Una reflexión de Alberto Olmos sobre obediencia y . sumisión . Lo hace recordando la historia contada en Compliance, una película de Craig Zobel, de 2012. La historia suena inverosímil, pero destaca esa sensación de sumisión ante una autoridad (un policía) que se impone de manera imperativa, y logra, desde su oficina, mediado por un teléfono, que un grupo de personas reunidas en un lugar de comidas, cumplan sus ordenes crecientemente aberrantes, sin cuestionarlo.
Después de una hora de ver a todo el mundo obedecer, coge el teléfono un
cliente desastrado y mayor. Creemos que caerá también bajo el influjo
de la autoridad; anticipamos que el policía conseguirá a su vez que este
hombre mantenga relaciones sexuales con la joven empleada. Sin embargo,
el viejo es de oro. Escucha las, en fin, chorradas del policía y se
extraña; enseguida le dice: “Eso no está bien”. Y luego cuelga sin más. Es lo que tendrían que haber hecho una por una todas las víctimas, colgar sin más.
El gesto tiene algo de castellano, de la desconfianza natural en
provincias por el charlatán que llama a la puerta. Hay que deshacerse de
ese charlatán cuanto antes, sin dejarle casi hablar, sin dejarle
desplegar su tela de araña. En cuanto la palabrería se instala en tu
cabeza, todo se confunde; en cuanto cedes un poco, te abocas a ceder
muchísimo en las vueltas siguientes de la conversación. El anciano nota enseguida que “eso no está bien”, y rompe las cadenas del engatusamiento. Creo que hoy vivimos una situación parecida como sociedad en relación a los políticos.
Los políticos, sin duda, son charlatanes, y tienen ocasión de
charlatanear públicamente a diario y con altavoces de gran alcance.
Hablan sin parar, desplazan sermón a sermón y parloteo a parloteo el
sentido común fuera de su quicio. De pronto estamos discutiendo si algo
que está mal está de hecho no tan mal y, al cabo, bien. Por ejemplo,
allanar una casa y quedarse en ella a vivir. Está mal. Después de años
de allanamientos impunes, nos parece defendible que una persona no pueda
recuperar su casa, sea su cuarta residencia en la playa o su segunda. ¿Cómo puede alguien quitarme la casa y permanecer en ella durante años? Nos han convencido de que eso puede ser, en efecto; y es.
¿No diríamos que esta trama se repite con distintos matices a nuestro alrededor?