América era, durante el período histórico europeo y asiático, un mundo en marcha repitiendo lo que probablemente haya sido la prehistoria cercana del ahora Viejo Mundo. Sucesivas oleadas humanas fueron ocupando el sur del continente, formando sociedades de complejidad creciente de norte a sur. Cuando Grecia forjaba ya la sociedad occidental, América comenzaba a usar los metales, a definir la escritura, a pasar de los pequeños poblados tribales a las ciudades y los pequeños reinos. No menos de tres mil años de evolución separaban los dos mundos.
Para la época de la entrada de Europa, América del Sur todavía expandía sus fronteras: el sur, el territorio argentino, tenían aún una muy baja densidad de población, y los pueblos que construyeran las sociedades preincaicas gradualmente introducían cambios culturales en las llanuras del sur. Así, los rastros más evolucionados que se han conservado, se encuentran en el camino de bajada de esa migración social, en la ruta de los pueblos desarrollados entre Ecuador y Bolivia. Esas sociedades sin duda se conocieron, intercambiaron conocimientos y productos, y lucharon entre sí.
Es casi imposible hablar hoy de esos lazos en épocas precolombinas, pero de las crónicas de la colonización se desprende que, estas poblaciones nativas en general neolíticas mantenían intercambios que se extendían de norte a sur, y de oeste a este. El simple hecho de que los exploradores del Rio de La Plata y el Paraná hubieran recibido noticias de la "ciudad de los Césares", indica que las tribus recolectoras del Paraná tenían noticias del imperio Inca, cuyas avanzadas llegaron hasta Córdoba. Mucho se puede recorrer por este camino.
Bolivia y el norte de Chile mantuvieron estrechas relaciones con el noroeste argentino, registradas con claridad por más de dos mil años: las aldeas calchaquíes de La Rioja, Catamarca, Tucumán, registran rastros de intercambios de productos marítimos, del otro lado de la cordillera, así como cerámicas calchaquíes se encuentran entre los pueblos diaguitas del norte de Chile. La nación diaguita se extendía desde Salta hacia el sur, a ambos lados de los Andes. En nuestras visitas al museo arqueológico de La Serena, destaca claramente la similitud entre la cerámica que allí se encuentra, y la que del lado argentino se ha recolectado. Los mapas de yacimientos arqueológicos diaguitas chilenos muestran sus poblaciones marchando de la cordillera al mar, siguiendo el río Elqui y otros (el Limarí, el Choapa), hasta los altos cerros fronterizos. Y del lado argentino, los rastros diaguitas se extienden desde La Rioja hasta Salta. Una amplia región, desde el Pacífico y el norte de Cuyo, hasta casi el altiplano boliviano, y hasta los bordes selváticos de Santiago del Estero, estaban ocupados por un pueblo a medias entre el neolítico y el trabajo de los metales, agrícola, agrupado en familias tribales, viviendo en pequeños y medianos poblados, preparado para la guerra. Esta y otras naciones que durante mil años en oleadas fueron ocupando el noroeste y el centro argentino, se extinguieron en los primeros siglos de la conquista como unidad cultural y social, pero pasaron a formar la base de la construcción de la sociedad colonial ¿perdieron su lengua, sus tradiciones? En parte si, y en parte no: a través de todo el norte subsisten historias, nombres, costumbres, que se remontan mil años atrás.
El consistente “Informe de la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato con los Pueblos Indígenas”, publicado en Chile, estudiando las poblaciones diaguitas de Huasco Alto, descendientes de las culturas de El Molle y Las Ánimas, da una idea de esa continuidad:
En la actualidad la población que se identifica con el nombre de Huascoaltinos, se localiza en asentamientos tradicionales de larga data a lo largo del río Tránsito, donde se encuentran los poblados y localidades llamadas: Juntas, La Marquesa, El Olivo, Chihuinto, Las Pircas, Alto Naranjo, Los Perales, Chanchoquín, La Fragua, La Arena, La Junta de Pinte, La Pampa, Conay, San Vicente, Junta de Valeriano y Albaricoque; cada una con agrupaciones de pocas viviendas. Allí se encuentran sus moradores ancestrales, como las familias Campillay -principal linaje-, Tamblay, Eliquitay, Cayo, Pauyantay, Seriche y Liquitay [61], compartiendo con otras provenientes de Argentina desde el siglo pasado, ya sea de algún criancero-cateador que se quedó a vivir entre esos angostos valles y cerros [6].Estas culturas, acampadas en las montañas y valles precordilleranos chilenos y argentinos, forman la base de la historia y la sociedad de nuestro noroeste, y el del norte chico chileno, más próximas entre sí que lo que las formalidades nacionales declaran. Su historia atraviesa la de las dos naciones.
La primera evidencia de la adscripción étnica diaguita de las familias huascoaltinas, son sus apellidos. Estos se conservan desde siglos atrás y mantienen uno de los apocope distintivo de la lengua kakán: la terminación “ay”. Para Nardi[63], una de las características típicamente kakán, aunque no exclusiva de estos apellidos indígenas, es la terminación “ay”, la que constituye una evidencia para la identificación de los diaguitas del noroeste argentino. Esta terminación dialectal o desinencia, también se encuentra presente en los apellidos y vocablos históricos de los primeros pobladores de los valles de Copiapó, Huasco, y Elqui y específicamente en el huasco alto[64]. Para Latcham, los apellidos de estos indígenas constituyeron una evidencia irrefutable de su pertenencia a la cultura diaguita en tiempos históricos, indicando que los apellidos encontrados en los archivos parroquiales aún son usados por sus descendientes:
“La semejanza y a menudo la identidad de los apellidos es todavía más concluyente (para denominarlos Diaguitas chilenos). Entre aquellos que se han sacado de los antiguos registros parroquiales de Copiapó, Huasco, y La Serena, hallamos muchos que son iguales a los de igual procedencia argentina. De los que todavía se usan en las provincias en cuestión, podemos citar: Albayay, Abancay, Calchin, Campillay, Caymanqui, Chanquil, Casmaquil, Chavilca, Chapilca, Chupiza, Liquitay, Pachinga, Lainacache, Payman, Quilpitay, Quismachay, Sapiain, Talmay, Talinay, Tamango, Salmaca, Chillimaco, etc.” [65].
Refuerza la adscripción diaguita de los apellidos huascoaltinos, el análisis comparativo de la desinencia “ay “ también encontrada en un documento referido al pueblo de Diaguitas en el valle del Elqui, donde el 16 de noviembre de 1764 el maestro de Campo Vicente Cortés, de más de 80 años de edad, nombraba a los caciques y familias cuyos apellidos son Angulay, Zaranday y Guengulay, todos habitantes de los pueblos de Tuquí, Pama, Lumí, pertenecientes al valle de Diaguitas en el Elqui[66]. Igualmente es necesario observar que el apellido Alballay o Aballay, extendido en la zona de Taltal, aparece registrado en el archivo parroquial en el año 1885. En el año 1680 aparece como don Pedro Aballay cacique y mantiene su vigencia y cargo este linaje en la zona de Malfines de Catamarca, difundiéndose después en el lado chileno.
Ricardo Latcham, aunque no nombra la terminación “ay” en su argumentación acerca de las evidencias lingüísticas kakan, que permiten llamar a los indígenas del lado chileno también como Diaguitas, sí nombra otras complementarias referidas a topónimos: “... a ambos lados de los Andes, encontramos nombres de lugares que terminan en gasta o su apócope ga, il, til, qui, quil, ama o cama, ao, ahoho, mar, alá, etc.” En la zona Huasco altino, la evidencia lingüística es un elemento de importancia para el análisis comparativo de numerosos topónimos diaguitas y de otras lenguas. La terminación “ay” también se presenta en la toponimia como ‘Conay’ y ‘Chollay’ referidos a poblados, ríos y pasos cordilleranos. Otros topónimos diaguitas de este territorio son Colimay -Cerro y afluente de la quebrada Chanchoquín-, Chanchoquín -Cerro, paraje asociado a minerales-, Pachuy o Pochay -río Huascoaltino-, Tatul -cordón cordillerano- y Pinte –Quebrada-.
Las evidencias de la continuidad de los apellidos diaguitas a través de la terminación dialectal kakana “ay” en el área del Huasco, se remonta al período colonial. Así en 1535 aparece como señor del Huascoalto el cacique Mercandey(ay) y su hermano en la parte baja. En 1540, tras la muerte de los primeros, aparece el cacique Sangot como cacique del Huasco[67]. En el siglo XVII, aparece el apellido Saguas como cacique mandón del Huasco alto y en el mismo siglo en los archivos parroquiales, se señala para el valle del Huasco los apellidos Quilpatay, Chuñe, Yallique, Cangas y Saguas.
Las noticias de Domeyko se referían a los moradores de las tierras, es decir a los antepasados directos de las actuales familias huascoaltinas. Ya a fines del siglo XIX en las parroquias de Alto del Carmen y San Félix, se registraban algunos de los apellidos diaguitas que aún se conservan y se reconocen actualmente entre los huascoaltinos, especialmente los nombrados en las escrituras notariales de principios de siglo. La continuidad pretérita se verifica en los registros de las parroquias de San Félix y Alto del Carmen, circundantes al territorio huascoaltino. En efecto, en la Parroquia del Tránsito entre los años 1887 y 1889, se anotan los siguientes apellidos: Campillai, Luincara, Lucuima, Liquitay, Cayo, Pauyanta o Payanta, Cayo, Puilpalay o Puilpatay, Bordón. Para la parroquia de Alto del Carmen en el año 1886, se encuentran los apellidos Campillai, Lucuime, Liquitai y Paquilicuime[68]
Es necesario señalar que esta continuidad territorial en el reducto diaguita huascoaltino, debe haber tenido una dinámica interna de permanencia y relevo de población indígena, debido a que siendo un lugar de tránsito interandino e incluso refugio de otras familias indígenas provenientes de otros valles, no pudo estar exenta de recibir nuevos moradores, pero siempre con el consentimiento de quienes eran los amos y señores de las tierras: los diaguitas huascoaltinos
Las fotografías, mejores que las mías, tomadas del museo chileno de arte precolombino.
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