Yu Hua es un escritor chino, nacido en 1960, en el cruce de rutas de la China de Mao y la de Deng. A pesar de tener problemas con la censura del partido comunista, vive en China, o al menos es lo que se desprende de las escasas noticias suyas que se pueden obtener. Es el autor de la historia que Zhang Yimou llevó al cine (Vivir!), inicialmente prohibida en China. Lo conocí por su libro "China en diez palabras", donde dedica un ensayo a diez palabras que a su juicio definen a China hoy: cada una de ellas alude a algo que caracteriza fuertemente algún aspecto de la vida y la sociedad china moderna. La primera de esas palabras que analiza es "Pueblo", y a propósito de ella hace una crónica de la matanza del 4 de junio de 1989 en Tiananmen:
Las fotos son algunas de las tomadas por Jian Liu, publicadas en InfobaeA finales de mayo regresé a Zhejiang por un asunto familiar y el 3 de junio tomé el tren de vuelta a Pekin. (...) En aquel momento tenía la impresión de que las protestas estudiantiles parecían prolongarse como una maratón y me costaba imaginar cuándo acabarían. Pero al despertarme a la mañana siguiente. ya a punto de llegar a Pekin. la megafonía del tren empezó a sonar y supe por la excitación del locutor que el ejercito había entrado en la plaza de Tianganmen
Tras los disparos del 4 de junio, los estudiantes de fuera de la capital o del propio Pekin empezaron a abandonar la ciudad. Recuerdo con toda claridad la escena aquella mañana en la estación atestada de gente que quería marcharse. Y mientras todo el mundo trataba de irse yo regresaba en el peor de los momentos. Me eché a la espalda mi bolsa de viaje y me encaminé aturdido a la plaza de la estación, chocando con los que entraban en tropel justo en dirección contraria. Tuve la sensación de que no tardaría en hacer lo mismo.
Me marché el 7 de junio. La línea entre Pekin y Shanghai se había suspendido temporalmente porque un tren había sido incendiado, así que mi plan era llegar en tren a Wuhan y de allí coger un barco hasta mi casa en Zhejiang. Pagamos entre varios al dueño de un triciclo de reparto, que nos llevó en la plataforma hasta la estación recorriendo la avenida Chang'an. Hacía apenas unos días Pekin estaba en plena efervescencia y en cambio ahora el panorama era desolador. Apenas se veía gente por la calle y algunos coches calcinados aún exhalaban bocanadas de humo negro. Sobre el puente del cruce con Jianguomen había un tanque apostado con el cañón apuntando amenazante a unos enclenques como nosotros. Una vez en la estación, nos unimos a la aglomeración de gente que trataba de llegar a empujones hasta la ventanilla y, no sin poco esfuerzo, conseguí por fin comprar un billete sin asiento, que eran los únicos que quedaban. Para entrar en la estación había que pasar un estricto control vigilado por soldados de guardia que, hasta que no se aseguraron de que mi cara no aparecía entre las de las fotos con orden de detención, no me dejaron pasar.
(...) Los primeros días la televisión no dejaba de de informar sobre los estudiantes con orden de búsqueda y captura que habían sido detenidos. (...) lejos de casa (...) veía la expresión de desamparo de los estudiantes y escuchaba la excitación con la que anunciaban las detenciones los presentadores, y lo que sentía era terror.
De repente un día las imágenes de la pantalla cambiaron completamente: ni más escenas ininterrumpidas sobre los sospechosos capturados ni más comentarios celebrándolo. Aunque las detenciones continuaban, los programas de la televisión volvieron a ser aquellos -que conocía tan bien- dedicados a mostrar la enorme expansión que se estaba viviendo en todas las regiones de la nación. Un día antes la voz del locutor denunciaba con vehemencia los actos criminales de los estudiantes detenidos, y ahora elogiaban entusiasmados la prosperidad de nuestra madre patria. A partir de ese día los incidentes de Tiananmen desaparecieron de los medios de comunicación chinos con la misma rotundidad con la que Zhao Ziyang había desaparecido del mapa. y no volví a oir ni la más mínima información al respecto. Como si nunca hubieran ocurrido, quedaron enterrados y olvidados bajo un tupido velo. Incluso pareció borrarse de la memoria de los que habían participado en las manifestaciones de la primavera de 1989, probablemente porque el propio peso de la vida les dejó poco tiempo para recordar el pasado. Veinte años después, la realidad nos muestra un hecho inquietante: los jóvenes chinos de hoy en día apenas saben nada de las protestas de Tiananmen de 1989, y a los que saben algo simplemente les suena que "se manifestó mucha gente en la calle"
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