sábado, agosto 16, 2014

Cataluña, nacionalismo de compadres


Juan Arza, responsable de comunicación de la Sociedad Cívil Catalana, escribe un certero artículo para el Confidencial, que pone sobre la mesa lo que no suele decirse: la comunidad de intereses en las clases dirigentes catalanas, desde empresarios hasta periodistas y académicos; una nube de beneficiarios de una cadena de favores y corruptelas, en la estela de la familia Pujol. Vale la pena transcribirlo:
En un artículo que escribí hace unos meses, llamaba la atención sobre la sorprendente falta de perspectiva en el análisis del fenómeno independentista. Tomando una cierta distancia, afirmaba, pueden identificarse fácilmente las similitudes de lo que ocurre en Cataluña con otros populismos europeos: la defensa de soluciones simplistas a problemas complejos, la búsqueda de enemigos externos, el desprecio de las reglas, etc. El independentismo catalán, con todas sus particularidades, queda perfectamente encuadrado en los movimientos que han crecido al calor de la crisis económica.
Igualmente sorprendente resulta la ausencia de un análisis 'materialista' del fenómeno, es decir, de los intereses económicos, de clase o de grupo social que se hallan en el trasfondo de la reivindicación de un “Estado propio”. Dicho análisis correspondería lógicamente a la izquierda catalana. Pero ésta, subordinada desde hace años al nacionalismo y completamente desarmada ideológicamente, ha asumido el relato idealista y romántico que sitúa al “pueblo” como impulsor y conductor del proceso independentista, y ha sido incapaz de ofrecer una interpretación realista y objetiva.
Pues bien, ¿cuáles son los intereses económicos y grupales que se esconden tras la retórica independentista? Vamos a intentar enumerar y describir someramente algunos.
Debemos destacar en primer lugar los de una clase política formada por miles de parlamentarios, alcaldes, regidores, consejeros y asesores de los múltiples niveles político-administrativos. Esa clase política ha crecido indiscriminadamente durante años, y presenta los mismos rasgos de incompetencia y corrupción que en el resto de España. Pero en Cataluña la casta dispone de un recurso permanente para eludir su responsabilidad: la “cuestión nacional”. Para la casta catalana, el procés era una perfecta cortina de humo y la forma de canalizar el descontento social de forma que no amenazara su poder y privilegios. Así lo interpretó CiU, pero de su juego el principal beneficiario ha acabado siendo la opción genuinamente radical: ERC. Poco tiempo después de protagonizar una experiencia de gobierno nefasta, ese partido está a punto de hacerse con la mayoría de alcaldías e incluso con la Generalitat. 
La clase empresarial contempla con inquietud la posibilidad de que ERC se haga con el poder. Pero es necesario recordar la responsabilidad que por acción u omisión tiene en lo que está ocurriendo. Una parte significativa del empresariado mantiene una estrecha relación con el poder político nacionalista, y siguiendo la vieja práctica de presionar al Estado para obtener privilegios, no dudó en apoyar una nueva y más agresiva estrategia. Esa clase empresarial confiaba (¿confía todavía?) en que la sangre no llegara al río y en que el órdago al Estado se resolvería en forma de un pacto que le permitiría incrementar su poder y su autonomía.
En tercer lugar debemos señalar los intereses de los periodistas, opinantes y gestores de los medios de comunicación. La casta mediática catalana está formada por miles de personas que trabajan en medios públicos o privados, autonómicos, provinciales o locales, pero igualmente dependientes del dinero de la Administración. TV3, La Vanguardia, El Periódico… Todos están posponiendo inevitables y dramáticos ajustes de plantilla gracias al procés. Los envidiables salarios de muchos directivos, y los empleos de muchos periodistas dependen del dinero público. No es de extrañar que la casta mediática y la casta política catalana mantengan un sólido pacto, que explica entre otras cosas por qué nunca se investigan y destapan casos de corrupción en los medios catalanes.
Íntimamente vinculado a los medios de comunicación se halla un amplísimo grupo de es, músicos, actores, humoristas, etc. que forman la cultureta catalana. Su adhesión al procés es directamente proporcional a su grado de dependencia del dinero público. Algunos de ellos, los más espabilados, se han convertido incluso en empresarios y productores que se enriquecen vendiendo productos de dudosa calidad a nuestros medios públicos. Otro grupo con gran proyección en los medios de comunicación pero menos numeroso lo forman algunos académicos, encargados de darle verosimilitud y deseabilidad a la idea de la independencia. Su premio lo constituyen las altamente remuneradas conferencias y apariciones en medios, los nombramientos para puestos destacados en la Universidad y la Administración, y los encargos de todo tipo: comisiones, libros, informes…
Tampoco podemos olvidarnos del rico mundo asociativo. Òmnium Cultural y la ANC son sólo la punta de lanza de un complejo entramado de organizaciones que emplea a un auténtico ejército de personas cuyo idealismo y radicalismo es aparentemente más auténtico, pero cuya fuente de ingresos es el procés y cuya profesión no es otra que “independentista”.
En definitiva, el procés es básicamente la respuesta de una clase política amenazada por la crisis económica e institucional, apoyada por otros grupos de interés con intereses comunes o concomitantes. En ello radica la principal diferencia del independentismo catalán en relación a otros populismos europeos: en que ha sido promovido por el establishment, por una alianza de poderosos grupos sociales cuyos intereses y estatus está amenazado por la crisis. El “Estado propio” es una fantasía, un estado ideal en el que la “casta” catalana se imagina campando a sus anchas. Una casta que nos engaña y se autoengaña afirmando querer “cambiarlo todo” para que, en realidad, nada cambie.
Y el pueblo, ¿qué papel juega? El pueblo no es sólo esa parte de la sociedad hipermovilizada, que acude a toque de corneta a cualquier manifestación. El pueblo no es sólo esa parte de la sociedad que cuelga una bandera independentista en cada ventana de la casa, y que viste a los niños con una camiseta patriótica fabricada en Marruecos o patrocinada por una teocracia petrolífera. El pueblo no es sólo esa parte de la sociedad que prefiere las mentiras reconfortantes a las verdades incómodas. Ya va siendo hora de decirle a esa parte de la sociedad que no es el pueblo, y que no permita que la casta le siga tomando el pelo.

lunes, agosto 04, 2014

Don Pepe

La primera noticia suya que tuve, fue un aviso hecho a mano y fotocopiado, creo que con una imagen, donde "Don José Sciarriota" invitaba a los vecinos de Barracas a la misa en memoria de su esposa. La curiosidad me duró un tiempo, creo que hasta que finalmente Don Pepe consiguió que la plaza Vértiz se reabriera. A partir de entonces, y mientras vivimos en Barracas, fue el abuelo de nuestros hijos, y nuestra compañía de conversación, en las tardes de la plaza. Diez años después nos mudamos al otro extremo de Buenos Aires, y en nuestra primera visita de vuelta a Barracas nos enteramos que ya no estaba, que una gripe, o algo así, había podido con él.
Para entonces, Pepe había recuperado la plaza, la pobló de niños como ninguna otra en Barracas, y la convirtió en el punto de encuentro del barrio. Sin embargo, decir que el centro de sus esfuerzos fue la plaza es decir poco de él. No sé desde cuándo, pero siempre lo conocimos como comisionista juguetero, y como tal, sabíamos que recorría el país. Tendría cerca de noventa años cuando todavía hacía algún recorrido. Y sabemos que en cada salida hacía lo mismo que veíamos en el barrio: bondad, comprensión, tolerancia, preocupación por todos, expresada inadveridamente, en la conversación, en una sugerencia, en una recomendación a una persona. Recuerdo que para sus noventa años, vinieron a su cumpleaños, hecho en la plaza, delegaciones de asociaciones que agradecían su actividad, desde Córdoba, desde Tucumán, desde Salta.
Lo veo todavía, caminando lento y a pasos cortos, siempre con una chaqueta y corbata más o menos arreglada, con algún sombrero estrafalario, y con los bolsillos llenos de caramelos. Creo que dos o tres generaciones lo deben recordar igual.
Por su personalidad, Pepe fue siempre un objetivo de los "punteros" de barrio (llamémosles operadores políticos) para sacarse una foto con él. Pepe no ignoraba ésto, y tenía sus prevenciones...solía decir que tenía disponibles escobas para barrer la plaza para todos aquellos que cuadrara...El reconocimiento le llegó en 1996, cuando la Ciudad de Buenos Aires lo nombró "Persona Destacada".
Hoy la plaza Vértiz es la plaza de Don Pepe, como entonces todos la llamaron, y como finalmente se institucionalizó. Pepe no escribió nada; su virtud era su simple presencia, sus acciones, su conversación. Probablemente llegará el día que su memoria sea sólo el nombre de una plaza. Para evitar eso, lo recuerdo.

domingo, agosto 03, 2014

Vargas Llosa y los intelectuales franceses

Lacan, Sartre, de Beauvoir, Camus, Picasso, 1944. 
Mario Vargas Llosa, a propósito de un libro de Tony Judt (Past Imperfect: French Intellectuals, 1944-1956), recuerda y comenta la actividad y posición de los intelectuales franceses posteriores a la segunda guerra mundial. Referencias a las décadas de 1950 y 1960 que quizá en España puedan parecer algo extrañas y lejanas, pero que tienen mucho sentido en el contexto latinoamericano, al menos en el argentino, y probablemente en el de aquellos como él que formaron el espacio de la "nueva novela", desde hace ya más de cuarenta años. Entonces, los intelectuales franceses eran especialmente influyentes en universidades, en literatura y pensamiento humanístico. Una influencia ahora diluída y  reemplazada, pero que sentó bases entonces.
Y sin embargo, el sentido de la crítica de Vargas Llosa sigue siendo válido en la actualidad, quizá porque aunque las influencias se hayan desplazado, el patrón de pensamiento se ha mantenido: los grandes referentes de entonces, Rusia, China, se han desacreditado crudamente y transformado, quedando en su lugar un espacio vacío, un espectro, una Utopía, a donde se acude en el momento de defender banderías.
Dice Vargas Llosa:
El libro [de Judt] quiere responder a esta pregunta: ¿por qué, en los años de la posguerra europea y más o menos hasta mediados de los años 60, los intelectuales franceses, de Louis Aragon a Sartre, de Emmanuel Mounier a Paul Éluard, de Julien Benda a Simone de Beauvoir, de Claude Bourdet a Jean-Marie Doménach, de Maurice Merleau-Ponty a Pierre Emmanuel, etcétera, fueron pro soviéticos, marxistas y compañeros de viaje del comunismo? ¿Por qué resultaron los últimos escritores y pensadores europeos en reconocer la existencia del Gulag, la injusticia brutal de los juicios estalinistas en Praga, Budapest, Varsovia y Moscú que mandaron al paredón a probados revolucionarios? 
Comunistas o socialistas, existencialistas o cristianos de izquierda, sus colaboradores discrepan sobre muchas cosas, pero el denominador común es un antinorteamericanismo sistemático, la convicción de que entre Washington y Moscú aquél representa la incultura, la injusticia, el imperialismo y la explotación y éste el progreso, la igualdad, el fin de la lucha de clases y la verdadera fraternidad. No todos llegan a los extremos de un Sartre, que, en 1954, luego de su primer viaje a la URSS, afirma, sin que se le caiga la cara de vergüenza: "El ciudadano soviético es completamente libre para criticar el sistema".
Un pensamiento dogmático, y sin duda con conocimiento de causa, sólo salvado por las excepciones recordadas por Vargas Llosa: Camus, despreciado y apartado, Mauriac, Malraux. 
Más allá de las explicaciones de Judt, aceptadas por Vargas Llosa, acerca del porqué de tal posición tuerta y dogmática ([Tony Judt] dice que, además de la necesidad de hacer olvidar un pasado políticamente impuro, detrás del izquierdismo dogmático de estos intelectuales, había un complejo de inferioridad del medio intelectual, por la facilidad con que Francia se rindió ante los nazis y aceptó el régimen pelele del Mariscal Pétain, y fue liberada de manera decisiva por las fuerzas aliadas encabezadas por Estados Unidos y Gran Bretaña.) lo que es valioso de esta nota suya, es la evocación de una generación que tiñó a las siguientes: sus ecos se podrán encontrar en los posteriores intelectuales, quizá ya no en la primera línea, pero probablemente sí entre multitud de educadores, profesores, periodistas, críticos, que diariamente influyen sobre la vida colectiva, a veces con una mala fe clamorosa.