domingo, febrero 26, 2023

Fake news y verdad tribal

 En un artículo de Claudio Andrade, en Seul:

La indiferencia hacia la verdad es una característica cada vez más notoria de la sociedad digital. El lector ya no despliega su diario con todo el día por delante, sino que se expone a una multiplicidad de pantallas con el ánimo bien provisto de ideas propias y ajenas. La oferta es casi infinita y funciona como caldo de cultivo para la inexactitud y el dato cautivo. Y es ese dato políticamente conveniente el que le da sentido a los millones que se sientan frente a un televisor o una computadora para entretenerse.

Los titulares disparados al cielo digital con premura y deseo militante le hicieron un mal difícil de mensurar a una profesión ya de por sí muy cuestionada. A esta altura, la única manera de defender nuestro trabajo no es a través de lo que “dicen todos”, sino los que saben y, sobre todo, con los datos obtenidos en el terreno, ahí donde sucedieron los hechos. Atrapar una porción de realidad suele ser engorroso, pero nos lleva a caminos menos obvios y menos enfermos.

Se refiere a tres casos conocidos en Argentina, dos de ellos vinculados a un frente que no existía en el país: los reclamos de organizaciones indigenistas asociadas a los mapuches en el sur. Por largos años, este fue un problema sólo de Chile, donde estas organizaciones practicaban (probablemente hoy también) el terrorismo y la persecución de granjeros y colonias. En ocasiones estas acciones terminaron con el incendio de las casas y en extremo, con la muerte de granjeros. Desde hace algunos años, poco más de una década, estas acciones han llegado a Argentina. Los dos casos comentados por Andrade pertenecen a militantes indigenistas que murieron  o participaron en acciones violentas, y que fueron respaldados desde buena parte del periodismo y redes, a pesar de que finalmente quedó claro que los supuestos ataques que sufrieran no sucedieron como se sostenía. Este es un tema que suena lejano, si no lo asociamos con los nacionalismos europeos. No funcionan distinto.

Las fake news no serían posibles sin una predisposición a la verdad preestablecida: se asiente como verdadero a aquello que previamente coincide con postulados aceptados en la tribu.

domingo, febrero 19, 2023

Cesare Pavese


El fin del verano  (La playa)

Dos amigos, uno con su reciente esposa (Doro y Clelia), acuerdan pasar unas semanas en la playa en la Riviera, donde suelen encontrarse en los veranos. Se les unen otros amigos (Guido, Ginetta, Nina), veraneantes (Berti)y viejos conocidos del lugar, de su historia pasada (. Unas semanas apartadas del tiempo, que finalizan algo antes de lo que hubieran esperado. Estas son sus últimas líneas:

Berti, como de costumbre, apareció por el restaurante. Entró como una sombra, y supe que lo tenía delante de la mesa antes aún de alzar los ojos. Me pareció tranquilo.

Por su cara desganada y molesta hubiera dicho que sabía lo de la marcha. Y, en cambio, me preguntó si esa mañana había ido a la playa. Intercambiamos unas frases, y hablando yo buscaba lo que debería decirle. Le pregunté cuándo regresaba a la ciudad.

Hizo un gesto de hastío.

-Regresan todos, dije-.

Cuando supo lo de Clelia, jugueteó con la caja de cerillas. No le había revelado el motivo de la partida; después me pareció mortificado- me relampagueó la idea de que se consideraba él la causa, por el incidente del baile- y entonces le dije que, según sus deseos, la señora se había portado como una buena esposa y concebido un niño. Berti me miró sin sonreír; después sonrió sin motivo, dejó la cajita y balbució: -Me lo esperaba.

-Es una lata -le dije- que ocurran estas cosas. Las señoras como Clelia nunca deberían caer en el garlito.

Sin que yo me diera cuenta de la transición, Berti se puso inconsolable. Recuerdo que regresamos juntos hacia la casa, y yo callaba, y él callaba y giraba los ojos en torno.

-¿Regresarás a Turín?- le dije.

Pero él quería ir a Génova. Me pidió prestado el dinero del viaje. Le dije que si estaba loco. Me respondió que había podido mentir y pedírmelo para saldar una deuda, pero que conmigo la sinceridad era un derroche. Quería simplemente volver a ver a Clelia y despedirse.

-¿Qué crees?- exclamé-, ¿que se acuerda de tí?

Entonces calló de nuevo. Yo pensaba en lo extraño de aquello: yo tenía el dinero para el viaje y no lo hacía. Entretanto, llegamos a la callejuela, y la visión del olivo me irritó. Empezaba a comprender que nada es más inhabitable que un lugar donde se ha sido felíz. Comprendía porqué Doro había cogido el tren para regresar a las colinas, y a la mañana siguiente había vuelto a su destino.

Esa misma noche nos encontramos en el café -estaban todos, incluso Guido, incluso Nina en su mesita- y decidí a Berti a regresar conmigo a Turín. Guido quería llevarnos a bailar, estaba dispuesto a llevarlo hasta a él. Pero nos marchamos esa noche.

La playa, de Cesare Pavese, escrita en 1941.