domingo, julio 13, 2025

Orden y Caos

 


Lo que sigue es una reflexión de Andrea Calamari, a quien suelo leer en Seul, Jot Down y alguna vez en Zenda.

Estuve leyendo sobre Alcmeón, médico y filósofo griego. Al parecer, fue el primero, por lo menos en Grecia, en diseccionar cadáveres para estudiarlos: quería saber cómo estamos hechos.

Creo que no es tan famoso porque no tuvo uno de esos espléndidos nombres esdrújulos como Pitágoras, Aristóteles, Anaxágoras, Jenófanes, Heráclito o Empédocles. Aunque hubiera podido sobreponerse a esa trágica limitación nominal como lo hizo el también agudo Platón, que pegó un éxito al sacarle el jugo al esdrújulo Sócrates, porfiado en mantenerse ágrafo.

Entre otras deconstrucciones, Alcmeón diseccionó un ojo para observar los nervios que lo enlazan con el cerebro y así pudo arriesgar hipótesis acerca de lo que pasa adentro: una cosa es lo que percibimos a través de los sentidos y otra muy diferente es lo que nuestro cerebro procesa. Desconfiaba de la experiencia directa como método para el conocimiento porque era capaz de distinguir entre sensaciones y pensamientos en una época en que esa distinción no era lo más común (tal vez tampoco lo sea ahora). Eso le permitió trazar una raya entre los hombres y el resto de los animales. Alcmeón observó que los hombres mueren cuando no pueden unir el principio con el fin y sobreviven si son capaces de imaginar una significación para estos hechos.

Veamos: el nacimiento y la muerte son dos acontecimientos de nuestras vidas que nadie puede ver ni recordar. Eso nos une a cualquier otra especie animal. Lo que sí puede hacer el humano es imaginar objetos en los que todo está en concordancia con todo: a esos objetos los llamamos ficciones. Son modelos de mundo que hacen tolerable nuestro paso entre el comienzo y el fin.

En El sentido de un final, Frank Kermode habla de las distintas formas en las que las ficciones, históricamente, han intentado darle sentido temporal, es decir, con principio y fin, a lo que no lo tiene y el ejemplo que usa es la Biblia.

El primer libro es el Génesis y empieza, literalmente, ofreciéndonos un comienzo narrativo: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”. Seguimos toda la historia y llegamos al final, no sólo del último libro, Apocalipsis, sino de la humanidad. Ya sabemos cómo terminará todo: profecía, plagas, la gracia del Señor Jesucristo y Amén.

Desde los primeros relatos orales, estos fueron los requerimientos primeros y más ingenuos que tenemos para con las ficciones: que nos cuenten una historia con principio y fin. Kermode dice que caemos al mundo in medias res, con la historia empezada. Entramos en medio de algo y, lo que es peor para nuestros pobres egos, nos morimos in mediis rebus, con la cosa en proceso. Todo tuvo lugar sin nosotros y todo va a seguir sin nosotros.

La vida real fluye, no espera a nadie. Contar una historia con principio y fin es armar un simulacro que nos permite darle un sentido a lo que no lo tiene; es a través de la ficción como somos capaces de encapsular el caos y eso nos complace porque nos calma. Con una ajustada trama de palabras logramos reducir la escala de lo inconmensurable.

La literatura y el cine son grandes objetos creados por el hombre porque trabajan con el tiempo en sentido narrativo: tienen una linealidad que inevitablemente nos lleva hacia un cierre. Unen esos principio y fin que, como advertía Alcmeón, quieren escaparse.

Por eso nos contamos historias.
Escribir es un gesto teatral

 (...) En fin, quien cuenta una historia manipula los hechos con el instrumento que tiene a mano: con encuadres, planos, música y montaje en el cine, con palabras en la literatura. Hace un objeto que no existía antes. Quien cuenta una historia con palabras elige unas por sobre cientos y miles de otras que desecha, ordena y organiza secuencialmente hechos de una manera que, al leerla, nos parece lógica, casi obvia. Como si se desprendiera de la realidad y no de la escritura. 

(...) Tendemos a aceptar las capacidades de la forma para alterar el contenido mucho más con el cine que con la literatura. Sabemos que el significado de lo que vemos en pantalla se desprende de una larga serie de decisiones que termina de cristalizar como cosa dada para el espectador gracias al montaje. El arte de cortar y pegar para dar sentido es central en el lenguaje cinematográfico y se puede ver con claridad pedagógica en el célebre efecto Kuleshov.

(...) La literatura plantea desafíos diferentes porque, a priori, es un arte mucho menos artificioso que el cine. No solemos pensar en la escritura como una tecnología y así caemos en la trampa de suponer que hay una relación natural entre las palabras y las cosas, o los pensamientos, sentimientos y emociones. A diferencia del cinematográfico, el lenguaje escrito es un saber técnico que manejamos todos más o menos desde los cinco años: lo usamos para escribir oraciones en el cuaderno de Lengua, para la lista de las compras, para mandar un WhatsApp o para llenar el diario íntimo, pero no hay nada natural en el hecho de escribir. Después de todo, la humanidad tardó miles y miles de años en hacerlo.

No hay nada más tramposo que pensar “voy a contar lo que me pasó” porque lo que te pasó o lo que pensás o lo que sentís es constitutivamente indecible. En la literatura, el lenguaje escrito no funciona de manera lineal como en la comunicación, no actúa como una traducción del interior subjetivo o el mundo objetivable. Es otra cosa, un objeto de fabricación propia.


(...) Las historias no están dadas: deben ser construidas a través de una manipulación que, bien o mal hecha, puede llevarlas a la gloria o al olvido.

No imagino mayor satisfacción para quien escribe que lograr que cada lector sienta, al leer su historia, que esa es su “forma natural”. Lo que le pasó a Ana Karenina es lo que Tolstói nos dijo, Lolita no tiene existencia posible más allá de Nabokov ni Gatsby sin Fitzgerald, Marte tiene la fisonomía que le dio Bradbury. Y esto no pasa sólo con las ficciones (en definitiva, todo lenguaje es ficcional) sino con cualquier gran relato: nuestra idea del Congo es la que nos dejó Conrad, la de la historia argentina es la que imaginó Mitre, el perfil definitivo de Sinatra es el que trazó Talese, el emperador Adriano es el que construyó Yourcenar.

En 1916, el ruso Kuleshov vio una película tan bien hecha que se dedicó a diseccionarla, fotograma a fotograma, cambiando el orden de las escenas para experimentar y ver qué otros sentidos posibles se desprendían a partir de una disposición distinta de los elementos. 

 Si, como dice Vargas Llosa, entre los hechos y las palabras que usamos para contarlos hay una distancia, entre el tiempo real y el de los relatos hay un abismo. El tiempo ficcional, el de toda escritura, es un artificio fabricado para conseguir ciertos efectos. Es como el montaje cinematográfico, una máquina narrativa donde el pasado puede ser posterior al presente, donde el tiempo es capaz de detenerse, dilatarse o contraerse, puede discurrir circularmente hacia el comienzo o ser un eterno presente capaz de contar una vida entera en un viaje de tres horas por la autopista hacia una quinta del conurbano.

El efecto Kuleshov está desarrollado en un comentario de Francisco Noriega. En el comienzo de esa discusión Noriega dedica un buen tiempo al "plano secuencia" del cine, a propósito de la serie Adolescencia. Vale la pena verlo.

Para conocer un poco más a Calamari, este reportaje es central.

O quizá la comparación de Salinger con Hemingway.

La imagen, de Seul

 

lunes, julio 07, 2025

García Lorca y la Argentinita


 En 1931, en un ambiente cultural que se extinguiría con la guerra civil, Federico García Lorca graba lo que hoy sería un álbum con La Argentinita, Encarnacion López Júlvez. La Argentinita quiere llevar el flamenco a los teatros, a la vanguardia artística de su época, que entonces llevaba la marca de Manuel de Falla. 

Con García Lorca planean una serie de doce canciones que publican ese año con éxito. García Lorca toca el piano, y la Argentinita canta, zapatea y toca las castañuelas. Esta grabación es eterna: ha pasado las malas y buenas épocas, y hoy existe una reproducción que sigue siendo, al menos para mí, el corazón del flamenco. Saber que en esa espartana grabación el que suena es García Lorca , y la voz y zapateos son los de Encarnacion, la hacen única.

 Las canciones son: Zorongo gitano, Anda Jaleo, Sevillanas del siglo XVIII, Los cuatro muleros, Nana de Sevilla, Romance pascual de los peregrinitos, En el café de Chinitas, Las morillas de Jaén, Romance de los mozos de Monleón, Las tres hojas, Sones de Asturias, y Aires de Castilla.

No conocía la versión completa, o al menos hay algunas canciones a las que no recuerdo en la copia que había escuchado. En este caso se intercalaban las canciones de esta grabación, con algunas poesías de García Lorca en la voz de Fernando Rabal, una versión de los años sesenta, que en realidad está dedicada al poeta, pero donde resaltan las canciones, y el piano.

Las canciones en Youtube, donde ya se sabe que nada es eterno (es decir, llegará el día en que este enlace no irá a ningún lado).

Zenda le ha dedicado un recuerdo a Encarnación, bastante amplio. Y siempre queda Wikipedia.

jueves, julio 03, 2025

Expatriados II

 


Saint Exupery, muerto en un vuelo en acción militar en 1944, faltando veinticinco días para la liberación de París, describe la vida de algunos emigrados en tiempos de incertidumbre...

...y mira por dónde, a dos pasos de mi casa, cada noche el casino de Estoril se llenaba de aparecidos. Cadillac silenciosos que querían dar la impresión de ir a alguna parte los depositaban sobre la fina arena del portal de entrada. Iban vestidos para cenar, como en otros tiempos. Dejaban ver sus pecheras o sus perlas. Se habían invitado entre ellos para ir de comparsas a cenas en las que no tendrían nada que decirse.

Después jugaban a la ruleta o al bacará, según sus fortunas. Algunas veces iba a mirarlos. No experimentaba indignación ni sentimientos de ironía, sólo una angustia vaga, como la que os inquieta en el zoo frente a los supervivientes de una especia extinguida. Se instalaban alrededor de las mesas. Se apretujaban junto a un crupier austero y se arriesgaban a experimentar  la esperanza, la desesperanza, el miedo, la envidia y el júbilo. Como seres vivos. Se jugaban fortunas que, tal vez, en este mismo instante, carecían de significado; gastaban monedas que, tal vez, estaban ya anticuadas; los valores de sus cajas fuertes estaban quizá garantizadas por fábricas que ya habían sido confiscadas o que , amenazadas por torpedos aéreos, se encontraban en vías  de demolición; firmaban  letras de cambio contra Sirio, aferrándose al pasado, como si desde meses atrás nada hubiera empezado a resquebrajarse en la tierra; se esforzaban por creer en la legitimidad de su fiebre, en la cobertura de sus cheques, en la perpetuidad de sus convenciones. Eran algo irreal. Era como un baile de muñecas. Pero era triste.

En Carta a un rehén, publicada en 1944. 

Según parece, debido a que no confiaba en De Gaulle , este acusó en 1943 a Saint-Exupery de trabajar para los alemanes:

During World War II, France was split into factions, with the German-controlled Vichy government in France opposed by the so-called Free French, based in London.

Saint-Exupery was fighting as an officer in the Free French air force, but he distrusted the authoritarian leader, General Charles de Gaulle.

In 1943 de Gaulle paid the author back, by publicly implying that he suspected him of supporting the Germans. Saint-Exupery was banned from flying with the Free French air force.

It took the author eight months to get the flying ban overturned.


 (En BBC- https://es.wikipedia.org/wiki/Antoine_de_Saint-Exup%C3%A9ry#cite_note-Suicide-12)

Una vez más, esa ambigua Resistencia

La imagen, en Wikipedia. Por Zyephyrus, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=16177404