Siguiendo el camino de quienes aún critica, China defiende su patio trasero en Birmania: Así como en la década de 1970 Estados Unidos sufrió la resistencia de los monjes budistas vietnamitas, con el aplauso chino, hoy los monjes cuestionan a la dictadura birmana, que es defendida y escondida bajo la alfombra por la actual generación dirigente comunista. Cambian los tiempos, y los usos hegemónicos continúan. El gobierno chino no sólo es un limitante del desarrollo social de su país, sino que extiende su peso a su entorno geográfico y político. No es casual que no exista condena al régimen birmano por la oposición chino-rusa.
Un buen análisis del problema, por Isabel Hilton, de The Guardian, en e-pesimo:Fotografía de EFE
En los últimos días, el régimen militar de Birmania ha cometido muchos errores de cálculo. Dejando aparte el prolongado hundimiento en la penuria de uno de los países más ricos de Asia, la decisión de quintuplicar los precios de los carburantes en agosto fue un error tan grueso como la posterior gestión de las protestas que provocó. Si un régimen rechazado por la población piensa mantenerse en el poder gracias a la represión, necesita aplastar rápido las protestas. Como no consiguió hacerlo, tiene que hacer frente a la plena implicación del último sector organizado del país que queda relativamente intacto fuera del propio ejército: la iglesia budista, que ha puesto su gran influencia moral al servicio de un decidido intento de terminar con el poder militar en Birmania.
Ahora estamos, como señaló el embajador británico en el país, en terreno desconocido. La cuestión es cómo convencer al régimen de que el precio de la represión sería demasiado alto. Birmania es indiferente a la presión internacional: ha sobrevivido años como un paria en el concierto mundial, las sanciones impuestas por EEUU no han tenido el menor efecto y los llamamientos a la liberación de la dirigente de la Liga Nacional por la Democracia, Aung San Suu Kyi, han caído en oídos sordos. Entonces, ¿por qué tendría que ser distinto esta vez?
La principal diferencia está en el papel de China, el socio comercial más importante de Birmania y la principal protectora del régimen. Hasta ahora, China, con el apoyo de Rusia, ha bloqueado los intentos internacionales de mantener a raya al régimen: hace nueve meses, China y Rusia vetaron una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que pretendía conferir poderes al secretario general de la organización para que negociara con el régimen birmano, y China ha boicoteado tres esfuerzos diplomáticos de países asiáticos (Indonesia, Filipinas y Malasia) para asegurar la liberación de Suu Kyi, lo que provocó unas críticas directas a Pekín de parlamentarios de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático.
China ha sostenido al ejército birmano con un apoyo generoso, la ayuda china ha permitido construir embalses e infraestructuras para el transporte, la inversión china hace que Pekín tenga intereses en los sectores clave de la economía birmana, la inmigración china ha dado lugar a grandes contingentes de población en las ciudades birmanas y el dinero chino ha vuelto ineficaces las sanciones de EEUU contra el régimen. Entonces, ¿por qué se menciona ahora a China como un factor de contención?
La posición diplomática que China adopta por defecto es la de no «interferir» en la política de otros países (especialmente allí donde hay fuentes de energía, recursos naturales o importancia estratégica). Pekín es reacio a que le den lecciones sobre derechos humanos y democracia dentro de sus fronteras, así que es natural que no esté dispuesto a impartirlas fuera.
La intransigencia que China había mostrado en Darfur se diluyó cuando se lanzaron campañas que unían los Juegos de Pekín al apoyo de China al régimen sudanés para componer el eslogan «Olimpiadas del Genocidio». A China, de repente, le pareció oportuno enviar un representante a Sudán y desempeñar un papel más constructivo en los esfuerzos multilaterales para solucionar la crisis. Una presión parecida se está generando en relación a Birmania.
Para Pekín, la visión de decenas de miles de ciudadanos dirigidos por monjes budistas y llevando a cabo protestas pacíficas en la calle se parece mucho a una pesadilla, dado que China tiene sus propias combinaciones potencialmente explosivas de disensión religiosa y civil: los monjes budistas del Tíbet, los musulmanes de Xinjiang, incluso los practicantes del Falun Gong, todos ellos apelan a la autoridad moral para desafiar una autocracia corrupta y egoísta. Un baño de sangre en Birmania tendría, dada la estrecha identificación de China con la dictadura, unas resonancias equivalentes a una masacre de Tiananmen, justo cuando Pekín está puliendo la plata para las Olimpiadas del año que viene. Para China, una negociación sería infinitamente mejor que el derramamiento de sangre y la inestabilidad que podría resultar de él.
La organización menos dañada continúa siendo el partido de su adversaria más odiada, Aung San Suu Kyi, la última interlocutora a la que pueden recurrir. Sin Suu Kyi no cabe solución duradera y negociar una transición ordenada interesa a todas las partes, incluido el ejército. Si los objetivos de China son proteger sus inversiones y la estabilidad regional, es hora de que se dé cuenta de que ambos se consiguen mejor apoyando una transición pacífica a un gobierno constitucional.