Viviendo todavía en Argentina, desde siempre conviví personalmente con vecinos y compañeros de estudio o de trabajo de orígen judío, en general, buenos estudiantes y trabajadores, o incluso brillantes. Más aún, en la década que vivimos en Barracas, el barrio contaba con dos sinagogas y un centro de estudio, y numerosos vecinos lo eran, practicantes o no de su religión, pero en general, fieles a sus lazos familiares e históricos. Argentina, no sólo Buenos Aires sino también muchas ciudades y regiones del país, albergan una colonia judía que sigue siendo de varios cientos de miles de personas. El país, como es bien conocido, es todavía el producto de sucesivas olas inmigrantes, de las cuales la judía europea ha sido una de las importantes, especialmente durante y a posteriori de la segunda guerra mundial. Como todas estas corrientes migratorias, en general se han integrado en el país, sea como empresarios, agricultores, profesionales en las ingenierías, la economía, la medicina, o la investigación; en las artes, la literatura, la arquitectura. Así como es común encontrar un apellido italiano o uno eslavo, también es posible que muchos de éstos (especialmente del este de Europa o Alemania), sean judíos, los expulsados por la guerra y los pogroms. Conozco personalmente historias de escapes desesperados, y comienzos desde la nada. Algunos, al establecerse el controvertido territorio de Israel, volvieron con su nación; pero muchos más quedaron, y probablemente quedarán. Huían de la intolerancia, y se asentaron en una América que no tenía memoria de su pasado.
Acostumbrado a su presencia (y la de muchas otras minorías migrantes), sabía de su inexistencia en España, no sólo reciente, sino histórica. Si bien muchos de los que conociera en Argentina eran askenazis, conocía la "nación" sefardí, su presencia cultural (Maimónides, Vives), y su doble diáspora: una respecto a Judea, y la otra respecto a España. Una comunidad de habla hispana repartida por Europa y Asia. Estar en España me ha dado la oportunidad de conocer y entender mejor esta historia.
Durante mucho tiempo supuse que la entrada de judíos en España se produjo a partir del momento en que se iniciara la conquista musulmana; quizá haya influído en esa creencia la lectura de Cervantes: en algunas de sus historias del Quijote o de la Novelas Ejemplares aparecen personajes judíos asociados a la ciudad árabe (historias de cautivos); por asociación, la entrada de unos en España habría traído la presencia de los otros en el continente. Revisando la conquista del Reino de Valencia por Jaime I, el patrón se repite: la taifa valenciana registraba la presencia de familias judías en la comunidad musulmana, que subsisten tras la conquista (el Libro del Repartimiento documenta la entrega de propiedades y derechos a múltiples familias), y lo mismo se encuentra recorriendo su historia. Sin embargo, su presencia es muy anterior, probablemente paralela a la entrada de Roma en la península. Si bien los mismos judíos parecen haber afirmado que su presencia en la península pudiera remontarse al siglo V antes de Cristo, estas afirmaciones se registran a partir de la persecusión visigoda tras su adopción del catolicismo, como una descarga de la "culpa judía" sobre Jesús. Está claro que la minoría existía durante la presencia visigoda, siempre como grupo diferenciado, asociado al comercio y los negocios. Puede decirse que al momento de la invasión musulmana, su presencia conviviendo con iberos, romanos y visigodos llevaba alrededor de un milenio. Una convivencia que fue extrañándose en la medida que la irrupción del catolicismo estableció una barrera religiosa, especialmente a partir del Concilio de Toledo.
De todas formas, probablemente la irrupción musulmana amplió esa presencia. Una de las leyendas de la entrada de los árabes, es que tuvieron el apoyo de la comunidad judía (Ignacio Olagüe, Sanchez Albornoz, Joseph Pérez). Cierto o no, la mayor documentación de la época musulmana permite seguir la presencia judía, importante, quizá no tanto en número como en posición social y política, primero en el Califato, y luego, con su caída y la anarquía de las Taifas, también en los reinos cristianos, hasta alcanzar influencia y consideración con Alfonso X. La cercanía entre judíos y moros, visible en general durante toda la dominación musulmana, contribuyó a generar hostilidad hacia ellos en toda la cristiandad europea en época de las cruzadas (Apuntado y fundamentado por Joseph Pérez en "Los Judíos en España").
La intransigencia religiosa acompañó el destino de ambas comunidades: Pérez señala el testimonio de autores romanos (Horacio, Marcial, Juvenal, Tácito, Plinio), que cuestionan el carácter conflictivo y faccioso de las diversas y opuestas sectas judías dentro de su comunidad. Al extenderse el predominio católico en España en época visigoda, la diferencia religiosa los puso en contradicción. Luego de una época de convivencia durante el califato omeya, la irrupción de los almorávides ortodoxos los empujó a los reinos cristianos, pero también allí, llegó un momento en que su persistencia como comunidad política y religiosa diferenciada los llevó a ser blanco de la intolerancia.
La caída final de los reinos moros tuvo una primera e inmediata consecuencia: la expulsión final de las comunidades judías. Mil quinientos años después de avecindarse, Sefarad pasó a ser una nación imaginaria, hablando castellano antiguo a través de Europa, Asia, y América. La muy reciente guerra de secesión en los Balcanes nos dá una idea de lo que aquella expulsión (y la posterior de los mismos moriscos) debe haber sido: una minoría completa, crecientemente aislada, expulsada finalmente por la fuerza, confiscada y maltratada, para caer en un nuevo espacio que no los espera ni los desea.
Así, España comenzó a forjar su unidad política, religiosa y cultural. ¿Ganó o perdió con la expulsión España?
Como en el caso de los moriscos, como en el caso de los indígenas americanos, la pregunta está de más: no hay juicio histórico que retrotraiga los acontecimientos.
La imágen, de Wikipedia: Un cantor leyendo el Pésaj en al-Ándalus, Hagadá de Barcelona en el siglo XIV.
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