Desde los primeros días del descubrimiento de América, los reyes habían prohibido a los extranjeros no sólo comerciar sino residir, aunque fuera accidentalmente en estas regiones. Esta prohibición, natural en una época en que se creía que las riquezas y el comercio de un territorio sólo podían ser explotados por los súbditos del soberano del país, había sido sancionada por la autoridad espiritual de la Santa Sede. Alejandro VI, por su célebre bula de donación, imponía la pena de excomunión latæ sentenciæ a cualquier persona que sin permiso de los Reyes de Castilla viniese a negociar a las Indias; y ampliando pocos meses más tarde esta prohibición, la hizo extensiva no sólo a los comerciantes sino a los que únicamente pretendiesen navegar, pescar o descubrir nuevas tierras. Como si esta medida no fuese bastante para limitar la población europea en las nuevas colonias, los monarcas pusieron desde el principio numerosas trabas a los mismos españoles que querían pasar a América. Sólo el Rey y en ciertos casos la Casa de Contratación de Sevilla, podían dar este permiso que era, a lo menos, largo y engorroso obtener. Al que no cumplía con este requisito, se le condenaba a la pena de expulsión del país y a la confiscación de sus bienes, la quinta parte de los cuales debían darse al denunciante. Aun en los principios, estos permisos se daban sólo a los castellanos. La reina Isabel, recordando que el descubrimiento de las Indias se había hecho a costa de los reinos de Castilla y de León, recomendaba en su testamento que sólo a los naturales de estos reinos se les permitiera negociar en los países recién conquistados.Consolidadas las colonias, estas restricciones se relajaron probablemente. Sin embargo, por largos períodos, la proporción de castellanos fue superior a la de otras regiones. Y probablemente, tras la pérdida de importancia de Aragón, el Levante fue particularmente relegado.
Pero esta exclusión no podía ser tan absoluta. Fernando el Católico, originario y rey de Aragón, permitió a sus nacionales, mientras fue regente de Castilla, negociar y establecerse en América. Bajo el reinado de Carlos V se relajó algo más todavía la observancia de las primeras leyes. Este soberano permitió con frecuencia a sus súbditos no españoles, esto es, a los flamencos, alemanes e italianos, el pasar a América y el tomar parte en las conquistas. Las cortes de Castilla, alarmadas con estas concesiones, reclamaron en 1523 y en 1548 contra estos permisos, pidiendo que no se permitiese a los extranjeros el comercio en las Indias. Así, pues, estas restricciones tan contrarias al desarrollo de la prosperidad industrial, y tan desfavorables a los verdaderos intereses del Rey y de sus colonias, no eran, como podría creerse, una organización artificial creada por la ley, sino la expresión genuina de las ideas económicas de la época. Felipe II, sometiéndose a estos principios, que también eran los suyos, sancionó estas prohibiciones.
Isabelo Macías Domínguez, en su libro "La llamada del Nuevo Mundo: la emigración española a América (1701-1750)", destaca la escasísima presencia de valencianos, catalanes y aragoneses entre quienes viajaban a afincarse en América; para el caso de Valencia, Domínguez registra sólo diecisiete personas entre 1701 y 1750, y para Barcelona y Zaragoza, trece. Las razones que propone están todas vinculadas con la pérdida del poder del Reino de Valencia y de Aragón:
Desde el punto de vista de la población, la región estaba bastante deshabitada para comienzos del siglo XVII; por un lado, no había fuerzas disponibles, y por otro, existía campo amplio para la colonización interna. Estas cifras son anteriores a la expulsión de moriscos y judíos, que se cuenta además como razón de la no emigración (Valencia perdió más de 100.000 moriscos y judíos con su expulsión). Ninguno de ellos hubiera estado habilitado legalmente para emigrar a América.
Tampoco los puertos del Levante fueron autorizados para embarcarse; la monarquía castellana no pensó en los puertos mediterráneos como una salida válida hacia América.
Y finalmente, la preferencia de la región "a los compromisos de la monarquía en Europa, el Mediterráneo, y el norte de África": el antiguo predominio obtenido por el Reino lo enlazó al comercio marítimo europeo, y probablemente le privara de participar en la gran transformación ligada a la entrada en América.
Dos o tres siglos después de su esplendor, el Reino de Valencia no tiene adelantados ni conquistadores en la lista de fundadores americanos...
Más allá de esta acotación sobre el área de influencia de Aragón, las cifras de Domínguez son de mucho interés en el análisis de su orígen y destino, pero será para otro momento.
(1) Barros Arana, Historia General de Chile, Tomo segundo, Cap XXI, #3
No hay comentarios:
Publicar un comentario