viernes, septiembre 20, 2024

Un mundo desaparece


Mercedes García-Arenal, en un buen análisis de tres libros sobre la diáspora morisca y judía posterior a los decretos de expulsión de España. Dos de estos libros son escritos por emigrados, expulsados, entre el siglo XVI y XVII. García-Arenal comenta así uno de los escritos (Tratado de los dos caminos, Siglo XVII, anónimo):

La obra comienza con unas interesantísimas páginas en las que el autor interpreta la expulsión en clave providencialista, como una liberación que Dios concede a su pueblo amado (Felipe III es el faraón que pone fin al cautiverio en Egipto) y en las que describe su llegada a Túnez y la buena acogida de la que fueron objeto los moriscos por parte de las autoridades políticas y religiosas de la Regencia Turca de Túnez, además de especificar su intención al escribir la obra cuando ya han pasado varias décadas desde su llegada a la nueva tierra: hacer un legado de todo lo que él sabe, de todo lo que él es, porque él es un ejemplar de un tipo de hombres que ya está desapareciendo, de un mundo al que ya no pertenece nadie. No quiere que se olviden las cosas que él tiene en la memoria, «pues mientras vivían los que venimos, no se olvidaban, pero ya con el discurso del tiempo que se van acabando, lo refiero para los que han nacido acá lo sepan de mí y de los pocos que quedan».

Y un poco más adelante:

Ambas obras reseñadas eran ya bien conocidas pero se editan ahora en su integridad por primera vez: son páginas profundamente personales, anónimas, que reflejan una trayectoria vital y un peregrinaje cultural e intelectual. Ambas dan testimonio de un mundo que se acaba: el Mancebo de Arévalo se reúne con ancianos que aún vivieron en el antiguo reino islámico de Granada y con aragoneses musulmanes que habían vivido los tiempos del mudejarismo. El segundo autor escribe en Túnez cuando se acaba el mundo morisco, es decir, cuando los hijos de los exiliados se integran en la sociedad tunecina y olvidan el país y la lengua de sus padres. Ambas son obras de una extraordinaria riqueza al tiempo que un punto enigmáticas, crípticas, a la vez un itinerario espiritual y un compendio de conocimientos que desea transmitirse a los que vienen detrás y que pertenecerán, ya indefectiblemente, a un mundo nuevo.

La sociedad musulmana, que en su inicio impuso otra cultura, otro pensamiento, otra convivencia, en su apogeo desplazó y -en su zona de dominio- prácticamente extinguió, al menos en la vida pública, la sociedad preexistente, una que evolucionaba desde su historia romana, a una unificación visigoda. También entonces, al menos allí donde la invasión musulmana se consolidó, una sociedad se extinguió, al punto de perder la lengua y la religión. La diferencia consistió en que la sociedad originaria todavía no llamada española, entre el siglo XI y el siglo XII, fue reduciendo la dominación mora hasta acotarla a sólo el reino tributario de Granada. Su caída anticipó la aniquilación de esa historia. En dos siglos más, la visión del mundo oriental se fue definitivamente, y la diáspora fue inexorable. 

Han pasado "sólo" cuatrocientos años, sin embargo. La sociedad española y europea afronta nuevas viejas inquietudes, en la otra orilla del Mediterráneo.

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