domingo, julio 11, 2010

¿A dónde irá España?


Más de un millón de manifestantes no dejan mucho espacio para dudas: en un total de cerca de siete millones y medio de habitantes, ese número movilizado representa una mayoría clara. Tampoco dejan lugar a dudas las razones: se apoya a una constitución independentista, y se adhiere a una dirección independentista. Más de 1200 organizaciones convocantes, reflejan una amplia red de instituciones trabajando en una dirección confluyente. Queda por ver cuál es la estructura organizativa de quienes no trabajan por el independentismo.
Un partido irresponsable ha abierto la caja de Pandora, con un dirigente sin cabeza (en el mejor de los casos) al frente: ¿qué espera para el futuro? Seguramente los cambios no serán significativos ni próximos, pero la presión se reforzará. ¿Cambia esto el hecho de que las votaciones informales en favor de la independencia no pasan de expresar la opinión del 20% de la población? (Mirando con optimismo, 1.100.000 refleja también esa tendencia, aunque una manifestación no se puede medir así).
¿No ha aprendido ningún dirigente catalán, no distinto en "virtudes" a cualquier otro dirigente español, del futuro pequeño que le espera a la diáspora yugoeslava?
Antonio Fernández, en El Confidencial:

“Nos hemos unido ante una demanda legítima y compartida: nuestro derecho a decidir como pueblo”. Por tanto, el recorte del Estatuto catalán por parte del Tribunal Constitucional “no es democráticamente admisible”. Así se expresaron ayer los actores Txe Arana y Lluís Soler en un manifiesto leído al final de la macromanifestación que recorrió el centro de Barcelona bajo el lema Som una nació. Nosaltres decidim (Somos una nación. Nosotros decidimos). Desde el 2003, con motivo de las protestas contra la Guerra de Irak, Barcelona no había acogido nunca una manifestación tan multitudinaria como la de ayer. Transportes públicos colapsados, casi 600 autocares llegados desde todos los rincones de Cataluña y las principales arterias de la ciudad cortadas dan una idea de la importancia que tuvo esta jornada.

Y es que 1.100.000 manifestantes -cifras de la Guardia Urbana- son muchos. Los organizadores hubiesen apostado por poder reunir a medio millón para cantar victoria, aunque los números oficiales de Òmnium Cultural, la entidad que lidera la protesta, habló de 1,5 millones de asistentes. Pero aunque este último sea un número un tanto hinchado, lo cierto es que la cosa desbordó las previsiones más optimistas. “Hacemos esta manifestación en defensa de los valores democráticos, para reclamar el respeto a la voluntad del pueblo”, expresaba el manifiesto final. El llamamiento había sido realizado por la gran mayoría de partidos políticos (CiU, PSC, ERC e ICV) y por más de 1.200 entidades civiles, sociales, culturales, gremiales o deportivas de toda Cataluña. El céntrico Paseo de Gracia fue, desde una hora antes de comenzar la manifestación, un hervidero de pancartas y de senyeras (banderas catalanas). Pero también de muchas, muchísimas esteladas (banderas independentistas). Por ello, uno de los gritos más escuchados fue el de “In... de... independència!”.

En realidad, la manifestación trataba, oficialmente, de protestar por el recorte del texto del Estatuto por parte del Tribunal Constitucional. Pero su naturaleza es explicada de manera diferente según quién la comenta. “Debemos ser cuidadosos con las lecturas que se hagan de la manifestación. La protesta es por la interpretación que el Tribunal Constitucional ha hecho del Estatuto. El TC debe limitarse a decir si una cosa es constitucional o no, pero no debe interpretar. Además, es inadmisible que un texto que ha sido aprobado en las urnas sea luego rechazado por un Tribunal que, para más inri, está deslegitimado porque más de la mitad de sus miembros no deberían estar ahí y por la politización de los jueces que lo componen”, dice un dirigente socialista de Barcelona.

Un antes y un después

Desde Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), se considera un éxito sin procedentes. “Esta manifestación marca un antes y un después. Un antes porque hasta ahora se había apostado por seguir haciendo crecer el soberanismo dentro del marco estatutario. Un después porque ahora la etapa que comienza ahora no tiene este marco como referencia”, dice a El Confidencial Ignasi Llorente, portavoz de ERC. El dirigente republicano admite que “hace siete años no nos hubiéramos creído que en el 2010 podríamos reunir a un millón y medio de personas, aunque nos hubieran dicho que convocábamos conjuntamente con CiU, PSC, las patronales y los sindicatos”. El éxito de la cita, además, “da argumentos a la estrategia de Esquerra. Nos da la razón. El camino que nos queda es la independencia”, subraya Llorente. El presidente de Esquerra, Joan Puigcercós, abunda en la materia y, para él, la extraordinaria asistencia debe leerse como un no de la ciudadanía al Estatuto y un sí a la independencia.

Pero lo cierto es que tanto socialistas como nacionalistas o independentistas desfilaron ayer codo con codo reclamando respecto para los ciudadanos catalanes. El consejero de Educación de la Generalitat, Ernest Maragall, fue claro y directo en su lectura de la protesta: las aspiraciones de Cataluña, a tenor del fallo del TC, no caben en la Constitución. Y resaltó que esta manifestación es el principio de una nueva etapa. Su compañero de gabinete, el titular de Economía, Antoni Castells, se expresó de modo similar: “A veces, hay manifestaciones que cambian el curso de las cosas y ésta será una de ellas”. El consejero de Obras Públicas y Política Territorial, Joaquim Nadal, hizo también una valoración sobre el terreno: constató el rechazo de los ciudadanos de Cataluña al recorte del texto y subrayó que es la expresión de “un pueblo dolido, herido e indignado” ante una sentencia “impropia e injusta”.

Desde Convergència i Unió (CiU), la sensación tras la manifestación es también muy positiva. Oriol Pujol, portavoz parlamentario de los convergentes, se felicitó por la masiva asistencia y añadió que “el siguiente paso es el derecho a decidir en todo, sin limitaciones”. Su compañero de partido Felip Puig, secretario general adjunto de Convergència admitió también que la respuesta popular empujará a CiU a apostar más por el autogobierno, aunque fue especialmente cauto al hablar del futuro: "estamos en una época difícil y habrá que ir diseñando la estrategia en virtud de la coyuntura política de cada momento".

Hubo momentos para la festividad y momentos para la tensión. Tensión como la que vivió el presidente de la Generalitat, José Montilla, que tuvo que refugiarse en la sede de la consejería de Justicia porque un grupito de energúmenos intentó agredirle después de disolverse la cabecera de la manifestación -donde el máximo mandatario catalán iba acompañado de sus antecesores Jordi Pujol y Pasqual Maragall y de los presidentes del Parlamento, Ernest Benach, Joan Rigol y Heribert Barrera-. Curiosamente, en la misma esquina donde Montilla se refugiaba de la turba, Pujol se fotografiaba con fans y era vitoreado por decenas de personas al grito de “President, president”. En la primera línea de la manifestación, no faltó ninguno de los líderes políticos de los partidos que apoyaban la protesta, junto a representantes de las organizaciones patronales y sindicales.

Muriel Casals, presidenta de la principal organización convocante, Òmnium Cultural, declaró tras la marcha que “somos más importantes que un tribunal deslegitimado” y que el pueblo de Cataluña dejó claro que la sentencia del TC “no se puede aceptar”. Pero lo que quedó claro, después de la masiva asistencia de ciudadanos cabreados es que Cataluña tiene un problema. Pero España tiene otro problema. O, como mínimo, algunas instituciones españolas deberían tomar nota.

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