La foto muestra la ribera uruguaya del río Uruguay, con la vista lejana de Argentina. La tomamos en 1999, durante un viaje de trabajo a Montevideo. Entonces nuestra preocupación eran los errores informáticos del año 2000; y el presidente Vázquez aún era sólo el intendente de Montevideo. Fueron unos días de trabajo, que aprovechamos también para pasear, con la compañía de mi esposa y mis hijos. Fray Bentos era una ciudad tranquila de provincia, con una hermosa playa de aguas cristalinas, donde alquilamos por un día una casa para aprovechar nuestro último día antes del regreso. Una semana de buen trato y trabajo concentrado...
Nueve años después, estamos lejos de Argentina, y los ecos que nos llegan son de confrontación, obcecación y agravio. No sé cuán cristalina estará la playa, ni cuánto habrá cambiado la ribera del Uruguay, aunque tengo indicios de que no tanto. Parece que las plantas papeleras de Finlandia sabe cuidar el medio ambiente mejor de lo que lo hace la industria argentina.
Pero no hay duda de que lo que sí ha cambiado es la relación de las dos poblaciones antes unidas y hoy separadas por el puente. La ciudad de Gualeguaychú se ha convertido a mi vista en la muestra más cabal del estado de enfermedad de la sociedad argentina, una enfermedad que no deja de empeorar desde hace años, ya no sé cuántos, ni tampoco hasta cuánto pueda agravarse.
Hace poco se han cumplido dos años de bloqueo del puente, con todos los inconvenientes económicos imaginables: un paso vital entre Uruguay, Argentina y Brasil cerrado al tránsito de mercancías, un creciente rencor entre las dos bandas del río, la enemistad a nivel de gobiernos.
Y en el centro, un actor desorbitado, sordo a cualquier razón, violento y sectario: la asociación de vecinos de la ciudad, que bloquea el puente, organiza incursiones en la ciudad de Fray Bentos, se atribuye la representación y voz de los pobladores uruguayos, y ahora, ante la aparición de las primeras grietas en el convencimiento de su justificación, agrede y persigue a sus propios compatriotas disidentes. Violencia, soberbia en el sostenimiento de sus puntos de vista, agravio grosero del que está enfrente, han sido manifestaciones constantes en estos dos años. Y para peor, y una de las tantas acciones injustificables del gobierno argentino, inacción y mirada para otro lado de quienes debieran haber puesto por delante el futuro de las relaciones entre dos países. La agresión de estos años la pagaremos por décadas.
¿Pero es distinta esta violencia, soberbia y falta de respeto por el otro, de otras manifestaciones de la vida social y política argentina? ¿No es lo mismo que se encuentra en cualquier asunto que implique disensión? ¿No es lo que se puede leer al pie de cualquier nota de un diario, en los comentarios de lectores? ¿No es lo que traslucen muchos blogs nacionales, o quienes los comentan?
Creo que nos podemos retrasar muy atrás, quizá tanto como nuestra historia independiente...Pero ese pasado remoto más bien alimentó una mitología, una saga que ha sido convocada en décadas más recientes. Progresivamente quienes debieran haber dedicado su tiempo a mejores propósitos, quienes forman la cultura, el conocimiento, las prácticas sociales, fueron degradando el trato entre compatriotas hasta un punto muy peligroso. Así como el siglo XXI nos encuentra desarbolados económicamente, así también nos encuentra al borde de la disgregación o la confrontación. Nada parece intentar contrarrestar una marea que insensiblemente nos lleva a peores destinos.
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