

Dos notas leídas durante julio (La Nación, The New York Times) recuerdan una tendencia bastante frecuente en Europa, en algunos lugares más que en otros: la preferencia por no tener hijos, o tener solo uno. Es parte de un fenómeno más global, y su mayor expresión. Las generaciones que vivieron la gran guerra, que debieron esforzarse duramente por reconstruír un mundo, contribuyeron a crear una sociedad de bienestar, con un nivel medio de educación muy superior al anterior, y otras expectativas. The New York Times destaca algunas razones que se deben considerar: no es fácil en las actuales condiciones el sostener una familia, y mucho menos una del estilo del siglo XIX (El artículo de NYTimes merece otro momento). Así, los objetivos han devenido distintos. La tecnología está al alcance de la mano; las ciudades han transformado radicalmente su infraestructura, servicios que hace cincuenta años eran impensables, hoy son usuales y necesarios. Pero también, el costo de mantenerse en esta sociedad ha crecido dramáticamente, y, como bien lo sabe España, tener una casa es casi una condena a perpetuidad.
Hace casi cien años, Europa vivió una Belle Epoque, que podría recordar mucho algunos de los aspectos actuales: exposiciones universales, progreso, arte, buena vida. Sin embargo, aquella terminó de la peor manera. Así también hoy, sombras perturbadoras llegan de fuera del círculo de los 27: frágiles embarcaciones se arriesgan a todo para alcanzar las costas desde África y Asia; una ola incontenible de inmigrantes del este y del sur está cambiando las reglas de juego. Y la economía se complica, en un juego de interrelaciones que realimenta una crisis global. Quizá las preocupaciones cambien este modelo en pocos años.
Los dibujos: el primero, Jordi Labanda, en Magazine de 29 de junio 2008. El segundo, en Magazine también, por Krahn.
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