Yu Hua nació en 1960. Cuando tenía aproximadamente seis años, se desató la Revolución Cultural en China. Toda su escuela primaria transcurrió bajo esa presencia, que lo involucró directamente, y a través de su propia familia: su padre, médico, fue acusado de "seguidor del camino capitalista", perseguido, golpeado, apresado, a pesar de haber cuidado su exposición en un mundo en que se había desatado una guerra de todos contra todos. Yu Hua es un puente entre la China contemporánea y la China de Mao: en la primaria se convirtió en guardia rojo, como su hermano mayor, o como casi todos sus compañeros de escuela. Sus recuerdos son de salidas diarias a escribir dazibaos, de persecuciones y acusaciones a maestros, padres de estudiantes, gentes sencillas de su barrio o del campo. En sus palabras oscila entre el reconocimiento de que ese fue un largo período de desastre, y la nostalgia por la pérdida de una cultura más igualitaria. En su libro "China en diez palabras" se desliza entre un recuerdo nostálgico y de adhesión a Mao, y el reconocimiento de la cruda realidad de un país arrojado a la lucha entre bandas y la persecución a muerte de quien no pensara igual. Hay, por ejemplo, un comentario sobre una niña pequeña, que llevó a su escuela la foto de Mao plegada de tal forma, que al abrirla parecía quedar una cruz marcada en la frente de Mao Zedong.Esto desató su persecución, no sólo de sus compañeritos, sino de sus maestros.
Al fin del capítulo dedicado a la palabra "revolución", cuenta una anécdota sucedida en 1973, cuando todavía faltaba tiempo para la implosión de la guerra civil. Al borde de su paso a la educación media, él junto con algunos compañeros decidieron visitar la escuela media en que continuarían su educación, en el convencimiento que en ese estadio de su educación, se aceptaría cualquier arbitrariedad de los jóvenes. Esto es lo que describe:
(...) Y con esa motivación cruzamos aquella mañana de finales de primavera de 1973 el puente recién construido y entramos en el recinto del Instituto de Educación Secundaria Haiyan. Atravesamos la cancha de baloncesto, repleta de chavales jugando, y luego el patio, lleno de estudiantes tumbados sobre la hierba, charlando relajadamente entre ellos. Cuando pasamos por delante de los edificios de aulas, casi no quedaba una ventana en la que no hubiera estudiantes sentados. Oímos que alguien nos llamaba por nuestros nombres. Era un chico que vivía en nuestra calle, un año mayor, y que estaba ahora en primero de secundaria. Desde el alféizar que ocupaba, nos hizo una señal para que nos acercáramos.
-¿No tenéis clase? -le preguntamos.
-Sí -asintió con la cabeza-, justo ahora estamos en plena clase.
Estiró un brazo y no ayudó a subir uno a uno. Nos distribuyó entre el hueco que quedaba en la ventana y los pupitres y, así sentados, nos presentó a los compañeros que tenía al lado.
Aquello superaba todas nuestras expectativas. Había un gran alboroto en el aula: estudiantes sentados encima de los pupitres, otros que entraban y salían y algunos que se insultaban de mesa a mesa con pinta de liarse a puñetazos en cualquier momento. En la tarima, un profesor escribía problemas de física en la pizarra mientras explicaba en voz alta algo a lo que ni uno solo de sus alumnos prestaba atención.
La escena nos dejó patidifusos. Señalando al profesor. le preguntamos con mucha discreción a nuestro amigo:
-¿A quién le está dando la clase?
-A sí mismo.
No pudimos evitar reírnos al oír su respuesta.
-¿No le tenéis miedo?
-¿A quién, a él? -dijo soltando una carcajada-. ¡Que estamos en el instituto. no en la escuela de primaria!
Acto seguido, rebuscó en el cajón, sacó un trozo de tiza y lo lanzó contra el profesor. Éste se percató de que volaba hacia él, dió un paso para apartarse y continuó instruyéndose a sí mismo en las leyes de la física como si nada.
¿Qué es la revolución? Finalmente ahí teníamos la respuesta.
La foto, en Wikipedia. (By China News Service, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=137076447)
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