En un asombroso artículo publicado hace poco, un teólogo católico advertía del “riesgo de una casi identificación práctica del cielo cristiano con un ideal político o nacional concreto”, es decir, la independencia de Cataluña (Salvador Pié, La Vanguardia, 1-9-14). ¿Exagera?... Les sugiero que vayan a ver una película que acaba de estrenarse, L'endemà (o busquen en Internet el vídeo Los García, Cataluña y el futuro de todos, cuyo mensaje viene a ser el mismo), y verán a qué se refiere.
Dirigida por Isona Passola, presidenta de la Academia Catalana de Cine, financiada por más de 8.000 personas mediante crowdfunding y subvencionada por la Generalitat y TV3, L'endemà (“El día siguiente”) es un documental que pretende, dice, “aclarar las dudas de los indecisos” sobre la conveniencia de un Estado propio. Consiste en entrevistas a jueces, escritores, economistas y otros profesionales, que nos describen cómo será la Cataluña independiente. He aquí algunas de sus predicciones: “Habrá más plazas en las guarderías”; “Más inspectores fiscales”; “Más jueces y mejor formados”; “Una economía productiva, no especulativa”; “Seremos la California de Europa”; “El periodismo será más plural e independiente”; Nuestro presupuesto anual aumentará en “16.000 millones, o sea cuatro veces más de lo que hemos recortado”…
Es difícil, llegados a este punto, resistir la tentación de la ironía (…y nos bañaremos en piscinas de monedas de oro, no vamos a ser menos que el Tío Gilito) pero intentemos preguntarnos en serio en qué consiste la propuesta de L'endemà, es decir, el programa de la independencia.
Regularmente aparecen en la prensa catalana cartas de lectoras y lectores inquietos ante los interrogantes que plantearía la transición hacia un Estado propio: ¿qué pasaría con la deuda? ¿con las pensiones? ¿con la Unión Europea?... Ni que decir tiene qué responde L'endemà a todas esas preguntas: Catalunya permanecerá en la UE, por supuestísimo; las pensiones no solo se pagarán sino que subirán un 10% (sic), y en cuanto a la deuda, ¿qué deuda?, es el Reino de España quien la ha firmado, allá ellos. Muy bien, supongamos que nos lo creemos. Pero resuelta la transición, subsiste la pregunta: ¿transición hacia qué?
Hacia una sociedad próspera, democrática y moralmente ejemplar, deducimos de L'endemà. Sí, claro, pero ¿no aspira a eso mismo todo el mundo, cualquiera que sea su credo, su nación, su opción política? La cuestión es qué medidas concretas, económicas y políticas, aplicar para conseguirlo. Parece bastante difícil concebir un programa capaz de conducirnos a una situación tan ideal; y más difícil todavía teniendo en cuenta que deberían llevarlo a cabo partidos tan dispares —pero hoy aliados en la propuesta independentista— como uno, Convergència, fundado por un banquero (Pujol) en un convento (Montserrat), y otro “asambleario, socialista, económicamente sostenible y no patriarcal”, la CUP.
Se trata, en fin, de la cuadratura del círculo. Y como aplicando el pensamiento racional es imposible convertir un círculo en cuadrado, el independentismo ha optado por sustituir la razón por otra cosa: el pensamiento mágico.
Cualquier nación, es cierto, utiliza elementos sagrados o mágicos (himnos, fechas, banderas) para dar calor emocional a algo tan frío como es un modelo de organización territorial. Pero el independentismo va mucho más allá. Multiplicando la frecuencia e intensidad de su uso, juega a fondo la carta irracional, en detrimento del debate de ideas. Este consistiría por ejemplo en preguntarse (como lo ha hecho Victoria Camps) si la mejor manera de fomentar el catalán es convertirlo en lengua oficial exclusiva de un Estado. Habría que investigar, ofrecer cifras, ejemplos (el caso de Andorra), razonamientos… En vez de eso, el independentismo prefiere un mecanismo mucho más sencillo y que se está demostrando eficacísimo para movilizar a las masas: prometer paraísos y azuzar emociones.
No se trata de cuatro exaltados: Es la Generalitat la primera en recurrir sin vergüenza a la manipulación sentimental. Así, conmemora una fecha asociada a la guerra, 1714, cuando podría elegir otras que simbolizan la convivencia y que son sin duda alguna más relevantes para la Cataluña de hoy, como 1977: al fin y al cabo vivimos bajo la Generalitat, restablecida ese año, no bajo el Decreto de Nueva Planta. Nos lanza mensajes subliminales, como este del cartel que preside el Born, convertido en templo del independentismo: “1714-2014: Viure lliures” (“Vivir libres”, como si no lo fuéramos), o el que titula una exposición sobre el asedio a Barcelona en 1714: “Fins aconseguir-ho!” (“¡Hasta conseguirlo!”). Evoca a los catalanes fusilados por Franco (exposición "Cinc sentències de mort"), olvidando convenientemente que algunos de los mayores políticos (Cambó, Samaranch), escritores (Pla, D'Ors), artistas (Dalí)… que ha dado Cataluña fueron franquistas hasta la médula. Retrata a Mas en un gesto que imita el de Moisés (pasado por Hollywood), bajo el lema épico “La voluntat d'un poble”; El mismo Mas se dedica a avivar pasiones —y no las más constructivas— hablando de las “humillaciones y desprecios” que supuestamente recibimos. En la mejor tradición milenarista, la Generalitat insinúa profecías (“Ara, la Història ens convoca”, lema oficial del tricentenario), insiste en misteriosas concordancias: 1714-2014; 11-9 (Diada), 9-11 (el referéndum); y llega a extremos tan pueriles como el detalle de que el mástil de la senyera situada junto al Born mide 17,14 metros.
Con razón se inquieta nuestro buen teólogo: el independentismo le hace la competencia. Al igual que algunos los proyectan en Dios y el paraíso, otros están proyectando en el Estado propio, como en una pantalla en blanco, todos sus sueños, sin las molestas trabas que al deseo pone la realidad. ¿Los costes de le independencia? Nulos: “estaremos mejor, sin perder nada”, asegura uno de los entrevistados en L'endemà. ¿La escasez, base, por definición, de toda economía? Borrada de un plumazo: con 16.000 millones más (los que supuestamente nos expolian), habrá dinero para todo. ¿El conflicto, propio, por definición también, de la vida en sociedad? Resuelto con un golpe de varita mágica: en L'endemà los no independentistas simplemente no existen; en toda la película no aparece ni uno.
Y así, exaltados por la unanimidad, arropados por el calor de las masas, uniformados de rojo y amarillo, confortados por la certeza de la propia bondad inmaculada, convencidos de que el Mal no es cosa nuestra, sino de un ente maléfico llamado España, que nos venció, nos fusiló, nos oprimió, nos expolia, nos desprecia, nos humilla y tiene la culpa de todo, embobados por himnos y banderas, adormecidos por la repetición de consignas y gritos de rigor, confiando ciegamente en un endemà que será Jauja, vamos siguiendo en fila, alegremente, a ese que toca la flauta.
Diario de viaje, notas al azar de alguien que se dedica a la tecnología, y alguna vez (allá lejos y hace tiempo) fue un estudiante de filosofía. Aquí caerán las notas que excedan la tecnología y la educación, que es lo que en general más me ocupa...
domingo, septiembre 28, 2014
Cataluña libre ¿paraíso o pesadilla?
Laura Freixas escribe en El País sobre las utopías que se escuchan todos los días desde las fuerzas independentistas catalanas, acudiendo a la calificación de "pensamiento mágico". La región está sometida a un bombardeo diario de mentiras, distorsiones y agresiones que oscurece la cruda realidad a la que marcha su sociedad en caso de forzar la secesión: brutal crisis económica y de negocios, violenta división social, persecusión lingüística y político-social, e incluso riesgos en el terreno religioso. Como dice Freixas, el flautista los lleva directo al mar, y nadie se aparta del camino:
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