Un artículo de Jesús Cacho para El Confidencial, dedicado a política interna, tiene una de las mejores descripciones literarias del presente europeo que haya leído. Dejando de lado la derivación hacia la política interna española, que también daría mucho de sí, vale su comparación entre dos mundos:
(...) Sentarse frente al jardín donde se erguía la demolida embajada americana en la capital sudvietnamita, pegada al edificio que hoy alberga el consulado USA, resulta una extraña experiencia. A la luz cristaliza del atardecer es fácil volver a escuchar el ajetreo de los helicópteros que desde su terraza trasladaban al personal civil y militar yanqui a los buques anclados en el mar de la China; fácil volver a imaginar a un cariacontecido embajador Martin embarcando en el último de los aparatos con la bandera de las barras y estrellas plegada bajo el brazo, mientras miles de vietnamitas anticomunistas y/o colaboradores del régimen militar del Sur pugnaban por saltar la valla que rodeaba la finca con la esperanza de alcanzar en la azotea la sombra del último helicóptero. La misma sensación frente al cercano palacio presidencial, sede del que fue Gobierno de la República de Vietnam del Sur, cuyas elegantes verjas de hierro fueron holladas por los tanques del PAVN en la mañana del 30 de abril de 1975, caída de Saigón. El Régimen comunista lo ha conservado intacto, tal cual aparece en las muchas películas que Hollywood parió sobre el conflicto, habiéndose limitado a rebautizarlo como “Palacio de la Reunificación”. Ahí parecen acabar todas las referencias (incluido el vecino y paupérrimo War Crimes Museum) a una guerra de la que la mayoría de la población vietnamita solo ha oído hablar por cuentos a la luz de la lumbre y, naturalmente, en los libros de texto.
Los jerifaltes de la República Socialista de Vietnam están hoy más preocupados por los negocios que por la ideología. Férreo control del poder político a través del partido único y business as usual. El hijo del presidente Tan Dung dirige en la isla de Catba, la mayor de la bahía de Halong, sin duda uno de los escenarios naturales más hermosos del planeta, una macro urbanización luxury total, con marina estilo Montecarlo incluida. Los comunistas somos así: to pal pueblo. De modo que el pueblo se muestra ante el visitante entregado a la lucha por la vida, pasando de política, de consignas y de partido único. Con un tercio menos de territorio que España, Vietnam está hoy poblado por 89 millones de personas, el 67% de las cuales tiene menos de 30 años, pirámide de población que convierte en un espectáculo un simple paseo por cualquier calle de Hanoi, Danang o Saigón. El país sigue siendo muy pobre (80 euros salario medio mensual en la ciudad), pero la sensación de actividad, de ritmo frenético, de ganas de abrirse paso y ganarse la vida que se advierten por doquier resultan apabullantes. A las 5 de la mañana comienza a amanecer y a las 6 cualquier calle del país está invadida por un ejército abigarrado de motocicletas japonesas de baja cilindrada que se mueven sin discos en los cruces, sin guardias de tráfico, en un universo de caos y cláxones que deja perplejo al occidental. Sin policía visible en la calle, el vietnamita goza de total libertad para luchar por la vida y lo hace a cara de perro desde al alba al anochecer. Todo el mundo vende algo, todo el mundo tiene algo que ofrecer, desde una sonrisa hasta una simple botella de agua, todos algo que esperar de un futuro que se adivina vivo.
Del boom asiático al declive europeoPartiendo desde bases muy pobres, con casi todo por hacer en materia de infraestructuras, Vietnam es uno de los países con mayor crecimiento económico del mundo, cuyo PIB que se mueve en cifras anuales cercanas al 10%, llamado a convertirse en una década en una gran potencia económica, demográfica y cultural. País dominado por la misma sensación de febril actividad que un servidor puso advertir hace un par de veranos en China. A las 6 de la mañana, mientras Saigón, con sus 8 millones de habitantes, hierve en una caldera de imparable frenesí, Berlín, París o Madrid duermen plácidamente. El centro del mundo se ha desplazado dramáticamente a Asia, pero en Europa no nos hemos enterado o hemos decididos dar la espalda a esa inquietante realidad. Esta semana, el escritor y economista francés Jacques Attali decía en un diario madrileño que “Europa camina hacia su declive”. Falso. Hace tiempo que lo está, metida en una deriva de insignificancia que paulatinamente le hace perder peso en el mundo. Decididos a seguir viviendo por encima de nuestras posibilidades, parapetados tras unos Estados del Bienestar imposibles de financiar, acomodaticios y burgueses, vagos de solemnidad, Europa lleva camino de convertirse en un gran parque temático para asiáticos ricos, gente que puntualmente viajará al viejo continente para escuchar música en Salzburgo (lleno ya este verano de chinos opulentos), tomar daiquiris en el Hemingway Bar del hotel Ritz de la parisina plaza Vendôme, y contemplar atardeceres desde La Alhambra de Granada. Todo parece aquí finiquitado, fundido, muerto. Todo atado y bien atado y en manos de los de siempre. Con las cartas bien repartidas por las elites económico-financieras, siempre en santa alianza con Gobiernos parásitos, el único futuro abierto a las generaciones de jóvenes europeos inteligentes y bien preparadas es emigrar y cambiar de continente.
El espectáculo es particularmente deprimente en países del sur de Europa que, carentes de tradición democrática, se han dado al voto bobo en favor de personajes tan atrabiliarios como Berlusconi en Italia o tan mediocres como Rodríguez Zapatero en España o José Sócrates en Portugal, tipos que han sabido encajar perfectamente en el molde de las sociedades narcotizadas, de brazos cruzados, dispuestas solo a pensar en la caña de cerveza y en el fin de semana, en que vivimos. (...sigue...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario