La historia arqueológica de Santiago del Estero en Argentina parece ser mucho más modesta que la desarrollada más al noroestoeste, a lo largo de los cordones montañosos de cordillera y precordillera. Sin embargo, un elemento que le pertenece me ha resultado intrigante desde siempre: la persistencia contínua de dos o tres elementos de representación, particularmente el buho, que parece ser propio de la región, heredado por las sucesivas generaciones de santiagueños y chaqueños hasta nuestros días en trabajos artesanales.
Trabajos hechos por una corriente pobladora con puntos de contacto, pero separada, de las corrientes extendidas a través de los Andes, de orígen y existencia oscura, muda para nosotros, excepto por el rastro de sus cerámicas y el más volátil de sus aldeas de llanura y bosque apenas conservadas. Rastreando trabajos arqueológicos sobre estos pueblos, lo que queda es el interrogante de sus motivos dibujados. No hubo en Santiago una guerra similar a la de los valles calchaquíes, sólo la referencia indirecta que ofrecen las encomiendas y reducciones, y la "campaña al desierto" en la frontera norte, que ocupó toda la vida colonial y todo el siglo XIX. ¿se replegaron los descendientes de esas poblaciones hacia la selva chaqueña, se extinguieron hacia la época de la entrada de los adelantados españoles, o se diluyeron en la población criolla crecida en el período colonial? Hoy en Santiago se habla el quechua, ¿pero fue ésta la lengua común durante dos mil años, o fue el resultado de la dispersión de las poblaciones del noroeste, a través de las migraciones forzadas por las encomiendas y las guerras calchaquíes? La vida originaria santiagueña permanece silenciosa para nosotros, excepto por la persistencia potente de sus cerámicas, los trabajos textiles heredados y sus todavía escasos y sencillos restos de población.
De entre quienes dedicaron tiempo y estudio a la región, quizá los más importantes trabajos sean los de Ana María Lorandi, quien se ocupó tanto de la historia precolombina, como de la época colonial, sin que sea posible de sus notas asegurar que los pueblos históricos fueran los mismos que los precolombinos. No fue Lorandi quien se ocupó primero de la región, pero su trabajo de ordenación y clasificación parece ser el fundamento de cualquier estudio posterior.
En un papel de 1978, Lorandi, resumiendo el estado de las investigaciones previas (de los hermanos Wagner, Henry Reichlen, Jorge von Hauenschild, Roque Gómez, Rex Gonzalez), plantea estos interrogantes, luego mejor respondidos:
La problematica quedó planteada en los siguientes términos : ¿qué son en realidad Sunchituyoj y Averias? ; ¿por que ambos grupos cerámicos están asociados a una misma alfareria ordinaria? ; ¿por que esta misma alfareria ordinaria acompaňa también las cerámicas decoradas de Las Mercedes? ; y роr fin las preguntas de fondo : ¿Las Mercedes, Sunchituyoj y Averias eran « culturas independientes » о tan solo entidades cerámicas de una misma cultura? ¿Qué sucedió en realidad en Santiago del Estero, cuáles fueron los procesos de su poblamiento y desarrollo?
A lo largo de sus investigaciones, Lorandi esboza un esquema que abarca los últimos dos mil años: primeros habitantes, pueblos recolectores y cazadores registrados sobre las sierras de Guasayán al oeste y entrada de pueblos chaqueños o amazónicos (tonocotés), seguidos de los primeros rastros de agricultores a partir de las primeras centurias de la era cristiana (pueblos estables de cultivo por inundación).
Ana María Llamazares y Carlos Martínez Sarasola (en
Vigencia Indígena en el Arte Textil de Santiago del Estero), por su parte, resumen así el sustrato humano que permitió el desarrollo de la tradición chaco-Santiagueña:
Su población se fue nutriendo con migraciones de pueblos de distinto origen, fundamentalmente andino (diaguitas) y amazónico (tonocotés), y en épocas más tardías con la presencia de pueblos provenientes de la región chaqueña (guaikurúes y lules) y de las Sierras Centrales (sanavirones). Todas estas etnias encontraron aquí una tierra propicia para asentarse, y con el tiempo, se fue produciendo una integración de elementos culturales que a primera vista, genera un cuadro confuso y difícil de comprender, pero que en realidad nos habla de un ambiente de gran riqueza cultural: por ejemplo, los antiguos restos humanos que se han encontrado dentro de las grandes urnas funerarias de cerámica, son de tipo andino, aunque estaban enterrados siguiendo la costumbre amazónica. También la construcción de aldeas con empalizadas, el uso de flechas envenenadas y vestimentas con plumas -todos elementos de origen selvático- nos hablan de una notable convivencia cultural en pueblos que estaban en proceso de "andinización". Pero pese a ese carácter tan heterogéneo, las culturas de Santiago del Estero llegaron a configuran una entidad con características propias. Y esta también es su particularidad.
Sobre esta base, se desarrolla a partir del siglo VII aproximadamente, la que Lorandi llama "tradición Chaco-Santiagueña". Siguiendo las investigaciones previas y las dataciones que en la década de los 70 se comenzaron a hacer, Lorandi y otros establecen estas etapas, con un sistema de clasificación basado en los nombres de los sitios donde se hicieran descubrimientos típicos de cada etapa o fase: Las Mercedes (alrededor del 800) , Las Lomas, comienzo de la fase Sunchituyoj, (entre 900 y 1200) , Quimili Paso (1200 al 1350), coexistencia, de aquí en más, de las tradiciones alfareras de Sunchituyoj y Averías, Oloma Bajada-Icaño (1350-1600).
Las Mercedes, Sunchituyoj (desde 1200 hasta 1600), Averías (desde 1300 o más, hasta 1600), son consideradas como grandes divisorias de tradiciones alfareras.
La Aguada, Ambato,
Condorhuasi, como puntos de contacto e influencia desde las corrientes precordilleranas del noroeste.
Llamazares y Martínez Sarasola, en el papel indicado, describen así las características culturales de esta tradición:
La cerámica y los textiles son las artes tradicionales más antiguas de la provincia. Se conocen piezas de
cerámica desde el siglo V de la era cristiana, pero sólo unos mil años más tarde (durante un período que va de 1350 a 1600 dC.) algunas piezas arqueológicas nos permiten estimar la antiguedad del arte textil en Santiago. Se trata de los torteros o muyunas, que son pequeños discos de dos a tres cm de diámetro, hechos en cerámica o piedra, generalmente decorados, que se utilizan como contrapeso del huso de hilar.
También aparecen en las excavaciones unos instrumentos de hueso cuya función era ajustar la trama del
tejido. Los arqueólogos suponen que durante esa época se produjo un auge de la industria textil, y que el tejido era popular no sólo en el área del Dulce sino también más al este, en las poblaciones del Salado. Alberto Rex González nos dice que a los torteros "se los encuentra por centenares y son una buena prueba de la intensa actividad desplegada en las tareas textiles pese al uso de vestiduras de plumas que mencionan los cronistas"
En la cerámica Averías, la decoración parece derivar o estar inspirada en los diseños textiles. Los motivos
decorativos son en su mayoría geométricos, aunque también aparecen temas naturalistas -aves, serpientes y felinos- de resolución muy abstracta y esquemática. Las complicadas combinaciones de líneas formando espirales, zig-zags y escalonados se unen a otras figuras, como triángulos, rombos, enrejados y círculos concéntricos, entre otros. La composición es cuidada y armónica, respetando la simetría y cubriendo la pieza casi en su totalidad. Esta tendencia a llenar todo el espacio decorativo disponible termina generando un efecto reversible, por el cual se confunden la figura y el fondo, adquiriendo este último muchas veces la misma forma que las figuras decorativas. Este efecto se conoce técnicamente como "decoración en negativo", característica que también aparece en los textiles actuales.
A la llegada de los conquistadores españoles, el arte textil estaba en pleno auge en Santiago, aunque los
primeros cronistas relatan que los indios que encontraron iban prácticamente desnudos o cubiertos por plumas de avestruz, y sólo las mujeres y algunos hombres se cubrían con mantos tejidos. La ausencia de oro y plata en la región los obligó a utilizar los recursos que ella ofrecía y, los textiles fueron uno de los principales, habida cuenta de las grandes explotaciones que de ellos hicieron. Ya en 1585, las crónicas informan que Hernando de Lerma hacía trabajar a los indios en la confección de "ropa y lienzo (...) y otras telas que todo se hace de algodón, demás de esto se hacían de un hilado que llaman cabuya..."
Llamazares y Martínez Sarasola, estudiando los motivos representados en las cerámicas y textiles, describen así la evolución de la tradición:
Las primeras influencias de las culturas selváticas en Santiago del Estero se registran hacia el año 800 de
la era cristiana, con la cerámica Sunchituyoc, que lleva sobre sus urnas el omnipresente motivo del Búho,
convertido ya casi en un emblema de lo que se conoce como "civilización chaco-santiagueña". Ingresan otros elementos, como la costumbre de instalar las casas sobre montículos que funcionan a su vez como represas de las crecidas de los ríos y el tipo de vida mesopotámico.
El tema decorativo por excelencia es la imagen estilizada del ave. En la cerámica es posible seguir su
derrotero evolutivo a través de sucesivas etapas. Si bien el grado de estilización varía y en líneas generales, tiende a una creciente geometrización, es notable que el patrón fundamental se mantiene, representando al ave siempre de frente con sus ojos redondos muy abiertos, como es típica de la mirada nocturna del ave con su pupila dilatada; sus alas abiertas y desplegadas que forman dos arcos y se van integrando con motivos geométricos rayados y escalonados, que parecen simular el plumaje. También aparecen bien marcadas la cola abierta en actitud de vuelo y las patitas esquematizadas por un signo tripartito.
En la fase más antigua de la cerámica Sunchituyoc (del 800 d.C. aproximadamente al 1200 d.C), llamada
Las Lomas, el búho toma formas felínicas o "draconianas", con la cara achatada y los dientes aserrados,
seguramente por influencia de las últimas fases de la cultura de La Aguada del noroeste, cuyo motivo principal es el felino de fauces abiertas y dientes expuestos. En la fase siguiente, llamada Quimili Paso (1200 d.C. al 1400 d.C.) parecen afirmarse los rasgos culturales propios de la cultura chaco-santiagueña. La imagen del búho es insistente en las grandes urnas. Su realización es más naturalista y curvilínea. También comienza a asociarse a elementos geométricos que completan el diseño, como rayas, enrejados, espirales, series de triángulos y escalonados. Sus trazos se hacen cada vez más rectilíneos y rígidos.
Durante la cerámica Averías el búho continúa representándose, aunque menos y completamente
geometrizado. Aparecen otros temas zoomorfos típicamente andinos como el sapo y la serpiente. En las últimas fases del proceso se produce la desintegración del motivo. Según Rex González -quien estudió este mismo fenómeno con la imagen del felino en la cultura de La Aguada- : "este es el proceso, tan común en la evolución artística, por el cual una figura naturalista se descompone en sus distintos elementos, para ser éstos utilizados como unidades decorativas separadas".( 1977:393). En la cerámica más tardía del estilo Averías, así como en la Yocavil y la Famabalasto, que tienen marcadas influencias del noroeste, se aprecia este fenómeno al aparecer ciertos elementos aislados que pueden claramente interpretarse como partes del diseño original completo; por ejemplo: los ojos del búho, sus patitas o sus alas convertidas ya en triángulos aserrados o escalonados invertidos.
Desde este punto nos basamos para suponer que este proceso tuvo su continuidad, aunque sea difícil registrarlo a lo largo de los siglos que sucedieron a la conquista.
Este es un pequeño resúmen de un aspecto de la historia santiagueña: el silencioso recuerdo de los orígenes, subsistente en las leyendas, las canciones, los tejidos, la cestería...La memoria que no recuerda su nacimiento, pero transmite sus prácticas.