La conquista española del actual territorio de Argentina se produjo, luego de exploraciones iniciales por la costa atlántica, desde tres orígenes, durante toda la extensión del siglo XVI : desde Alto Perú por el norte, desde Chile por el oeste, y tras un fallido comienzo en Buenos Aires, desde Asunción por el este. Por la mayor evolución cultural y económica de las poblaciones nativas del noroeste del continente, durante un siglo y medio la colonización se desarrolló más sobre las ciudades interiores argentinas que sobre las costeras. Santiago del Estero, San Miguel del Tucumán, Salta, San Salvador de Jujuy, La Rioja, fueron pequeñas centros prósperos interconectados, con amplias poblaciones indígenas. Hoy resulta difícil aceptar que hasta mediados del siglo XVIII, por casi doscientos años, la vida colonial se desarrolló lejos de la costa, en los oasis del oeste y en el trópico guaranítico.
Una vida colonial que gradualmente forjó la sociedad criolla que aún hoy en cierta forma mantiene ecos, conocida a través de las actas de las ciudades, de los documentos y cartas de funcionarios y sacerdotes, o de la escasa literatura de padres jesuitas o franciscanos. Una vida ocupada en consolidarse en la región conquistada, atravesada por una larga y furiosa guerra, que no tuvo en general sus intérpretes literarios. Mayormente anónima, recordada en los escritos posteriores de los descendientes, forjó caracteres definidos que, alrededor de cuatro siglos después de su inicio, difieren del modo de vida que finalmente impuso la sociedad irradiada a partir de la costa rioplatense.
¿Cómo era esa sociedad? Una sociedad de familias llegadas con las expediciones primero y luego directamente desde España, con el propósito de prosperar localmente. Destino secundario para los grandes de España, no era de esperar allí la obtención de fortunas fabulosas, sino un crecimiento moderado a través de muchos años. La riqueza estaba al norte, en Potosí, en Perú, y la región fue una de abastecedores de bienes hacia los centros del oro y la plata.
Mas de cuatrocientos años después, todavía el noroeste argentino conserva rastros de las familias colonizadoras, y de sus pobladores originarios, sus lenguas y sus tradiciones, veladas tras la integración cultural. Una sociedad amasada duramente, con una continuidad única para la Argentina inmigrante.
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