La noche anterior había leído su último post, escrito en el mismo tono de descreimiento y oposición absoluta al estado de cosas que vive Argentina que manifestara en esta última época. Esta mañana encuentro la nota de su muerte por infarto, increíblemente, en el día del periodista. Leo la nota de despedida en La Nación, y los comentarios de lectores. A primera hora, veinticuatro comentarios, y la mitad aproximadamente, censurados por el moderador. A media tarde, más de seiscientos, en el mismo tono. Al anochecer, 247, es decir, debe haber más de quinientos comentarios censurados.
En su declinación, le tocó irse cuando Argentina se empantana en el embrutecimiento, en el sectarismo, en el maltrato del prójimo, y la sociedad capaz de escribir un comentario de lector, lo entierra entre insultos y desprecio. Esta es en parte, la medida de nuestras esperanzas.
A Neustadt le pesó en las últimas décadas su acompañamiento y silencio durante la época negra de Argentina, pero esto ha servido para que otros desconozcan su valor en el terreno de promover una Argentina apartada de las viejas costumbres, la costumbre de vivir a la sombra del Estado, de mirar para otro lado cuando las corruptelas son de los amigos, y de vivir sin justicia, sin respeto. Le han dicho camaleón, de ponerse del lado de quien tenga el poder, y sin embargo, tengo la impresión de que eso no fue así, sino todo lo contrario. Este camaleón se quedó sin avisos por criticar a los empresarios amigos de obtener concesiones y no cumplir obligaciones, y se quedó solo por persistir en una idea. Solo hasta de quienes le debían su crecimiento.
Como reconocimiento, puedo enumerar lo que le debo: su insistencia en la educación, en la investigación, en la innovación, su estímulo a jóvenes emprendedores y buenos teóricos, su apoyo a las políticas liberales, su polémica contínua con las políticas "cubanistas", su difusión de los aspectos innovadores de las sociedades asiáticas.
Con pocas esperanzas, se ha ido, como dijera Soriano, triste, solitario, y final.
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