¿Cómo conocí a Vivian Maier? Buscando fotógrafos en catálogos: entre otros americanos y europeos cuya obra trato de seguir, apareció ella. En principio una buena fotógrafa más, entre iguales de su misma calidad. Pero a medida que fui conociendo algunas imágenes extraordinarias en blanco y negro y color le fui prestando atención, y puse esfuerzo en conocer su historia: sus imágenes no son simplemente una cuestión de encuadre, de nitidez, de valores estéticos. Sus fotografías tratan de entrar a sus actores, y revelan una mirada de compasion, de acercamiento y comprensión de quienes quedaron para siempre en el cuadro.
Pero todavía faltaba un paso más: saber que, tan próximo en el tiempo como el año 2006, año en que salí de Chile a España, todavía su obra era desconocida; que en 2007 alguien compró por casualidad su repositorio guardado en un depósito, y que apenas comenzaba a analizarlo, y que Vivian estaba viva hasta 2009 sin jamás mencionar su obra, salvo a las casas que en épocas le hicieron el revelado.
Qué fuerza impulsó a una persona a través de sus ochenta años de vida a mantenerse en un mismo camino, sólo para su vista? Ante la sorprendente Vivian Maier, esta es sólo una de las preguntas que me aparecen.
Una historia aparentemente lineal, simple y sin altibajos notables, una joven niñera que termina su jornada de trabajo y sale con su cámara, día tras día, sin hacerse notar, sin familiares, sin amigos, sin noviazgo, que no muestra su trabajo, que se involucra con los niños que cuida, siempre en silencio, el silencio de quien guarda sus pensamientos y sus proyectos.
Y sólo conocemos su vida (lo que deja traslucir de su vida en sus actos, en sus recortes y apuntes, en sus itinerarios de viaje) de casualidad, porque su enorme legado estaba fuera de su alcance y no pudo evitar su remate, y porque quien compró sus pertenencias le prestó creciente atención. Quizá en otro caso, sus más de cien mil negativos, fotografías impresas y videos hubieran ido a parar a un contenedor de basura, o a un laboratorio de reciclaje de materiales, Esa circunstancia fortuita recuerda a la casualidad que salvó el material de Henry Darger: una persona que interviene, sin conocimiento de qué es lo que tiene entre manos, pero que advierte que "esto no se puede perder". Así como en el caso de Darger él ya no podía responder a ninguna pregunta, así sucedió con Vivian, que aunque vivía todavía cuando su material salió a la luz, sus caminos no se cruzaron en vida con los compradores de su obra, y nadie pudo hacerle una pregunta sobre sus razones, su visión. Hay todavía un punto de contacto que suena increíble Henry Darger tituló su escrito The Story of the Vivian Girls.
Pero creo que este es todo el contacto que hay entre ellos: Vivian parece dueña de sí, con una fuerza interior capaz de mantener un fuego encendido hasta el último día de su vida. Inteligente, reflexiva, metódica, audaz en su silencio. ¿Por qué un viaje a América Latina? ¿Por qué Asia? Vivian está en otro plano. Su vida es una sucesión de interrogantes que no podremos responder probablemente, sino sólo intuír. Para siempre asomándose a los demás, en soledad.
Sobre Vivian se puede conocer una aproximación a su vida y su obra en el sitio que le dedica John Maloof. Su obra puede verse aquí también, y en el sitio de Artsy, entre otros.
Diario de viaje, notas al azar de alguien que se dedica a la tecnología, y alguna vez (allá lejos y hace tiempo) fue un estudiante de filosofía. Aquí caerán las notas que excedan la tecnología y la educación, que es lo que en general más me ocupa...
lunes, febrero 11, 2019
domingo, febrero 03, 2019
Proximidad
Había sacado del videoclub una película de Marcel Carné, Tres habitaciones en Manhatan, una que quizá hubiera podido ser más afortunada para describir una historia de abandono, soledad y reencuentro, Sin embargo, Dani, que siempre agrega de su puño y letra algún párrafo en la portada, y que suele ser muy certero, había escrito estas pocas líneas finales de un poema de Prevert:
Andando los años, las cosas se aclaran y simplifican,
Y se fue(de Desayuno, de Jacques Prevert)
Bajo la lluvia
Sin una palabra
Sin mirarme
Y yo tomé
Mi rostro entre las manos
Y lloré
Andando los años, las cosas se aclaran y simplifican,
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