos, atravesados por una corrupción rampante y con una notable falta de respeto por sus representados. Falta de respeto que, en el caso de este gobierno, se ha lanzado a doblegar por los medios que sea a todo aquello que pueda interponerse en el camino de su voluntad, incluidos los otros dos poderes: el Congreso y la Justicia. Si hay que desconocer la voluntad popular mediante la paralización del Congreso, tampoco le tiembla el pulso.
El Bicentenario nos encuentra desunidos hasta tal punto que ni las celebraciones ni las ceremonias religiosas estarán conectadas entre sí. Nos encuentra desunidos a tal punto que no podemos, por el inverosímil cinismo con que se manejan las estadísticas públicas, consensuar las cifras de pobreza que tiene el país, como para enfrentar el problema en conjunto. Nos encuentra divididos entre polos irreconciliables, división que es acicateada metódicamente por el Gobierno, que vive de introducir diferencias categoriales entre los habitantes del país, tal como los fascismos utilizaron en su momento los argumentos raciales, a lo que se suma una ausencia de inteligencia de la oposición para el desarme de esta estrategia. En el Congreso se carece de la posibilidad, no ya siquiera de debatir, sino de hablar el mismo lenguaje. Es una paradoja que el Bicentenario encuentre a un país más inmaduro que el de su Centenario, inmerso en una retroversión emocional y en una nube de necedad que nada disipa.
La imágen: El cuadro de Turner sobre la batalla de Trafalgar, desencadenante de todas las fuerzas latentes en América. En Wikipedia.
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