sábado, enero 20, 2024

Perdidos: el miedo

 Así como Desierto sonoro es un texto "de carretera" donde la ruta y las poblaciones son otro personaje, así también es un relato "de niños", y en parte, "por niños", en primera persona en la voz del hijo, y en tercera, en el seguimiento de los migrantes a través de la selva, el desierto, y los trenes. Lo que sigue es un fragmento del viaje de los hijos perdidos.

 Los dos niños, inseparables, se despiertan muy temprano. Los padres duermen todavía. Él, de diez años, ha preparado su mochila con "todo lo necesario". A la niña, de cinco, no le ha dicho la verdad, para que no se oponga: buscarán a las dos niñas que busca su madre; cruzarán el desierto con el itinerario trazado hacia Echo Canyon, donde le ha dicho que sus padres los esperarán. Para asegurarse, les ha dejado una nota en la caja V de la madre. Caminarán hasta alcanzar unos molinos y depósitos de agua, se subirán a un tren de cargas en Bowie, y viajarán hasta muy cerca del destino, se bajarán, y caminarán un poco más hasta encontrar sus padres. 

Habla el niño, a su hermanita. Todavía no han alcanzado las vías:

 Si me concentraba, podía imaginarme todo con claridad: Echo Canyon, un pedregal resplandeciente en la cima de una montaña, como había dicho papá, y allí, nuestros padres esperándonos, enojados tal vez, pero también felices de vernos de nuevo. Pero todo lo que alcanzaba a ver a la distancia eran muchas colinas y el camino que bajaba y subía, y más allá de todo eso, las montañas altísimas entre la niebla gris. Atrás de mí, el sonido de tus pasitos sobre las piedras y también tus quejidos, tu sed y tu hambre.

Cuando se empezó a hacer de noche y mi preocupación creció, recordé esa historia sobre la niña siberiana y su perro, que la había mantenido a salvo y después la había rescatado. Te dije que ojalá tuviéramos un perro. Y tu dijiste: guácala, no. Y después de un silencio dijiste: bueno, tal vez sí estaría bien.

Una vez, todavía con papá y mamá, habíamos entrado en una tienda de segunda mano, que es algo que a mamá le encanta, aunque nunca compra nada, y habíamos visto un perro viejo, dormido, que parecía una alfombra calientita extendida en el piso. Nos habíamos acercado a acariciarlo mientras papá miraba cosas y mamá hablaba con el dueño de la tienda, algo que también le encanta hacer en las tiendas pequeñas. Y yo acaricié al perro y le hablé, y tú le empezaste a hacer preguntas muy chistosas, como: ¿te gustaría ser más alto, te gustaría ser naranja, te gustaría ser una jirafa en lugar de un perro, te gustaría comer hojas, te gustaría vivir en la naturaleza, junto a un río? Y te juro que, cada vez que hacías una de esas preguntas, el perro asentía diciendo sí, diciendo sí a cada pregunta. Así que cuando estábamos en el río, caminando sobre las piedras verdes  y resbalosas, pensé en el perro y pensé que si estuviera allí con nosotros quizás no tendríamos nada de miedo. Y al hacerse de noche, más tarde, estaría todo bien porque tendríamos al perro para acurrucarnos con él, y tú te harías bolita junto a su pata y yo lo abrazaría del otro lado, pero con la boca cerrada para que no me llenara la lengua de pelos, y que me hicieran vomitar. Y si de noche escuchábamos a otros perros ladrando en las granjas lejanas del valle, o si oíamos el aullido de un lobo en las montañas, no nos daría miedo, no tendríamos que arrastrarnos bajo las rejas ni dormir con piedras en las manos por si acaso

Llamar "novela" a Desierto sonoro de Luiselli no describe ajustadamente al texto. Es otra cosa, mirando  a los fotógrafos que recorrieron Estados Unidos; abriendo los mapas del camino, atendiendo las pequeñas historias que se cuentan a cada paso...Como en 2666 de Bolaño, es otra cosa la larga crónica de muertes de La parte de los crímenes.

La foto, Sierras de Chiricahua, Karen Fasimpaur, CC BY 3.0 <https://creativecommons.org/licenses/by/3.0>, via Wikimedia Commons

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