Dalmasso enumera otros casos en Chile y Brasil. En Chile, el esfuerzo por tecnificar es vital, dadas las condiciones adversas del suelo en buena parte del territorio:La primera semana de octubre de 2007, en Manfredi, un poblado de la pampa argentina a menos de 80 kilómetros de la ciudad de Córdoba, un puñado de productores agropecuarios estaban extasiados con lo que veían. Un tractor tiraba una sembradora que distribuía semillas de maíz y fertilizantes según los planes cargados en la computadora de a bordo. El maquinista no conducía. Observaba el proceso parado fuera de la cabina sólo por seguridad. El trabajo estaba a cargo del piloto automático. Desde los bordes del predio, los técnicos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) hacían lo propio mediante una computadora conectada por internet inalámbrica. Símbolo de los tiempos, otro recibía la información en el celular.
El evento pudo haber sido experimental, pero, para sorpresa de muchos, sólo era una muestra más de la incorporación de electrónica, informática y comunicaciones al campo, que está transformando siembras y cosechas en procesos robotizados que dan envidia a más de un industrial citadino.
“Hoy la tecnología permite eliminar casi todas las ineficiencias y se ha transformado en un camino sin retorno”, asegura el argentino Mario Bragachini, conductor del experimento y coordinador del programa de agricultura y máquinas precisas del INTA. “El rendimiento dependerá del caso, pero en un agro competitivo, no subsidiado; dado el costo del suelo, una mejora del 5% puede significar mantenerse en el juego o quedar fuera de él”, enfatiza, por si quedan dudas en el entorno de negocios gauchesco.
En ese marco, la pampa atestigua al sur del Río Bravo la mayor adopción de la denominada agricultura de precisión, ciberagriculura, o e-agricultura, llegando a cubrir el 25% de su superficie sembrada y el 14% de las cosechadoras, y superando a competidores como Australia. Y si bien la conjunción de equipamientos como el exhibido en Manfredi aún es privativa de productores o contratistas de vanguardia y escala, un abanico creciente de dispositivos permite corregir la producción campaña tras campaña.
¿Lo básico? Los contadores de lo recolectado por las cosechadoras, unidos a la información de GPS, permiten elaborar mapas de rendimiento que, contrastados con muestreos de suelo, permiten ejecutar correcciones, como ahorrar fertilizantes o agregar donde sean más aprovechables. Sembradoras o pulverizadoras de herbicidas y fertilizantes premunidas de receptores satelitales y aplicadores variables hacen del seguimiento del mapeo algo tan ajustado como el disparo de un misil. En la otra punta, lectores de proteínas y humedad permiten el acopio diferenciado o suspender una cosecha hasta un mejor momento, y obtener un precio 10% o 15% mayor, gracias a una mejor calidad.
¿Lo último? Tecnología propia de la minería, como los georradares, para hacer un mapa del subsuelo sin palas en mano; lectores de clorofila o de masa verde para dosificar agroquímicos justo sobre el blanco; torres de control para guiar una docena de vehículos marchando simultáneamente con piloto automático, amén de equipos de seguimiento remoto de faena por internet a kilómetros del lugar.
Incluso los cultivos perennes se han subido a la ola de precisión. De eso pueden dar fe en Chile, líder en ese tipo de cultivos, con 60% de los viñedos de exportación bajo sistemas de precisión. “Sólo que en vez de rendimientos, el objetivo es la calidad del vino producto del viñedo y el menú tecnológico es distinto por ser cosechas que se hacen a mano”, comenta Stanley Best, investigador del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) de ese país.En Brasil, Dalmasso menciona un caso basado en soporte institucional, apoyando la mejora de producción de minifundistas, un problema de amplias zonas campesinas del país:Mediante fotografías espectrales cuyo costo oscila entre US$ 5 y US$ 8 por hectárea, los viñateros identifican zonas de desarrollo vegetal homogéneo dentro de cada finca. Cada una forma un terroir digital que recibirá su propia estrategia de riego, fertilización y cosecha. Envalentonados por la caída de los costos en los dispositivos electrónicos, en algunos casos también aplican sensores remotos para monitorear clima y suelo, u otros portátiles, como pistolas que, emisión de energía mediante, miden la composición molecular del fruto para determinar su calidad.
Parafernalia en mano, no les está yendo nada mal “En las fincas más pequeñas hemos observado mejoras de rentabilidad del 100%. En las mayores, que ya estaban más avanzadas, oscilan en torno al 20%”, asegura Stanley Best.
Al menos ésa fue la estrategia [un paraguas institucional que brinde, además de un empujón, una escala viable para la adopción tecnológica] del programa E-farms de la brasileña Universidad de Campinas. Se asoció a Cooxupé, la mayor cooperativa cafetera del mundo, donde el 98% de sus socios son minifundistas tan pequeños “que una imagen satelital no sirve para analizar cada hacienda por separado”, dice Claudia Bauzar Madeiros, coordinadora del programa. Para solucionar ese problema, el programa extenderá una red de sensores que trasmitirán sobre redes WiFi unidas por una red mayor bajo el estándar WiMax “para reducir costos”, amén de poder brindar servicios como acceso a internet a socios y escuelas de la zona. Desde el punto de vista productivo, la red permitirá la interacción entre productores para la alerta temprana de incidentes como heladas. “Pero la recolección de datos sólo tiene sentido con la cooperativa atrás”, subraya Madeiros. “Es la cooperativa la que cuenta con los expertos para diagnosticar sobre los datos y asesorar al productor”, explica.
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