jueves, octubre 12, 2023

El imperio Austrohungaro

 


Era la sexta potencia económica, su población llegó a superar los 50 millones de personas, alcanzó un gran florecimiento intelectual, pero se derrumbó como un castillo de arena al terminar la primera guerra mundial. Literalmente se esfumó, y así entró en el siglo XX. A finales del siglo, nadie recordaría al Imperio Austrohungaro que fue importante a finales del XIX en las relaciones internacionales, y más en el campo intelectual: no sólo los Strauss, sino Sigmund Freud, Adler, Klimt, Kokoschka; Kafka, Musil, Zweig, von Hofmannsthal, Meyrink, Wittgenstein; Gödel, Neurath y Schlick miembros luego del círculo de Viena; en música, además de los Strauss, grandes maestros florecieron durante el imperio: Schubert,  Beethoven, Bruckner, Brahms, Schoenberg, Mahler, Webern, Berg...

Pero el imperio tenía debilidades radicales, ya desde el mismo hecho de no haber sido nunca un reinado unificado, sino dos, Austria y Hungría. Y luego su composición: una colección de pactos nacionales, herencias dinásticas, y conquistas territoriales: además de Austria y Hungría, Bohemia, Croacia, Moravia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, Salzburgo, Silesia. Una población no homogénea, con checos, alemanes, judíos, polacos, croatas, húngaros, serbios, italianos, rumanos, eslavos, turcos, y sus religiones. Podría decirse que es un milagro que hayan crecido y evolucionado cultural, científica y económicamente con Viena, Budapest y Praga al frente durante años: un crecimiento más allá de lo que el imperio hiciera. 

Dos autores, Allan Janik y Stephen Toulmin, en su trabajo "Wittgenstein's Vienna", analizan el breve período de tiempo (sesenta años lo son) en que el reinado de Francisco José I de Habsburgo-Lorena administró el imperio: una descripción detallada de una sociedad donde la nobleza convivió con una burguesía empresaria que irrumpió entonces con un liberalismo creciente. Janik y Toulmin muestran una sociedad corrupta, de doble moral, hipócrita, sensual, con crecientes tensiones religiosas y raciales. En su análisis, describen cómo las confrontaciones políticas entre nacionalismos, socialdemócratas, comunistas, odios raciales y religiosos, no sólo anticipan los enfrentamientos que dispararon la primera guerra  mundial, sino que explican la inestabilidad de toda la región, tanto durante la dominación rusa posterior a la segunda guerra, como la desaparición de Yugoslavia y las guerras locales posteriores. Describiendo la acción de los dirigentes políticos de la época, Janik dice que "quizá la más extraña paradoja de la vida vienesa es el hecho de que tanto la "solución final" del nazismo (Georg von Schönerer), como el estado judío del sionismo (Theodor Herzl) , no sólo brotaron aquí, sino que además tuvieron similares orígenes".

Estas tensiones forman parte del inicio de la primera gran guerra, y son el material con el que se produjo la caída del imperio: un mando debilitado por la muerte de Francisco José, descontento y huelgas en las ciudades, y la dispersión y disolución de los ejércitos, con soldados que se amotinaban o desertaban y volvían a sus territorios. Pasada la mitad del año 1918, la disolución del imperio era un hecho: los eslavos de Zagreb forman un consejo independiente, Polonia se integra y reunifica, Austria se declara república, ajena al imperio, Croacia y Eslovenia se declararon una unidad independiente, y sumaron a los reinos de Montenegro y Serbia, los checos y los eslovacos se unen con Bohemia y Moravia. y finalmente Hungría abandona el reinado y se declara república. Así, en pocos meses, toda la construcción social y económica de un imperio pasa a ser sólo un recuerdo, reducido a las naciones que lo formaban, ahora aferradas a sus propios centros económicos, y a los recursos que pudieran proveerse. 

¿Y qué fue de sus escritores, científicos, artistas? Wittgenstein, soldado austro-húngaro voluntario en la guerra, condecorado varias veces, cayó prisionero casi a su término, y pasó nueve meses en un campo de prisioneros italiano. Cuando fué liberado, el imperio no existía y Austria era una república. Un hermano suyo, oficial del ejército, se suicidó cuando sus tropas se negaron a luchar y desertaron. Robert Musil fue reclutado desde el comienzo de la guerra, sirviendo en el comando del ejército, volviendo a la Viena ya republicana. Sólo abandonó Viena cuando el nazismo hizo imposible la vida en Austria (su esposa era judía). Este mismo fue el camino de Freud, salido de Viena después de que su hija fuera interrogada por la Gestapo, y se quemaran sus libros públicamente. Cuatro hermanas suyas murieron en campos de concentración. El camino del exilio también fue el destino de Wittgenstein y sus colegas del Círculo de Viena, aunque Moritz Schlick no tuvo esa oportunidad. Kafka no participó en la guerra por su estado de salud primero, y luego por la tuberculosis declarada. Su vida no se alteró mucho, comprometido en su trabajo en una compañía de seguros, y no llegó a ver el nazismo en acción (muere en 1924), pero de alguna manera lo alcanzó: sus tres hermanas murieron en campos de concentración veinte años después, como su amada Milena (Jesenská) enviada al campo de concentración de Ravensbrück, muerta en 1942. El pintor Kokoschka, por su parte, participó en la guerra en la caballería austríaca, fue herido, y al término salió del país, a Dresde en Alemania. En 1931 volvió a vivir a Viena, pero en el interín, su obra fue calificada como degenerada por el nazismo, y se mudó a Praga y tomó la ciudadanía checa. En 1938, ante la inminente invasión nazi a Checoslovaquia, se mudó a Inglaterra por el resto de la segunda guerra mundial. Luego de algunos años en Estados Unidos, se radicó finalmente en Suiza, donde murió en 1980. Ya nunca en Viena o Praga... Y un último recordado: Stefan Zweig, de orígen judío pero no practicante, en la guerra fue empleado del ministerio de guerra, hasta exiliarse en Suiza. Volvió a Austria al terminar la guerra, a Salzburgo, hasta que comenzó a ser hostigado como judío alrededor de 1934. Su libreto de una obra de Richard Strauss fue vetado y la obra prohibida. Transladado a Londres, ya nunca volvería a Austria. En 1942 se suicidó con su esposa en Brasil, en la creencia de que el nazismo alemán ganaría la guerra y establecería su orden a nivel mundial.

En fin, cuando veamos la obra de estos intelectuales, no deberíamos perder de vista el contexto en que vivieron y padecieron. Cuando pensemos en la Europa central, recordemos que representan aún un foco de inestabilidad, como si viviéramos al pie del Vesubio. Lo saben bien en Sarajevo o Srebrenica.

La imagen, Achille Beltrame, Public domain, via Wikimedia Commons

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