lunes, noviembre 13, 2023

De periodistas y lectores

 


Dice Pedro Simón, en un reportaje de Jesús Fernández Úbeda, para Zenda:

—Cita a García-Planas al comienzo de Las malas notas: “Un reportero es como un taxista porque es alguien que te lleva de viaje”. ¿Ha menguado en los periódicos la oferta de viajes?

—Sí. Esto lo dijo Felipe González en su época: hace tiempo que el poder económico embridó el poder político, y creo que el poder político ha embridado al poder periodístico. Es una especie de juego de muñecas rusas, ¿no? Sobre todo, a raíz de la última crisis grande, la provocada por la quiebra de Lehman Brothers. Ahí noté que se le escapó independencia a los periódicos. De tal modo, lo que más importa en los medios, lo más hegemónico, es lo que tiene que ver con el poder. Ahora, más que nunca. Así, los reportajes que tienen más que ver con las periferias y lo humano se han ido arrinconando. No me quejo, mi periódico se sigue gastando dinero en mandarme a sitios. Pero no es lo habitual. Lo habitual es que tiremos con una tecnología de puta madre que hace que ahora mismo podamos ver lo que ocurre, por ejemplo, en Gaza. Y lo que más me espanta es que tenga la gente el rostro de firmar eso desde Madrid, con su nombre y sus apellidos. Eso me desagrada bastante y es un fenómeno reciente, de hace cinco o seis años. Esto no pasaba ni hace diez, ni quince, ni veinte ni treinta años, esta cosa de refritar teletipos sin citar y poniendo tu nombre. Supongo que es un fenómeno que tiene que ver con recortar costes.

—“La oruga no termina de hacerse mariposa”, como dice Raúl del Pozo, pero, ¿hasta qué punto es responsable el lector, el oyente, el telespectador? ¿Acaso no se le habla en necio al vulgo porque lo paga?

—El que manda es el público. Tu pregunta me lleva a la siguiente reflexión: parte del tinglado se empezó a joder cuando cambiamos a los lectores por los clientes. Además, son clientes de pistolita en la sobaquera que dicen: “Yo pago y tú vas a decir lo que yo digo que tienes que decir”. Eso es muy fascista y muy cabrón y lo detecto en los medios. El tipo que entra en la cantina, como en un western, y dice: “Yo la tengo más grande que nadie y tú vas a hacer lo que yo diga. Porque, forastero, no hay hueco para los dos en este periódico”. Ahí se empezó a joder el tinglado, cuando perdimos al lector y ganamos un cliente que quiere refrendar su propio prejuicio, al que la verdad le importa poco, que quiere decir que los suyos son cojonudos y los otros muy malos. Que los buenos son los tigres y que hay que acabar con los leones. En ese juego de trincheras, el periodismo se diluye, se convierte en algo viscoso, en algo tóxico, en un ecosistema poco respirable. Esto lo noto cada vez más. Además, la gente joven que entra, entra más engorilada.

—¿Sí?

—Entra más dispuesta a hacer reportajes como el que es un soldado. “¿Qué tengo que hacer, mi general?”.

—Usted se refiere al “neolector”, un tipo que “no lee, patrulla”; “no opina, dicta sentencia”; “no simpatiza, milita”.

—Y un tipo que te amenaza de muerte. A mí me han amenazado de muerte. Detesto los comentarios de los lectores en los periódicos. Acabaría con ellos, radicalmente. De hecho, un montón de periódicos europeos ya han quitado los comentarios de los lectores. Porque un comentario del lector equivale a meter a alguien en el salón de tu casa y, la mayoría de las veces, si no hay un control, dejar que te arranquen las cortinas, te pinten las paredes y te orinen en el sofá. Todo eso lo puedes hacer, pero en tu casa, no en la mía. Lo único que hace eso es arañar la marca del periódico. Cuando Carlos Fresneda sacó el libro de su hijo, Querido Alberto… Su hijo falleció atropellado mientras hacía un grafiti en Inglaterra, a los veintipocos años. Manu Llorente le hizo una entrevista cojonuda en el periódico. Hablaba un padre que se dirige a su hijo muerto, grafitero, atropellado en Inglaterra. Y uno de los primeros comentarios que había en aquella entrevista, decía: “Ojalá, en vez de escribir este libro, hubieses educado mejor a tu hijo”. Otro comentario era: “No llames a tu hijo artista, llámale guarro”. Otro día, en una entrevista a Zapatero en agosto, el comentario número siete decía: “Hay que empalar a Zapatero”.

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