Rubio Durán describe la larga guerra destacando la actividad de los nuevos pobladores, sus características sociales, y la estrategia de la monarquía en estas regiones, durante un siglo en que la conquista se consolidó y estableció las bases de la futura sociedad criolla, y los antecedentes del futuro divorcio.
Por una parte, nos encontramos con unos grupos indígenas sin una fuerte cohesión entre ellos, salvo para finalidades de defensa común; de agricultura incipiente y de muy baja productividad. Imponer a estos grupos el trabajo sistemático de la explotación en el campo, en los obrajes o en las minas suponía un enfrentamiento directo entre las dos concepciones y sistemas de relación hombre-medio. El indígena se transforma, en consecuencia, en un ser rebelde y combativo.Más adelante conversaremos sobre los informes del Oidor Luján de Vargas, levantados unas décadas después de la larga guerra, que dejan una idea clara de cómo evolucionó esta sociedad colonial.
Por otra parte, el carácter esencial de la colonización en la región viene dado por el factor socioeconórnico y el fuerte sentido señorial que lo domina; factor que contribuye a dar a la estructura social de la zona su fisonomía posterior. Sus cauces de realización material en la Gobernación vienen dados por el sistema de premios que acompaña al esfuerzo conquistador-poblador, y por el consiguiente apego material a los recursos potenciales del área.
Las obligaciones militares que entraña la encomienda determinan también la vida en la frontera. La defensa de la estructura señorial de los pobladores-encomenderos y la de los intereses por potenciar la estabilidad económica que gira en torno al «camino real», principal vía comercial y columna vertebral de la Gobernación, harán que el territorio ocupado inicialmente por esos indígenas se transforme en una zona de guerra fluida, en una verdadera frontera militar.
En una primera fase (1630), un conflicto que surge en la zona central de los valles evolucionará hasta convertirse en uno más generalizado, donde entrarán en acción todos los habitantes del área serrana del Noroeste Argentino. La operación de castigo que el Gobernador determinó contra los indios tucumanenses (1630) y la fundación en pleno valle Calchaquí, por parte del Gobernador Felipe de Albornoz, como reedificación de la antigua Córdoba de Calchaquí, del núcleo fortificado de Nuestra Señora de Guadalupe (1631), significaron la propagación de ese foco local a todo el territorio «... por más de 150 leguas de cordillera hasta llegar a las Jurisdicciones de San Juan de Cuyo y Mendoza...». Las entradas se multiplicaron por varios frentes y por su parte los indígenas llegarán a asediar o asolar ciudades como Salta, San Miguel de Tucumán, Londres, Villarrica y La Rioja. Levantados por el cacique Chelemin, «vinieron a matar cruelísimamente a muchos españoles... incendian estancias y roban ganados...».
Los colonos alternan éxitos y fracasos en las incursiones que realizan, con un número de bajas elevado. Albornoz no puede más que pedir auxilio a las autoridades chilenas, porteñas y altoperuanas. Cinco años después, en el período comprendido entre los años 1635 y 1636, el Gobernador logrará reducir a los últimos indios alzados. La eficacia de su táctica estribó en la división de los frentes, al concederle plenos poderes a Gerónimo Luis de Cabrera en el sector sur y encabezar personalmente la ofensiva en el norte. No obstante, las consecuencias socioeconómicas de esas acciones fueron desastrosas para la región.
No fue suficiente el corto período de paz disfrutado a continuación para rehacer las fortificaciones y la estructura económica y social, y así los indígenas tuvieron oportunidad de alzarse de nuevo en los años 1656 y 1657. Encabezados por el español Pedro Bohórquez. quien fue capaz de engañar a los indígenas haciéndoles creer que era el descendiente del último Inca, y a las autoridades españolas eclesiásticas y civiles prometiéndoles la pacificación de estos grupos rebeldes y sus riquezas.
En esta fase, y en las campañas promovidas por el gobernador Alonso de Mercado y Villacorta, la lucha ha evolucionado, pasando del enfrentamiento en el llano a la contienda en los cerros. Ante las dificultades encontradas en el hábitat serrano, el cambio radical de táctica se hacia necesario. Después de convocar a los vecinos de la Gobernación, marcha a Salta y, en el fuerte de San Bernardo. vence al nutrido grupo liderado por Bohórquez, quien ofrece la paz y es apresado y conducido a la capital virreinal, donde será ajusticiado con posterioridad.
La última campaña se disputa contra algunas parcialidades de quilmes y hualfines que aún están alzados. derrotándolos en 1667 tras su período como gobernador de Buenos Aires.
(...) Al final de esta extensa etapa se observo un importante cambio cualitativo en la región. Geográficamente la frontera seguía siendo la misma, pero a nivel politico—social esta frontera experimento una transformación total. La Corona, responsable en último término de la dominación colonizadora, y con unos fuertes intereses estratégicos en el área, cambió su actitud, asumiendo un porcentaje mayor en los costos de la guerra. Convivieron a partir de entonces la «guerra privada» con la «estatal», y hubo que buscar una forma de resarcir las penalidades de los pobladores participes en el conflicto. El Rey decretó la esclavitud de los indios en virtud cíe la «Guerra Justa» realizada contra ellos.
Las huestes que irrumpen desde mediados del siglo xvi en esta región están conformadas en gran medida por hombres avezados y experimentados en otras empresas realizadas con anterioridad en diversos espacios. Pasan a ser hombres de frontera, encomenderos, pobleros, productores y comerciantes que ahora —con privados recursos, intereses, pertrechos y armas— efectúan
numerosas incursiones por los cerros y serranías del poniente tucumano capturando «piezas» y familias, asegurándose así la mano de obra necesaria para las cada vez más numerosas chacras, estancias y tierras de sementera o invernada que se ubicaron en esos valles.
La mayor parte de los historiadores coincide en señalar la importancia de la superioridad tecnológica de los europeos para explicar, en buena parte, la facilidad con que las escasas y reducidas huestes acabarían con la resistencia indígena. Para ellos, estos conflictos se dilucidan al oponer las espadas, puñales, dagas, lanzas, picas, alabardas, ballestas, arcabuces, bombardas, falconetes y culebrinas de los españoles, frente a los arcos y flechas, estólicas o tiraderas, lanzas, macanas, porras, hachas, boleadoras, hondas, etc., de los indios. Quizas esta afirmación pudiera ser válida para otras regiones, para otras circunstancias, para otras épocas; pero, verdaderamente, durante el siglo xvii, y en la gobernación del Tucumán, este factor no supuso una ventaja sustancial. La balanza se había ido equilibrando poco a poco. Las milicias y tropas que podían reclutarse en un principio por parte de los colonos siempre eran escasas, luchaban en terrenos que conocían menos que sus adversarios, lejos de su país y siempre escasos de capital, equipamiento, pertrechos y armas. Para las parcialidades indígenas de la región ya no eran del todo desconocidas ni las armas de acero y de fuego ni su uso táctico. Les fue posible ofrecer una resistencia eficaz cuando dispusieron de suficiente tiempo y oportunidades para conseguir del enemigo sus armas y copiar sus técnicas militares.
La permeabilidad característica de toda zona de frontera facilita el que desaparezcan diferencias tecnológicas, culturales, ideológicas e, incluso, numéricas. En esta región, para mediados de siglo, ni siquiera podríamos caracterizar los enfrentamientos estrictamente desde la perspectiva de un conflicto étnico. Estos deben ser entendidos como fruto de la resistencia opuesta por un colectivo heterogéneo a un sistema que pretendía su incorporación al mundo colonial mediante una estructura de dominación.
Para estos territorios no servían los esquemas y planteamientos desarrollados en los conflictos peninsulares y europeos, ni tampoco los esbozados en otros enfrentamientos del ámbito americano, en zonas donde no existían unos condicionantes geográficos, sociológicos y económicos tan peculiares. Este factor se tenía muy en cuenta por parte de los pobladores y colonos, hombres asentados definitivamente en la región y que, realmente, determinaban el «Orden Colonial» en el área. En los conflictos, la Corona prácticamente no podía aspirar más que a supervisar las operaciones mediante el envío de gobernadores y maestres de campo, o a enviar visitadores al final de las mismas para hacer adecuada entrega de los premios y mercedes prometidas, o para intentar castigar a los que habían evadido sus responsabilidades. En las relaciones de méritos y servicios, muchas veces, la acreditación certificada de una sólida experiencia en campañas y empresas militares en escenarios europeos, suponía para dichos beneméritos un reconocimiento oficial y la valoración de sus aptitudes y dotes de mando. Se les premiaba con un cargo en América. destinándolos en emplazamientos con conflictos bélicos o donde hubiese que organizar la defensa, en jurisdicciones donde se requería la aplicación de sus servicios, al creerlos capacitados para solventar dichos cometidos. Un buen ejemplo de esto que decimos para la región lo supone el Sargento Mayor D. Alonso de Mercado y Villacorta, caballero de la Orden de Santiago, a quien por Real Cédula de 5 de mayo de 1653, le fue concedido el título de Gobernador y Capitán General de la Gobernación del Tucumán en recompensa por su brillante actuación en la sublevación de Cataluña. Alonso de Mercado, con buen criterio, seleccionó para los mandos de su cuerpo de ejército a Capitanes y Sargentos Mayores avezados en pasadas campañas del conflicto calchaquí, hombres que conocían el territorio y a los enemigos, hombres que defendían intereses enmarcados en el ámbito regional, hombres también de frontera, a los que confiará los tercios en las entradas al valle, a los que pedirá su opinión en reiterados y continuos consejos de guerra, a los que. definitivamente, encomendará la defensa y resguardo de los frentes.
Como ya dijimos, este caso no se puede plantear como un conflicto de blancos contra indios ni de arcabuces contra flechas. Los dos bandos quedaron configurados por colectivos heterogéneos que poseían medios y recursos, sí no iguales, sí equilibrados por factores que complementaron las fuerzas. Es significativo que uno de los más importantes y decisivos instrumentos de la Conquista fueran los mismos indígenas. Los españoles reclutaron con facilidad entre ellos a guías, intérpretes, informantes, espías, auxiliares para eltransporte y el trabajo. leales consejeros y —ante todo— muy eficaces aliados.
Ese fue, por ejemplo, el caso de algunas parcialidades de pulares y tolombones que, circunstancialmente, pactaron con los invasores para luchar contra otros grupos que, como los quilmes, enemigos tradicionales. El otro bando, aunque mucho más homogéneo en cuanto a su configuración étnica, también contaba con excepciones, si bien no muy numerosas, si hastante significativas. Entre los casos más señalados durante el último alzamiento podríamos citar al mestizo Luis Enríquez y. sobre todo, a D. Pedro de Bohórquez Girón o Pedro Chamijo o Francisco Bohórquez o Pedro Hualípa o Inca o Apu o Titaquin...un andaluz que llegó a proclamarse —o a ser proclamado— Rey de los Incas y que dirigió la confederación indígena de mediados de siglo.
1 comentario:
Felicitaciones muy interesante el articulo. Saludos de un informático a otro con similares inquietudes.
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