Desde fines del siglo XIX, acompañando la ola de optimismo técnico y económico desatada en el mundo occidental, la conquista del espacio se convirtió en algo posible, cercano. hasta que pasada la segunda guerra mundial, la posibilidad se puso manos a la obra: las dos grandes economías del mundo, Estados Unidos y Rusia, comenzaron una competencia furiosa por poner un hombre en órbita terrestre, y en la luna después. Tras ellos, Francia, China, India...Una ola de satélites se dispararon a casi todos los planetas del sistema solar, al punto que el material circundando la tierra ha devenido un problema de seguridad. Los interrogantes de cinco mil años de historia astrológica se convirtieron en fotografías, muestras de roca, graficas de evolución y espectro de luz. De pronto vivimos la colaboración espacial, la construcción de laboratorios y observatorios en órbita, la planificación de estaciones lunares de lanzamiento, el desarrollo de transboradores capaces de ir al espacio y volver: la imaginación, la fantasía literaria de la ciencia ficción se confundieron con los proyectos reales discutidos en las organizaciones científico-militares de las grandes economías del mundo. Todavía hoy enfocamos radares, asociados con millones de computadores, que tratan de encontrar señales de vida inteligente "ahí afuera"...Desde fines de la segunda guerra mundial, febriles imaginaciones encuentran vehículos extraterrestres visitándonos periódicamente, con objetivos que varían entre la salvación universal y el Apocalipsis. Durante el siglo XX, la literatura (y el cine, y la televisión) convirtieron la conquista del espacio en las nuevas novelas de caballería del medioevo...
Las cifras invertidas fueron enormes, insultantes para economías menores...hasta que la realidad alcanzó a todos, convirtiendo tal prodigalidad en un recuerdo del pasado. Primero Rusia, luego Estados Unidos, los grandes proyectos fueron enterrados. Adíos a las series interminables de cohetes impulsores, adios a los transboradores, y pronto adios a los laboratorios. Sólo permanecen algunos proyectos, aquellos capaces de ser solventados por consorcios de múltiples países, aquellos que muestren alguna viabilidad económica.
Tristemente, los dos grandes proyectos americanos de exploración del sistema solar y exterior, las series Pioneer y Voyanger, continúan su viaje a ninguna parte, con los Voyanger aún procesando y enviando información, pero aquí ya prácticamente nadie los escucha...sólo un puñado de científicos, con un presupuesto limitado, procesan sus débiles señales. Sus primeros años de información fueron conservados en medios tecnológicos obsoletos y abandonados, y se han perdido o se han salvado por milagro, porque algún científico ya jubilado conservó su copia. Los satélites llegarán, si existen todavía, en cientos o miles de años, a tocar algún otro sistema estelar, todavía dentro de nuestra galaxia, mientras que en su base, probablemente mucho tiempo antes ya nadie recuerde que existen. Y si acaso el metal sobrevive, en otros cientos de miles de años, quizá abandonen la vía láctea, para nadie y para nada. El sueño de Sagan, su mensaje al universo, se evaporará seguramente sin que nada ni nadie lo descifre.
Es que las cifras cósmicas son abrumadoras. Hasta las distancias más cercanas ponen problemas a la vida humana, y no solo por el tiempo, sino también por el medio ambiente. Salir de nuestro sistema representa una tarea de generaciones, y alcanzar otro sistema es una tarea que afecta a la raza humana en su totalidad. ¿Y alcanzar los límites de la Vía Láctea?
El espacio y el tiempo cósmico nos devuelve la soledad, la misma que encontramos en cada fotografía de Mercurio, de Venus, de Marte, de Ío, de Plutón. La escala de los fenómenos cósmicos es pavorosa y ciega, y un millón de años de evolución representan prácticamente nada en esta escala. La fragilidad de la vida convierte en absurdas las esperanzas de trascender nuestro pequeño mundo cercano.
Las fotografías: Nebulosa Carina, y proyectos Pioneer y Voyanger , a propósito de los cuarenta años del proyecto Pioneer.
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