Luciano Román publica hoy un editorial que quisiera compartir, tal cual lo escribió. Incluso los resaltados amarillos son del original. En cambio, me tomé la libertad de agregar otros en celeste. Una aclaración: para una persona que no conozca Argentina, la relación con la que se juega entre profesor y jefe de gobierno se refiere a que el presidente argentino, Alberto Fernández, también ejerció como profesor, y ocasionalmente da charlas en medios universitarios o de escuela media (en este caso, particularmente, en el Colegio Nacional de La Plata)
Hace pocas semanas, estudiantes de quinto año del Colegio Nacional de La Plata tuvieron una clase
especial de Derecho Político. No hubiera sido extraño, en el contexto
de esa materia, que los alumnos preguntaran por la situación de Cuba.
¿Qué hubiera contestado el profesor? La respuesta la dio el presidente
de la Nación en estos días: “No sé qué está pasando en Cuba, pero lo que
sé es que el bloqueo debería terminar”. Traducido: no quiero saber qué
pasa, pero la culpa es de Estados Unidos. El presidente que dio esa
respuesta es el profesor Fernández, el mismo que dictó aquella clase el
viernes 23 de abril.
Si a muchos les parece grave que un jefe de Estado se desentienda
de un tema tan sensible y caiga en una suerte de indiferencia cómplice,
habría que preguntarse si no es más grave aún que esa sea la respuesta
de un profesor. ¿Cómo se habla de Cuba en las escuelas? ¿Qué ideas y
valores se les transmiten a los jóvenes? ¿Qué modelos se justifican en
las aulas y a quiénes se presenta como víctimas y victimarios? ¿Con qué
grado de rigor y de pluralismo se habla de historia y de política
internacional en colegios y universidades? ¿Se les ofrece a los jóvenes
un panorama honesto y complejo sobre los temas, o se cae en
simplificaciones, eslóganes y versiones maniqueas para explicarles el
mundo? ¿Se les aportan todos los elementos para que elaboren sus propios
juicios y sus propias ideas o se les proponen visiones sesgadas y
panfletarias? Si el Presidente representa al “profesor promedio”, las
respuestas a esos interrogantes serían más que preocupantes.
Los alumnos se habrían quedado, por un lado, con la extraña sensación de que el profesor no sabía lo que pasa en Cuba,
cuando ellos mismos lo saben solo con mirar TikTok. Es un tipo de
desconocimiento que en algunos sistemas jurídicos se tipifica como
figura penal: lo definen como “ignorancia deliberada”; la del que no
sabe, pero debería saber; o la del que sabe, pero se hace el distraído.
Pero el docente (escudado en esa supuesta ignorancia) se habría perdido
la oportunidad de hablar, ante los alumnos, del valor de la libertad, de
la diferencia entre democracias y dictaduras, de lo que significa para
una sociedad vivir sometida a un régimen de partido único, sin prensa
independiente, sin libertad de expresión, sin derecho a disentir. Se
habría privado de destacar el valor de los derechos humanos, y de
convocar a los estudiantes a despojarse de prejuicios para escuchar
distintas voces. Habría desperdiciado, también, la oportunidad de
abordar un fenómeno histórico y coyuntural como una realidad compleja,
con matices, que tampoco puede despacharse en dos consignas con excesiva
simplificación. ¿Es lo mismo un bloqueo que un embargo? Y en tal caso,
¿qué significa el embargo hoy? ¿Los alumnos no merecerían que el
profesor hilara más fino?
En las escuelas y universidades se ha extendido una docencia militante que transmite una versión
sesgada y maniquea de la historia. Es la versión con la que sintoniza
el actual oficialismo, más comprensivo con Hamas que con la democracia
israelí. Si fuera cierto que “todo tiene que ver con todo” –como se
repite con frecuencia en el discurso crispado del poder–, sería
indudable que estas posiciones explican a una Argentina que simpatiza
con Putin y empuja al exilio al fundador de Mercado Libre, que se
autopercibe progresista y justifica la persecución y la censura en
Nicaragua, y que habla de igualdad y de inclusión mientras cierra las
escuelas y reproduce la pobreza. Quizá el profesor Fernández no haya
dado una respuesta muy distinta de la que dan, en general, los docentes
de Historia y de Derecho Político en la mayoría de las escuelas. Y en
esas clases teñidas de ideologismo y militancia, pero también de un
simplismo ramplón, tal vez esté la explicación de un país que cuenta los
años setenta como una aventura romántica, se alinea con el eje
Cuba-Venezuela-Nicaragua y cree, con infantilismo, que la culpa siempre
es de “las potencias y el imperio”.
Aquella clase del profesor Fernández quizá encierre “el huevo de la serpiente”.
No es un hecho desconectado de las penurias que sufre el país. El
anacronismo ideológico, la visión excesivamente simplona y provinciana
del mundo, así como las categorías binarias, las concepciones dogmáticas
y la ignorancia real o deliberada, conforman un cóctel que explica
desde el aislamiento internacional de la Argentina hasta nuestra
profunda crisis económica y, en cierta medida, también la magnitud de la
tragedia sanitaria.
La respuesta del Presidente sobre Cuba expresa el sistema de prejuicios con el que se rechazaron,
durante meses, las vacunas de laboratorios norteamericanos. Hay algo
más profundo, porque también expresa la peligrosa ligereza que llevó a
la dirigencia política a aplaudir el default de 2001. Y es parte de la
endeble arquitectura ideológica con la que se reivindica “el setentismo”
y se confunde soberanía con atraso. Como si fuera poco, expresa una
mentalidad basada en el doble estándar: juzga según las conveniencias y
las simpatías, no de acuerdo con valores y normas éticas. Es lo que
Ortega y Gasset definía como “hemiplejia moral”.
Aunque en la Argentina está muy devaluado y suena cada vez más inconsistente, el discurso político
siempre tiene la capacidad de poner algunos acentos, de alentar o
desalentar determinados debates, de marcar un poco el tono de la
conversación pública y de imponer cierta narrativa del tiempo histórico
en el que navega. Desde esa perspectiva, las posturas que ha asumido el
gobierno nacional frente a los dramas de Cuba, Venezuela y Nicaragua
hace –entre otros daños– un aporte lamentable a los valores y las ideas
que definen a una época. Se ubica del lado de la opresión y no de la
libertad; más cerca de las autocracias que de la diversidad y el
pluralismo democráticos. Contribuye a crear una atmósfera en la que se
impone la casta política por encima de la ciudadanía y en la que el
poder se torna asfixiante y abusivo. La mirada condescendiente y hasta
de admiración sobre el régimen cubano quizá explique –entre otras cosas–
la justificación que hizo Zannini del vacunatorio vip. Responde a la
idea de que la casta tiene privilegios.
Pero desde Cuba sopla una ráfaga de esperanza. Son los jóvenes –tan
apagados y desesperanzados en otros países– los que han decidido
rebelarse contra el régimen. Son, además, los artistas –tan obedientes y
conformistas en otros lugares– los que le han puesto letra y música al
reclamo de libertad. La letanía de Silvio Rodríguez hoy es desplazada
por raperos, traperos, youtubers, blogueros e influencers que se animan a
cuestionar al régimen desde un genuino progresismo. Al confrontar la
consigna “patria o muerte” del castrismo con el lema “patria y vida”, no
solo reivindican la vida frente a la muerte, sino la “y” frente a la
“o”: impugnan las concepciones antagónicos para proponer una verdadera
lógica inclusiva.
El movimiento de jóvenes cubanos
demuestra que, más tarde o más temprano, el adoctrinamiento en las
escuelas choca con la propia realidad. No por eso deja de ser peligroso
que a los chicos se les presenten visiones sesgadas y recortes
politizados sobre el pasado y el presente. Pero los relatos siempre
tienen patas cortas, aunque en Cuba lleva más de sesenta años. Un día,
la libertad se impone. Se filtra a través de las redes o del rap. Las
revoluciones, para bien de la humanidad, hoy parecen pasar por internet,
no por las armas.
Los jóvenes, de todos modos, merecen que el profesor Fernández les abra la cabeza y les hable
de la libertad; no que mire para otro lado frente a la opresión, la
censura y el totalitarismo. A falta de una docencia profesional y de una
dirigencia responsable, bienvenido el nuevo rap latinoamericano.