(...) Suena a político opositor, pero Gerardo Della Paolera es uno de los economistas argentinos más reconocidos en el mundo y se define a sí mismo como un académico que nunca hizo política (aunque, en rigor de verdad, algo de eso hace). Es el presidente de Global Development Network (GDN), una organización internacional que trabaja para incrementar el uso de la investigación y la evidencia en las políticas en pos del desarrollo con equidad de todos los países.
Della Paolera afirma que, para ser viable, la Argentina necesita un rediseño territorial, que habilite luego un nuevo pacto federal fiscal entre la Nación y las provincias porque, si no, "siempre que lo necesita, el gobierno central manotea la plata donde la encuentra, en las jubilaciones, en los depósitos o donde sea". Reconoce que cambiar el esquema del país y solucionar el drama del conurbano nunca fue ni será sencillo porque necesita de alguien que tenga mucho poder y esté dispuesto a ser un presidente impopular y tener un solo mandato.
Además, diferencia el crecimiento económico del desarrollo económico y afirma que apostar decididamente por la educación y el capital humano es lo único que hará que la Argentina pegue el salto que tiene postergado.
Casado con la economista Verónica Rosana Pipp desde hace 26 años y padre de tres hijos, este argentino de 51 años que estudió toda la vida en universidades privadas asegura que una reforma de la UBA sería crucial para mejorar el país.
Doctor en Economía de la Universidad de Chicago, ex rector de la prestigiosa Universidad Americana de París y fundador y ex rector de la Universidad Torcuato Di Tella, vive en Nueva Delhi, en India, desde hace dos años y, de paso por Buenos Aires, luego de presidir la semana última en Bogotá la XII Conferencia anual de GDN, habló de su desazón y optimismo respecto del futuro de la Argentina.
-¿Cuáles considera los temas centrales de la agenda global de desarrollo?
-Obviamente, la Argentina tiene una agenda diferente de la global, porque nuestro país está en un lugar muy particular. Pero la cuestión de la economía urbana y de cómo las ciudades absorben masas enormes de población tras la introducción de tecnología en el ámbito rural está empezando a ser un tópico de desarrollo económico muy difícil de manejar.
-¿En qué países por ejemplo?
-En 1982 Nueva Delhi tenía tres millones de habitantes y hoy tiene 24: el desarrollo económico tiene esta contracara. En Bombay, por ejemplo, hay casi 11 millones de personas que viven prácticamente en la calle. Lo que vemos en GDN es que hay una relación muy estrecha entre temas rurales, migración y economía urbana. Una segunda cuestión es cómo evitar que haya una división en el mundo entre los países que logran que sus poblaciones se incorporen en los mercados mundiales de trabajo y los que no. Ahí aparece lo que llamo la revolución educativa. Estamos viviendo una revolución más importante que la industrial, que es la revolución de la economía digital y de las redes sociales y cómo hacer uso de ellas. Este segundo punto refiere, entonces, al capital humano y a las revoluciones educativas que se deberían dar en los países pobres. La revolución educativa permite que un país pobre salte a ser un país avanzado, como lo han hecho Corea del Sur, la India y China -aunque con un modelo especial por no ser democrático- y como lo están haciendo en América latina Chile, Perú, Colombia y notablemente Brasil. Lamentablemente, la Argentina, Bolivia y Venezuela son países postergados que están desperdiciando grandes oportunidades.
-¿El tercero?
-El tercer punto es la gobernabilidad, que el Estado acompañe a los individuos y a la creación de valor en una sociedad. Cómo crea las condiciones mínimas para que haya gobernabilidad en materia de derecho de propiedad, derecho a la educación y a la salud. Conectado con este tema, aparecen las políticas sociales, centrales para las clases menos aventajadas. En América latina hay dos países que han ido en avanzada en materia de política social: México, con el plan Progresa Oportunidades, y Brasil, con el esquema Bolsa Familia. La Argentina intentó hacer algo similar, pero hay una línea muy fina entre un diseño de políticas óptimas y el populismo. Las políticas tienen que estar diseñadas para que haya movilidad social. Si, en cambio, existe un sistema populista y lo único que se hace es transferir dinero y no hay incentivos claros, se está anclando a estas poblaciones y a los hijos de quienes reciben estas transferencias a esa capa de ingresos bajos.
-Usted hizo dos referencias a la Argentina no del todo felices. Quiero retomarlas: dijo que nuestro país no está haciendo todo lo que podría en materia de capital humano.
-Esto es obvio. Nadie entiende en el exterior cómo la Argentina está cómo está. Yo estoy viviendo en la India, un país con 1300 millones de habitantes, donde se hablan más de 100 lenguas y no hay ningún idioma que unifique a la nación. Nadie comprende que un país que tiene 2.600.000 kilómetros cuadrados, la riqueza de la Argentina y 40 millones de habitantes no pueda tener un Producto Bruto Interno (PBI) de 25.000 dólares per cápita. Ni yo puedo dar respuestas tan claras de a qué se debe que la Argentina tenga un PBI de 8000 dólares. Nadie entiende que desperdiciemos así nuestro país y cómo no podemos ponernos de acuerdo para lograr una nación viable. Ojo, soy muy optimista respecto del futuro de la Argentina, pero siento frustración por ver el avance de otros países. Nuestro país tiene en su historia una serie de bendiciones que, en el fondo, uno no sabe si la benefician o la perjudican. Ahora, por ejemplo, tenemos la revolución de los commodities, pero somos un caso único de crecimiento sin inversión.
Esto está relacionado con la educación y la cultura política: la Argentina está muy preparada para consumir y mucho menos para producir. Hay que ir a una revolución hacia la producción. Las clases medias, en las que me incluyo, viven una gran decadencia cultural y educativa. No hay una cultura del esfuerzo y como la Argentina está aún muy aislada geográficamente del mundo, no somos conscientes del gran destino que podemos tener como país si nos integramos. Al contrario, la Argentina ha tenido siempre una visión pesimista respecto de lo que otros países del mundo le podían brindar. No soy pesimista, siento más bien fastidio respecto de mi propia patria.
-Ultimamente se habla de la oportunidad que tenemos como país por el crecimiento de China e India.
-Si tomamos el tema de la India y China como que nos ganamos la perinola, vamos mal. En este mundo no sólo existen la India y China, que son fenomenalmente diferentes en materia cultural. Estados Unidos se ha equivocado en su política exterior con América latina porque en los últimos 12 años la ha abandonado, pero no hay que olvidarse de que, para 2040, los hispanos serán allí la primera minoría. Además, la Argentina desperdicia la relación con sus propios pares. América latina como bloque es una de las áreas sociales y económicas más importantes del mundo. China y la India pueden resolver una parte, pero para tener un crecimiento sustentable necesitamos un volumen de inversiones muy importante, y los agronegocios tienen un límite. Se necesita diversificar. Por eso hago tanto hincapié en la educación, porque educando al ciudadano se puede cambiar. La Argentina no tiene dramas climatológicos, tiene mares y junto con Chile y Uruguay tiene el 40 por ciento de la provisión de agua dulce del mundo, por eso el segundo tema de la agenda argentina es el rediseño territorial. La República federal está mal diseñada.
-Me perdí... ¿el primero cuál es? ¿Es el del capital humano y la educación?
-Exacto. Hay provincias sumamente pujantes, pero tienen siempre la sombra del gobierno central y, al revés, la sombra de algunas provincias que no son viables. Creo que hay que avanzar hacia un rediseño importante.
-¿Se refiere a la provincia de Buenos Aires como la no viable?
-Buenos Aires es viable. Lo que no es viable es el conurbano. Hay que revisar profundamente cómo se soluciona el tema, porque es fácil decirlo y difícil implementarlo. Se me ocurre un rediseño desde el punto de vista político, para luego ir a un pacto fiscal que tenga un sistema de incentivos mucho más justo que el actual.
-Usted escribió un libro sobre la historia de la solvencia fiscal argentina. ¿Qué opina de la solvencia fiscal del Gobierno?
-Que no hemos cambiado nada desde que tuvimos la República Constitucional. Hay una relación incestuosa entre los gobernadores y los gobiernos centrales de turno que impide tener reglas de juego claras, previsibilidad. Cuando el gobierno central necesita hacerse del dinero, ya sea para el clientelismo del conurbano o el clientelismo de políticas inviables, manotea lo que haya para manotear. Manotea las jubilaciones como antes los depósitos. Ahora estamos en una bonanza, pero cuando se acabe, dado que la Argentina no cambia su pacto fiscal, habrá otro manotazo. Estamos todavía con ideas muy viejas, como "o comemos o exportamos", cuando la revolución tecnológica del agro ha sido inmensa y ese es, sin duda, un falso dilema. Por estas bocanadas de prosperidad que tiene la Argentina, los partidos y el sistema político no usan el capital humano. Los partidos no internalizan la idea de tener cuadros tecnocráticos. Acá lo importante para acceder al poder es hacerse del botín.
-Dada la radiografía que hizo del país, la pregunta del millón parece ser cuál es el incentivo de quien llega al poder para modificar el pacto fiscal.
-Para modificar el pacto fiscal, un presidente tiene que tener mucho poder y estar dispuesto a no ser reelegido. Sería un George Washington, que estuvo cuatro años en la presidencia de los Estados Unidos y, cuando le propusieron que se presentara para la reelección, dijo que no para sentar un antecedente para el país. Junto con Alexander Hamilton, armó un modelo de país federal viable. Yo no veo absolutamente a nadie o ningún liderazgo o masa crítica en el horizonte (y eso no quiere decir que no exista) yendo en esa dirección. Cuando el Gobierno dice que tenemos los cinco años más importantes de la historia, está desconociéndola. Dadas las condiciones objetivas que estamos teniendo desde el punto de vista geográfico, de los recursos naturales, de los científicos, nuestro producto bruto per cápita es vergonzoso.
-Usted, que por su cargo en GDN tiene contacto con investigadores de todo el mundo, ¿cómo ve el desempeño de los argentinos en esas competencias globales?
-Esa es la gran paradoja. En los investigadores argentinos hay muchísima capacidad, pero hay una diáspora enorme. Si tengo que rescatar algo de los últimos 10 o 15 años, pienso que ha habido algo más de conciencia respecto de la importancia de rescatar al Conicet y hacer bien las cosas. La Argentina tiene estos reflejos de muy buenos científicos e investigadores, pero no se los utiliza de una manera orgánica.
-Ve un puente quebrado entre ellos y los políticos y la sociedad...
-Hay un puente roto y, en el área de las políticas públicas, no hay en la clase política valoración de que el conocimiento es importante. Esto viene de la década anterior a Perón. La desjerarquización del conocimiento y la tendencia argentina, por ser un país rico, a la "masomenería". Todo se empieza y nada se termina. Es algo difícil de vencer porque, aunque hay mucha desigualdad de ingreso, la Argentina es un país mucho más fácil para vivir que otros. Hay que estar en China, la India o Indonesia para entenderlo.
-¿Hay una correlación inversa entre recursos naturales y atención al capital humano?
-En la Argentina hay una maldición de los recursos naturales importante. Estamos más acostumbrados al consumo que a valorar el esfuerzo por producir algo. Esto también se ve en los países africanos. Los países que están continuamente en guerra civil son los que tienen petróleo, como Nigeria y Costa de Marfil. Donde hay recursos infernales existen estas peleas rentísticas entre las distintas tribus políticas. En la Argentina esto está algo más aminorado, pero tiene un conflicto a la africana más suave porque tuvo la suerte de tener a un Domingo Faustino Sarmiento. La persona más excepcional del país es Sarmiento, porque él pensó a la educación como un factor de unificación con la lengua y la educación pública.
-Aún vivimos de Sarmiento. ¿Suena algo deprimente?
-No sé si es deprimente, porque podríamos haber estado mucho peor. Lo que hace falta es dar el salto a tener una clase dirigente destacada. No lo hemos podido hacer. Hay algo que nos lo está impidiendo. Lo entiendo, porque en la Argentina, para las personas serias, la política es una mala palabra por el alto índice de corrupción y los niveles de clientelismo que existen. La carrera política acá es más lucrativa que el sector privado, pero si tenés ciertos valores, no estás en el sistema: o te autoexcluís o te expulsan. Cuando uno repasa mil años de historia ve que hay sociedades que han desaparecido. Los romanos, cuando empiezan a entrar en la corrupción y la decadencia, desaparecen como civilización. Esto no quiere decir que la Argentina vaya a desaparecer o ser una provincia de China, pero no descarto (aunque suene exagerado para algunos) que los chinos digan: "Ustedes están desaprovechando el territorio, no hacen nada y nosotros la verdad que necesitamos ese impresionante reservorio de agua dulce". Y, aunque a muchos les suene absurdo, como historiador económico sé que estas cosas han pasado. La Argentina desperdicia oportunidad tras oportunidad. La Argentina es, en el concierto de las naciones, el gran desperdicio. Pero los argentinos tenemos tolerancia al desperdicio. Somos bonchas. Debemos ser más exigentes con nuestros gobernantes. Más exigentes a la hora de votar. Más exigentes en tener cuatro o cinco ideas claras y llevarlas adelante.
Diario de viaje, notas al azar de alguien que se dedica a la tecnología, y alguna vez (allá lejos y hace tiempo) fue un estudiante de filosofía. Aquí caerán las notas que excedan la tecnología y la educación, que es lo que en general más me ocupa...
domingo, abril 17, 2011
El despertador
Un reportaje de enero de este año en La Nación a Gerardo Della Paolera. El mundo cambia, y las desigualdades entre lo que Argentina es y lo que hubiera debido ser, se agigantan:
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