Juan José Hernández no formó parte de las portadas de la literatura argentina, y no conozco toda su obra, pero cada cuento o poesía suya que leí vale la pena. Su escritura comparte rasgos con aquella que se forjó en las provincias, particularmente en el noroeste, de donde Hernández era. Supe de su muerte en 2007, buscando noticias de su obra, que ya no tengo a mano. Sus libros forman parte de lo que quedó en La Serena o Buenos Aires. La Nación le dedicaba esta nota el 23 de marzo de 2007:
Nacido en Tucumán y fallecido anteayer en Buenos Aires, Juan José Hernández fue un escritor que, habiendo estado vinculado a círculos literarios de esta capital, como el grupo Sur, en sus cuentos y poemas no dejó de traslucir el influjo de su tierra natal.Un anónimo publicista le hace más justicia en El Aleph, anunciando un libro suyo en venta en el sitio:
"Cuando yo era chico -recordó alguna vez-, la gente de provincia vivía mejor que ahora, en casas espaciosas, de dos o tres patios y el fondo de tierra con árboles frutales y gallinero. Había lugar para jugar, para recibir amigos (...) El mundo de la infancia, en muchos de mis poemas, gira en torno, o mejor dicho al amparo de la figura materna y de la casa natal, que era como una emanación de ella, de su presencia bondadosa y nutricia."De aquel Tucumán donde nació en 1931, donde asistió a clases de literatura y estudió Derecho sin recibirse, vino a Buenos Aires. Aquí, en 1952 la editorial Botella al mar, fundada por Arturo Cuadrado, le publicó un libro de poemas, Negada permanencia, la siesta y la naranja , en los que abundaban palabras directas, que juzgaba "viscerales" y "salvadoras": girasol, ombligo, saliva, tacto, sangre, semen.
En 1957 publicó un segundo libro de poemas, Claridad vencida . En 1961 ingresó en el diario La Prensa , en la sede tradicional de la Avenida de Mayo, donde alternó por años con figuras salientes del periodismo. Como periodista era conocido por sus dos apellidos, Hernández Ledesma, y entre otros temas, en el diario de los Paz se ocupaba de la información religiosa.
En 1965 apareció su libro de cuentos El inocente , que recibió el Premio Municipal de Narrativa. Y un año después, los poemas Elegía, naturaleza y la garza y Otro verano. En 1969 viajó a los Estados Unidos con la beca Guggenheim. Un año después publicó su primera novela, La ciudad de los sueños , que editó el Centro Editor de América Latina. La trama tiene el trasfondo del ambiente furiosamente antiperonista que conoció cuando trabajaba de periodista en La Prensa . Al morir tenía casi terminada otra novela, en la que había centrado su atención en Gabriel Iturri, un tucumano que fue el secretario del conde Robert de Montesquiou, que sirvió de modelo para el barón de Charlus, personaje de Marcel Proust en su célebre En busca del tiempo perdido.
Hernández estuvo vinculado a José Bianco, secretario de la revista Sur, de Victoria Ocampo, y entre otras figuras literarias con las que trabó amistad se hallaron Silvina Ocampo, Enrique Pezzoni y Alejandra Pizarnik.
En 1977, publicó el libro de cuentos La favorita ; en 1992, La señorita estrella, y en 1996, Así es mamá.
En 2001, Adriana Hidalgo Editora publica Desideratum. Obra poética, que reúne sus poesías entre 1952 y 2001. Incluye también sus traducciones de los poetas Paul Verlaine, Jean Cassou y Tennessee Williams. En 2003, publicó un libro de ensayos, Escritos irreBerentes (sic), en el que su mirada desprejuiciada hacia autores consagrados como Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares comenzaba por un despego deliberado de la ortografía. Colaboró en LA NACION en los últimos años. El 22 de octubre de 2006, apareció en este diario su poema El imprudente.
Negada permanencia (1952), La siesta y la naranja (1952), Claridad vencida (1957), marcan la entrada de Juan José Hernández a la literatura por el camino de la poesía, y esta experiencia poética, aunque aparentemente abandonada, sigue presente de manera innegable en los peculiares tonos y modalidades de su narrativa. El inocente, aparecido en 1965 fue su primera colección de cuentos, distinguida con el Premio Municipal de Narrativa; les siguieron, en 1971 La ciudad de los sueños, novela, y La favorita (1977), también cuentos. Juan José Hernández es de Tucumán, allí nació en 1940 y allí inició su quehacer literario.Sin duda la asociación con Daniel Moyano es adecuada. Uno y otro evidencian que "provinciano" no quiere decir "menor", participando de una corriente de expresión que a través de todo el siglo veinte hizo su camino, frecuentemente ignorada en el negocio literario.
Como Moyano, como Di Benedetto, como Tizón, Hernández hizo de la particular atmósfera del interior una de sus temas, pero con modalidades y perspectivas totalmente ajenas al pintoresquismo o un superficial folklorismo. La narrativa de Hernández se interna en sus relatos en el complejo ámbito de los afectos, con su carga de crueldad, perversión, frustraciones... tejidos, muchas veces, desde la inocencia perdida.
Dada la pérdida de mis libros, y la imposibilidad de recuperar alguno suyo por ahora, en memoria, su cuento Venganza, publicado en WikiLearning:
Todas las noches, antes de acostarse, ordena su colección de objetos preciosos: una araña pollito sumergida en formol, un talismán de hueso que tiene la virtud de curar los orzuelos, un mono de chocolate, recuerdo de su último cumpleaños, y la famosa medalla de su tío, que los chicos del barrio envidian: Alfonso XII al Ejército de Filipinas. Valor, Disciplina, Lealtad.
Su tío la llevaba de adorno, colgada del llavero, pero él insistió tanto que acabó por regalársela. Con su abuela las cosas son más complicadas. En vano le ha pedido aquella piedra que trajo de la Gruta de la Virgen del Valle, el año de su peregrinación a Catamarca. Durante un tiempo agotó sus recursos de nieto predilecto para conseguirla: se hizo cortar el pelo, aprendió las lecciones de solfeo. Su abuela persistió en la negativa. Ni siquiera pudo conmoverla cuando estuvo enfermo de sarampión y ella se quedaba junto a la cama, leyéndole.
Una tarde, mientras bebía jugo de naranja, interrumpió la lectura y volvió a pedirle la piedra de la Virgen. Su abuela le dijo que no fuera cargoso, que se trataba de una piedra bendita y que con reliquias no se juega. El chico, enfurecido, derramó el jugo de naranja sobre la cama. La abuela pensó que lo había hecho sin querer.
Unos días después de este incidente, el chico abandonó la cama y cruzó a la casa de enfrente, donde vive la abuela. Tiene el propósito de sentarse en la silla de hamaca, cerca de la pajarera principal, y terminar Robinson Crusoe. Se siente débil, y el médico ha recomendado que lo hagan tomar un poco de sol, por las mañanas. La casa de la abuela está llena de pájaros y plantas.
En los patios hay jaulas de alambre tejido con cardenales y canarios; a lo largo de las paredes, casales de pájaros finos seleccionados para cría; en el jardín del fondo, pajareras de mimbre con reinamoras. Tupidos helechos desbordan los macetones de barro cocido, y toda la casa es fresca, manchada y luminosa, como con luz cambiante de tormenta. Dentro de las habitaciones, la abuela, dos veces viuda, se consagra al recuerdo de sus maridos y a sus santos de siempre. San Roque y su perro, amparado por un fanal de vidrio, goza de la mayor devoción. Lamparitas de aceite arden todo el tiempo sobre la mesa que sirve de altar; flores de papel y un escapulario bordado en oro, con un corazón en llamas, completan la sencilla decoración.
Allí también está la piedra de la Virgen, brillante de mica y de prestigio.
Sentado en la silla de hamaca, el chico mira a su abuela, que ayudada por la criada riega las plantas, corta brotes malsanos y cambia el agua de las pajareras.
Tiene entre las manos Robinson Crusoe, pero no lee. Piensa en la piedra que nunca será suya, en la negativa odiosa de la abuela. No ha vuelto a hablarle del asunto desde la tarde en que derramó el jugo de naranja sobre la cama. Imposible robársela. Es una piedra bendita. Y quién sabe si al intentar hacerlo no cae fulminado por un rayo como se cuenta de Uzza, en la Historia Sagrada, que tocó el Arca de Dios. El chico quiere leer y no puede. Observa la pajarera principal cuyo techo, de lata verde, imita el de una pagoda china. La abuela y la criada están distraídas regando las hortensias del jardín del fondo. Entonces se incorpora sin hacer ruido y abre una puerta de la pajarera. El primer canario vacila, desconfía, trina, y de pronto echa a volar. Los demás, siguiendo el ejemplo, huyen alborotados hacia los árboles del vecino.
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