viernes, diciembre 09, 2022

Dorian Lynskey, segunda parte


 Carlos Fresneda, en El Mundo, recuerda la primera edición de 1984 a partir del libro de Dorian Lynskey. Fresneda, en Londres, toma a Donald Trump como ejemplo de la vigencia de 1984. Sin embargo, no es necesario cambiar de país o continente para ilustrarnos de su completa actualidad: cualquier rueda de prensa o declaración de objetivos del gobierno actual sería una verdadera cantera de ejemplos. No faltará mucho tiempo para que finalmente recolectemos decenas de iniciativas dispersas en la Secretaría del Pensamiento Correcto, o algo semejante. Y no es casualidad que Orwell comenzara a forjar su idea durante su participación en la guerra civil española.

Copio el artículo de Fresneda, que describe muy bien la génesis del libro.

La novela 1984 cumple 70 años en plena era de la posverdad

La obra de George Orwell, que asentó el género de la distopía y anticipó un futuro de control social (con términos como "Gran Hermano", "neolengua" o el "Ministerio de la Verdad") cobra nueva vida

A Eric Arthur Blair (más conocido como George Orwell) no acababa de gustarle el título de El último hombre en Europa. "La idea del libro es buena, pero la ejecución podría haber sido mejor, si no estuviera escrito bajo la influencia de la tuberculosis", advirtió de antemano a su editor, Fred Warburg, que quería un título más comercial. "Me estoy inclinando por 1984",advirtió el autor, "aunque podría pensar en algo distinto en las dos o tres próximas semanas".

No le dio más vueltas, y cuando entregó el manuscrito final -aporreado en una vieja máquina de escribir desde la cama y entre las volutas de humo de sus incombustibles cigarrillos- le bastó con invertir la fecha de entrega de diciembre de 1948 por 1984. Aunque hay quienes sostienen que el año de marras es también un guiño al centenario de la Sociedad Fabiana (fundada en 1884) o un homenaje a su querido Chesterton, que ubicó El Napoleón de Notting Hill en un ficticia "realidad alternativa" de 1984 en Londres.

La suerte literaria estaba echada, el reloj marcaba la "hora trece" y Orwell ya no podría reescribir ni un solo capítulo por prescripción médica. El doctor Andrew Morland le advirtió: ese libro había consumido su salud hasta tal punto, que tenía que dejar de escribir durante un año para garantizar su propia supervivencia. Acató las órdenes, dijo adiós a Londres, se despidió también de la isla escocesa de Jura donde se había aislado del mundo para sumergirse en la escritura maratoniana de su novela definitiva y se confinó en un sanatorio para tuberculosos en los Costwolds, donde certificó en la primavera de 1949: "Todo está floreciendo menos yo".

El 8 de junio de 1949 (cinco días después en Estados Unidos) vio finalmente la luz 1984 ante la aclamación general de crítica y público. Uno de sus primeros lectores fue el mismísimo Winston Churchill, que aseguró habérselo leído dos veces de un tirón. Al autor de Homenaje a Cataluña y Rebelión en la granja le llegó el eco lejano del éxito a la cama del hospital.

Sacó fuerzas para volver a casarse con Sonia, en quien muchos han querido ver a Julia, la salvación personal de Winston en 1984: "El cuerpo de ella parecía estar derramando su juventud y su vigor sobre el de él...". Al fin y al cabo, la muerte de su primera esposa, Eileen, en 1945, había acentuado en Orwell ese pesimismo vital que arrastraba desde su experiencia directa de la lucha de fratricida de la izquierda en la Guerra Civil.

"Estoy escribiendo un maldito libro que trata sobre el estado de las cosas si una guerra atómica no acaba con nosotros", confesó mientras estaba en el rapto literario. "Otro problema añadido es que tiene muchos neologismos", bromeaba ante sus editores en el momento de justificar sus retrasos.

Orwell no tardó en sucumbir bajo el peso del Gran Hermano, de la neolengua, de doblepensamiento, de la policía mental, de los "dos minutos de odio" y de tantos hallazgos verbales que forman ya parte del imaginario universal. El autor de 1984 murió el 21 de enero de 1950, a los 46 años, al cabo de 227 días de la publicación de la que figura ya como una de las obras inmortales del siglo XX (por mucho que Harry Bloom y Milan Kundera lo consideraran "un panfleto político disfrazado de novela").

Y en esto llegó Donald Trump, en los convulsos devaneos del siglo XXI, y catapultó las ventas de 1984 un 9.500% hasta encaramarlo al número uno en EEUU a los pocos días de su investidura. El presidente norteamericano siempre podrá alegar que son fake news y que él prefiere aferrarse a los "hechos alternativos", en una puesta al día de la neolengua. A su paso por Londres, cuando dijo no haber visto ("¿dónde están?") a los más de 50.000 manifestantes que le esperaban a las puertas de Downing Street dio una nueva muestra de su técnica orwelliana, que tocó techo durante su famoso discurso en julio del 2018, cuando dijo ante la multitud vociferante: "Lo que estáis viendo y lo que estáis leyendo no es lo que está ocurriendo".

"Trump no es exactamente el Gran Hermano, pero Orwell lo habría reconocido como algo cercano", escribe Dorian Lynskey en El Ministerio de la Verdad, el libro consagrado a la doliente escritura de 1984 y a todo lo que vino después, incluida su increíble proyección en la era de la posverdad. El Gran Hermano se parece posiblemente más a Vladimir Putin o al presidente chino Xi Jinping, que tanto celo ha puesto esta misma semana en reescribir la historia y en enterrar la masacre de Tiananmen.

1984 no fue la primera distopía; el propio Orwell se reconoció deudor del ruso Yevgeny Zamyatin y Nosotros. Pero el año en que fue publicada, en plena posguerra y bajo el espectro nuclear, le dio sin duda un trasfondo histórico que vuelve a cobrar vigencia cada dos o tres décadas.

"Más que un profecía, 1984 sigue siendo una advertencia", escribe Dorian Lynskey. "Durante la Guerra Fría, se asoció con el miedo al totalitarismo. En los años 80, fue un aviso sobre los excesos de la vigilancia y la tecnología ("I'll be watching you"). Hoy en día, en medio del auge del populismo y los nacionalismo, es ante todo una defensa de la verdad".

"El concepto de la verdad objetiva está desapareciendo del mundo", escribió Orwell, tras su lacerante experiencia en la Guerra Civil española, a la que acudió impulsado por el idealismo de su juventud: "¡Alguien tendrá que parar este fascismo!". Lo que el autor de 1984 no llegó a presagiar, según Dorian Lynskey, es esta detonante mezcla de "cinismo y credulidad", amplificada por las redes sociales y con la generosa contribución de la inteligencia artificial. Bienvenidos a la era del "Deep Fake", en la que las imágenes falsas son manipuladas para parecer reales, mientras las imágenes reales se descartan como falsas...

También el artículo de Mar Padilla , mencionado arriba a propósito de la presencia de la guerra civil en el pensamieento de Orwell, y publicado en El País, está motivado en el libro de Lynskey. No está de más leerlo.

martes, noviembre 29, 2022

Cien años de forcejeo

 


Leído en la Introducción del primer tomo de La España política del siglo XX, del arranque del siglo a la dictadura (1900-1923), repositorio coordinado por Fernando Diaz-Plaja, editado en 1970 y 71, es decir, antes de todo el cambio en España

(...) Un movimiento liberal y romántico llamado la <<Reinaxença>> en el siglo XIX, recordará a los habitantes de la región unas tradiciones que la política centralista del XVIII había prácticamente anulado. Pero la transformación de ese sentimiento nostálgico en una fuerza política se debe, probablemente, al desastre de 1898. No olvidemos que las fuerzas de disgregación de un país se manifiestan a medida que el prestigio de ese país baja. Cataluña se sublevó contrael reinado de Felipe IV, no contra el de Felipe II. El prestigio del Estado español había sufrido un duro golpe con el desastre y las caricaturas del <<Cu-Cut>>.

Así se extiende el catalanismo apoyado en ideólogos -Prat de la Riva, Puig y Cadafals- y,especialmente, en una figura de gran interés político, Francisco Cambó. 

A su alrededor se forman los grupos que pedirán reiteradamente al Estado mayores libertades para Cataluña. En su contra estará gran parte del proletariado catalán -que sigue preferentemente a Lerroux-, y una animadversión general y vaga del resto de las provincias poco dispuestas a conceder a la región catalana un trato de favor, especialmente cuando el extremismo separatista lanza gritos contra el nombre de España. Cambó obtendrá como máximo , la creación de la Mancomunidad Provincial (...)

Cien años de lo mismo...y más. Una España que no se entiende de fuera, particularmente en América. Un enconamiento suicida, en manos de minorías que se hacen fuertes en su pequeña parcela. Cataluña tiene una superficie de 32.106 km2, algo más del 6% de la superficie de España, algo más del 16% de su población. La pequeña, muy pequeña provincia de Tucumán en Argentina, tiene 22.524 km2; la de La Rioja en Argentina, 89.680 km2, pequeña y desierta. La de Santa Fe, décima en tamaño, 133.007 km2. El pequeño Uruguay, dividido en Departamentos, tiene los departamentos de Salto y Tacuarembó entre 14.000 y 15.000 Km2. Podríamos decir que Cataluña entera es un poco mayor que estos dos departamentos. ¿Alguien tiene conciencia de esas cifras? ¿Alguien cree que Europa aceptaría una Cataluña, un País Vasco, como estados independientes, para abrir las puertas de otras reclamaciones de estos sobre Francia? ¿Tienen conciencia de lo que significa el desastre balcánico? Si tuvieran algún apoyo, digamos de Rusia, como que lo han tratado, ¿qué esperan dar en contrapartida? 

Por supuesto que no se trata de comparar kilómetros cuadrados sin medir el producto bruto de cada uno; pero una pequeña unidad económica no tiene independencia, ni siquiera en el manejo de su propio agua, sin hablar de la disposición de energía o la posibilidad de desarrollar una industria fuerte. Midiendo estos elementos, parece que realmente se trata de forcejear y sacar ventajas, lo mismo una y otra vez a través de cien años: un trato de favor y privilegios.

Argentina conoce esto: La separación del Estado de Buenos Aires respecto de la Confederación Argentina, una separación que duró diez años, que dió lugar a una guerra, y que terminó en una reunificación donde Buenos aires perdió militarmente, pero mayoritariamente rigió desde entonces el país. Dada la actitud de la coalición gobernante actual, parece que ésta es la vía más probable de desenvolvimiento futuro en España.



domingo, noviembre 20, 2022

Para leer: El Ministerio de la Verdad, de Dorian Lynskey


  Lo que sigue es un extracto de la presentación en Zendalibros, el hogar de Pérez-Reverte, del libro El Ministerio de la Verdad, de Dorian Lynskey. Desde ahora, en mi lista de lecturas a completar. El contenido de la introducción muestra una visión de Orwell más que acertada, poniéndolo en el lugar que le corresponde.

La presentación editorial de Zendalibros:

1984, de George Orwell, se ha convertido en un relato definitorio del mundo moderno. Su influencia cultural puede observarse en algunas de las creaciones más notables de los últimos setenta años, desde El cuento de la criada de Margaret Atwood hasta el hito televisivo Gran Hermano, mientras que ideas como «policía del pensamiento», «doblepensamiento» y Newspeak están arraigadas en nuestro lenguaje. El Ministerio de la Verdad traza la vida de uno de los libros más influyentes del siglo XX y una obra que es cada vez más relevante en esta tumultuosa era de «noticias falsas» y «hechos alternativos». Dorian Lynskey investiga las influencias que confluyeron en la escritura de 1984, desde las experiencias de Orwell en la Guerra Civil española y en el Londres de la guerra hasta su fascinación por la ficción utópica y distópica. Lynskey explora el fenómeno en que se convirtió la novela cuando se publicó por primera vez en 1949 y las formas cambiantes en que se ha leído desde entonces, revelando cómo la historia puede orientar a la ficción y cómo la ficción puede influir en la historia.

Zenda adelanta la introducción a este libro, publicado por Capitán Swing.

  Y este es un extracto de la Introducción de Lynskey, sobre 1984 y sobre Orwell:

Cuando el 8 de junio de 1949, en el ecuador del siglo XX, se publicó en el Reino Unido 1984, la novela de George Orwell, un crítico se preguntaba si un libro tan oportuno seguiría teniendo la misma influencia en las generaciones venideras. Treinta y cinco años más tarde, cuando el presente alcanzó el futuro imaginado por Orwell y el mundo no era la pesadilla que él había descrito, los críticos volvieron a anunciar que la popularidad del texto decaería. Han pasado otros treinta y cinco años desde entonces y 1984 sigue siendo el libro al que recurrimos cuando se mutila la verdad, se distorsiona el lenguaje, se abusa del poder y queremos saber hasta dónde puede llegar todo esto. Estamos en deuda con alguien que vivió y murió en otra época, pero fue capaz de identificar estos males y tuvo el talento necesario para presentarlos en forma de novela, una novela que Anthony Burgess, autor de La naranja mecánica, describió como «un código apocalíptico de nuestros peores miedos» [3].

1984 no solo ha vendido cientos de miles de ejemplares, también forma parte del imaginario de innumerables personas que no lo han leído. Las expresiones y conceptos acuñados por Orwell siguen siendo básicos en el discurso político y conservan su fuerza tras décadas de uso y abuso: la nuevalengua, el Hermano Mayor [4], la Policía del Pensamiento, la habitación 101, los Dos Minutos de Odio, el doblepiensa, las nopersonas, los agujeros de la memoria, la telepantalla, el 2 + 2 = 5 y el Ministerio de la Verdad. Todo un año estuvo marcado por el título de esa novela y el término «orwelliano» ha convertido el nombre del autor en sinónimo de todo aquello que él odiaba y temía. La novela ha sido llevada al cine, a la televisión y a la radio, se han hecho versiones para teatro, ópera y ballet. Ha dado pie a una secuela (1985, de György Dalos), una versión posmoderna (Orwell’s Revenge: The 1984 Palimpsest [La venganza de Orwell. El palimpsesto de 1984]) y multitud de réplicas. El periodo de escritura de la novela inspiró la película de 1983 de la BBC The Crystal Spirit: Orwell on Jura (El espíritu cristalino. Orwell en Jura) y la novela de Dennis Glover The Last Man in Europe (El último hombre en Europa), de 2017. La influencia de 1984 se aprecia en novelas, películas, obras de teatro, programas de televisión, cómics, álbumes musicales, anuncios, discursos, campañas electorales y revueltas. Hay quien ha pasado años en la cárcel solo por haberla leído. No existe ninguna otra obra literaria del siglo pasado que haya tenido tal ubicuidad cultural y haya preservado su fuerza. Algunas voces críticas, como Milan Kundera o Harold Bloom, afirman que en realidad 1984 es una mala novela, con personajes pobres, una prosa monótona y una trama inverosímil, pero ni con esas han conseguido restarle importancia. Como señala el editor de Orwell, Fredric Warburg, su éxito ha sido extraordinario «a pesar de que es una novela que no pretende agradar y no es realmente fácil de entender» [5].

Me topé con 1984 por primera vez cuando era un adolescente que vivía en un área suburbana al sur de Londres. Como dijo Orwell, los libros que lees de joven te acompañan siempre. Me resultó impactante y cautivador, pero estábamos casi en 1990, cuando el comunismo y el apartheid estaban tocando a su fin, reinaba el optimismo y el mundo no parecía especialmente orwelliano. Incluso después del 11 de Septiembre, la relevancia del libro seguía siendo relativa: se solía citar en relación con el lenguaje político, los medios de comunicación o los sistemas de vigilancia, pero no como algo relevante a un nivel global. La democracia estaba en auge e internet se consideraba algo positivo.

Sin embargo, mientras planificaba y escribía El Ministerio de la Verdad, el mundo cambió. La gente empezó a hablar con inquietud de las turbulencias políticas de la década de 1970 o, peor aún, de las de los años treinta. Las estanterías de las librerías se llenaron de títulos como Así termina la democracia, Fascismo. Una advertencia, El camino hacia la no libertad y La muerte de la verdad [13], en las que se cita a Orwell. Se reeditó Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt (anunciada como «la versión no ficción de 1984» [14]) y Eso no puede pasar aquí, una novela de 1935 de Sinclair Lewis sobre el fascismo en Estados Unidos [15]. La adaptación televisiva que hizo Hulu de El cuento de la criada, la novela de 1985 de Margaret Atwood, resultó tan alarmante como si fuera un documental. «Antes estaba dormida —dice Defred, el personaje interpretado por Elisabeth Moss—. Así es como permitimos que sucediese» [16]. Bueno, pues ya no estábamos dormidos. Eso me recordó algo que había escrito Orwell en 1936 sobre el fascismo: «Pretender que el fascismo no es más que una aberración que pronto desaparecerá por sí sola equivale a soñar un agradable sueño del que se despertará bajo los golpes de una porra de goma» [17]. 1984 es un libro pensado para despertarte.

(...) Este libro trata, por tanto, de la historia de 1984. Se han escrito varias biografías de George Orwell y algunos estudios académicos sobre el contexto intelectual de su novela, pero nunca se han intentado aunar ambos enfoques en una única narración, en la que se exploren también las repercusiones del libro.

(...) Si tardó tanto en escribir 1984 es, entre otras cosas, porque la novela sintetiza ideas que desarrolló a lo largo de casi toda su carrera literaria. En ella, se condensan años de reflexiones, escritos y lecturas sobre utopías, superestados, dictadores, prisioneros, propaganda, tecnología, poder, lenguaje, cultura, clase, sexo, el mundo rural, ratas y mucho más, hasta el punto de que a menudo resulta imposible atribuir una frase o idea concreta a una única fuente. Orwell nunca dijo mucho sobre la evolución de la novela, pero dejó un rastro documental de miles de páginas. Aunque hubiese vivido algunas décadas más, 1984 habría supuesto el final de una etapa: como escritor, habría tenido que empezar de nuevo.

 (...) 1984 suele describirse como una distopía. También es, en diferentes grados que podrían discutirse, una sátira, una profecía, una advertencia, una tesis política, una obra de ciencia ficción, una novela de suspense, un libro de terror psicológico, una pesadilla gótica, un texto posmoderno y una historia de amor. Mucha gente lee 1984 de joven y la novela le marca (porque ofrece más sufrimiento y menos consuelo que ningún otro texto escolar), pero casi nadie se siente motivado a redescubrirla de adulto. Es una pena. Resulta mucho más rica y extraña de lo que seguramente recuerdas y te animo a leerla de nuevo.

  Indudablemente, Orwell es mucho más que sus novelas más conocidas, aunque es cierto que una gran parte de su trabajo conduce a 1984 y Rebelión en la granja. Hay un escenario que fue su primer ensayo de estos libros: sus cartas, artículos, polémicas, todo lo relacionado con los prolegómenos de la segunda guerra mundial, tanto por su consideración del nazismo, como por su temprana advertencia sobre el comunismo en general y el stalinismo en particular. Es notable cómo repentinamente, además de las metáforas sobre el totalitarismo, vuelven a presentarse ante nuestros ojos los signos de guerra, y cómo las cartas y artículos de Orwell sirven para reflexionar sobre el riesgoso momento en que nos vamos encontrando.

Copio las citas, sólo las que son indicadas en estos párrafos de la introducción:

[3] Burgess, Anthony, 1985, Barcelona: Minotauro, 2021, trad. de Juan Pascual Martínez, p. 38.

[4] La traducción más extendida de Big Brother en España es «Gran Hermano»; se ha utilizado también en el doblaje de las películas de 1984 y ha dado nombre al programa de televisión. Sin embargo, dado que mantiene el sentido original del término, a lo largo de este volumen hemos optado por utilizar «Hermano Mayor», tal como propone Miguel Temprano García en su traducción de 1984. (N. de la T.).

[5] Warburg, Fredric, All Authors Are Equal: The Publishing Life of Fredric Warburg 1936–1971, Londres: Hutchinson & Co., 1973, p. 115.

[13] Véanse Runciman, David, Así termina la democracia, Barcelona: Paidós, 2019, trad. de Albino Santos; Albright, Madeleine, Fascismo. Una advertencia, Barcelona: Paidós, 2018, trad. de María José Viejo; Snyder, Timothy, El camino hacia la no libertad, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2018, trad. de María Luisa Rodríguez; y Kakutani, Michiko, La muerte de la verdad, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2019, trad. de Amelia Pérez de Villar.

[14] Arendt, Hannah, Los orígenes del totalitarismo, Madrid: Taurus, 1998, trad. de Guillermo Solana.

[15] Lewis, Sinclair, Eso no puede pasar aquí, Madrid: Antonio Machado Libros, 2013, trad. de Amaya Bozal.

[16] Hulu, El cuento de la criada [serie de televisión], 2017.

[17] Orwell, George, El camino de Wigan Pier, Barcelona: Destino, 1976, trad. de Esther Donato, p. 215.

 

lunes, octubre 31, 2022

Cuarenta años de democracia

 Vargas Llosa, en Conversaciones en La Catedral, comienza su libro preguntándose "¿cuándo se jodió todo en Perú?", remontándose a épocas de Odría, como principio de sucesivos empeoramientos de la vida social y política. Su reflexión es una que podemos hacer para cualquier sitio de América, y el resultado es variable, pero no demasiado.

No recuerdo por donde comenzó a tirarse del hilo; quizá fue al encontrar alguna referencia de Jorge Edwards a propósito de García Márquez y Prensa Latina, quizá a propósito de un reportaje a Vaca Narvaja, o por un artículo en Wikipedia sobre Jorge Masetti. Más probablemente ha sido por la fuerte crítica de Edwards al gobierno cubano en su libro Persona non grata, apuntando a sus rasgos más negativos cuando muchos consideraban un honor aparecer en una foto con Fidel o con el Che. 

Remontando causas y antecedentes, probablemente todo confluye en la irrupción de la revolución cubana en América. Hasta ese punto, la evolución política americana había sido regularmente lineal, con la única interferencia de Italia y Alemania a partir de los años 30 del siglo pasado, su introducción de ideas nazifascistas, la fugaz influencia de sus años de gobierno, y su posterior influencia ideológica en la diáspora de la posguerra, al menos en Argentina, Chile, Paraguay, Brasil. (Roberto Bolaño ha hecho un buen trabajo sobre esta presencia, 1,2).

La gran diferencia entre la influencia nazifascista y la cubano-comunista es que éstos surgieron con el apoyo de los ganadores de la segunda guerra mundial, y los otros, de los perdedores; y sus representantes de peso estaban en fuga. Cuba apareció como otra más de las revueltas de África, Asia, Medio Oriente, y contó con la ciega simpatía de toda clase de intelectuales en toda América, incluído Estados Unidos; y si me guío por lo que aún se puede ver en España, su fama cruzó el Atlántico. Hubo un momento en que fue determinante ("cuando se jodió todo"), y las consecuencias hecharon a rodar y aún persisten, como eco remoto e indeterminado, como el eco del Big Bang.

Los años 60 del siglo pasado vieron aparecer los émulos sudamericanos de Cuba, especialmente a partir del momento en que el Che inició su aventura en Bolivia, con puñados de seguidores en otros países próximos, entre ellos Argentina. A los intentos iniciales (1,2) les siguió una segunda ola de formaciones terroristas, y la simpatía por Cuba y las soluciones violentas pasaron a empapar el pensamiento y las actividades de una parte importante de los intelectuales y las organizaciones políticas de izquierda. La posterior llegada de las dictaduras en casi toda América del Sur completaron un círculo vicioso de falta de respeto por la ley, la convivencia social y la vida. Grados de violencia no vistos antes, cruzando todas las fronteras de la ética; corrupción a cara descubierta y con orgullo, y convencimiento de que sólo por la fuerza, la coherción y el engaño, se logran los objetivos. Y el primer objetivo, enriquecerse. Mirando hacia atrás, permanecen las imágenes de una pesadilla. Argentina, Chile, Brasil...diferentes matices, un campo arrasado.

¿Cuándo comenzó todo? ¿cuándo terminará? Illia y Frondizi, Frei, Quadros, comenzando un ciclo que lleva sesenta años, donde una capa de escándalos y desvíos es cubierta por una nueva diferente pero similar. Cuarenta años de democracia, cuarenta años sin golpes de estado, que se degradan cuando se acerca la vista y se ven las cicatrices: hay quienes se han desacreditado para siempre, voces que no engañan más, y hay quienes no cesan, aunque su cuento suene a muy viejo.



Ciencia y ética

 


Un breve artículo de George Orwell de octubre de 1945, a dos meses del horror de Hiroshima y Nagasaki. Un par de hojas sobre el concepto de ciencia (¿Qué es la ciencia?, en Ensayos, primera edición en castellano de 2015)

Orwell rechaza considerar "ciencia" sólo a las ciencias exactas: su punto de vista es que la ciencia es <<una forma de mirar al mundo y no simplemente un cuerpo doctrinal>> <<un método intelectual que llega a resultados verificables razonando en modo lógico a partir de hechos observados>>. Lo que sigue son sus afirmaciones:

(...) quienes nos dicen que se debe educar a los jóvenes científicamente se refieren, casi invariablemente, a que habría que enseñarles más sobre la radiactividad, las estrellas o la fisiología de sus cuerpos, no a que habría que enseñarles a pensar con más rigor.

Esta confusión semántica, que en parte es deliberada, entraña un grave peligro. Implícita en la exigencia de una mayor educación científica va la tesis de que alguien a quien se haya formado científicamente, abordará cualquier tema de un modo más inteligente que alguien que no hubiera tenido dicha formación. Se da por hecho que las opiniones políticas de un científico, sus opiniones sobre asuntos sociológicos, sobre moral, sobre filosofía, quizá incluso sobre disciplinas artísticas, tendrán más valor que las de un lego.

Esta creencia la refuta Orwell con sucesos todavía más que recientes entonces: 

La comunidad científica alemana en su conjunto no opuso resistencia a Hitler. Puede que Hitler arruinase las perspectivas a largo plazo de la ciencia alemana, pero seguía habiendo los suficientes hombres dotados que llevasen a cabo las investigaciones necesarias en campos como el de los combustibles sintéticos, los aviones de reacción, los cohetes y la bomba atómica. Sin ellos, la maquinaria de guerra alemana jamás podría haber sido puesta en marcha. (...) Más siniestro todavía es que entre los científicos alemanes hubiese quienes se tragaran esa monstruosidad de la <<ciencia racial>>.

La referencia no la limita a los científicos alemanes, sino en general a los científicos durante la guerra (o fuera de ella), incluyendo a los ingleses:

El hecho es que la mera instrucción en una o varias ciencias exactas, aún si va acompañada de grandísimas dotes, no es garantía de una actitud humana o crítica. Buena prueba de ello son los físicos de media docena de grandes países, todos trabajando febrilmente -y en secreto- en la bomba atómica.

(...) Justo antes de escribir esto, he leído en una revista estadounidense que algunos físicos británicos y norteamericanos se negaron desde el principio a investigar sobre la bomba atómica, en vista de lo evidente del uso que se le daría. He aquí un grupo de hombres cuerdos en medio de un mundo de lunáticos. Y aunque no se publicaban nombres, creo que no me equivocaría al suponer que todos debian de ser personas con algún tipo de formación cultural general, con algún conocimiento de la historia, la literatura o las artes; gente, en resumen, cuyos intereses no eran, en el sentido actual de la palabra, puramente científicos.

Extrapolemos estas reflexiones a nuestra época, en el área que se desee: investigación genética, inteligencia artificial, física, desarrollo tecnológico, comunicaciones, sociología. ¿Qué podríamos decir?

La foto, Robert Oppenheimer, primer director del laboratorio Nacional de Los Alamos, en Wikipedia.

De Department of Energy, Office of Public Affairs - Taken from a Los Alamos publication (Los Alamos: Beginning of an era, 1943-1945, Los Alamos Scientific Laboratory, 1986.)., Attribution, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=63668

lunes, octubre 17, 2022

El pensamiento uniforme


Reiteradamente, doy vueltas a comentarios que apuntan a Argentina. Es natural, habiendo nacido y crecido allí: Argentina, Chile y España son parte de mi historia personal. Además, existen hilos que conectan y anudan ideas y escenarios, y este tráfico es un camino de ida y vuelta entre América y España (España y Portugal), hoy tan vivo como lo ha sido en quinientos años. La pobreza o riqueza de la evolución cultural y social es algo que nos afecta a los dos lados. Los fallos y aciertos americanos, pueden llegar a repetirse aquí. Por eso es importante leer, releer, y sacar conclusiones. Sea una explicación de lo que sigue.

Se trata de un artículo de Andrea Calamari para Seul. En los suyos que he visto, hay un esfuerzo reflexivo, de pensamiento original, que rescatan el oficio del trabajo crítico allí donde no abunda. En este caso, conversa a partir de Borges: Se trata de una nota que habla del abismo social y cultural entre la Argentina del siglo pasado, hasta los ochenta o poco más, y la actual. Calamari introduce el problema a través de los reportajes a Borges en distintos medios, abundantes a medida que su fama crecía. De los distintos reportajes, Calamari rescata uno, muy particular, que le hace un estudiante de tercer año de la secundaria, a propósito de una tarea escolar pedida por su profesora (entrevistar a una personalidad). Lo primero que nota es que Claudio Pérez Míguez, el estudiante, elige preguntar a Borges. Luego transcribe el reportaje, cuyas preguntas no desmerecen, y las respuestas son ...Borges. El reportaje merece leerse, y hubiera deseado escucharlo.

Y ahora, las conclusiones de Andrea:

Hay tres cosas que me gustan de esta historia. [el reportaje del estudiante Claudio Pérez]
La primera es todo lo que pasó después y la relación que los unió hasta el ’86, muy larga para contar ahora. La segunda tiene que ver con la estatura personal de Borges. Ya es leyenda que recibía a todo el mundo, aunque Ricardo Piglia insiste en que lo hacía por soledad. Claudio, que lo visitó hasta su muerte y hoy vive en Madrid, no está de acuerdo: “Es verdad que estaba solo, pero conozco un montón de viejos en esa situación que no reciben a nadie”. Y la tercera es la dimensión de la popularidad de Borges por aquellos años. ¿Por qué llamó la atención de un estudiante secundario? Porque era parte del debate nacional cotidiano y no hacía falta haberlo leído para conocerlo. No puedo imaginar algo semejante con ningún escritor en la actualidad.
A medida que su estatura se iba acrecentando en el mundo, en nuestro país se fue convirtiendo en fuente de polémicas; ese era el personaje que conocía cualquier estudiante secundario. A Borges le ponían un micrófono enfrente, le preguntaban sobre cualquier tema, a veces contestaba y al otro día había un titular.

Calamari recuerda a un periodista, Matías Bauso que menciona el ambiente que todavía se vivía en los 70.. 

[Bauso] No es sólo un aficionado a las revistas, hizo una investigación para su libro 78. Historia oral del mundial, leyó todas las publicaciones que encontró y repasó el testimonio de una época: los escritores como figuras de alcance masivo. “Todas las semanas, entre el ’70 y el ’78, en las revistas de actualidad había una entrevista a un escritor”, cuenta. Eran tapa, salían en la tele, los buscaban para hablar de literatura pero también del país, del mundo, de la actualidad. Hermes Villordo, Abelardo Castillo, Beatriz Guido, Silvina Bullrich, Martha Lynch, Dalmiro Sáenz, Mujica Láinez, Bioy Casares, Ernesto Sabato y, el más solicitado, Jorge Luis Borges. “¿Qué autor es hoy una figura pública importante? Alguien que pueda hablar de cualquier tema. Ni siquiera los más consagrados. ¿Qué escritor podría hoy ir a comer a lo de Mirtha?” La pregunta de Bauso es pertinente porque pone la lupa sobre el lugar de los escritores en la sociedad. Eso ha cambiado. Sabemos cuánto pero no cómo.

En la actualidad hay más personas que escriben, infinitos libros publicados, lecturas endogámicas y comentarios condescendientes. No hay debates literarios, diatribas, columnas filosas en los diarios. No hay lugar para burlas. Se está perdiendo el arte de injuriar y debatir. En su lugar asistimos a un intercambio soso de elogios, un discurso demasiado uniforme, a la postulación de identidades y alineamientos antes de empezar a hablar: causas, colectivos, repudios, subsidios y hashtags.

Calamari centra todavía más su crítica recordando palabras de Ricardo Piglia. Ví las clases que recuerda Andrea, y debo darle la razón:

 Las clases que Piglia dio en 2013 en La TV Pública son ilustrativas. Sobre todo la cuarta. En su última clase, Piglia –gran lector de su obra, un especialista– aborda las relaciones entre política y literatura. Lo dice varias veces con distintas palabras: Borges es un problema, un obstáculo, un inconveniente.

Dice Piglia: “Vamos a trabajar sobre historia y política en Borges. Vamos a tratar de ver si podemos encarar esa especie de obstáculo que siempre ha sido Borges. Es un hombre de derecha, sobre todo el Borges que conocemos después de los años ’50. Yo diría que es el último intelectual de derecha. Yo creo que eso lo hemos dicho alguna vez. Es el único que dice las cosas que la derecha no se anima a decir. Por eso lo citan tanto, porque él dice cosas que son muchas veces irritantes y también tienen que ver con su manera de encarar una posición ética, ser capaz de estar en posiciones, digamos, no tan populares.” En un país con una cultura de izquierda, dice, Borges se animó a ser de derecha.

Todos los implícitos que hay en esa afirmación son los que me llevan a extrañar a Borges: la izquierda está bien, la derecha está mal, el peronismo es izquierda, si en Argentina no pertenecés a la cultura mayoritaria y hegemónica, para hablar tenés que “animarte”.

Y contesta Calamari:

Borges no “se animó a ser de derecha”: se animó a señalar el autoritarismo, la verticalidad, el culto al líder, la censura, las persecuciones. Miraba a Europa y no estaba dispuesto a consentir o proponer una complicidad. Como Borges es un obstáculo para la narrativa nacional y popular de buenos y malos, la intelectualidad que consiente prefiere quedarse con las anécdotas, buscar las declaraciones ocurrentes y el humor, para dejar cristalizado el antiperonismo de Borges como una nota de color (“el viejo era un poco gorila, gracias a Perón que lo dejó sin trabajo se hizo conferencista, lo mandaron a trabajar como inspector de aves, qué borgeano todo, jajaja”).
Volviendo a la diferencia de época,

(...) No logro imaginar a Borges en estos tiempos. No acierto a ubicarlo en escena. ¿Qué estudiante secundario lo entrevistaría? ¿Con quién debatiría? ¿De quiénes se burlaría? ¿Cuáles serían sus amigos? No encuentro nada a su altura y, definitivamente, no habría un Bioy con el que pudiera juntarse a comer cada día.

Finalmente, Calamari ironiza con lo que sería la narrativa periodística de unas declaraciones de Borges hoy:

Ahora que repaso en la web recortes y compendios de sus frases para esta nota, caigo en la cuenta de que no puedo imaginarlo a él en el presente pero sí a los titulares. Eso sí, en tiempos de periodismo de declaraciones, nos costaría encontrar sus textuales sin el juicio previo de un egresado de comunicación, un pasante de periodismo, un editorialista compulsivo.

Polémicas declaraciones de Jorge Luis Borges: ‘Estoy contra el fascismo, el marxismo y el peronismo porque esos movimientos son formas del fanatismo y la estupidez’. La CGT prepara un documento de desagravio.

Insólito posicionamiento de Jorge Luis Borges sobre la política: ‘El gobierno es un mal necesario, pero lamentablemente en todas partes el Estado cada vez se torna más molesto’. Intelectuales y dirigentes salieron al cruce.

Repudiable afirmación de Jorge Luis Borges sobre la guerra de Malvinas, a la que comparó con la pelea de dos calvos por un peine. Incluso propuso ceder las islas a Bolivia para que tenga una salida al mar. Se alzan las voces en rechazo.



sábado, octubre 01, 2022

El tiempo (y el ser)

 


Esto lo escribió Gustavo Noriega, el 29 de septiembre, en Seul, con un pequeño homenaje lateral a Godard, y otro probablemente no calculado a Heidegger (Dasein):

(...) Borges es inusualmente honesto. Luego de pasearse a lo largo de diez páginas por la historia de la filosofía occidental y jugar con la idea de que el tiempo es tan ilusorio como el yo o la realidad exterior, le dedica el último párrafo a reconocer que todo lo que está hablando es un juego que nos distrae de nuestra condición efímera, es decir, a estar a merced de ese río impetuoso, unidireccional y puntual que es el tiempo:

And yet, and yet… Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.

Probablemente, este párrafo final es lo más extraordinario que escribió JLB, lo más personal y expuesto. Desde la música de la aliteración insólitamente persistente (irreal, irreversible, hierro, río, arrebata) hasta las citas eruditas pasando por el comienzo en inglés, directo y misterioso: todo suena simple y complejo al mismo tiempo. Lejos de refugiarse en sus bibliotecas, esas líneas exhiben descarnadamente su conciencia de la fragilidad de ser. El vértigo de un cuarentón que comienza a entender que lo que queda por delante es declive y final. Es tan humano ese momento que Godard, el rey de las paradojas, lo utilizó literalmente en el final de Alphaville, en la voz de una computadora (“El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Alpha 60.”).


sábado, septiembre 17, 2022

La grieta

 


Quiero transcribir, resaltando en color, las reflexiones de Gustavo Noriega a propósito de la muerte de Magdalena Ruiz Guiñazú, para la publicación Seul, en Argentina. ¿Por qué, en España, ocuparse de un incidente lejano y menor, según como se lo mire? Una y otra vez, porque creo que debemos vernos en un espejo, como si miráramos a un futuro posible, uno entre varios que aún podemos tomar. ¿No existen temibles similitudes en los usuales "escraches" (otra maldita palabra traída de Argentina) cuando un político o personaje público se presenta en una Universidad, y es agredido con furia por la manada de estudiantes de izquierda? ¿No existe una horrible similitud con la negativa del nacionalismo catalán a que se hable en castellano en Cataluña?

Dice Noriega:

 No diré mucho más de Magdalena salvo que fue por su figura que comencé a ver cómo lo que todavía no se llamaba “la grieta” podía llegar a afectar las relaciones familiares. Comencé a trabajar en su programa en marzo de 2010. Un mes después presenté el libro que había escrito sobre el Indec en la Feria del Libro. La presentación fue interrumpida por un grupo de barrabravas de Nueva Chicago, con una fuerte conexión con el Mercado Central y con el entonces secretario de Comercio, Guillermo Moreno, responsable de la intervención de facto en el Indec. Durante uno o dos días, el libro fue noticia. De alguna manera, tuvo la mejor presentación posible: lo que en sus páginas se denunciaba tenía una confirmación externa. Había patotas en el instituto oficial de estadísticas y estaban relacionadas con el secretario de Comercio.

Poco después, todavía aturdido por los hechos, recibí un mail de una prima, hasta ese momento muy querida. No la veía mucho pero la llamaba “mi prima favorita”. En el mail decía algo así como: “Sé que sucedió algo en la Feria del Libro pero no entendí bien. Pero vi con asombro que estás trabajando con Magdalena. ¿Qué te pasó?”. De pronto, descubrí que una persona que conocía, pariente de sangre, con un marido encantador y dos hijos modelos, absolutamente civilizada, consideraba que era mucho más deshonroso trabajar con Magdalena Ruiz Guiñazú que el hecho de que una patota compuesta de barrabravas fuera a la Feria del Libro a interrumpir de manera violenta la presentación de un libro. Y que lo hacía de tal manera que la pregunta que yo me hacía, atónito, “¿qué le pasó?”, ella me la hacía a mí.

Retrospectivamente, vi el momento en que leía el inesperado mail como una escena de la película Invasion of the Body Snatchers, en donde los habitantes de un pueblo cercano a San Francisco comienzan a notar ligeramente distintos a algunos vecinos, amigos, parientes. Son iguales físicamente, pero algo profundo, muy interior, cambió de una manera radical. ¿Cómo podía ser que una persona empática y básicamente buena, de pronto minimizara el episodio violento que había sufrido un pariente y considerara a Magdalena, nada menos, como algo tan vinculado al mal que su sola cercanía debía ser considerada como sospechosa? ¿Qué les pasó a ellos para cambiar así?

Había tenido unos años antes una muestra menor de lo que se venía en términos de “grieta”. El día de las elecciones de 2007 me tocó estar en un cumpleaños lleno de sociólogos que, con mucho entusiasmo, habían votado a CFK y suponían que cualquier otra persona que estuviera en la fiesta había hecho lo mismo. Muy tímidamente esbocé que no era mi caso, que había votado a Elisa Carrió y que lo que estaba pasando en el Indec –que ya llevaba diez meses– me resultaba intolerable. Uno de ellos, de los más amables y racionales, casi como mi prima, me dijo: “Claro, vos tenés un compromiso emocional con el Indec, te afecta mucho”. No intenté explicarle que la violación de las estadísticas oficiales era un desastre que nos afectaba a todos, más allá del compromiso emocional. Hoy, cada tanto, quince años después, sigo contestándole en mi mente.

La despedida casi universal que recibió Magdalena en estos días nos puede hacer olvidar el clima que se comenzó a vivir en esos años. Por supuesto que la brutal intervención del Indec comenzó en enero de 2007 y que poco después el conflicto con el campo por la 125 hizo que el gobierno se enfrentara con Clarín, hasta ese momento su socio estratégico, y radicalizara sus posiciones. Sin embargo, el clima se puso especialmente espeso en esos días de 2010 y de ahí en adelante, impulsado por el resurgimiento de la imagen de CFK luego de la muerte del marido y su impresionante reelección con el 54 % de los votos en primera vuelta en 2011.

En aquellos días aciagos, Magdalena, que había abierto el micrófono a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo cuando eso era peligroso y que tuvo participación destacada en la realización del Nunca Más, era escupida simbólicamente en los actos masivos y hasta tuvo un “juicio popular”.

Ese episodio es probablemente el más increíble de todos. Impulsado por un sector marginal del periodismo K, encabezado por Claudia Acuña y Pablo Llonto, y con la bendición de Hebe de Bonafini, se realizó cuatro días después de la irrupción de la patota en la Feria del Libro, el 29 de abril de 2010.

Según las crónicas de esa fecha:
En los "alegatos finales", Hebe de Bonafini dijo que los periodistas juzgados tienen que "pedir perdón por tanta ignominia, por tanta locura, por haber avalado la tortura, perdón, eso es lo que hace falta que hagan algunos, aunque no alcanza" y agregó: "Esta es la plaza del pueblo, donde reclama y exige. Falta tan poco para el bicentenario, cuando el pueblo quería saber de qué se trataba... hoy quisimos saber de qué se trataba y lo hemos conseguido". A mano alzada, todos los presentes "condenaron" a los periodistas juzgados por "complicidad con la dictadura".
Que el kirchnerismo hoy parezca ser una banda de desarrapados que no puede dominar la economía ni controlar al Poder Judicial, como pretende, ni convocar a jóvenes ni a pobres, como hacía en su momento, y que Magdalena se haya ido con un gran reconocimiento general no nos tiene que oscurecer que todo puede ser distinto otra vez. La pregunta sigue en pie: ¿cómo puede ser que millones de personas refrendaron ese estado de cosas en las elecciones de 2011? ¿Cómo pudieron hacerlo nuevamente en 2019?

No me refiero especialmente al resultado de los comicios sino a las elecciones que hicieron las personas como mi prima favorita. No se trata de gente desesperada, a la que cada crisis económica la va acercando al abismo. Me refiero a universitarios completos que tenían las capacidades cognitivas suficientes como para poder distinguir entre Magdalena Ruiz Guiñazú y Guillermo Moreno y terminaron eligiendo a este último o, por lo menos, a quienes le dieron poder en la economía y liderazgo en la guerra salvaje contra un diario.

Sólo hay dos maneras de pensar que Magdalena había sido colaboradora de la Dictadura mientras que los Kirchner habían resistido heroicamente defendiendo la democracia. Una sería por ignorancia. Otra, la más tortuosa, la más dañina, es la de los que elaboran una construcción teórica que se impone por encima de los hechos, una especialidad de las facultades de humanidades. Esa es la que más me desespera porque son personas que hasta hace unos años eran mis amigos, mis parientes, mi gente cercana. Es una tradición del progresismo que adhiere a lo indefendible: relegar los hechos a un rincón sin importancia, apoyado por lecturas de la coyuntura, conveniencias ideológicas e interpretaciones rebuscadas de enemigos ideales.
La foto, del archivo de https://www.lu5am.com , aunque ahora ya no está disponible en linea

domingo, septiembre 11, 2022

Marías y la traducción


 No sé si porque la noticia se conoció después de mediodía, o porque en las radios que escuché a la mañana no se enteraron, ocupados en sus propios jardines, pero me enteré de la muerte de Javier Marías mientras leía un artículo sobre otra cosa en El Cultural, pasadas las seis de la tarde. Confieso que no leí a este Marías; si a su padre, y no estaba en mi lista de autores a conocer. Sin embargo, viendo las reseñas que van saliendo sobre su obra, lo debo agregar a la lista de los inmediatos. No puedo decir nada acerca de su trabajo, excepto esto que dice Fernando Diaz de Quijano, en El Cultural , a propósito de su tarea de traductor:

A su faceta como escritor hay que sumar la de traductor, docente y articulista. Con su traducción de Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Stern, logró el Premio de Traducción Fray Luis de León. También tradujo a Stevenson, Conrad, Faulkner, Yeats, Ashbery, Auden o Nabokov. Para él, traducir era "la mejor manera de leer un libro", porque "tienes que estudiar hasta el último detalle y volcar el texto a tu lengua de forma aceptable. La traducción es una excelente escuela para un escritor".

Nunca será lo mismo leer un autor en su lengua original o leerlo en una traducción, aunque sea muy buena. En el pasado leí todos los autores rusos o franceses que caían en mis manos...traducidos. Hoy raramente lo haría. Parece un adocenamiento del autor.  Por eso entiendo perfectamente esta posición de Marías: no hay que leer una traducción: hay que hacerla.

La foto, en XLSemanal, de Carlos Carrión.

lunes, septiembre 05, 2022

Recordando Santiago


Leo a Jorge Edwards, y me trae el recuerdo de los pocos años que viviera en Chile, esos años en que viajaba a Santiago, para quedarme una semana cada vez, recorriendo otro mundo tan distinto a Buenos Aires. Quizá por ese mismo extrañamiento que se produce ni bien cruzas la cordillera, tengo un recuerdo persistente de calles, rincones, edificios, nombres, voces, que no puedo convertir en conceptos claros, pero que retomo leyendo sus páginas, donde esas impresiones fluyen como fluye Belgrano en las historias de Sábato. Edwards recorre Ahumada, Providencia, bordea el Mapocho, almuerza en la Estación Central, sube al San Cristóbal y a Santa Lucía, va a Peñalolén...pero sus recuerdos van mucho más atrás que los míos para esos sitios, a cincuenta años antes; y sin embargo, no tan distante en su consistencia. Me quedarán para siempre Baquedano y Providencia, Tobalaba, Los Leones, Apoquindo, la calle Suecia, la central de autobuses, la sorpresa de ver la alta muralla de la cordillera después de la lluvia...Cuando quedaba libre de mis tareas, caminaba por la larga Providencia, o me tomaba un Metro y me iba a una punta, para volver caminando hasta Baquedano. Edwards lo deja fluir en su memoria, con la ventaja de estar inmerso en su gente, algo que para un visitante solo es una aproximación. Yo solo puedo decir que conservo mi trato con muchos de mis colegas de entonces después de pasados veinte años. Mi contacto fue con personas educadas con mucho esfuerzo para sacar una carrera, en general de orígen sencillo, acostumbrados a un trato amable y respetuoso, donde alguien raramente levantaba la voz. Era algo que saltaba a la vista de Los Andes para abajo... Probablemente hay mucho más, matices oscuros que se intuían, pero que sólo se materializarían siendo parte por largos años. Edwards naturalmente tiene una visión más completa de sus compatriotas, trayendo a la vida en sus descripciones no sólo ese paisaje, sino también la visión de quienes mandan y reparten. Partí de Santiago en octubre de 2005 y sólo me ha quedado el hilo de la conversación a distancia. Seguramente ha cambiado mucho todo, e incluso las circunstancias políticas han mudado quizá más de lo que imagino, pero probablemente, si estuviera un par de semanas, recuperaría lo que a pesar de todo no cambia, como sucede leyendo historias de Edwards ocurridas hace cincuenta, ochenta, cien años.

Tomo algunos párrafos del capítulo XXVII de El inútil de la familia. Rememora un episodio de su infancia probablemente, ya que toda la historia contada se refiere a la vida de su tío Joaquín Edwards Bello, y la narración se balancea entre los hechos de su tío y los suyos propios. "la Miss" era su tutora inglesa, a quien le dedica gran parte de este capítulo:

(...) un buen día, me parece que en la primavera, me llevó a pie a la casa de esa Elvirita o esa Martita o esa Olguita, un gran bungalow de aspecto campestre, con mucha madera, amplias galerías exteriores, frondosas enredaderas anaranjadas o de color lila, rodeado de un parque magnífico. El conjunto formado por el bungalow y el extenso parque se llamaba Montolín, o le decían Montolín, y ahora tengo la impresión de que llegaba por el lado norte hasta la orilla misma del río Mapocho (...)

La Miss y yo subimos por el costado del convento que ya había sido demolido, atravesamos la Plaza Italia (...) seguimos por el entonces llamado Parque Japonés y llegamos a Montolín. Durante la caminata que debe de haber durado tres cuartos de hora, por lo menos, la Miss me hablaba en inglés y yo, que le entendía casi todo, le contestaba en castellano. Lo hacía por agresividad infantil, de niño grandulote, pero que todavía andaba de pantalón corto, por obstinada desobediencia, pero también, según he llegado a la conclusión, por vergüenza. La vergüenza, en ese mundo de cosas que se podían hacer y cosas que no se podían hacer, de gente con quien se podía andar y gente con quien no se podía andar, de palabras que podían pronunciarse o no podían pronunciarse (...) La vergüenza, repito, era el sentimiento más cotidiano, algo así como el estado natural del alma. Entramos al parque, donde había más de algún perro, alguna cacatúa chillona además de pavos reales que desplegaban sus colas (...) saludamos de lejos a un caballero de luengas barbas que se balanceaba en una silla de balancín, en la esquina de de la galería, y entramos. (...) Tengo la impresión de haber ingresado a una sala más bien baja, desordenada, algo oscura, donde había por todas partes y hasta por el suelo gruesos cojines de cretona, donde una niña un poco mayor que yo, de cara larga, de voz medio regalona y medio cansina, la Elenita, la Elvirita o la Olguita de la Miss, hablaba sin descanso y en una mezcla chapucera de inglés y de castellano. Familias de Valparaíso de costumbres semiinglesas (...)

Llegaron otros niños algo mayores , y que desde un comienzo, en virtud de un sexto sentido, de un olfato que se me había desarrollado en el colegio, en la calle, en todo terreno desconocido o no enteramente controlado, me parecieron hostiles, peligrosos.

-¡Al puente!- gritaron, y uno de ellos, un gordito mofletudo, de pelo rizado, se me acercó y me dijo que tenía que seguirlos. El tono del gordito era el de una orden, no el de una invitación, y yo, acomplejado, pollo en corral ajeno, obedecí. Salí a la parte de atrás del parque, con cara de ajusticiado, mientras la Elenita o la Olguita de voz monocorde, sin dejar de hablar, se colocaba a la cabeza del grupo, y llegamos a un puente colgante que tenía una sola cuerda para sujetarse a uno de sus lados. Ellos entraron a la carrera, en tropel, sin mayores precauciones, como si lo hicieran todos los días, y el puente, entre piedras y zarzamoras, sobre un torrente de aguas barrosas, empezó a cimbrarse a toda fuerza.

-¡Entra!- gritó uno de los niños más grandes, con ojos turbios, con una expresión autoritaria que no auguraba nada bueno- ¡No seai maricón!

Pensé que los ojos de ese niño eran como las aguas de abajo, barrosas y revueltas, coronadas por una espuma sucia, Agarré la cuerda con angustia y avancé por el puente estrecho, donde algunos de los maderos estaban rotosy algunos otros faltaban, sin mirar el río (...)

 Llegué al otro lado con la cara verde, con náuseas, medio hecho en los pantalones, y uno de los niños, un grandote que estaba cerca, me dió un tremendo pellizco, me hizo aullar de dolor. Los otros, formando círculo, empezaron a darme empujones, hasta tirarme al suelo , y ahí se dedicaron a pegarme patadas, mientras la Martita o la Olguita, el angel de la Miss, con su pelo de estopa rubia, su cara un poco alargada, sus brazos cubiertos de pecas colorinas, miraba como si se tratara de un espectáculo cualquiera, de una función de teatro o de circo, Escuché, en medio del ruido, de las piedras que el río arrastraba, de los chillidos, la palabra camello, y como a los hermanos mayores de mi padre, y por extensión a mi padre, los llamaban camellos en algunas casas, en algunos círculos, el Camello Fulano de Tal, el Camello Zutano, llegué a la conclusión de que me estaban castigando por pertenecer a la rama oscura, menos rica, pobretona, de acuerdo con ciertas estimaciones , de los Camellos.

-¡Ya! ¡Basta! -decretó la Martita o la Olguita, con su voz lenta, medio nasal, con su pronunciación extraña: chilena, achilenada, y a la vez inglesa de Valparaiso, ainglesada. Los golpes cesaron en forma inmediata, Se notó que la chica, con su cara no de camello, pero si un poco de caballo, era la cabecilla indiscutida. Yo me levanté del suelo, adolorido, lleno de rasmilladuras en las piernas y en los codos, y me sacudí la ropa. Ellos habían querido hacerme llorar, pero ahora, en la memoria, me parece que resistí de lo más bien, Hasta me reía, como para pretender que todo no había sido más que un chiste. En otras palabras, me reía como un imbécil, mientras la Martita o la Olguita, la cabecilla del grupo, me daba la espalda, y todos la abrazaban y trataban de juntar las cabezas con la de ella. Después he comprendido que ella, el ángel de la Miss, el monstruo mío de la otra orilla del Mapocho, que en aquellos años todavía era un peladero con zarzamoras, con matas de espino, con perros vagos y una que otra vaca, debía ser la hija de una de tus hermanas, sobrina tuya carnal, y que ese Montolin era el mismo de tus crónicas, el de la mansión de tu familia después de salir de la calle Monjitas. De manera que el salón de las cretonas era, a lo mejor, el de tu madre, un espacio que tuviste que conocer muy bien, a pesar de tu extravío.y me pregunto quién era el anciano de la galería de la entrada , el que leía el diario en la silla de balancín, quién sería.

La fotografía, tomada de https://www.ellibrodurmiente.org/persona-non-grata-jorge-edwards/

domingo, agosto 21, 2022

El periodismo en caída

 En Argentina, una parte importante del periodismo, al menos la parte visible, la parte aceptada, la parte comentada, luego de la caída de la última dictadura militar, es decir, en los últimos cuarenta años, se hizo rabiosamente militante. Luego de una larga primera ola de "nunca-mases", se forjó por años, un estilo de trabajo y de "docencia" que describe creo que con acierto Leonardo D'Esposito, particularmente hablando de CQC:

Mario Pergolini era el irreverente de la radio. Bueno, parecía: era divertido e incorrecto en Rock&Pop a diferencia de su primer coequiper, Ari Paluch. En TV había hecho Rock&Pop TV y La TV ataca antes de que, finalmente, surgiera Caiga Quien Caiga. CQC era un noticiero satírico, en principio, un programa de humor. Ese humor tenía como blanco el gobierno de Carlos Menem y algunos apuntes sociales que hoy podrían considerarse “cancelables” (desgraciadamente). Había mucho del “Weekend Update” de Saturday Night Live y Pergolini, Eduardo De la Puente y Juan di Natale tenían no poco de histriónicos: Pergolini el irónico, De la Puente el loco, Di Natale el cool. Los noteros (ahí surgieron, lo saben, Andy Kusnetzoff, Daniel Tognetti y Daniel Malnatti, entre otros) se metían en todas partes, rompían protocolos y hacían preguntas incómodas. Se reían de todos sin distinción ni, esto es básico, diferencias. Estaba bien en parte: implicaba romper con el respeto debido a lo que se supone que es la autoridad.

Pero generó el hecho de que nadie merecía respeto. Nadie. Salvo quizás Fidel Castro (¿recuerdan con qué reverencia se le acercó Tognetti?). En otro sentido, aquellas notas no tenían nada de periodístico: de hecho, Pergolini rechazó una nominación a los premios Martín Fierro en esa categoría. Pero, y aquí está el otro problema, miraba el mundo desde arriba, como un permanente objeto de burla. La razón, el pensamiento correcto, la mirada justa estaba en los conductores. Por otro lado, una vez que el truco quedó perfectamente establecido, los entrevistados se prestaban a la canchereada boba, o a fingir una indignación impostada. En algún sentido, los burlados se burlaban de los burladores y recuperaban –o adquirían– algo nuevo: impunidad ante el periodista. No olvidemos aquel momento en el que Tognetti le preguntó a Felipe Solá, entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires: “¿Cómo hay que hacer para permanecer ocho años en el poder?”. La respuesta de Solá fue, mientras colocaba un habano en su boca y miraba fijamente a la cámara: “Hay que hacerse el boludo”. Esos escasos cinco segundos están grabados a fuego en la historia de la televisión y del periodismo argentino. En el segundo caso, fue la prueba de que el poder, a ese periodismo, lo había derrotado.

¿Qué importancia tiene este panorama pensando en España? Como en otros aspectos, es que la historia de la ruina de Argentina debe servir para aprender y evitar...lo que allí vemos debe servir para reconocer los resultados a largo plazo de un camino que se construye paso a paso, cada día un poco peor. 

Me pregunto si lo que D'Esposito describe (y solo es parte de la historia) sucede todavía en Argentina. Pero justamente sus palabras no son retrospectivas, sino presentes.



 

 

martes, julio 26, 2022

Cortázar y el error latinoamericano


 En el libro comentado antes, en el mismo capítulo que recoge un diálogo de 1999, "el público" pregunta por qué no se ha hablado de Julio Cortázar durante su desarrollo y la respuesta de Piglia y Saer es lapidaria, quizá la respuesta de una generación. Comienza Piglia:

 (...) es cierto que Cortázar podría ser un escritor para discutir este problema a fondo, porque las adhesiones políticas que Cortázar tomó en relación con la Revolución Cubana y en relación con la Revolución Sandinista le produjeron una serie de conflictos en relación con su propia poética. Sería el caso de un escritor cuya poética no está a la altura de lo que sus aliados políticos le piden. De ahí que todas las posiciones públicas de Cortázar en relación con la literatura son defensivas. El dice: << Bueno, se puede hacer literatura fantástica y ser un hombre de izquierda.>> Está todo el tiempo tratando de encontrar una explicación porqué su poética no coincidía con la que postulaban sus aliados, los populistas cubanos y los populistas nicaragüenses, que de un modo implícito estaban diciendo que la literatura de Cortázar era elitista, que no era para las masas. Una situación dramática para Cortázar, porque era un hombre con una ética personal fantástica, que se enfrentó con la dicotomía entre lo que hacía y había hecho siempre y lo que los aliados políticos definían como modelo de literatura...

En fin...desde su nacimiento, la "nueva novela latinoamericana" fue cortejada por Cuba y apoyada a través de los premios, estímulos y publicaciones de la Casa de las Américas, estableciendo un camino de entrada en toda América Latina para el comunismo cubano y sus soportes rusos y luego chinos. Y Cortázar fue uno de sus sostenedores, desagradable de ver por su anuencia cuando ya había razones para tomar distancia. No se guardará recuerdo de Cortázar por sus trabajos más "comprometidos", sino por aquellos en que no se subordinó a ellos.

Esos lazos persisten en muchos intelectuales americanos (y europeos), aún cuando esos gobiernos se han convertido en dictaduras que practican el fascismo más crudo, como se pudo ver en las revueltas cubanas de hace poco más que un año.

La foto, de La Vanguardia, 4-06-2021. Tomada en 1972, en una cena por el premio Barral de novela de ese año.

lunes, julio 25, 2022

Los periodistas y los escritores

 De una conversación entre Ricardo Piglia y Juan José Saer, en 1999, recogida en el libro "Por un relato futuro", en el capítulo Literatura y política hoy:

(...) yo diría que quizás estábamos más tranquilos cuando había una cultura oficial y una cultura alternativa. Entre 1960 y 1975 pensábamos que estábamos construyendo una cultura alternativa que estaba ligada a una política alternativa, y teníamos nuestras revistas, nuestras editoriales, nuestro sistema de circulación. En ningún momento circulábamos por los espacios por los que circulaba la cultura hegemónica. Eso cambió con la dictadura y en la transición democrática los periodistas se convirtieron en los intelectuales de la sociedad. Es triste y es cómico, pero más triste todavía es ver cómo los intelectuales se esmeran en hablar como los periodistas y se vuelven, como decirlo, idiotas. Parece que hoy estamos todos en el campo de la cultura hegemónica. Saer pasa por la televisión, todos nosotros alguna vez pasamos por la televisión. Lo que está surgiendo ahora es una estrategia de intervención rápida en los medios. Hay que buscar formas para que la televisión se vea obligada a adaptarse a la cultura y no como sucede ahora, que todo se trivializa porque los intelectuales parecen entusiasmados por la triste oportunidad de adaptar la cultura a la televisión.

Era el año 1999 y Argentina llevaba varios años de sucesiones presidenciales mediante el voto. Lo menciona Piglia en otro momento de la conversación. Sin embargo, poco duraría...el presidente De La Rua duraría de diciembre de 1999 a diciembre de 2001, habrían otros dos presidentes en pocos días, y otros dos encargados del poder ejecutivo entre sus alternancias. Y todo cerrado con otros doce años de populismo. Y eso,  cerrando los ojos a los "detalles" de esas alternancias democráticas, y al hecho de que gobiernos militares fueron varios, no uno. Uno, si consideramos que Argentina renace en 1983, y antes no tenía historia.

Lo que sí se ha mantenido, probablemente, es su visión del periodismo.  ¿Válido sólo para Argentina?


domingo, julio 17, 2022

Orwell, Bernanos, Weil


Orwell. Bernanos, Weil...¿ Qué tienen en común estos tres nombres? La guerra civil española, la decepción, el bajar de las palabras a la cruda realidad. El haber estado, sin nadie que se lo contara. 

Hubo un momento en que la guerra civil tuvo un halo de romanticismo, en que apoyar al bando republicano era revolucionario y antifascista. Miles de intelectuales de izquierda se inscribieron en las filas republicanas y viajaron "a matar fascistas" desde múltiples sitios de Europa u América , como dijo Orwell, o como se proponía Weil al entrar a España. Esa adhesion por afiliación política o ideológica nunca funciona, porque la distancia entre las motivaciones reales e históricas de un pueblo o nación están muy lejos de la vivencia y entorno de esta militancia por simpatía ideológica.

Resulta chocante y contradictorio ver la cara de orgullo de Simone Weil con su uniforme y su arma de la tropa de CNT, al comparar estas imágenes con sus conclusiones maduradas después de sólo un par de meses "en el campo".

Más aún, esta adhesión externa e ideológica, ajena a las motivaciones profundas de la sociedad afectada, sólo pueden generar máquinas insensibles de matar, quemar, y también robar o violar, cuando se trata de aquellos militantes duros y experimentados; o generar soldados dispuestos a retirarse del campo de batalla en el menor tiempo posible. Orwell salió en seis meses, Weil en dos, Me pregunto cuál es la proporción de sobrevivientes en las brigadas internacionales, comparadas con la supervivencia de los soldados republicanos o nacionales nativos españoles.

El caso de Bernanos es distinto, ya que sus expectativas estaban puestas en el bando Nacional, desde un punto de vista católico, y con alguna adhesión a José Antonio Primo de Rivera, Sin embargo, su decepción fue paralela a la de Orwell y Weil, y de hecho así lo reconoce Simone Weil en la carta que le dirigió a Bernanos, y que él siempre llevó consigo. No hay esperanza ni confianza en sus conclusiones (las de todos) después de haber estado cerca del desastre.

Georges Bernanos, viviendo en Mallorca, escribió "Los grandes cementerios bajo la luna". Su decepción pasa de generales y políticos cínicos dispuestos a cambiar de bando según sople el viento, hasta la dirigencia católica dispuesta a bendecir una carnicería:

Yo vi, viví en España el periodo prerrevolucionario. Lo viví con un puñado de jóvenes falangistas, honrados y valientes. Aunque no estaba del todo conforme con su programa, notaba que a ellos y a su jefe les embargaba un violento sentimiento de justicia social. Afirmo que su desprecio por el ejército republicano y sus estados mayores, traidores a su rey y a su juramento, no era menor que su justa desconfianza hacia un clero experto en chanchullos y apaños electorales con la pantalla de Acción Popular y por persona interpuesta, el incomparable Gil Robles. ¿Qué fue de estos muchachos?, os preguntaréis. Dios mío, os lo diré. La víspera del pronunciamiento no había más de quinientos en Mallorca. Dos meses después eran quince mil, gracias a un reclutamiento desvergonzado, organizado por militares interesados en destruir el Partido y su disciplina. Bajo la dirección de un aventurero italiano llamado Rossi, la Falange se había convertido en una policía auxiliar del Ejército a la que se encomendaba sistemáticamente el trabajo sucio, en espera de que sus jefes fueran ejecutados o encarcelados por la dictadura y sus mejores elementos despojados de sus uniformes e incorporados a la tropa (...)
Llevábamos semanas esperando, sin creerlo, el golpe de mano anunciado por Primo de Rivera. ¿Qué cabía esperar de los militares? El ejército español, principal autor y beneficiario único del tremendo desbarajuste marroquí, rigurosamente expurgado de sus elementos reaccionarios, gobernado por logias masónicas de oficiales contra las que ya se había quebrado la voluntad del primer Primo, era además violentamente anticlerical. (Lo sigue siendo, como casi toda la población masculina de España y se verá, seguramente, en un futuro próximo). Todavía hoy pienso con amargura que con un poco menos de respeto por las vidas humanas, por las vidas españolas (respeto tradicional en los Borbones), Alfonso XIII habría ahorrado a su país un calvario atroz aunque solo fuera llevando al paredón al general Sanjurjo que, contra todo pronóstico, le negó el apoyo de la Guardia Civil, dando una puñalada por la espalda a la Monarquía. Nada me impedirá tampoco lamentar que no se tomara una medida semejante con el aviador comunista Franco, cuya propaganda había desmoralizado a un cuerpo considerado hasta entonces fiel, y que, disfrazado de fascista, ayer todavía comandaba la base aérea de Palma (...)
En Mallorca, como no hubo actos criminales, solo pudo ser una depuración selectiva, un exterminio sistemático de sospechosos. La mayoría de las condenas legales impuestas por los tribunales militares mallorquines —luego hablaré de las ejecuciones sumarias, mucho más numerosas— solo sancionaron el crimen de «desafección al movimiento salvador», expresada con palabras o incluso con gestos. Una familia de cuatro personas, de excelente burguesía, el padre, la madre y sus dos hijos de dieciséis y diecinueve años, fue condenada a muerte por el testimonio de una serie de personas que aseguraban haberles visto aplaudir, en su jardín, al paso de unos aviones catalanes. La intervención del cónsul estadounidense salvó la vida a la mujer, que era de origen puertorriqueño (...)
No, las derechas españolas no fueron tan estúpidas. Hasta el último momento se declararon contrarias a toda clase de violencia. La Falange, convicta de purgar a sus adversarios con aceite de ricino, todavía el 19 de julio de 1936 estaba tan mal vista que cuando la misma mañana del golpe de estado mataron casi delante de mí a un joven falangista de diecisiete años apellidado Barbará, el personaje al que las conveniencias me obligan a llamar Su Ilustrísima, el obispo de Mallorca, después de pensarse mucho si este violento merecía exequias religiosas —el que a hierro mata a hierro muere—, se conformó con prohibir que sus sacerdotes se presentaran en el oficio con sobrepelliz. Seis semanas después, cuando llevaba a mi hijo en moto a los puestos avanzados, me encontré al hermano del muerto tendido en la carretera de Porto Cristo, ya frío, bajo un sudario de moscas. La antevíspera los italianos habían sacado de la cama en medio de la noche a doscientos vecinos de este pueblo cercano a Manacor, considerados sospechosos, les habían llevado por hornadas al cementerio, les habían ejecutado con un tiro en la cabeza y habían quemado los montones de cadáveres cerca de allí. El personaje a quien las conveniencias me obligan a llamar obispo-arzobispo había mandado al lugar a uno de sus curas que, chapoteando entre la sangre, impartía absoluciones entre descarga y descarga. No me extiendo más sobre esta función religiosa y militar para no herir, en lo posible, la susceptibilidad de los heroicos contrarrevolucionarios franceses, sin duda hermanos de los que vimos, mi mujer y yo, huir de la isla a la primera amenaza de una hipotética invasión, como cobardes. Me limito a observar que esta matanza de miserables indefensos no arrancó ni una palabra de condena, ni siquiera la más inofensiva reserva de las autoridades eclesiásticas, que se conformaron con organizar procesiones de acción de gracias. Como podéis suponer, a esas alturas cualquier alusión al aceite de ricino se habría considerado inoportuna. Al segundo Barbará le hicieron exequias solemnes, el ayuntamiento decidió dar el nombre de los hermanos a una de sus calles y la nueva placa fue inaugurada y bendecida por el personaje a quien las conveniencias me siguen obligando a llamar Su Ilustrísima el obispo-arzobispo de Palma.

En Los grandes cementerios bajo la luna, primera edición en 1938

Al hombre que escribía esto, Simone Weil le dirije su conocida carta. Sigue lo fundamental:

(...) Yo no soy católica, aunque —lo que voy a decir parecerá presuntuoso a cualquier católico, dicho por un no católico, pero no me puedo expresar de otra manera— nada católico, nada cristiano me haya parecido nunca ajeno. A veces me he dicho que si se fijara a las puertas de las iglesias un cartel diciendo que se prohíbe la entrada a cualquiera que disfrute de una renta superior a tal o cual suma, poco elevada, yo me convertiría inmediatamente. Desde la infancia, mis simpatías se han dirigido hacia los grupos que se identificaban con las capas despreciadas de la jerarquía social,  hasta que he tomado conciencia de que tales grupos son de una naturaleza que hace extinguirse cualquier simpatía.

El último que me había inspirado alguna confianza era la CNT española. Había viajado un poco por España antes de la guerra civil; muy poco, pero lo suficiente para sentir el  amor que es difícil no experimentar hacia ese pueblo; yo había visto en el movimiento anarquista la expresión natural de sus grandezas y sus defectos, de sus aspiraciones más legítimas y de las menos legítimas. La CNT, la FAI eran una mezcla asombrosa, donde se admitía a cualquiera, y donde, en consecuencia, se podría encontrar inmoralidad, cinismo, fanatismo, crueldad, pero también amor, espíritu de fraternidad y, sobre todo, la reivindicación del honor tan hermosa entre los hombres humillados; me parecía que aquellos que iban allí animados por un ideal prevalecían sobre aquellos a los que impulsaba la violencia y el desorden.

En julio de 1936 yo estaba en París. No me gusta la guerra, pero lo que siempre me ha provocado más horror que la guerra es la situación de los que se encuentran en retaguardia. Cuando comprendí que,  a pesar de  mis  esfuerzos,  no podía dejar de  participar  moralmente en esa guerra, es decir, desear todos los días, a todas horas, la victoria de unos y la derrota de los otros, me dije que París era para mí la retaguardia, y tomé el tren para Barcelona con la intención de comprometerme. Era a principios de agosto de 1936.

Un accidente me hizo abreviar forzosamente mi estancia en España. Estuve algunos días en Barcelona, después en pleno campo aragonés, junto al Ebro, a una quincena de kilómetros de Zaragoza, en el mismo lugar en que recientemente las tropas de Yagüe han pasado el Ebro.  Después en el palacio de Sitges transformado en hospital; después nuevamente en Barcelona; en total, aproximadamente dos meses. Dejé España a mi pesar y con la intención de regresar; más tarde, voluntariamente no he hecho nada. No sentía ya ninguna necesidad interior de participar en una guerra que no era ya, como me había parecido al principio, una guerra de campesinos hambrientos contra propietarios terratenientes y un clero cómplice de los propietarios, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia.

He conocido ese olor de guerra civil, de sangre y de terror que desprende su libro; lo había respirado. No he visto ni oído nada, debo decirlo, que alcance la ignominia de algunas historias que usted cuenta, esos asesinatos de viejos campesinos a golpes de garrote. Sin embargo, lo que oí bastaba. Estuve a punto de asistir a la ejecución de un sacerdote; durante los minutos de espera, me preguntaba si simplemente iba a mirar o haría que me fusilaran al tratar de intervenir; todavía no sé qué habría hecho si una feliz casualidad no hubiera impedido la ejecución.

Cuántas historias se agolpan bajo mi pluma… Pero sería demasiado largo; ¿y para qué? Una sola bastará. Estaba en Sitges cuando llegaron, vencidos, los milicianos de la expedición de Mallorca. Habían sido diezmados. De cuarenta muchachos jóvenes que habían salido de Sitges, habían muerto nueve. Sólo se supo a la vuelta de los otros treinta y uno. La misma noche siguiente se hicieron nueve expediciones punitivas, se mató a nueve fascistas, o supuestamente tales, en esta pequeña ciudad donde, en julio, no había pasado nada. Entre esos nueve, un panadero de unos treinta años, cuyo crimen era, me dijeron, haber pertenecido a la milicia de los «Somatén»; su anciano padre, del que era hijo único y el único sostén, se volvió loco.

Otra: en Aragón, un pequeño grupo internacional de veintidós milicianos de todos los países cogió, después de una escaramuza, a un joven de quince años que combatía como falangista. Nada más ser cogido, temblando por haber visto cómo morían sus camaradas junto a él, dijo que se le había enrolado a la fuerza. Se le registró, se le encontró una medalla de la Virgen y un carné de falangista. Se le envió a Durruti, jefe de la columna, que tras haberle expuesto durante una hora las bellezas del ideal anarquista le dio la elección entre morir y enrolarse inmediatamente en las filas de aquellos que lo habían hecho prisionero, contra sus camaradas de la víspera. Durruti dio al muchacho veinticuatro horas de reflexión; al cabo de veinticuatro horas, el chico dijo no y fue fusilado. Durruti era, sin embargo, en algunos aspectos, un hombre admirable. La muerte de este joven héroe no ha dejado nunca de pesar sobre mi conciencia, aunque no lo haya sabido sino después.

Y esto otro: en una aldea que rojos y blancos habían tomado, perdido, retomado, vuelto a perder, no sé cuántas veces, los milicianos rojos, habiéndola vuelto a tomar definitivamente, encontraron en las cuevas un puñado de seres despavoridos, aterrorizados y hambrientos, entre ellos tres o cuatro jóvenes. Razonaron así: si estos jóvenes, en lugar de venirse con nosotros la última vez que nos hemos retirado, han permanecido aquí y han esperado a los fascistas, es que son fascistas. Por lo tanto, los fusilaron inmediatamente, después dieron de comer a los demás y se creyeron muy humanos.

Una última historia, ésta de la retaguardia: dos anarquistas me contaron una vez cómo, con otros camaradas, habían cogido a dos sacerdotes; a uno se le mató en el sitio, en presencia del otro, de un disparo de revólver; después se dijo al otro que podía marcharse. Cuando estaba a veinte pasos, se le abatió. El que me contaba la historia se asombró mucho de no verme reír.

En Barcelona se mataba como media, en forma de expediciones punitivas, a una cincuentena de hombres por noche. Proporcionalmente, era mucho menos que en Mallorca, puesto que Barcelona es una ciudad de casi un millón de habitantes; por otra parte, se desarrolló allí durante tres días una sangrienta batalla callejera. Pero tal vez las cifras no sean lo esencial en semejante materia. Lo esencial es la actitud con respecto al hecho de matar a alguien. Ni entre los españoles, ni siquiera entre los franceses llegados, sea para combatir, sea para darse un paseo —estos últimos con mucha frecuencia intelectuales blandos e inofensivos—, he visto nunca expresar, ni siquiera en la intimidad, la repulsión, el desagrado ni tan sólo la desaprobación por la sangre vertida inútilmente. Usted habla de miedo. Sí, el miedo ha tenido una parte en esas matanzas; pero allí donde yo estaba no he visto la parte que usted le atribuye. Hombres aparentemente valientes —de uno de ellos, al menos, he constatado personalmente su valor— contaban con una sonrisa fraternal, en medio de una comida llena de camaradería, cómo habían matado a sacerdotes o a «fascistas», término muy amplio.

En cuanto a mí, tuve el sentimiento de que, cuando las autoridades temporales y espirituales han puesto una categoría de seres humanos fuera de aquellos cuya vida tiene un precio, no hay nada más natural para el hombre que matar. Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse a un castigo ni reprobación, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a aquellos que matan. Si por casualidad se experimenta primero cierto desagrado, se calla y pronto se lo sofoca por miedo a parecer que se carece de virilidad.

Hay ahí una incitación, una ebriedad a la que es imposible resistirse sin una fuerza de ánimo que me parece excepcional, puesto que no la he encontrado en ninguna parte. He encontrado en cambio franceses pacíficos, que hasta ese momento yo no despreciaba, a los que no se les habría ocurrido ir por sí mismos a matar, pero que se sumergían en esa atmósfera impregnada de sangre con un visible placer. Nunca podré sentir por ellos, en el futuro, ninguna estima.

Una atmósfera así borra pronto el objetivo mismo de la lucha. Pues no se puede formular el objetivo más que reconduciéndolo al bien público, al bien de los hombres, y los hombres tienen  un valor nulo. En un país en que los pobres son, en su gran mayoría, campesinos, el mayor bienestar de los campesinos debe ser un objetivo esencial para todo grupo de extrema izquierda; y esta guerra fue tal vez, ante todo, al principio, una guerra por y contra la repartición de tierras. Y bien, esos míseros y magníficos campesinos de Aragón, tan dignos bajo las humillaciones, no eran para los milicianos siquiera un objeto de curiosidad. Sin insolencias, sin injurias, sin brutalidad —al menos yo no vi nada de eso, y sé que robo y violación eran merecedores, en las columnas anarquistas, de pena de muerte— un abismo separaba a los hombres armados de la población desarmada, un  abismo semejante al que separa a los pobres y a los ricos. Se sentía en la actitud siempre algo humilde, sumisa, temerosa de unos, en la soltura, la desenvoltura, la condescendencia de los otros. Se parte como voluntario, con ideas de sacrificio, y se cae en una guerra que se parece a una guerra de mercenarios, con muchas crueldades de más y el sentido del respeto debido al enemigo de menos.

Podría prolongar indefinidamente estas reflexiones, pero debo limitarme. Desde que estuve en España, oigo, leo todo tipo de consideraciones sobre España, y no puedo citar a nadie, aparte de usted, que se haya sumergido, que yo sepa, en la atmósfera de la guerra española ,y lo haya  resistido. Usted es monárquico, discípulo de Drumont: ¿qué me importa? Usted me es más cercano, sin comparación, que mis camaradas de las milicias de Aragón, esos camaradas a los que, sin embargo, yo amaba. (...)

En Carta a Georges Bernanos, fechada probablemente en 1938

Finalmente, de Orwell se ha hablado antes, y a sus artículos sobre España remito. Pero algunas observaciones suyas son pertinentes. Como Weil, Orwell tenía cierta cercanía con el anarquismo español, y evidentemente se equivocó en cuanto a una solución negociada entre los bandos de la guerra de España, pero fuera de eso, acierta, y en su acierto también está la razón por la que no fue necesario negociar: el bando republicano cavó su tumba:

(...) El hecho que estos periódicos [los ingleses News Chronicle, Daily Worker] han ocultado con tanto esmero es que el gobierno español (incluyendo el gobierno semiautónomo catalán) le tiene mucho más miedo a la revolución que a los fascistas. Ahora parece ya casi seguro que la guerra terminará con algún tipo de pacto, y existen incluso motivos para dudar que el gobierno, que dejó caer Bilbao sin mover un dedo, quiera salir demasiado victorioso; pero no cabe ninguna duda acerca de la minuciosidad con la que está aplastando a sus propios revolucionarios. Desde hace algún tiempo, un regimen de terror-la supresión forzosa de los partidos políticos, la censura asfixiante de la prensa, el espionaje incesante y los encarcelamientos masivos sin juicio previo- ha ido imponiéndose. Cuando dejé Barcelona a finales de junio, las prisiones estaban atestadas; de hecho, las cárceles corrientes estaban desbordadas desde hacía mucho, y los prisioneros se apiñaban en tiendas vacías y en cualquier otro cuchitril provisional que pudiera encontrarse para ellos. Pero la clave aquí es que los presos que están ahora en las carceles no son fascistas, sino revolucionarios; que no están ahí porque sus opiniones se sitúen demasiado a la derecha, sino porque se sitúan demasiado a la izquierda. Y los responsables de haberlos recluído ahí son esos terribles revolucionarios (...) los comunistas.

Mientras tanto, la guerra contra Franco continúa, aunque, con la excepción de esos pobres diablos que están en las trincheras del frente, nadie en el gobierno de España la considera la guerra de verdad, La lucha de verdad es entre la revolución y la contrarevolución, entre los obreros que tratan de aferrarse a algo de lo que conquistaron en 1936 y el bloque liberal-comunista, que con tanto éxito está logrando arrebatárselo.

(En Ensayos, Descubriendo el pastel español, 1937)

 Todos ellos aprendieron lo que se vendría, lo que sucedería a continuación, todos tuvieron que afrontar la hecatombe que abarcó al mundo poco después. Weil no vió el desenlace del nazismo, (muere en 1943, de tuberculosis), y Bernanos (1948) y Orwell (1950) lo sobreviven brevemente, para prefigurar la nueva amenaza,  que aún hoy está vigente: La Rusia y su socio de camino, China.