El terrible terremoto de Sichuan, como todas las grandes catástrofes, dejará rastros por mucho tiempo. Durante su transcurso se puede ver un grado de solidaridad y participación que destaca en medio del trágico número de víctimas, y una respuesta activa y organizada de la sociedad y de la administración, sea civil, militar, nacional o provincial. Aunque lejos del mucho mayor desastre de Tang-Sang, con 240.000 muertos reconocidos (más de medio millón en fuentes occidentales), una gran diferencia se puede ver fácilmente: la apertura con que se procesó la información en Sichuan, y la disposición a aceptar la colaboración externa que muestra el gobierno actual. Quizá este sea el signo más notable que perdure hacia el futuro. El mundo ha podido compadecer el drama de miles de personas del llano, conociendo su vida tal como es, en la China que vive más allá de Beijing, Shanghai o Guangzhou.
Dos aspectos también visibles, son la real distancia entre la sociedad y economía china comparada con la norteamericana, desde el punto de vista todavía distante, de quién será hegemónico dentro de veinte años. Y, dependiendo de este mismo estado, un aspecto sorprendente, que probablemente a partir de ahora sea corregido: la fragilidad de la construcción, incluyendo la nueva, aquella de la que se esperaría que soportara mejor un terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter. Conocí de cerca un movimiento de intensidad semejante en Antofagasta, Chile, con consecuencias mucho menores. Salvando las distancias de la densidad de poblaciones, de todas formas, sólo en una localidad los daños fueron importantes (Tocopilla). Seguramente podríamos establecer paralelos con resultados semejantes, si comparáramos contra Japón. La política centralizada, las directivas reguladoras, no parecen haber alcanzado a las normas y exigencias de calidad de la contrucción, para un país que convive desde el fondo de su historia con los terremotos. New York Times, en dos artículos (1 y 2) publicados en estos días, muestra una víctima particularmente cuestionable: las escuelas públicas, que dejaron un alto número de niños afectados, en una mezcla de abandono administrativo, desidia de control de calidad, relegamiento de los más humildes, que le ha costado muy caro al régimen gobernante.
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