domingo, junio 25, 2023

Wittgenstein

 


Del artículo de Daniel Arjona, en El Confidencial, 14/02/2019:

Ocurrió en Cambridge en 1929 y fue el examen oral de doctorado más extraño de la historia de la filosofía. En el tribunal examinador se sentaban dos luminarias: Bertrand Russell y G. E. Moore. El estudiante que comparecía ante ellos era un exmilitar austriaco de 40 años que llevaba diez trabajando como maestro de escuela. Sus inicios habían sido fulgurantes, legendarios, pero, tras publicar su primera obra, decidió "haber resuelto definitivamente todos los problemas del pensamiento", regaló su fortuna familiar y desapareció para ganarse la vida "con un trabajo honrado". Ahora, ya cuarentón, no tenía medio de vida alguno y se presentaba ante aquellos examinadores que tan bien le conocían y le observaban intrigados. Pero se trataba de un examen, el alumno había presentado como tesis doctoral precisamente aquel mítico y muy oscuro primer libro suyo, y estaban obligados a hacerle preguntas al respecto. ¿Qué había querido decir exactamente aquí? ¿Y aquí? ¿Y aquí? El examinado intentó explicarse, balbuceó, sudó... pero nadie nunca había expresado ideas semejantes a las suyas, ¿a santo de qué seguir esforzándose? Harto, Ludwig Wittgenstein se levantó, se acercó al estrado, dio unas palmadas en el hombro a Moore y a Russell y pronunció esa frase con la que desde entonces sueñan todos los estudiantes de filosofía que defienden su tesis: "No se preocupen, sé qué jamás lo entenderán". Le aprobaron, claro. ¿Qué otra cosa podían hacer?

 Y esta conversación:

En 1919, el autor del 'Tractatus Logico-Philosophicus' es un joven trágico que ha visto cómo se suicidaban tres de sus cinco hermanos, que ha combatido en la Primera Guerra Mundial -y ha sido hecho prisionero- con osadía temeraria, siempre en primera línea de fuego, y que decide renunciar a una fortuna familiar de cientos de millones de euros. Cuando su querida hermana Hermione le replica que poner todo su talento a funcionar a medio gas como maestro de escuela es como usar un instrumento de precisión para abrir cajones, Ludwig Wittgenstein le contesta con otra símil dolorosamente hermoso: "Y tú, hermana, me haces pensar en una persona que mira a través de una ventana cerrada y no puede explicar los movimientos peculiares de un transeúnte; no sabe que fuera hay un vendaval y que a ese hombre acaso le cuesta mantenerse en pie".  

Daniel Arjona, a propósito del libro "Tiempo de Magos. La gran década de la filosofía 1919-1929" de Wolfram Eilenberger.

La fotografía, en El Confidencial


miércoles, junio 07, 2023

Pensamiento y robot

 


Wolfram Eilenberger, en un reportaje de Javier Ors en Zenda:

Todos reconocemos la primacía de las preguntas, pero, sin embargo, ahora tenemos un montón de máquinas que lo único que saben hacer es proporcionarnos respuestas. Estas máquinas, desde el ChatGPT a otras, tienen contestaciones para todo. Vivimos realmente en una pesadilla, la pesadilla de la cultura de las respuestas. Estas máquinas no tienen preguntas, solo contestaciones. Aunque sean imaginadas y malas. Las máquinas no son capaces de plantear preguntas porque no tienen esa capacidad. Es importante, por la fase en la que nos encontramos los humanos, recordar la primacía que posee la pregunta en el conocimiento, porque creo que el destino de la raza humana va a residir en esto.
No lo conocía. Gracias a Zenda!. Dos libros que habrá que leer: Tiempo de Magos, dedicado a Martin Heidegger, Walter Benjamin, Ernst Cassirer y Ludwig Wittgenstein, en un momento singular de la historia del siglo XX y de Alemania, y El fuego de la libertad, dedicado a Simone de Beauvoir, Hannah Arent, Simone Weil y Ayn Rand, en un momento posterior y dramático del siglo XX,

La foto, en Wikipedia en alemán: Von Kleinkleckersdorf (Diskussion) - Michael Heck, CC BY-SA 3.0 de, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=49352772. Curioso, en Wikipedia sólo hay un corto artículo en alemán, y versiones en finlandés (suomi), francés y neerlandés.

viernes, junio 02, 2023

Censura de nuevo cuño

 


Dice Carlos Mayoral en Zenda (Llegó el día: censuran La vida de Brian)

 Seguro que recuerdan la escena, pues, como tantas otras, ha convertido a La vida de Brian en una de las películas más proféticas de cuantas se han rodado nunca. En ella el personaje, Stan, exige ser llamado Loretta a partir de ese instante. ¿El motivo? Quiere ser una mujer y tener hijos. Sentados en una suerte de anfiteatro romano, bajo el calor de Judea, los protagonistas deslavazan sus mentes. «Pero no puedes tenerlos, no tienes matriz, y de eso nadie tiene la culpa, ni siquiera los romanos», responde alguien. «No me oprimas», responde Loretta, visiblemente enfadada. Finalmente, el grupo decide luchar por el derecho de Loretta a tener hijos, pese a que no puede tener hijos. «¿De qué sirve entonces?», pregunta de nuevo alguien. «Será un símbolo de nuestra lucha contra la opresión», deciden finalmente. «O de nuestra lucha contra la realidad», sentencian por fin con un ligero bisbiseo. Los Monty Python habían vuelto a dar en el clavo, una vez más. Tocaban con mimo el resorte de una sociedad que empezaba a macerar esa fiebre wokista que no tardaría en aflorar.

Explicaba John Cleese, uno de los seis miembros de los Monty, que precisamente esta escena les había traído problemas últimamente. Al parecer, al llevar a cabo la lectura del guion de la nueva obra de teatro que pretenden estrenar en Nueva York sobre la vida del travieso Brian, a quien tanta gente confundió con el Mesías, la productora solicitó que se eliminara la escena de Loretta por ser especialmente poco sensible con la situación actual. Es decir, que se cumple lo que la escena predice, en una suerte de metarrealismo teatral: los Monty son censurados porque no son capaces de pelear contra la opresión, de pelear contra la realidad. Un esperpento que habla de hasta qué punto está dispuesta a llegar esta nueva moral: eliminarán una escena que nadie en cuarenta años se atrevió a eliminar, pese a lo mucho que se ha perseguido esta cinta. Triste sino este, al albur de fanáticos disfrazados de humildes samaritanos.

Es difícil que un largometraje moleste tanto como este. Brian dispara contra fanáticos religiosos, pero también contra fanáticos antirreligiosos. Lo hace contra aquellos que hoy derriban estatuas en pos de un antiimperialismo impostado («aparte del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?»), pero también contra aquellos que ven en la patria un faro hiperbolizado. Dispara contra la fragmentación política, pero también contra la dictadura única. Dispara contra dogmáticos y escépticos, contra sacrílegos y sacralizadores. La vida de Brian es, en suma, una de las más altas cotas de humor alcanzadas, y censurarla es, de algún modo, censurarnos. Porque, como digo, en esta cinta estamos todos, el friso completo de una sociedad desquiciada por sus complejos éticos. Así que, si el primer síntoma de una sociedad sana es aprender a reírse de sí misma, no cabe duda de que debe estrenarse con todo, sin machacar un solo segundo. Déjennos reír a gusto, carajo.