España vive su particular crisis económica inmersa en un contexto de crisis y metamorfosis global. El mundo está cambiando de edad histórica y nosotros recortando gastos para llegar a tiempo. Nuestro país y Europa ya no son el centro de la creación, como solían. Si hoy se dibujase por primera vez el mapamundi, no sería el mar Mediterráneo el que estaría en medio de la página sino el océano Pacífico. Y la península ibérica, en las antípodas del meollo, aparecería cortada en dos en los extremos del plano. Por eso, es tan importante abrir los ojos, comprender y preguntarse: nos vamos a apretar el cinturón para pagar lo mucho que debemos, pero después ¿qué?
La economía española no volverá a crecer a costa sólo de la demanda interna. No es una teoría, es un hecho. Y eso quiere decir que, para vender mejor fuera, ya que no vamos a aceptar condiciones laborales decimonónicas ni chimeneas de humo negro, necesitaremos más inglés, más investigación propia y más tecnología. También como consecuencia de que el mundo se haya renovado y de que no baste con ajustar la contabilidad nacional a nuestra presente realidad, debemos aceptar que un escenario nuevo requiere nuevas aptitudes. Y también rehabilitar valores, como la austeridad y el esfuerzo, que ya antes nos hicieron prósperos.
La globalización es un hecho. El hecho principal. Igual que sucede con el cambio climático, hay algunos líderes que piensan que, negándola como si sólo fuera una teoría, la globalización no les afectará y la vida de los suyos no se verá alterada. Pero la globalización está ahí, terca e insalvable, y ha llegado para quedarse y transformarlo todo. Se quiera o no.
Desde la caída del Muro de Berlín, hace poco más de veinte años, varios miles de millones de habitantes del planeta se han sumado al capitalismo, al consumo y a Internet, multiplicando por mucho en muy poco el tamaño y las exigencias del mercado libre. Hoy, los productores españoles compiten con los chinos, indios, rusos o africanos, en condiciones imposibles de equiparar. Y los financieros chinos, indios, rusos y pronto africanos también, deciden dónde vale la pena invertir y dónde no. Es necesario entender que estamos atravesando una crisis local dentro de una revolución general para que, cuando dominemos nuestro déficit y nuestra deuda y salgamos de ésta, no nos desconcierte encontrarnos un paisaje inesperado. Por decirlo claro, aunque parezca mentira, el mundo ya no empieza ni acaba en nosotros. Ni cerca, tal vez.
Inesperados actores políticos, económicos y sociales, han hecho su aparición ante una realidad mundial que también era desconocida hasta ahora y en la que, en apariencia, ya no son efectivas las recetas tradicionales. Nuestro viejo modelo de convivencia se ve cuestionado por la presión y la rentabilidad de sociedades menos ecuánimes y lo fácil es suponer, a continuación, que puede resultar insostenible.
Economías y países emergentes compiten, de forma agresiva y absolutamente ventajosa, con las complejas economías europeas, construidas en base a reglas costosas que han servido para tejer sus Estados de bienestar. Frente a esta flamante intimidación, no queda otra salida que reaccionar, y hacerlo aprovechando la globalización como oportunidad. Sumarse y no aislarse. La opción alternativa sería dejarse arrastrar, ir reaccionando sobre la marcha ante situaciones consumadas, querer parar un tsunami con un discurso bonito, vender el patrimonio para sobrevivir un poco más. Decaer.
La estrategia nacional, por tanto, no puede ser otra que anticiparse a los cambios que vendrán, estar preparados ante los mismos, y planificar el porvenir. Necesitamos un plan A, un proyecto de futuro para cuando culminen las reformas del gobierno de Rajoy, para después de la crisis. Para el 2020 y para lo que venga luego. Es cierto que tendremos que trazarlo mientras afrontamos correcciones ineludibles para recuperarnos y prevenir nuevas caídas como la que ahora nos está haciendo tanto daño. Pero no lo es menos que, en un entorno plácido y sosegado, los políticos, las empresas y la sociedad civil no suelen plantearse alternativas.
La historia nos concede otra oportunidad para repensarnos, decidir hacia dónde queremos marchar y, esta vez, coger el tren del siglo a su hora. Si no malogramos el momento levantando las ajadas banderas de la incomprensión mutua, alentando a los salvadores de la patria y otros zombis a que acaben con la política y sustituyan a los políticos democráticos o consumiendo lo que nos quede de energía en el estéril debate sobre la unidad o la ruptura de España. Ese desdichado debate que confirma la sospecha de que quizá seamos un pueblo ingobernable.
Si quienes están arriba aprenden a ser ejemplares y se sacrifican los primeros, como corresponde a su posición, y recordamos todos que el éxito no se consigue sin esfuerzo, que el mérito es el único baremo justo y que, por cada derecho del que somos titulares, hay también un deber con el que tenemos que cumplir con idéntica satisfacción interior. Si dejamos de medirnos, afrentarnos y envidiarnos, y nos sentamos a conversar y a planear un modelo educativo útil para el futuro de todos y que no sirva al pasado de nadie, un sistema energético autosuficiente que nos permita valernos del sol y el viento ya que en nuestro suelo no hay petróleo ni gas, un reparto racional del agua dulce que muy pronto será un recurso bien escaso o un servicio sanitario universal, de calidad y apto para ser mantenido con nuestros limitados ingresos, por ejemplo. Si, como hicimos en la transición, logramos centrarnos en el porvenir de nuestros hijos aunque sea a costa de abandonar prejuicios y querellas de sus padres, la historia nos concederá una oportunidad. El gobierno de Rajoy salvará el aprieto de la deuda y el déficit y le podremos preguntar: y después de la crisis, ¿qué?.
Alguien a quien sigo en Tuiter decía el otro día que los jóvenes de hoy no constituyen una generación perdida, solamente es que aún no se han encontrado. Yo pienso, más bien, que nos están observando, que esperan y miran. Que están asombrados al comprobar cómo la generación que les gobierna repite errores seculares en España, pero, además en esta ocasión, renunciando incluso al consolador “infalible mañana” de la machadiana pereza.
No debemos permitir que el polvo del camino nos tape el horizonte, que el año 13 nos vuelva derrotistas y supersticiosos. Pasemos por el 13 pensando en el 14, en el 15, en el 16. Pasemos del 13. La cuestión es, ¿quiénes queremos ser en 2020? ¿Juntos o separados y aislados? ¿Con empleo, ciencia e iguales salarios para hombres y mujeres? ¿Cómo sigue nuestra historia? Sobre esto hay que hablar entre todos y pactar pronto un proyecto compartido para el futuro de España. Salvo que no nos importe, por una de esas, dejar de ser o ser, de nuevo, una nación con retraso
Diario de viaje, notas al azar de alguien que se dedica a la tecnología, y alguna vez (allá lejos y hace tiempo) fue un estudiante de filosofía. Aquí caerán las notas que excedan la tecnología y la educación, que es lo que en general más me ocupa...
martes, enero 01, 2013
Repensando el futuro español
Esteban González Pons, vicesecretario general del PP español, comienza el año 2013 con una nota en El Confidencial a la que hay que tener en cuenta. Lo dicho sobre España puede ser adecuado también a otros países caídos de un bienestar que ha devenido ilusorio en un entorno que se mueve bajo otras reglas. Hubiera sido de desear una mirada más cruda sobre las responsabilidades propias en el desmadre de España, proviniendo de una comunidad Valenciana que ejemplifica todas las malas prácticas que debieran corregirse. Asimismo puede decirse que el escenario que describe ha comenzado a cambiar, con una tendencia a igualar las posibilidades de países menores frente a los grandes exportadores asiáticos. Pero esto está por verse, y por ahora, el análisis vale. Otra cosa es que haya nacido quien esté dispuesto a cambiar el rumbo. Su nota:
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