domingo, junio 26, 2022

Chateaubriand, testigo de la revolución francesa


 Las memorias del vizconde de Chateaubriand comprenden catorce volúmenes, correspondientes a una vida asociada a la política francesa y europea, en una época que  cambió el mundo occidental. Nacido en 1768 y muerto en 1848, fue testigo y partícipe del paso de la monarquia absoluta a la república, el imperio, la restauración, muriendo en el año de la Comuna de París.  

De esas memorias, una primera parte recuerda su juventud, durante la cual fue testigo y partícipe de los acontecimientos que llevaron a la revolución francesa y a la caída del rey y la nobleza. Su recuerdo tiene semejanzas con los días que describe John Reed en la revolución bolchevique: situaciones cotidianas mezcladas con otras extraordinarias. La anormalidad generalizada, la gente en la calle, los acontecimientos que escapan de las manos de sus participantes, las sucesivas olas incrementales de hechos irreversibles, que van empujando a los actores mucho más allá de sus vidas ordinarias y sus motivos del momento. Se suceden las semanas y los meses, y las reglas establecidas  son abandonadas, reemplazadas, trasgredidas, mientras entretanto las vidas de nobles y ciudadanos comunes de París, se van amoldando a una violencia que los estrecha y acosa cada vez más cerca.

Los dos primeros años de la revolución están descriptos casi día por día, hasta el momento en que emigra a Inglaterra. A partir de entonces los apuntes de la revolución son más espaciados y distantes, aunque de todas formas presentes en todas sus actividades.

Este es su testimonio de la caída de la Bastilla:

El 14 de julio fue tomada la Bastilla. Yo asistí en calidad de mero expectador a este asalto, al que se opusieron únicamente algunos inválidos y un gobernador tímido. (...)Ünicamente vi disparar dos o tres cañonazos, y estos disparos no fueron hechos por los inválidos, sino por algunos guardias franceses que habían subido ya a los torreones. De Launay fue sacado de su escondrijo, y después de haber sufrido mil ultrajes , apaleado en la escalinata del Ayuntamiento; el síndico de comercio Flesselles fue herido en la cabeza de un pistoletazo (...)

Los peritos acudieron presurosos a hacer la autopsia de la Bastilla. Estableciéronse cafés provisionales en algunas tiendas de campaña, y la concurrencia se aglomeraba allí como en la feria de San Germán o de Longchamp; veíanse desfilar o detenerse una infinidad de carruajes al pie de las torres, desde las cuales se lanzaban enormes piedras entre inmensas nubes de polvo. Entre los obreros medio desnudos que demolían las murallas , con aplauso de la muchedumbre, había algunas mujeres bien vestidas y algunos jóvenes elegantes. Presenciaban además este espectáculo los oradores de más fama, los literatos más conocidos, los pintores más célebres, los actores y actrices de más reputación, las bailarinas que se hallaban más en boga, los extranjeros más ilustres, los señores de la corte, y los embajadores de Europa. La vieja Francia acudía para presenciar su fin; la nueva, para comenzar su existencia.

Poco después, el 17 de julio, el rey va al Ayuntamiento:

(...) fue recibido por cien mil hombres armados (...) Arengáronle, vertiendo lágrimas, Bailley, Moreau de Saint-Mery y Lilly-Tolendal. El rey se enterneció también , a su vez, y se puso en el sombrero una enorme escarapela tricolor. Esto le valió allí mismo ser declarado <<hombre honrado, padre de los franceses y rey de un pueblo libre>>, que se preparaba, en virtud de su libertad, a cortar la cabeza del hombre honrado, del padre, y del rey.

Primeros decapitados en su vista:

(...) hallábame yo en los balcones de mi posada, con mis hermanas y algunos bretones, cuando oimos gritar:

-¡Cerrad las puertas! ¡Cerrad las puertas!

Un grupo de descamisados venía corriendo por uno de los extremos de la calle; en el centrodel grupo se levantaban dos estandartes que no distinguimos bien desde lejos. Cuando se acercaron a nosotros vimos que eran dos cabezas desgreñadas y desfiguradas de un modo horrible, que los predecesores de Marat llevaban en las puntas de dos picas; aquellas cabezas eran las de Foullon y Berthier. Todo el mundo se retiró de las ventanas excepto yo. Los asesinos se pararon frente a mí y alargaron las picas, cantando, saltando y dando brincos para aproximar a mi cara aquellas pálidas efigies. El ojo de una de las cabezas, que lo habían hecho saltar de su órbita, caía sobre el oscuro semblante del cadáver; la pica atravesaba por la abierta boca, cuyos dientes mordían el hierro.

La Asamble Nacional elimina privilegios feudales:

La monarquía fue demolida como la Bastilla en la sesión de la Asamblea Nacional del 4 de agosto. Los que llevados por su odio hacia el pasado declaman en la actualidad contra la nobleza olvidan sin duda que un individuo de su seno , el vizconde de Noailles, secundado por el duque de Aiguillon y por Mathieu de Montmorency, fue quien derribó el edificio que era objeto de las prevenciones revolucionarias. En virtud de la proposición del diputado feudal fueron abolidos los derechos feudales; los de caza, palomar y vivero; los privilegios de las órdenes, ciudades y provincias; los diezmos; las servidumbres personales; los señoríos de justicia, y la venta de los oficios. Los golpes más violentos que recibió la antigua constitucion del Estado provenían de los nobles. Los patricios comenzaron la Revolución y los plebeyos la acabaron.

El 6 de octubre, el rey se traslada de Versailles a París, con toda la corte:

(...) en medio de una horda compuesta de gentes de ambos sexos y de todas edades, caminaban a pie los guardias de corps, los cuales se vieron obligados a cambiar sus sombreros, espadas y tahalies con los guardias nacionales; cada uno de sus caballos traía encima dos o tres verduleras, asquerosas bacantes que venían borrachas y despechugadas. Detrás de los guardias iba la diputación de la Asamblea Nacional, y luego seguían los carruajes del rey, que rodaban entre la oscuridad polvorienta de un bosque de picas y bayonetas. A las portezuelas del coche iban varios traperos llenos de harapos, y carniceros con su sangriento delantal en las piernas, su desnudo cuchillo en el cinturón, y las mangas arremangadas; la imperial, el pescante y el sitio de los lacayos estaban ocupados por otros personajes del mismo género. Disparábanse tiros de fusil y de pistola, y el populacho gritaba:

-¡Ahí van el panadero, la panadera, y el panaderito!

Delante del descendiente de San Luis, y a guisa de oriflama, elevábanse sobre dos alabardas, las cabezas de dos guardias de corps, rizadas y empolvadas por un peluquero de Sèvres.

Las reuniones de la Asamblea Nacional:

Las sesiones de la Asamblea Nacional ofrecían un interés que las sesiones de nuestras Cámaras están muy lejos de excitar. Era preciso acudir muy temprano para hacerse con un asiento en las tribunas más altas. Los diputados llegaban comiendo, hablando, gesticulando, y se agrupaban en las diversas partes de la sala según sus opiniones. Se leía el acta: después de esa lectura se fijaba el punto de discusión convenido, que siempre era algun proyecto extraordinario. Jamás se trataba allí de los corrientes artículos de una ley; rara vez faltaba en el orden del día alguna destrucción. Se hablaba en pro y en contra; todo el mundo improvisaba bien o mal; los debates se hacían borrascosos; las tribunas se mezclaban en la discusión, ya aplaudiendo y vitoreando, ya silbando y abucheando a los oradores. 

(...) Las sesiones de la noche superaban en escándalo a las de la mañana; se hablaba mejor y con más audacia a la luz de las arañas. La sala del Manegè era entonces un verdadero salón de espectáculos , donde se representaba uno de los mayores dramas del mundo. Los principales personajes pertenecían todavía al antiguo régimen; sus terribles sustitutos , hablando poco o nada, se  ocultaban tras ellos.

El estado de la sociedad:

(...) Cuando antes de la Revolución leía yo la historia de los trastornos políticos ocurridos en varios pueblos no concebía cómo se había podido vivir en aquellos tiempos (...) La Revolución ha venido a hacerme comprender la posibilidad de esta existencia. Los tiempos de crisis redoblan la vitalidad de los hombres. En una sociedad que se disuelve y se reconstituye, la lucha de dos genios, el choque del pasado y del provenir, la mezcla de costumbres antiguas y nuevas, forman una combinación transitoria que no deja lugar al tedio. Las pasiones y los caracteres, en toda su libertad, se manifiestan con una energia que no tienen por lo común en épocas normales. La infracción de las leyes, la exacción de los deberes, de las costumbres y de las normas del bien parecer, los peligros mismos, en una palabra, contribuyen al interés de este desorden. El género humano, en vacaciones, se pasea por las calles; libre de pedagogos, vuelve por un momento al estado de naturaleza, y no comienza a sentir la necesidad del freno social hasta que lleva el yugo de los nuevos tiranos producidos por la licencia.

El palacio de las Tullerías, gran cárcel llena de condenados, se levantaba en medio de estas fiestas de destrucción. Los sentenciados jugaban también esperando "la carreta", la "esquila", la "camisa encarnada", que se había puesto a secar, y a través de las ventanas se veían las brillantes iluminaciones del círculo de la reina. Pululaban a millares los diarios y los folletos, las sátiras y los poemas, las canciones de Las Actas de los Apóstoles respondían a El amigo del pueblo o al Moderador del club monárquico, redactado por Fontanes; Mallet du Pan, en el partido político del Mercurio, estaba en oposición con La Harpe y Chamfor, en el partido literario del mismo periódico. Champcenetz, el marqués de Bonnay, Rivarol, Mirabeau el joven (...) y Honorato Mirabeau, el Mayor, se divertían en hacer, mientras comían, caricaturas  en El pequeño almanaque de los grandes hombres: Honorato iba al poco tiempo a proponer la ley marcial o la venta de los bienes del clero. Pasaba la noche en casa de la señora de Jay, después de declarar que no saldría de la Asamblea Nacional sino por la fuerza de las bayonetas. Igualdad consultaba al diablo en las carreteras de Montrouge y volvía al jardin de Monceaux a presidir las orgias dispuestas por Laclos. El futuro regicida no degeneraba de su raza; doblemente prostituído, la ambición le entregaba -fatigado ya- a la ambición. (...)

La mayor parte de los cortesanos célebres por su inmoralidad a fines del reinado de Luis XV y durante el reinado de Luis XVI estaban alistados bajo la bandera tricolor: casi todos habían hecho la guerra en América y tiznado sus cordones con los colores republicanos: La Revolución los empleó mientras se mantuvo en edad de crecimiento, y fueron los primeros generales de sus ejércitos. Cuando la Revolución fue adulta abandonó con desdén a los frívolos apóstoles de la monarquía; tuvo necesidad de sus vicios, y después de sus cabezas: no despreciaba ninguna sangre, ni siquiera la de Dubarry

Y en medio de este caos universal, la progresión del terror, hasta que el terror mismo se volvió contra sí.

Recuerdo la visión de Eric Rohmer sobre esos meses de transformación gigantesca, en su recreación de las memorias de Grace Elliott, donde se refleja de la misma manera que lo vive Chateaubriand, el crescendo de acontecimientos e irreversibles cambios, casi indolentemente, mientras de alguna forma todos tratan de mantener su vida tal como la conocían. Y la representación esquemática de Marat/Sade de Peter Weiss.

La imágen de Chateaubriand, tomada de Wikimedia: Par Anne-Louis Girodet — The Yorck Project (2002) 10.000 Meisterwerke der Malerei (DVD-ROM), distributed by DIRECTMEDIA Publishing GmbH. ISBN : 3936122202., Domaine public

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