domingo, febrero 11, 2007

Marcelino Cereijido en La Nación


Publicado en La Nación el sábado 10 de febrero, tres o cuatro afirmaciones de Marcelino Cereijido que se convierten en certeros diagnósticos sobre el estado y evolución requerida de la ciencia y tecnología en Argentina, y otros países iberoamericanos:
-¿A qué atribuye que se hable tan poco de ciencia y tecnología en los medios de comunicación masiva?

- Los países que no tienen ciencia y tecnología sufren un doble problema. El primero es no tener ciencia y tecnología en un mundo en el que ya no queda nada de cierta envergadura por hacer que no dependa de ellas. Pero el segundo es que cuando a un pueblo le faltan alimentos, medicamentos, agua o energía, sus habitantes son los primeros en detectar el déficit con toda exactitud. Pero cuando lo que les falta es conocimiento científico y tecnológico, no están preparados para entenderlo ni aun cuando se les explica. Es terrible. Es como el sida, que ataca justo las células que deberían defendernos. El analfabetismo científico es invisible para el tercermundista.
Sobre la pobreza del material difundido en materia tecnológica y científica:
-Sin embargo, los libros sobre temas científicos son un verdadero boom editorial... [Cereijido acaba de cuestionar la orientación de los materiales de divulgación científica a mano en Argentina]

- Pero lo grave, sobre todo en el caso de la Argentina, es que el analfabetismo científico ha invadido una enorme proporción de la intelectualidad. Cada vez que voy a Buenos Aires, hago una pasada por las librerías. Algo que las distingue es que las mesas están tachonadas de libros que explican qué pasó en el país. Analizan el siglo XX nombrando a cada coronel, analizando cada golpe de Estado, registrando la paridad del dólar mes tras mes, o cada contrato que se firmó. Pero no advierten que en un siglo que ha visto aparecer los aviones, la televisión, los teléfonos, desarmar el átomo y descifrar el genoma humano se estaba destruyendo sistemáticamente el aparato educativo. O sea que a mí no me molesta tanto si yo me encuentro con un obrero argentino que me dice: "Mire, no, no me hable de los anillos de Saturno, porque mi problema es que a mi hija se les están pudriendo los dientes en la boca y a mi papá su jubilación no le alcanza para comprar los medicamentos que lo salvarían". Me molesta cuando hablo con intelectuales que siempre vuelven sobre las mismas cosas. Insisto en que el drama es que en la Argentina somos analfabetos en ciencia, porque en otros países de América latina no observo esas librerías con tantos analistas. ¡Pucha, hasta me han regalado análisis sobre las amantes de Rosas, y otras cosas insólitas!
Sobre la falta de preparación de los funcionarios políticos en esta materia:
-En su opinión, ¿qué papel debería cumplir el Estado en este sentido?

-Bueno, lo bravo del analfabetismo científico es cuando alcanza a los funcionarios, cuando aparece un señor como Cavallo, por ejemplo, que dice: "Yo prefiero que los investigadores se vayan a lavar platos". Lo toman incluso como una grosería, como si dijeran: "Señora, está gorda"; como una falta de cortesía, y no lo toman como el drama de tener un señor dirigiendo los asuntos públicos con esa mentalidad. Que ese señor sea también un analfabeto científico: eso es lo realmente doloroso. Suele hablarse de apoyar a la ciencia. A mí eso me parece una estupidez. Ahora, dirás: "¿Cómo, cómo? Momento, ¿no hay que apoyar a la ciencia?" Sí, claro, pero es como si me dijeras que te operaste de la vesícula porque querés apoyar a tu médico. No, si te operaste de la vesícula es porque lo necesitabas. Cuando la Argentina compra pan y tornillos no es para apoyar a panaderos y ferreteros...

-¿Se le ocurren estrategias concretas?

-Creo que la campaña que debería hacerse en la Argentina tendría que ser difundir la ciencia entre el empresariado, para que aprendiera a usarla. En México, donde soy miembro del Consejo Consultivo de Ciencia de la Presidencia, he desayunado, he comido y he cenado discutiendo sobre estos temas. Se quejan de que nadie apoya a la ciencia, y yo les digo: "A cada secretaría de Estado pídanle una lista de las diez cosas en las que esperarían apoyo de las universidades y centros de investigación". Yo me haría muy mala opinión de un secretario de Estado que en un momento en que aparecen redes de computación, Google, satélites de comunicaciones y demás no puede hacer una lista con las diez cosas importantes para un país en las cuales tendrían una función importantísima la ciencia y la tecnología.

Sobre la actitud e iniciativa de los emprendimientos privados:
-En la Argentina, la inversión pública en ciencia es baja, pero la privada es más baja aún. ¿Qué se podría hacer para estimularla?

-Hay cosas muy sencillas, como decirles a las empresas transnacionales que nos venden cosas: tienen un mercado acá que es mucho más grande que el del país donde asientan su casa matriz. ¿Por qué la investigación la hacen allá? ¿Se puede estudiar alguna forma de que en la Argentina dediquen a la investigación científica una parte proporcional de su mercado? Es algo simple. A las cámaras empresariales habría que decirles: "Ustedes gastan mucho en patentes. ¿No podría haber un impuesto para hacer un reemplazo de eso?". Suponte que te contestan que pagan patentes para usar técnicas danesas de producción de empanadas salteñas. Yo sospecharía mucho de que fuera cierto que en la Argentina no hay tecnología para hacer empanadas. Pero les diría: "Bueno, paguen cierta cantidad de dinero para que acá desarrollemos tecnología para hacer empanadas". Estoy dando un ejemplo ridículo, el tipo de ejemplo que daba por la radio, pero claro...
La valoración más importante:
(...) si voy a Zambia y veo que no tienen ciencia y tecnología, pienso: "Bueno..." Pero ¡en la Argentina hay tanta gente capaz! Cuando me encuentro con algún "cerebro" en Heidelberg o en Londres, me pregunto cómo puede ser que ese señor haya sido formado en la Argentina -es decir que hay maestros- con becas argentinas -quiere decir que hubo apoyo-, pero lo están aprovechando los daneses o los suecos. Desgraciadamente, en nuestros países toman la ciencia como un decorado y no como algo sumamente vital. Y si un pueblo no tiene en una punta sabios que investiguen sobre teoremas estrambóticos y conductas celulares básicas, acaba teniendo en la otra deudas monstruosas, obreros sin trabajo, miseria e hijos de exiliados.
(fotografía publicada en La Nación el 10 de febrero de 2007. Reportaje de Nora Bär)

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