Con mi hija, su marido y mi nieta arreglamos una visita a París. Fue un paseo por la ciudad a la carrera, casi como los actores de Bande à part recorriendo el Louvre en diez minutos: no fue el Louvre, pero cerca estuvimos; la próxima vez, aquí o donde sea, me aseguraré de que lo que programamos sea realizable. Nuestro planes se demostraron poco factibles, pero con los días fuimos ajustando las posibilidades. Impagable, ver desde nuestra ventana todos los días y noches, a menos de un kilómetro, la torre Eiffel. Y salir a caminar temprano en la mañana por la orilla del Sena. Días de muchas impresiones, desde la llegada cruzando los campos y caseríos desde el aeropuerto de Beauvais, con automóviles volviendo en el anochecer a sus casas apartadas, o el metro en todos lados, o el Sena, o la sorpresa de un París en que el trabajo es africano: en las obras en construcción, en el metro o el tren, en los taxis, el trabajo está en manos de inmigrantes probablemente venidos de los territorios franceses de ultramar. Al menos, el taxista que nos llevó al hotel era de Martinica: nos aleccionó acerca de dónde ir y dónde no ir, con una gentileza y proximidad que nos despejó las dudas que teníamos después de los incidentes de junio. Esto fue común en el trato con todo el mundo, a quienquiera que preguntáramos: como nuestro francés es casi inexistente, hablábamos en inglés imperfecto, pero nadie torció la cara y trató de entender y responder. Lejos de leyendas conocidas sobre el idioma de comunicación: en un tren preguntamos algo, y alguien que oyó, aunque no era el interpelado, se tomó el trabajo de traducir con google nuestras preguntas y sus respuestas.
Evocaciones a cada paso, desde los días de 1789 contados por Grace Elliot o Chateaubriand, hasta la estación del metro de Bir Hakeim, donde comenzábamos nuestros paseos diarios: a cada paso, los símbolos del poder de Francia en los siglos pasados en sus edificios públicos, en sus palacios, en los nombres puestos al metro. Encontré en Versalles el lugar que seguramente Luis XIV se forjó en la historia de Francia. Su relación con la nobleza francesa recuerda a la infancia de Jaime I de Aragón: reyes que superaron las intrigas y presiones de su nobleza para convertirse en fundamentales de sus dominios. Las pinturas de Luis XIV en Versalles resultan tan elocuentes como el propio palacio.
Pero no sólo es el pasado. Encontramos una ciudad amable, merecedora de largos paseos y visitas. Aquí no hubo latinoamericado pintor, escritor, poeta, que no hubiera estado: Cesar Vallejo, Cortázar con su Rayuela. En esta ciudad han trabajado Camus, Sartre, Robbe-Grillet, Resnais, Godard, Bresson, Melville, Tati, Truffaut, sólo por recordar sus imágenes todavía próximas al París de hoy: esta Francia es la suya. Un primer viaje que pide otros.
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