jueves, julio 26, 2012

Ingleses en el sur: Thomas Falkner

El mapa de Falkner. En Wikipedia
Hasta 1810, las tierras del Virreinato del Río de la Plata, como el resto de la América española, estuvieron en general cerradas a extranjeros. Ni siquiera los españoles accedían fácilmente a América, y por lo tanto, mucho menos quienes provinieran de naciones europeas, frecuentemente rivales: así, es mínima la presencia de holandeses, alemanes, portugueses, ingleses, franceses. No obstante, esta presencia existió, y usualmente representaron avanzadas de la posterior presencia en la época independiente...o fueron la cara visible del contrabando y la piratería. Entre estos extranjeros, Thomas Falkner representa un caso sintomático; un inglés cuya actividad evoluciona entre la medicina, el comercio de esclavos, la religión, la investigación científica...y el espionaje. Sin embargo, probablemente sea injusto tratar a Falkner como a un aventurero o un agente británico. La información que se conserva de él es probablemente insuficiente y sujeta a conjeturas, y, vista a grandes rasgos, su historia refleja un compromiso de vida que merece mayor aprecio: no menos de cuarenta años en el sacerdocio, como misionero jesuita en Argentina, viviendo arriba de un caballo, o en un carretón, o en una mula, entre indios pampas o mocovíes, renunciando a sus bienes, ameritan pensar dos y tres veces acerca de sus motivaciones. Más aún; mucho de lo que su actividad refleja, recuerda lo que Charles Darwin cuenta en su autobiografía: un joven brillante en sus estudios, de familia de algún poder económico, apreciado por sus maestros y por lo tanto con amplios contactos con intelectuales ingleses, científicos, catedráticos, en una sociedad en la que estas personas a la vez estaban entrelazados con la sociedad política y económica. En ese ambiente, no es improbable que sus intereses estuvieran compuestos de vocación científica, aventura, entusiasmo emprendedor, y responsabilidad patriótica.
Falkner es un viejo conocido para quienes, como es mi caso, vivieron en Mar del Plata: una parte de su actividad misionera, quizá una de las más importantes en vista a su posterior publicación inglesa, se desarrolló en la misión de Laguna de los Padres, sitio y nombre que recuerdan justamente su actividad. Allí, junto con los misioneros Cardiel y Strobel, desde 1746 mantuvieron una reducción de indios pampas, el tiempo escaso que las tribus nómadas del sur argentino lo permitieron: cinco años después,  el cacique Cangapol los invade, dispersa los indios y destruye la misión. De aquel contacto con los indios del sur provienen la mayor parte de sus conocimientos luego expuestos sobre la geografía patagónica, las tribus y razas indígenas del sur, las lenguas, y muchas otras referencias. Son familiares sus descripciones del Tuyú, de las serranías destacadas sobre la llanura interminable, la Sierra del Volcán, la fauna, e indudables sus referencias a vestigios de gliptodontes y megaterios.
Pero mejor es presentar a Falkner en conjunto. Lo que sigue es lo que Wikipedia registra sobre su vida.
Thomas Falkner (o Tomás Falconer) ( * 6 de octubre de 1702 –† 30 de enero de 1784 ) fue un sacerdote jesuita, uno de los primeros etnólogos que actuó en lo que luego sería la Argentina, donde permaneció casi cuarenta años. Sirvió como misionero, realizó numerosas exploraciones y acopió gran cantidad de información sobre los indígenas, la fauna, la flora y los accidentes naturales del territorio.
 

Falkner nació en Mánchester, Inglaterra, el 6 de octubre de 1702, en un hogar calvinista. Hizo sus primeros estudios en su ciudad natal, y luego, siguiendo los pasos de su padre, estudió medicina en la Universidad de San Andrés de Edimburgo. Allí, Falkner fue alumno del prestigioso anatomista Richard Mead, y, según algunas fuentes, de Isaac Newton.

Poco después de terminar sus estudios, la Royal Society de Londres lo comisionó para que pasara al Río de la Plata y estudiara las propiedades medicinales de las plantas americanas. Gracias a la amistad con un capellán, se empleó como médico de a bordo en un barco dedicado al tráfico de esclavos y así, tras pasar por Guinea, llegó a Buenos Aires, hacia 1730. La ciudad, que dependía del Virreinato del Perú, tenía por entonces unos 10.000 habitantes. Poco después, en ocasión de caer gravemente enfermo, Falkner traba relación con un sacerdote jesuita, quien lo socorre y, con el tiempo, logra hacerle abjurar del calvinismo. Dos años después ingresa en la Compañía de Jesús y toma sus primeros votos en Córdoba, sede del noviciado de la Provincia Jesuítica del Paraguay. Por indicación de sus superiores estudia Lógica, Filosofía y Teología. En 1738 hace renuncia de sus bienes, y al año siguiente se ordena sacerdote. Luego, durante tres años, se prepara como misionero. Durante su estadía en Córdoba ejerció la medicina, ganando reconocimiento, e instaló la primera botica (farmacia) de esa ciudad. Por su prédica la Universidad de Córdoba introdujo cambios en los programas de los cursos de filosofía y ciencias.

Al terminar su preparación recorre, como misionero y médico, varias provincias. Entre 1740 y 1744 se desempeña en Santiago del Estero y Tucumán. Luego se lo destinó, con el Padre Cardiel, a fundar reducciones (poblaciones de indígenas convertidos al catolicismo) en la provincia de Buenos Aires, entre 1744 y 1747. La fundación de Nuestra Señora del Pilar, en la actual Sierra de los Padres, cerca de Mar del Plata, contaba con el apoyo del cacique local, pero debió abandonarla cuando los pampas se levantaron contra Buenos Aires.

En 1751 pasó a San Miguel de Carcarañá, en Santa Fe, donde Falkner encontró restos fósiles de un gliptodonte, que estudió y describió. Este fue el primer hallazgo paleontológico registrado en Argentina.

En 1754 vuelve a Córdoba, donde entre 1756 y 1767, enseñó matemática en la Universidad de Córdoba. A él se debió en 1764, la fundación de la cátedra respectiva en la Universidad.

Fuera del ámbito universitario, tuvo una vasta actuación como médico y botánico. En esa ciudad mediterránea lo sorprendió la expulsión de los jesuitas. En junio de 1767 fue apresado y enviado al destierro, junto a otros cuarenta miembros de su orden, en aplicación de un decreto del Conde de Aranda, ministro de Carlos III de España. Fue enviado a Cádiz,España, de donde pasó a Italia y finalmente a Inglaterra. En su tierra natal se incorporó a la Provincia inglesa de la Compañía, prestando servicios de capellán en varias casas de la nobleza.

Allí, en 1774, a los 72 años, dio a conocer su obra Descripción de la Patagonia y de las partes contiguas de la América del Sur, de carácter etnográfico, que escribió en gran medida basado en su memoria. En esa obra incluye un mapa que actualizaba el conocimiento geográfico de la época; también contiene indicaciones claras y precisas sobre las ventajas de ocupar la Patagonia. La publicación despertó ansias de dominio en algunos gobiernos de Europa. Esto movió a las autoridades españolas a fundar en 1779 el fuerte de Carmen de Patagones.

Más tarde, en 1778, presentó Acerca de los Patagones, una obra que luego sería traducida por el padre Guillermo Furlong, y publicada en Argentina recién en 1956. Al momento de su muerte, el 30 de enero de 1784, había preparado otros cuatro volúmenes de dos obras que quedaron inéditas: Observaciones botánicas y de mineralogía de productos americanos, y un Tratado de enfermedades europeas curadas con drogas americanas.
El artículo de Wikipedia sigue las líneas de muchos otros, en la secuencia de hechos destacados, sus estudios e influencias, y sus principales acciones. Sólo por tomar algunos, el existente en la Enciclopedia Católica, el de Revisionistas, ambos muy interesantes, o el de Pueblos Originarios; no puedo concluír cuáles son las fuentes originales de su historia: seguramente los editores iniciales de su obra, y la orden jesuita. De hecho, es probable que la mayor parte del material que todos comparten, provenga de la obra del Padre Guillermo Furlong Cardiff, miembro de la orden e investigador de su obra en la América colonial. Como en tantos otros casos, tenemos unos pocos hechos destacados, y muchas conjeturas. José Babini, por ejemplo, lo menciona como primer profesor de matematicas en la Universidad de Córdoba, en cierto modo coherente con su probable aprendizaje con Isaac Newton. Ahora ¿cómo se pasa de un estudiante de medicina y ciencias físicas y matemáticas, a un médico de una compañia de tráfico de esclavos? ¿Cómo se relaciona ésto con un encargo de la Royal Society de Londres para hacer investigación naturalista en sus viajes? Nuevamente, estos hechos contradictorios en apariencia, calzan en el patrón que describe Darwin, hasta su vuelta de su viaje en el Beagle. Los rastros de su actividad misionera, científica y de educador aparecen tanto a través de testimonios jesuitas como a través de los documentos, y más aún, en su obra posterior, la que extrae de sus recuerdos, sus cartas y sus observaciones, tras ser expulsado sin permiso de llevar consigo nada.
Hay algo más sobre sus posteriores escritos: posiblemente no poco de su información geográfica, naturalista y etnológica, tengan que ver con la actividad de sus compañeros en la reducción de Nuestra Señora del Pilar, en la Sierra de los Padres, los padres José Cardiel y Matías Strobel, quienes ya habían participado en la exploración del Atlantico Sur en la misión de la fragata San Antonio, poco antes de fundar la reducción. Sin duda, a ellos les debe sus observaciones sobre el sur patagónico, que no visitó. Cardiel y Strobel merecen ser enfocados aparte, en otro momento. Su actividad, como la de Falkner, acusan el grave error de Carlos III de expulsarlos de América.
¿Qué impacto tuvo Falkner en Argentina y en cierto modo, en América del Sur? No es muy claro que su libro fundamental haya sido escrito por él, o mejorado a partir de sus apuntes (Furlong menciona a su prologuista William Combe, como probable redactor), pero su contenido, exponiendo geografía, naturaleza, y sociedad, por ese simple hecho, en una época en que América estaba resguardada de Europa, puso el foco en el sur continental. Pero además, y allí las acusaciones españolas a Falkner, da una idea de los puntos débiles de la región, en caso de una invasión militar. Su libro circuló rápidamente en la corte de Carlos III, y fue uno de los elementos importantes en la creación del Virreynato del Rio de la Plata, sólo dos años después de su publicación. Es decir, Falkner pudo considerarse promotor de la creación del Virreynato que impulsó la importancia de los campos que recorrió. Este hecho creó un nuevo centro comercial que con el tiempo sería una de las perlas del comercio inglés. Dice Alvaro Fernández Bravo, en un muy buen trabajo sobre su libro:
Fue una intervención decisiva para el establecimiento del Virreinato del Río de la Plata en 1776, al llamar la atención en la corte de Carlos III sobre el valor de la región y su estado de abandono por parte de las autoridades coloniales, en el marco de un crecimiento del valor estratégico de las colonias españolas como proveedoras de materias primas y como mercado para el tráfico de esclavos y manufacturas, y de un fortalecimiento del comercio entre Europa, Africa y América a través del Océano Atlántico (Canals Frau 1974; Brading 1984; Weber 1998). Luego de la publicación de la Descripción en Inglaterra, Machón realizó una imperfecta traducción que circuló en la corte causando alarma, e influyó en la nueva política hacia el Río de la Plata. De hecho, poco después de la publicación de la Descripción, las expediciones de Antonio Viedma (1780) y Basilio Villarino (1782) recorrieron la costa patagónica, donde fue fundada Carmen de Patagones.
 Las protestas como "extranjero desagradecido", dando por aceptado que su obra deliberadamente propone la invasión, son retomadas por Pedro de Angelis, en su traducción de 1835 en Argentina. Para entonces, Beresford ya había tentado la invasión en 1806 y 1807, y la ocupación de Malvinas en 1833. Sin embargo, De Angelis no puede dejar de reconocer el trabajo de Falkner:
Prescindiendo de las miras que tuvo en reunir estos apuntes, no se le puede disputar el mérito de haber sido el primero y el más exacto historiador de la región magallánica. En los antiguos tratados de geografía, y en la descripción general del mundo, esta parte del globo era representada como un vasto desierto entre el Océano y las últimas ramificaciones de la Cordillera de los Andes. D’Anville, acostumbrado a construir sus mapas con los materiales que encontraba en los libros, siguió el mismo método en la carta que publicó de la América meridional, la que sin embargo fue por mucho tiempo mirada como la descripción más exacta de estos países. Pero tan impuras eran las fuentes en que bebió aquel geógrafo, que se necesita todo el respeto que inspira una gran celebridad para disimular sus errores.

Cuando apareció este mapa, la Corte de España empezaba a despertarse de su letargo, y a mirar con menos indiferencia sus posesiones ultramarinas. La cuestión promovida por la Academia de las ciencias de París, sobre la figura de la tierra, había creado una noble rivalidad entre las Cortes de Madrid y de Versalles, empeñadas  ambas en facilitar la solución de este gran problema. Tres expediciones, salidas de los puertos de Francia y España, bajo los inmediatos auspicios de Luis XV y de Felipe V, se dirigieron al ecuador y al polo, para medir y comparar los arcos del meridiano. Estas operaciones fueron confiadas a los primeros astrónomos de aquella época, y basta recordar los nombres de Bouguer, Condamine, Maupertuis, Clairaut, Monnier, Camus, Godin, Jorge Juan, Ulloa, para hacer graduar el interés que inspiró esta empresa.

Pero, mientras que se desplegaba tanto celo en adelantar los conocimientos astronómicos que debían perfeccionar los geográficos, el hemisferio austral, por la naturaleza misma de estas investigaciones, quedó desatendido e inmóvil en medio de este gran impulso dado a los trabajos científicos. Desde el año de 1618, en que los Nodales, por orden de Felipe III, vinieron a los mares del sur a cerciorarse del descubrimiento hecho por los holandeses del Estrecho de Lemaire y del Cabo de Hornos, hasta 1745 en que volvieron a explorarse estos parajes por los PP. Quiroga y Cardiel, ningún paso se había dado para satisfacer, cuando menos, la curiosidad pública sobre la existencia de una nación de gigantes, que se decía habitar las costas de Patagonia; y fue menester que otra exigencia de la ciencia de los astros empeñase a los astrónomos a dirigir sus miradas hacia el polo antártico. En 1763, el gobierno inglés, tan propenso a extender la esfera de los conocimientos humanos, puso a las órdenes del célebre e infortunado capitán Cook, un buque de guerra para emprender un viaje circumpolar, y observar el tránsito de Venus por sobre el disco del Sol, desde alguna de las islas del gran Océano Pacífico. Las regiones australes, visitadas por Anson, Byron, Bougainville, fueron reconocidas por Carteret, Wallis y Cook, cuyos esfuerzos reunidos contribuyeron a desterrar los errores que se habían perpetuado hasta entonces en la configuración de nuestro país. El gobierno español, que hubiera debido tomar una parte principal en estas tareas, se contentó con destinar la fragata San Antonio a reconocer la costa, desde el promontorio de este hombre hasta el estrecho de Magallanes.

Pero todos estos trabajos eran meramente gráficos y exteriores. Las observaciones de los marinos no se extienden más adentro de la costa, y su rápida aparición en algunos de sus puntos, no les deja el tiempo necesario para estudiar la índole de sus habitantes. A este vacío suple la obra del P. Falkner, que, aunque no siempre exacto en sus detalles topográficos, merece crédito en lo demás, por haber vivido por muchos años entre las tribus que describe. El conocimiento, aunque superficial, que tenía de sus idiomas, era bastante a ponerle en relación con ellos, y a examinar con más esmero sus usos y costumbres. Puede creérsele, cuando se descubre cierta conformidad y analogía, entre lo que escribe, y lo que observó al cabo de cincuenta años el Señor Cruz, cuyos viajes hemos reunido de intento en el mismo volumen.

Estas nociones adquiridas a costa de grandes privaciones y de incesantes peligros, no deben mirarse con desdén, aunque se les note algún defecto. ¿Cuál es el libro de geografía que no manifieste sus errores al que lo compare con los que le son posteriores?... El de Falkner no medra por grandes conocimientos, pero no deja de presentar en sus páginas alguna indicación útil, y otras, que sin, serlo, tienen una importancia relativa, por señalar el estado en que se hallaba la geografía de estos países en la mitad del siglo pasado.

Otra prueba del crédito de que ha disfrutado esta producción, es el haber servido de texto para la formación del gran mapa de América Meridional, del que se ha valido el Sr. Arrowsmith, y que publicó en Madrid en 1775, D. Juan de la Cruz Cano y Olmedilla: nada hemos visto hasta ahora que deje en problema el mérito de estos mapas. .
Visto en conjunto, sin duda Falkner se conservará antes como un naturalista, un investigador, un misionero, que como un agente británico, y con merecimiento.
Para quien esté interesado, además de las mencionadas referencias de la Enciclopedia Católica, Revisionistas, Fernández Bravo, existe otra que debe leerse: la nota de Gordon Bridger sobre Falkner, con el punto de vista de un inglés que vivió en Argentina. Por supuesto, Furlong y otros (ver Fernández Bravo, por ejemplo) que no se consiguen sino en bibliotecas.
La obra de Falkner, se puede leer en Cervantes Virtual.

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