He pasado por una experiencia con muchos puntos de contacto: las extendidas protestas de Argentina de comienzos del siglo, y creo que existen sobrados riesgos de que los caminos se parezcan. A una década de distancia, los logros argentinos son muy pocos: un estallido inorgánico, finalmente disperso en iniciativas ilusorias de "democracia directa", y la facilitación del camino a una casta política intolerante, de ideología "progresista" que practica viejos negocios con nuevas palabras, y acelera la ruina del país, sin futuro visible...
Me gustaría reproducir la opinión de
Decía un gran economista alemán que, precisamente cuando más nos ocupamos en revolucionar nuestras vidas, es el momento en el que más conjuramos los fantasmas del pasado. Por ello, ya que de manera inesperada España se encuentra este fin de semana en una de esas encrucijadas de nuestra historia, me remito con cierta reticencia a la famosa frase orteguiana de dolor enunciada en otro momento de vértigo hace ya 80 años. Como en aquel entonces, el devenir de los acontecimientos, en vez de regenerar a nuestro país, amenaza con arrastrarle, si cabe, a mayores sufrimientos. La claridad de miras torna hoy de lujo a imperiosa necesidad.
Los españoles se sienten defraudados. Razón no les falta. Con un desempleo a niveles históricos, unos salarios ridículos y pocas perspectivas de mejora futura, buena parte de nuestros jóvenes encaran el porvenir con desazón. Es más, casi como si se tratara de una farsa premeditada llena de ruido y confusión, esos mismos jóvenes se encuentran con una clase política endogámica, mediocre y corrupta, con unos dirigentes empresariales demasiadas veces aupados por sus amistades y no por sus méritos, con unas empresas protegidas por innumerables y absurdas barreras a la competencia y por unos agentes sociales anquilosados en una visión antediluviana de la vida económica. Como un dinosaurio agotando su ciclo evolutivo, España se acerca inexorablemente al fracaso como nación.
Y si en el diagnóstico de la situación muchos de aquellos que protestan estos días por las plazas de España y yo encontramos innumerables similitudes, mi valoración de sus propuestas no puede ser más negativa. Al menos aquellos grupos que han pasado del mero enfado a la concreción de una propuesta de tratamiento a nuestros males no nos ofrecen más que un camino a la ruina.
Digámoslo claro y digámoslo una y otra vez: no es esto, no es esto, no es esto.
Empecemos por las propuestas políticas. Las listas abiertas no solucionan nada. En el mejor de los casos son inútiles y en, el peor, el sendero a un Congreso de los Diputados caótico e intratable. Los referendos constantes, como la trágica experiencia de California demuestra, no son más que recetas para generar políticas incoherentes, cortas de miras y para la captura del sistema político por minorías decididas y bien financiadas. Bajos sueldos a los políticos solo asegurarán que a la política solo se puedan dedicar aquellos ya ricos o cuya vida profesional sea un fracaso. Y el que los votos en blanco tengan su propia representación es sencillamente ridículo.¿Y qué podemos decir de las propuestas económicas? ¿Acaso ve alguien el más mínimo sentido a incrementar la banca pública cuando es precisamente la banca pública, las Cajas de Ahorros, las que se han comportado de manera más nefasta en los últimos años? ¿Acaso cree alguien todavía que el reparto de trabajo no hace más que repartir miseria? ¿Piensa alguien sensato que la expropiación de los pisos vacíos no llevará más que a la destrucción definitiva del mercado del alquiler, de la promoción inmobiliaria y de la seguridad jurídica? ¿Cómo se puede argumentar con un mínimo de honestidad que nuestra seguridad social no necesita de una profunda reforma?Podría así seguir por páginas y páginas. La evidencia de lo absurdo de las propuestas presentadas es tan abrumadora que casi se vuelve aburrido repasarla en detalle.Hoy, en cambio, quiero mantener una concisión espartana para no abrumar. Lo que quiero es que usted, querido lector, le diga bien claro a nuestra clase dirigente que la respuesta a la situación no es el jugar al “yo os comprendo”, no es el subastar el futuro de España a unas concesiones demagógicas y fácilonas. Nuestros políticos, hundidos en su propia cobardía y en el fracaso de sus estrategias de salón estarán tentados de lo peor. Buena parte de los medios de comunicación han caído ya en el romanticismo mistificador de la juventud y en el jalear panfletos de ínfima calidad como profundas obras del pensamiento. Nuestros intelectuales, nulidades a nivel internacional y siempre más atentos a escribir una columna que alague a los prejuicios mal informados de sus lectores que en analizar los datos empíricos, solo se van a dedicar a repetir una fraseología vacua. Nosotros somos los que tenemos que decirles que no, no y mil veces no.
Hemos llegado a un cruce de caminos. Las opciones son claras: el populismo desastroso e infantil de las propuestas de los acampados en la Plaza del Sol o la verdadera regeneración que España necesita y que desde NadaEsGratis llevamos explicando desde hace más de dos años. Yo lo tengo bien claro.
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